- I -
En un extremo de la aldea
Mironositsky, en la porchada del alcalde Prokofy, se habían instalado para
pasar la noche, dos cazadores llegados al pueblo mucho después de anochecer: el
veterinario Iván Ivanovich y el maestro de escuela Burkin.
Iván Ivanovich tenía
un donoso apellido: Chimcha-Guimalaysky, cuya pomposidad estaba en
contradicción, con la modestia de su persona. En toda la comarca se le llamaba,
sencillamente, Iván Ivanovich. Vivía no lejos de la ciudad, en una hermosa
finca, donde se dedicaba a la cura de las enfermedades equinas. Aquel día había
salido de casa para airearse un poco.
Burkin vivía en la
ciudad; pero pasaba todas las vacaciones de verano en la finca del conde P...,
y era también muy conocido en la comarca.
Iván Ivanovich, alto,
enjuto, entrado en años, canoso, bigotudo, fumaba su pipa, sentado junto a la
puerta abierta de la porchada. La luz de la Luna le daba de lleno en el rostro.
Burkin yacía sobre un montón de heno, en el fondo del aposento, sumergido en la
obscuridad.
Hablaban de la
alcaldesa, Mavra, una mujer fuerte y despejada, que no había salido en toda su
vida de la aldea y no había visto nunca la ciudad ni el ferrocarril. Hacía
algunos años que sólo salía a la calle por la noche.
-No tiene nada de
extraño -dijo Burkin-. Hay entre nosotros mucha gente que ama la soledad y que
se complace en permanecer siempre en su concha, como los caracoles. Acaso se
trate de un atavismo, de un retorno a la época en que nuestros ascendientes aún
no eran animales sociables y vivían aislados en sus cavernas. Quizás sea ésa
una de tantas variedades de la naturaleza humana. ¡Quién sabe! Yo no me dedico
al estudio de las Ciencias Naturales, y no tengo la pretensión de resolver
tales problemas. Quiero decir tan sólo que hay mucha gente como esa pobre
Mavra. Hará unos dos meses murió en la ciudad un tal Belikov, compañero mío de
profesorado en el Liceo, donde explicaba griego. Habrá usted oído hablar de él.
Llegó a adquirir, por sus costumbres, cierta celebridad. Siempre, aunque
hiciera un tiempo espléndido, llevaba chanclos, paraguas y un abrigo con forro
de algodón. Se diría que todas sus cosas estaban enfundadas: cubría su paraguas
una funda gris, llevaba el cortaplumas en un estuchito, hasta su rostro, que ocultaba
casi por entero el cuello de su abrigo, parecía enfundado también. Llevaba
siempre gafas ahumadas, chaleco de franela y unos tapones de algodón en los
oídos. Cuando tomaba un coche le hacía al cochero levantar la capota. En fin,
procuraba siempre envolverse en algo que le ocultase, meterse, por decirlo así,
en una funda, para aislarse, separarse del mundo entero, defenderse de las
influencias exteriores. Era esto en él una tendencia apasionada, irresistible.
La vida real le irritaba, le asustaba, le inspiraba una angustia constante.
Quizás para justificar este odio, este miedo a cuanto le rodeaba, siempre
estaba haciéndose lenguas de las excelencias del pasado, encomiando las cosas
que no existían en realidad. El griego que explicaba era para él también como
unos chanclos o un paraguas con que se defendía de la vida real. «¡Qué sonora,
qué melodiosa es la lengua griega!» -decía con voz suave.
Y en apoyo de su
afirmación guiñaba un ojo, levantaba el dedo y pronunciaba: «¡Antropos!»
Belikov procuraba
enfundar asimismo su pensamiento. Lo único comprensible y claro para él eran
las circulares gubernativas en que se prohibía algo y los artículos
periodísticos en que se aplaudían las prohibiciones. Cuando una circular
prohibía a los colegiales salir a la calle después de las nueve de la noche o
cuando un artículo periodístico tronaba contra la ligereza de las costumbres,
la cosa para él era clara, indiscutible: ¡Está prohibido, y se acabó! Pero
cuando leía que se autorizaba esto o lo otro, veía en ello algo sospecho y
extraño. Si las autoridades de la ciudad concedían autorización para abrir un
círculo de artistas-aficionados, una biblioteca, un «club», sacudía tristemente
la cabeza y decía:
-Claro, todo eso está
muy bien; pero... temo las consecuencias.
Toda infracción de
las reglas establecidas; toda desviación del camino trazado por las circulares,
le ponían triste y perplejo, aunque se tratase de asuntos en los que él no
tuviese para qué inmiscuirse. Si alguno de sus colegas llegaba con retraso a
misa o no se conducía en absoluta conformidad con las reglas establecidas; si
alguna profesora se paseaba de noche en compañía de un joven, Belikov parecía
presa de profunda angustia y le decía a todo el mundo, con trágico acento, que
aquello acabaría mal. En los consejos pedagógicos aburría a sus colegas con sus
interminables temores y aprensiones, con su prudencia exagerada, con sus
lamentaciones acerca de la juventad escolar, que, según él, se conducía muy
mal, hacía demasiado ruido.
-Eso puede tener
consecuencias enojosas -decía lleno de espanto-. Si las autoridades se enteran
de la mala conducta de los colegiales..., ¿comprenden ustedes?... Acaso
conviniera expulsar del colegio a Petrov y a Egorov, para que no contaminasen
con su mal ejemplo a los demás...
Parecerá inverosímil;
pero sus suspiros constantes, sus lamentaciones, sus gafas obscuras sobre el
rostro menudo y pálido de animalejo espantado ejercían una influencia
deprimente en sus colegas, que acababan por dejarse convencer: se castigaba a
Petrov y a Egorov, y, a la postre, se los expulsaba.
Belikov visitaba con
frecuencia a sus colegas. Llegaba, se sentaba y, sin decir palabra, miraba
alrededor como buscando algo sospechoso. Permanecía así una o dos horas, y se
iba. A aquello le llamaba «mantener buenas relaciones con sus compañeros». Se
advertía que tales visitas le desagradaban; pero las consideraba un deber. Sus
colegas le tenían miedo. Hasta el director del colegio se lo tenía. La mayoría
de los profesores eran personas inteligentes, honorables, de ideas progresivas,
de espíritu cultivado por la lectura de los mejores escritores, y, sin embargo,
aunque parezca absurdo, aquel hombrecillo, que siempre llevaba chanclos y
paraguas, ejercía un gran influjo sobre ellos, y durante quince años fue el amo
absoluto del colegio. ¡Y no solo del colegio, de toda la ciudad! Las señoras no
se atrevían a celebrar en su casa funciones teatrales las vísperas de fiesta,
por temor a Belikov; los curas no se atrevían a jugar a la baraja delante de
él. Bajo su influjo, los habitantes de la ciudad no se atrevían a nada. Todo
les daba miedo. Les daba miedo hablar en voz alta, escribir cartas, trabar
nuevas relaciones, leer libros, socorrer a los pobres, enseñarles las primeras
letras a los analfabetos.
- II -
Burkin tosió, hizo
una corta pausa, encendió su pipa apagada, miró a la Luna y continuó:
-Sí, todos éramos
personas instruidas, inteligentes, que habíamos leído a Turguenef, a Tolstoi, a
Bucles, etc., y, sin embargo, nos inclinábamos ante Belikov. Hay cosas
extrañas...
Vivía en la misma
casa que yo y en el mismo piso. Nos veíamos con frecuencia, y yo conocía su
vida íntima. En su casa se mantenía igualmente fiel a sus costumbres. Vestía
siempre una bata y se tocaba con un gorro. No abría nunca los postigos de las
ventanas, y tenía las puertas cerradas con innumerables cerrojos. Y él mismo,
sometíase a restricciones, a prohibiciones, temeroso de consecuencias enojosas.
Los días de ayuno no comía nada de lo prohibido por la Iglesia y se contentaba
con pescado; no tenía criada, por temor a que le achacasen relaciones íntimas
con ella; un viejo sesentón, borracho y tímido, le guisaba y le hacía todos los
servicios domésticos. Se llamaba Afanasy. Solía permanecer horas y horas a la
puerta de la habitación de Belikov cruzadas las manos sobre el pecho y
murmurando cosas como la siguiente:
-¡Dios mío, cuánta
gente sospechosa hay!
Y al decir esto
lanzaba un gran suspiro.
La alcoba de Belikov
era pequeñísima, y el profesor parecía en ella guardado en una caja. Cuando se
acostaba tapábase hasta la cabeza con la sábana. Hacía calor; silbaba fuera el
viento; se oía en la cocina gruñir y suspirar a Afanasy. Y Belikov, bajo la
sábana, tenía miedo. Tenía miedo de Afanasy, a quien se le podía ocurrir la
idea de matarle; tenía miedo de los ladrones. Toda la noche le atormentaban
pesadillas. Por la mañana llegaba al colegio, sombrío y pálido. El colegio, con
sus centenares de alumnos y sus numerosos profesores, le daba miedo: hubiera
preferido continuar solo, encerrado en su concha.
-¡Dios mío, qué
ruido! -decía para justificar su mal humor-. ¡Esto es abominable!
Cosa asombrosa,
inverosímil: ¡aquel hombre enfundado estuvo una vez a punto de casarse!
Burkin hizo una nueva
pausa, se envolvió en una nube de humo y prosiguió:
-¡Sí, como lo oye
usted, a punto de casarse!
-¡No, usted bromea!
-contestó Iván Ivanovich.
-¡Palabra de honor!
Mire uste cómo fue. Un día llegó a la ciudad un nuevo profesor de Geografía e
Historia, un tal Mijail Savich Kovalenko. Lo acompañaba su hermana, llamada
Vasia. Eran de origen ucranio; el hermano era un mocetón, joven aún, muy
moreno, con unas manos enormes; sólo con mirarle se adivinaba que tenía voz de
bajo, y, en efecto, cuando hablaba, su voz parecía salir de un tonel vacío:
«bu-bu-bu...» La hermana era mayor, de unos treinta años, también muy alta,
morena, de ojos negros, de mejillas sonrosadas; en fin, una muchacha muy
apetitosa. Hablaba por los codos, era muy risueña, cantaba canciones ucranias.
Daba gusto oír su risa franca y alegre: ¡ja, ja, ja!
Conocimos a los
Kovalenko en un baile que dio el director del colegio con motivo de su
cumpleaños. Entre los profesores, de aspecto severo, que se conducían incluso
en los bailes como si cumpliesen un penoso deber, aquella señorita parecía una
Afrodita, surgida de las espumas del mar. Reía, bailaba, animaba el salón con
la música de su voz sonora. Nos cantó algunas canciones ucranias. En fin, nos
encantó a todos, sin exceptuar a Belikov. El profesor se sentó junto a ella y
le dijo, con una sonrisa suave:
-La lengua ucrania,
por su sonoridad y su melodía, se parece a la lengua griega.
Aquello le halagó a
Varenka, que empezó a hablarle,con énfasis y entusiasmo, de su casa en Ucrania;
de su madre, que vivía allí; de las sandías, de los pepinos y de otras
exquisiteces que se criaban en su huerto. No se criaban por aquí cosas tan
exquisitas.
-¡Y si viera usted
qué magnífica sopa de legumbres comemos en nuestra bella Ucrania!
Oyendo su
conversación se nos ocurrió a todos, de pronto, la misma idea:
-¡Y si los casáramos!
-me dijo, por lo bajo, la mujer del director.
Diríase que hasta
aquella noche no habíamos parado mientes en el celibato de Belikov. Estábamos
asombrados de no haber pensado hasta entonces en aquel aspecto de su vida
íntima. ¿Qué opinión tendría de la mujer? ¿Cómo resolvería tan grave problema?
Hasta aquel momento no nos habíamos hecho tales preguntas, acaso creyendo
imposible que un hombre que llevaba en todo tiempo clanclos y se ocultaba
temeroso en su concha pudiera enamorarse.
-Hace mucho tiempo
que él ha pasado de los cuarenta; ella tiene treinta años -añadió la
directora-. Creo que se casaría con él muy gustosa.
¡Dios mío, cuántas
tonterías, cuántas estupideces se hacen en provincias sólo para pasar el rato;
cuántas cosas inútiles, y a veces absurdas, se inventan sin otra razón que no
tener qué hacer! ¿Cómo demonios se nos ocurrió la idea de casar a Belikov, a
quien ni siquiera se podía uno imaginar en el papel de marido, de padre de
familia? Y no obstante, todo el mundo se aplicó con ardor a la realización del
proyecto. La directora, la inspectora y las mujeres de los profesores se
animaron de pronto, y hasta se embellecieron, como si hubieran encontrado
súbitamente un ideal que llenase su vida.
Algunos días después
la directora tomó un palco en el teatro e invitó a Belikov y a Varenka.
Varenka, haciéndose aire con el abanico, parecía feliz, alegre; él estaba tan
abatido y asustado, que diríase que acababa de ser sacado de su casa a tirones.
Transcurridas algunos
días más las señoras se empeñaron en que yo diese un baile en mi casa e
invitase a Belikov y a Varia.
Habíamos adquirido la
certidumbre de que Varenka se casaría gustosísima con Belikov, con tanto más
motivo cuanto que no era muy feliz en casa de su hermano, que era un buen
muchacho, pero tenía la manía de discutir acerca de todo. Hermano y hermana se
pasaban la vida entregados a acaloradas discusiones, que ni en la calle
interrumpían. He aquí, por ejemplo, una escena: Kovalenko, el mocetón robusto,
engalanado con una camisa ucrania bordada, desbordante bajo el sombrero la
espesa cabellera, marchaba junto a su hermana, en una mano un paquete de
libros, en la otra un grueso bastón, espanto de los perros. Ella también
llevaba en la mano unos libros.
-Pero, Miguelito,
estoy segura de que no has leído ese libro. ¡Te juro que no lo has leído!
-decía ella en voz tan alta, que se le oía desde la otra acera.
-¡Y yo te digo que lo
he leído! -gritaba el hermano, golpeando el suelo con el bastón.
-¡Dios mío, no
comprendo por qué te enfadas, Miguel! No es una discusión de principios, y
debías oírme con calma.
-¡Pero si estoy
diciéndote que no he leído ese libro y tú te emperras en lo contrario!...
En casa ocurría lo
mismo: disputaban, gritaban, se enfadaban, sin que la presencia de personas
extrañas los contuviese.
Era muy natural que a
Varia la aburriese una vida así. Soñaba con fundar un hogar propio. Además,
como ya no era joven, casi había perdido la esperanza de casarse, y aceptaría
el matrimonio con cualquiera, aunque fuera con Belikov.
Lo cierto es que se
mostraba propicia a nuestro proyecto, y dejaba hacer...
Belikov no cambiaba.
Visitaba de cuando en cuando a Kovalenko, como a todos sus demás colegas. Se
pasaba horas enteras sin decir esta boca es mía. Varenka le cantaba canciones
ucranias, le miraba soñadoramente con sus grandes ojos negros, y a veces
prorrumpía en alegres carcajadas:
-¡Ja, ja, ja!
En empeños de amor,
sobre todo cuando hay en ellos miras matrimoniales, la sugestión juega un gran
papel. Todos los profesores y las señoras dieron en la flor de asegurarle a
Belikov que debía casarse, que no le quedaba otro refugio que el matrimonio; le
felicitábamos, le hablábamos de la necesidad de crear un hogar. Además, Varenka
era bastante guapa, inteligente, de buena familia; poseía en Ucrania una
finquita. Luego, era la primera mujer que le había manifestado algún cariño, lo
que le conmovió, le hizo perder la cabeza y le decidió a casarse.
-Aquél era el momento
indicado para despojarle de los chanclos y del paraguas -dijo Iván Ivanovich.
-Eso era imposible,
como va usted a ver. Pero déjeme contárselo todo... Pues bien: Belikov colocó
sobre su mesa el retrato de Varenka. Solía visitarme para hablar de ella, de la
vida de familia, de la extrema importancia del matrimonio. Casi diariamente iba
a casa de los hermanos Kovalenko; pero no cambió en nada sus costumbre. Por el
contrario, su decisión de casarse ejerció sobre él una influencia funesta. Se
puso más delgado y más pálido y parecía aún más metido en su funda.
-Bárbara Savichna me
gusta -me decía con su leve sonrisa enfermiza-. Harto se me alcanza que todo
hombre debe casarse; pero..., mire usted, todo esto es para mí una gran
sorpresa; todo ha sucedido de un modo tan inesperado... Hay que pensarlo mucho
antes de dar ese paso decisivo...
-¿Para qué pensarlo?
-le respondía yo- ¡Cásese usted, y asunto concluido!
-No; el matrimonio es
un acto demasiado grave. Ante todo, hay que pesar bien todos los deberes que
lleva consigo, todas las responsabilidades... De lo contrario, son de temer
consecuencias enojosas... Esto me inquieta de tal modo, que casi no duermo...
Además, se lo confieso a usted, tengo un poco de miedo. Ella y su hermano son
de una manera de pensar especial... Basta oír sus discusiones... Son demasiado
vivas, demasiado violentas... Si me caso con ella, tal vez tenga disgustos.
¡Quién sabe!
Y no se declaraba a
Varenka, demorando la declaración todos los días, lo que enojaba mucho a la
directora y a nuestras señoras. Seguía siempre reflexionando, sobre los deberes
y las responsabilidades que lleva consigo el matrimonio. Sin embargo, se
paseaba todos los días con Varenka, acaso considerándolo un deber en su
situación. Y todos los días venía a mi casa para hablar más y más de la
iniportancia del pase que se disponía a dar. Probablemente hubiese acabado por
decidirse y se hubiera declarado a Varenka, contrayendo uno de esos matrimonios
estúpidos, insensatos, ¡que son tan frecuentes, si no hubiera sobrevenido un
escándalo colosal, como dicen los alemanes.
Conviene advertir que
el hermano, Kovalenko, aborrecía a Belikov desde que le fue presentado. «No
concibo -decíanos, encogiéndose de hombros- cómo pueden ustedes soportar a este
espía, a este tipo repugnante. Es más: no comprendo cómo pueden ustedes vivir
en esta madriguera, respirando esta atmósfera densa, maloliente. Este colegio
no es una institución de instrucción pública; más bien parece un puesto de
policía... No; yo no puedo continuar aquí. Tendré paciencia una temporada y
luego me marcharé a mi Ucrania, donde pescaré con caña y les enseñaré a leer y
a escribir a los hijos de los campesinos, dejándolos a ustedes aquí en compañía
de Judas Belikov. ¡Dios mío, qué tipo!
Algunas veces me
preguntaba con tono de enojo: «¿Quiere usted decirme a qué viene a mi casa?
¿Qué se le ha perdido
allí? Llega, se sienta y permanece horas enteras mirando en torno suyo y sin
decir palabra. ¡Es una cosa insoportable!»
Naturalmente,
evitábamos hablarle del matrinionio que su hermana se disponía a contraer con
Belikov. Y cuando la directora le insinuó que convendría casar a su hermana con
un hombre tan serio y respetable como Belikov, frunció las cejas y gruñó: «Eso
no me incumbe. Que se case, si quiere, con una serpiente. No me gusta meterme
en lo que no me importa.»
Y mire usted lo que
pasó. Un caricaturista misterioso hizo la siguiente caricatura: Belikov, con
chanclos, los pantalones remangados y el paraguas en la mano, se pasaba del
brazo de la señorita Kovalenko; debajo había una leyenda que decía: «Antropos,
enamorado.» Era un dibujo muy bien hecho, y el retrato de Belikov había salido
admirablemente. El caricaturista envió a todos los profesores del colegio y del
Liceo de señoritas y a no pocos empleados del Estado sendos ejemplares de su
obra, para la que debió de trabajar muchas noches.
Naturalmente, Belikov
recibió también un ejemplar. La caricatura le produjo malísima impresión.
Era el día 1 de mayo,
y domingo. Habíamos organizado una excursión de todo el colegio al bosque
vecino. Estábamos todos citados a la puerta del centro docente. Salí de casa en
compañía de Belikov, que estaba lívido, abatido, sombrío, como una nube de
otoño.
-¡Qué gente más mala
hay! -me dijo.
Sus labios temblaban
de cólera. Le miré y me dio lástima.
Seguimos nuestro
camino y vimos de pronto aparecer, montados en bicicleta, a Kovalenko y a su
hermana. Varenka avanzaba risueña, la faz enrojecida.
-¡Nos dirigimos
directamente al bosque! -nos gritó. ¡Qué hermoso día!, ¿eh? ¡Qué delicia!
Momentos después se
habían perdido de vista.
Belikov se había
puesto como un tomate y parecía petrificado de asombro. Se había detenido y me
miraba fijamente.
-¿Qué significa esto?
-me preguntó-. ¿Acaso los ojos me han engañado? ¿Es propio de un profesor y de
una mujer pasearse en bicicleta?
-¿Por qué no? -le
dije-. Si les gusta...
-¡Cómo! -gritó
asombrado de mi tranquilidad-. ¿Qué dice usted?
Estaba tan
dolorosamente sorprendido, que no quiso tomar parte en la excursión y se volvió
a su casa.
Al día siguiente no
hacía más que frotarse las manos nerviosamente y temblar. Se advertía que no
estaba bueno. Se fue del colegio sin acabar de dar sus lecciones, cosa que no
había hecho en su vida.
Ni siquiera comió
aquel día. Al atardecer se vistió muy de invierno, aunque hacía buen tiempo, y
se fue a casa de Kovalenko.
Varenka no estaba en
casa, y lo recibió el hermano.
-Siéntese usted -le
invitó Kovalenko, frunciendo las cejas.
Acababa de levantarse
de dormir la siesta, y estaba de mal humor.
Belikov se sentó.
Durante diez minutos uno y otro guardaron silencio. Al cabo, Belikov se decidió
a hablar:
-Vengo a verlos a
ustedes -dijo, -para desahogar un poco mi corazón. Sufro mucho. Un señor sin
decoro acaba de hacer una caricatura contra mí y contra una persona que nos
interesa a ambos. Le aseguro a usted que yo no he hecho nada que justifique esa
abominable caricatura. Me he conducido siempre, por el contrario, como debe
conducirse un hombre bien educado...
Kovalenko no
respondía. Seguía malhumorado, y no manifestaba el menor deseo de sostener la
conversación.
Tras una corta pausa
continuó Belikov, con voz débil y triste:
-Quiero, además,
decirle a usted otra cosa... Yo hace tiempo que estoy al servicio del Estado
como pedagogo, mientras que usted acaba de empezar su servicio. Y creo de mi
deber, en calidad de colega más viejo, hacerle a usted una advertencia: usted
se pasea en bicicleta, y eso no es nada propio de un educador de la juventud...
-¿Por qué razón?
-¿Acaso hacen falta
razones? Me parece que es una cosa harto comprensible. Si un profesor se pasea
en bicicleta, ¿qué no podrán hacer los discípulos? ¡Podrán andar cabeza abajo!
Además, puesto que no está permitido por las circulares, no se debe hacer...
Ayer me horroricé al verle a usted en bicicleta..., y, sobre todo, al ver a su
hermana de usted. Una mujer o una muchacha, en bicicleta, es un horror, un
verdadero horror...
-Bueno, ¿y qué quiere
usted?
-Sólo quiero
advertirle. Es usted joven todavía y debe pensar en su porvenir. Debe usted
conducirse con suma prudencia, y, sin embargo, hace usted cosas... Lleva usted
camisa bordada en vez de plastrón, se le ve siempre por la calle
cargado de libros... Ahora esa bicicleta... El señor director se enterará de
que usted y su señora hermana se pasean en bicicleta, y después se sabrá, de
seguro, en el ministerio... Son de temer consecuencias muy enojosas...
-¡El que yo y mi
hermana nos paseemos en bicicleta no le importa a nadie más que a nosotros!
-dijo Kovalenko, rojo de cólera- ¡Y si alguien se permite intervenir en
nuestros asuntos, le enviaré a todos los diablos! ¿Ha comprenclido usted?
Belikov palideció y
se levantó.
-Si me habla usted en
ese tono, no puedo continuar la conversación -dijo-. Además, le suplico que no
hable así nunca, en mi presencia, de las autoridades. ¡Debe usted respetar a
las autoridades!
-¡Pero si no he dicho
una palabra de ellas! -exclamó Kovalenko- ¡Déjeme usted en paz! ¡Soy un hombre
honrado y me molesta hablar con un señor como usted. Detesto a los espías.
Belikov empezó, con
mano nerviosa, a abotonarse. En su faz se pintaba el horror. Era la primera vez
que se le decían cosas semejantes.
-Puede usted decir lo
que le dé la gana -contestó, saliendo. Pero debo prevenirle: alguien puede
haber oído nuestra conversación, y para que no la interprete mal y no haya
consecuencias enojosas que lamentar, creo de mi deber contárselo todo al señor
director.
-¿Quieres
denunciarme, canalla? ¡Muy bien, largo!
Hablando así,
Kovalenko asió a Belikov por la nuca, y le empujó con tanta fuerza, que la hizo
caer y rodar por las escaleras. Como eran altas y muy pinas, el pobre profesor
de Griego llegó abajo molido. Lo primero que hizo al levantarse fue echarse mano
a las narices para convencerse de que no se le habían roto las gafas. Luego, de
pronto, vio al pie de la escalera a Varenka con otras dos damas; le habían
visto rodar, lo cual era para él lo más terrible: hubiera preferido
descalabrarse o romperse ambas piernas a la perspectiva de ser objeto de las
zumbas de toda la ciudad. ¡Todo el mundo se enteraría de que Kovalenko le había
tirado por las escaleras! Todos lo sabrían: el director, las autoridades. Se le
haría otra caricatura, la gente se burlaría de él. Aquello acabaría muy mal: se
vería obligado a dimitir. ¡Qué desgracia, Señor!
Varenka, viéndole
mohino, la ropa en desorden, le miraba sin comprender lo que había sucedido.
Creyendo que su caída había obedecido a un traspiés, prorrumpió en carcajadas
alegres y sonoras:
-¡Ja, ja, ja!
Aquella hilaridad
ruidosa fue el remate de todo: de los proyectos matrimoniales de Belikov y de
la propia existencia del profesor.
Belikov ya no oyó ni
vio nada.
Llegó a su casa,
quitó de encima de la mesa el retrato de Varenka, se acostó y no volvió a
levantarse.
Tres días después
vino a mi casa su criado Afanasy y me dijo que era necesario ir a buscar un
médico pues su amo parecía gravemente enfermo.
Fui a ver a Belikov.
Estaba acostado bajo el baldaquino, tapado con la colcha, y guardaba silencio.
Todos mis intentos de hacerle hablar fueron vanos: sólo contestaba con síes o
noes. Afanasy, junto a la cama, suspiraba sin cesar y exhalaba un fuerte olor a vodka.
Un mes después
Belikov falleció.
Le hicimos un
entierro solemne. Formaban el cortejo fúnebre escolares de todas las escuelas
de la ciudad. En el ataúd, la expresión de su faz era suave, casi alegre:
diríase que le complacía verse, al cabo, metido en un estuche del que ya no saldría
nunca. ¡Había realizado su ideal!
Como para halagarle,
el tiempo, el día del entierro, fue sombrío, lluvioso, y llevábamos todos
chanclos y paraguas.
Varenka asistió al
entierro; cuando se colocó el ataúd en la tumba vertió algunas lágrimas.
Mirándola, me percaté de que las mujeres ucranias, o ríen como locas, o lloran:
su humor nunca es tranquilo, sereno.
Confieso que enterrar
a gente como Belikov constituye un gran placer. Aunque al volver del cementerio
se pintaba en nuestros semblantes la tristeza, como es de rigor en ocasiones
semejantes, aquello era una máscara que ocultaba nuestro contento; todos nos
sentíamos muy felices, como en nuestra infancia, cuando las personas mayores se
ausentaban y nos dejaban por algunas horas o por algunos días en plena
libertad. ¡Ah, la libertad! ¡Qué tesoro! Sólo una ligera alusión a la libertad,
la vaga esperanza de ser libres, da alas a nuestra alma.
Sí; volvimos del
cementerio de muy buen humor, esforzándonos en ocultarlo.
Los días se deslizaron.
La vida siguió su curso habitual: aquella vida severa, fatigosa, estúpida,
entorpecida por toda suerte de prohibiciones, privada de libertad. La muerte de
Belikov no la hizo más fácil; Belikov había muerto; pero ¡cuántos hombres
enfundados existían aún sobre la Tierra y habían de existir durante mucho
tiempo!
-Es verdad -dijo Iván
Ivanovich. Sobre todo, entre nosotros no faltan.
-¡Y no será fácil
desembarazarse de ellos!
Burkin salió de la
porchada. Era un hombrecillo grueso, completamente calvo, con una gran barba
negra que le llegaba hasta cerca de la cintura. Dos perros de caza salieron
tras él.
-¡Qué Luna! -dijo
mirando al cielo.
Era ya media noche. A
la derecha, bajo la blancura lunar, se extendía la aldea; la calle, de cerca de
cinco kilómetros, se perdía en la distancia. Todo estaba sumido en un sueño
dulce y profundo. Nada se movía, no se oía el menor ruido. Parecía increíble
que un silencio tal pudiera existir en la Naturaleza.
Cuando en una noche
de luna se contempla la ancha calle aldeana con sus casas y sus montones de
trigo, una gran serenidad envuelve el alma. En su reposo, hundida en la noche,
la aldea, olvidadas sus penas, cuidados y dolores, se reviste de un suave
encanto melancólico; las estrellas la miran con cariño; diríase, en tales
momentos, que no existe el mal sobre la tierra, que todo es en ella
bienandanza.
A la izquierda, al
extremo de la aldea, comenzaba el campo, cuya amplitud se dilataba hasta el
horizonte. Y todo aquel enorme espacio, inundado de luna, yacía también en
silencio, tranquilo, sumido en un sueño profundo.
-Sí, el pobre Belikov
-dijo Iván Ivanovich- era un hombre enfundado... Pero nosotros, que vivimos en
esa abominable ciudad, en sucias y estrechas casas, entre papeles inútiles y,
con frecuencia, estúpidos, que jugamos a las cartas, ¿no estamos también
enfundados? Nosotros, que pasamos la vida entre gandules y parásitos, entre
gentes ruines y mujeres ociosas y necias, ¿estamos más al aire libre?... Si
quiere usted, le contaré una historia muy interesante a este respecto...
-No, es hora de
dormir -contestó Burkin- ¡Hasta mañana!
Entraron en el porche
y se acostaron sobre el heno.
-¡No es nada feliz
nuestra vida! -suspiró Iván Ivanovich, volviéndole la espalda a Burkin-. Sólo
vemos en torno nuestro embusteros e hipócritas, y hay que soportar todo eso; no
hay bastante valor para decirle a un idiota que lo es ni para decirle que
miente a un embustero; no nos atrevemos a declarar abiertamente que toda
nuestra simpatía la merecen los hombres honrados y libres, que, a pesar de
todo, en alguna parte han de existir. Mentimos, nos humillamos, sonreímos,
cuando de buena gana maldeciríamos, y todo por tener un pedazo de pan, una
vivienda, lo que se llama, en fin, una posición. ¡Verdaderamente esta vida es
una porquería!
-Eso es ya alta
filosofía -repuso, Burkin-. Más vale dormir...
Momentos después
roncaba.
Iván Ivanovich no
podía dormir. Habiendo intentado en vano conciliar el sueño, se levantó, salió
de la porchada y, sentándose en el umbral de la puerta, encendió la pipa.
1898.
Nota: este cuento de Chéjov, también conocido como "El hombre en el estuche" o "El hombre en su funda", fue publicado por primera vez en el cuarto número de El pensamiento ruso en junio de 1898.
1898.
Nota: este cuento de Chéjov, también conocido como "El hombre en el estuche" o "El hombre en su funda", fue publicado por primera vez en el cuarto número de El pensamiento ruso en junio de 1898.
На самом краю села Мироносицкого, в сарае старосты Прокофия, расположились на ночлег запоздавшие охотники. Их было только двое: ветеринарный врач Иван Иваныч и учитель гимназии Буркин. У Ивана Иваныча была довольно странная, двойная фамилия -- Чимша-Гималайский, которая совсем не шла ему, и его во всей губернии звали просто по имени и отчеству; он жил около города на конском заводе и приехал теперь на охоту, чтобы подышать чистым воздухом. Учитель же гимназии Буркин каждое лето гостил у графов П. и в этой местности давно уже был своим человеком. Не спали. Иван Иваныч, высокий худощавый старик с длинными усами, сидел снаружи у входа и курил трубку; его освещала луна. Буркин лежал внутри на сене, и его не было видно в потемках. Рассказывали разные истории. Между прочим, говорили о том, что жена старосты, Мавра, женщина здоровая и неглупая, во всю свою жизнь нигде не была дальше своего родного села, никогда не видела ни города, ни железной дороги, а в последние десять лет все сидела за печью и только по ночам выходила на улицу. -- Что же тут удивительного! -- сказал Буркин.-- Людей, одиноких по натуре, которые, как рак-отшельник или улитка, стараются уйти в свою скорлупу, на этом свете немало. Быть может, тут явление атавизма, возвращение к тому времени, когда предок человека не был еще общественным животным и жил одиноко в своей берлоге, а может быть, это просто одна из разновидностей человеческого характера,-- кто знает? Я не естественник, и не мое дело касаться подобных вопросов; я только хочу сказать, что такие люди, как Мавра, явление не редкое. Да вот, недалеко искать, месяца два назад умер у нас в городе некий Беликов, учитель греческого языка, мой товарищ. Вы о нем слышали, конечно. Он был замечателен тем, что всегда, даже в очень хорошую погоду, выходил в калошах и с зонтиком и непременно в теплом пальто на вате. И зонтик у него был в чехле и часы в чехле из серой замши, и когда вынимал перочинный нож, чтобы очинить карандаш, то и нож у него был в чехольчике; и лицо, казалось, тоже было в чехле, так как он все время прятал его в поднятый воротник. Он носил темные очки, фуфайку, уши закладывал ватой, и когда садился на извозчика, то приказывал поднимать верх. Одним словом, у этого человека наблюдалось постоянное и непреодолимое стремление окружить себя оболочкой, создать себе, так сказать, футляр, который уединил бы его, защитил бы от внешних влияний. Действительность раздражала его, пугала, держала в постоянной тревоге, и, быть может, для того, чтобы оправдать эту свою робость, свое отвращение к настоящему, он всегда хвалил прошлое и то, чего никогда не было; и древние языки, которые он преподавал, были для него в сущности те же калоши и зонтик, куда он прятался от действительной жизни. -- О, как звучен, как прекрасен греческий язык! -- говорил он со сладким выражением, и, как бы в доказательство своих слов, прищуривал глаза и, подняв палец, произносил: -- Антропос! И мысль свою Беликов также старался запрятать в футляр. Для него были ясны только циркуляры и газетные статьи, в которых запрещалось что-нибудь. Когда в циркуляре запрещалось ученикам выходить на улицу после девяти часов вечера или в какой-нибудь статье запрещалась плотская любовь, то это было для него ясно, определенно; запрещено -- и баста. В разрешении же и позволении скрывался для него всегда элемент сомнительный, что-то недосказанное и смутное. Когда в городе разрешали драматический кружок, или читальню, или чайную, то он покачивал головой и говорил тихо: -- Оно, конечно, так-то так, все это прекрасно, да как бы чего не вышло. Всякого рода нарушения, уклонения, отступления от правил приводили его в уныние, хотя, казалось бы, какое ему дело? Если кто из товарищей опаздывал на молебен, или доходили слухи о какой-нибудь проказе гимназистов, пли видели классную даму поздно вечером с офицером, то он очень волновался и все говорил, как бы чего не вышло. А на педагогических советах он просто угнетал нас своею осторожностью, мнительностью и своими чисто футлярными соображениями насчет того, что вот-де в мужской и женской гимназиях молодежь ведет себя дурно, очень шумит в классах,-- ах, как бы не дошло до начальства, ах, как бы чего не вышло,-- и что если б из второго класса исключить Петрова, а из четвертого -- Егорова, то было бы очень хорошо. И что же? Своими вздохами, нытьем, своими темными очками на бледном, маленьком лице,-- знаете, маленьком лице, как у хорька,-- он давил нас всех, и мы уступали, сбавляли Петрову и Егорову балл по поведению, сажали их под арест и в конце концов исключали и Петрова и Егорова. Было у него странное обыкновение -- ходить по нашим квартирам. Придет к учителю, сядет и молчит, и как будто что-то высматривает. Посидит этак, молча, час-другой и уйдет. Это называлось у него "поддерживать добрые отношения с товарищами", и, очевидно, ходить к нам и сидеть было для него тяжело, и ходил он к нам только потому, что считал это своею товарищескою обязанностью. Мы, учителя, боялись его. И даже директор боялся. Вот подите же, наши учителя народ все мыслящий, глубоко порядочный, воспитанный на Тургеневе и Щедрине, однакоже этот человечек, ходивший всегда в калошах и с зонтиком, держал в руках всю гимназию целых пятнадцать лет! Да что гимназию? Весь город! Наши дамы по субботам домашних спектаклей не устраивали, боялись, как бы он не узнал; и духовенство стеснялось при нем кушать скоромное и играть в карты. Под влиянием таких людей, как Беликов, за последние десять -- пятнадцать лет в нашем городе стали бояться всего. Боятся громко говорить, посылать письма, знакомиться, читать книги, боятся помогать бедным, учить грамоте... Иван Иваныч, желая что-то сказать, кашлянул, но сначала закурил трубку, поглядел на луну и потом уже сказал с расстановкой: -- Да. Мыслящие, порядочные, читают и Щедрина, и Тургенева, разных там Боклей и прочее, а вот подчинились же, терпели... То-то вот оно и есть. -- Беликов жил в том же доме, где и я,-- продолжал Буркин,-- в том же этаже, дверь против двери, мы часто виделись, и я знал его домашнюю жизнь. И дома та же история: халат, колпак, ставни, задвижки, целый ряд всяких запрещений, ограничений, и -- ах, как бы чего не вышло! Постное есть вредно, а скоромное нельзя, так как, пожалуй, скажут, что Беликов не исполняет постов, и он ел судака на коровьем масле,-- пища не постная, но и нельзя сказать, чтобы скоромная. Женской прислуги он не держал из страха, чтобы о нем не думали дурно,, а держал повара Афанасия, старика лет шестидесяти, нетрезвого и полоумного, который когда-то служил в денщиках и умел кое-как стряпать. Этот Афанасий стоял обыкновенно у двери, скрестив руки, и всегда бормотал одно и то же с глубоким вздохом: -- Много уж их нынче развелось! Спальня у Беликова была маленькая, точно ящик, кровать была с пологом. Ложась спать, он укрывался с головой; было жарко, душно, в закрытые двери стучался ветер, в печке гудело; слышались вздохи из кухни, вздохи зловещие... И ему было страшно под одеялом. Он боялся, как бы чего не вышло, как бы его не зарезал Афанасий, как бы не забрались воры, и потом всю ночь видел тревожные сны, а утром, когда мы вместе шли в гимназию, был скучен, бледен, и было видно, что многолюдная гимназия, в которую он шел, была страшна, противна всему существу ею и что идти рядом со мной ему, человеку по натуре одинокому, было тяжко. -- Очень уж шумят у нас в классах,-- говорил он, как бы стараясь отыскать объяснение своему тяжелому чувству.-- Ни на что не похоже. И этот учитель греческого языка, этот человек в футляре, можете себе представить, едва не женился. Иван Иваныч быстро оглянулся в сарай и сказал: -- Шутите! -- Да, едва не женился, как это ни странно. Назначили к нам нового учителя истории и географии, некоего Коваленка, Михаила Саввича, из хохлов. Приехал он не один, а с сестрой Варенькой. Он молодой, высокий, смуглый, с громадными руками, и по лицу видно, что говорит басом, и в самом деле, голос как из бочки: бу-бу-бу... А она уже не молодая, лет тридцати, но тоже высокая, стройная, чернобровая, краснощекая,-- одним словом, не девица, а мармелад, и такая разбитная, шумная, все поет малороссийские романсы и хохочет. Чуть что, так и зальется голосистым смехом: ха-ха-ха! Первое, основательное знакомство с Коваленками у нас, помню, произошло на именинах у директора. Среди суровых, напряженно скучных педагогов, которые и на именины-то ходят по обязанности, вдруг видим, новая А41родита возродилась из пены: ходит подбоченясь, хохочет, поет, пляшет... Она спела с чувством "Виют витры", потом еще романс, и еще, и всех нас очаровала,-- всех, даже Беликова. Он подсел к ней и сказал. сладко улыбаясь: -- Малороссийский язык своею нежностью и приятною звучностью напоминает древнегреческий. Это польстило ей, и она стала рассказывать ему с чувством и убедительно, что в Гадячском уезде у нее есть хутор, а на хуторе живет мамочка, и там такие груши, такие дыни, такие кабаки! У хохлов тыквы называются кабаками, а кабаки шинками, и варят у них борщ с красненькими и с синенькими "такой вкусный! такой вкусный, что просто -- ужас!" Слушали мы, слушали, и вдруг всех нас осенила одна и та же мысль. -- А хорошо бы их поженить,-- тихо сказала мне директорша. Мы все почему-то вспомнили, что наш Беликов т женат, и нам теперь казалось странным, что мы до сих пор как-то не замечали, совершенно упускали из виду такую важную подробность в его жизни. Как вообще он относится к женщине, как он решает для себя этот насущный вопрос? Раньше это не интересовало нас вовсе; быть может, мы не допускали даже и мысли, что человек, который во всякую погоду ходит в калошах и спит под пологом, может любить. -- Ему давно уже за сорок, а ей тридцать...-- пояснила свою мысль директорша.--Мне кажется, она бы за него пошла. Чего только не делается у нас в провинции от скуки, сколько ненужного, вздорного! И это потому, что совсем нг делается то, что нужно. Ну, вот, к чему нам вдруг понадобилось женить этого Беликова, которого даже и вообразить нельзя было женатым? Директорша, инспекторша и все наши гимназические дамы ожили, даже похорошели, точно вдруг увидели цель жизни. Директорша берет в театре ложу, и смотрим -- в ее ложе сидит Варенька с этаким веером, сияющая, счастливая, и рядом с ней Беликов, маленький, скрюченный, точно его из дому клещами вытащили. Я даю вечеринку, и дамы требуют, чтобы я непременно пригласил и Беликова и Вареньку. Одним словом, заработала машина. Оказалось, что Варенька не прочь была замуж. Жить ей у брата было не очень-то весело, только и знали, 4-ю по целым дням спорили и ругались. Вот вам сцена: идет Коваленко по улице, высокий, здоровый верзила, в вышитой сорочке, чуб из-под фуражки падает на лоб; в одной руке пачка книг, в другой толстая суковатая палка. За ним идет сестра, тоже с книгами. -- Да ты же, Михайлик, этого не читал!--спорит она громко.-- Я же тебе говорю, клянусь, ты не читал же этого вовсе! -- А я тебе говорю, что читал! -- кричит Коваленко, гремя палкой по тротуару. -- Ах же, боже ж мой, Минчик! Чего же ты сердишься, ведь у нас же разговор принципиальный. -- А я тебе говорю, что я читал! -- кричит еще громче Коваленко. А дома, как кто посторонний, так и перепалка. Такая жизнь, вероятно, наскучила, хотелось своего угла, да и возраст принять во внимание; тут уж перебирать некогда, выйдешь за кого угодно, даже за учителя греческого языка. И то сказать, для большинства наших барышень за кого ни выйти, лишь бы выйти. Как бы ни было, Варенька стала оказывать нашему Беликову явную благосклонность. А Беликов? Он и к Коваленку ходил так же, как к нам. Придет к нему, сядет и молчит. Он молчит, а Варенька поет ему "Виют витры", или глядит на него задумчиво своими темными глазами, или вдруг зальется: -- Ха-ха-ха! В любовных делах, а особенно в женитьбе, внушение играет большую роль. Все -- и товарищи и дамы -- стали уверять Беликова, что он должен жениться, что ему ничего больше не остается в жизни, как жениться; все мы поздравляли его, говорили с важными лицами разные пошлости, вроде того-де, что брак есть шаг серьезный; к тому же Варенька была не дурна собой, интересна, она была до^ь статского советника и имела хутор, а главное, это была первая женщина, которая отнеслась к нему ласково, сердечно,-- голова у него закружилась, и он решил, что ему в самом деле нужно жениться. -- Вот тут бы и отобрать у него калоши и зонтик,-- проговорил Иван Иваныч. -- Представьте, это оказалось невозможным. Он поставил у себя на столе портрет Вареньки и все ходил ко мне и говорил о Вареньке, о семейной жизни, о том, что брак есть шаг серьезный, часто бывал у Коваленков, но образа жизни не изменил нисколько. Даже наоборот, решение жениться подействовало на него как-то болезненно, он похудел, побледнел и, казалось, еще глубже ушел в свой футляр. -- Варвара Саввишна мне нравится,-- говорил он мне со слабой кривой улыбочкой,-- и я знаю, жениться необходимо каждому человеку, но... все это, знаете ли, произошло как-то вдруг... Надо подумать. -- Что же тут думать? -- говорю ему.-- Женитесь, вот и все. -- Нет, женитьба -- шаг серьезный, надо сначала взвесить предстоящие обязанности, ответственность... чтобы потом чего не вышло. Это меня так беспокоит, я теперь все ночи не сплю. И, признаться, я боюсь: у нее с братом какой-то странный образ мыслей, рассуждают они как-то, знаете ли, странно, и характер очень бойкий. Женишься, а потом чего доброго попадешь в какую-нибудь историю. И он не делал предложения, все откладывал, к великой досаде директорши и всех наших дам; все взвешивал предстоящие обязанности и ответственность и между тем почти каждый день гулял с Варенькой, быть может думал, что это так нужно в его положении, и приходил ко мне, чтобы поговорить о семейной жизни. И, по всей вероятности, в конце концов он сделал бы предложение и совершился бы один из тех ненужных, глупых браков, каких у нас от скуки и от нечего делать совершаются тысячи, если бы вдруг не произошел kolossa-lische Scandal. Нужно сказать, что брат Вареньки, Коваленко, возненавидел Беликова с первого же дня знакомства и терпеть его не мог. -- Не понимаю,-- говорил он нам, пожимая плечами,-- не понимаю, как вы перевариваете этого фискала, эту мерзкую рожу. Эх, господа, как вы можете тут жить! Атмосфера у вас удушающая, поганая. Разве вы педагоги, учителя? Вы чинодралы, у вас не храм науки, а управа благочиния, и кислятиной воняет, как в полицейской будке. Нет, братцы, поживу с вами еще немного и уеду к себе на хутор, и буду там раков ловить и хохлят учить. Уеду, а вы оставайтесь тут со своим Иудой, нехай вин лопне. Или он хохотал, хохотал до слез то басом, то тонким писклявым голосом и спрашивал меня, разводя руками: -- Шо он у меня сидить? Шо ему надо? Сидить и смотрить. Он даже название дал Беликову "глитай абож паук". И, понятно, мы избегали говорить с ним о том, что сестра его Варенька собирается на "абож паука". И когда однажды директорша намекнула ему, что хорошо бы пристроить его сестру за такого солидного, всеми уважаемого человека, как Беликов, то он нахмурился и проворчал: ---- Не мое это дело. Пускай она выходит хоть за гадюку, а я не люблю в чужие дела мешаться. Теперь слушайте, что дальше. Какой-то проказник нарисовал карикатуру: идет Беликов в калошах, в подсученных брюках, под зонтом, и с ним под руку Варенька; внизу подпись: "Влюбленный антропос". Выражение схвачено, понимаете ли, удивительно. Художник, должно быть, проработал не одну ночь, так как все учителя мужской и женской гимназий, учителя семинарии, чиновники -- все получили по экземпляру. Получил и Беликов. Карикатура произвела на него самое тяжелое впечатление. Выходим мы вместе из дому,-- это было как раз первое мая, воскресенье, и мы все, учителя и гимназиcты, условились сойтись у гимназии и потом вместе идти пешком за город в рощу,-- выходим мы, а он зеленый, мрачнее тучи. -- Какие есть нехорошие, злые люди! -- проговорил он, и губы у него задрожали. Мне даже жалко его стало. Идем и вдруг, можете себе представить, катит на велосипеде Коваленко, а за ним Варенька, тоже на велосипеде, красная, заморенная, но веселая, радостная. -- А мы,-- кричит она,-- вперед едем! Уже ж такая хорошая погода, такая хорошая, что просто ужас! И скрылись оба. Мой Беликов из зеленого стал белым и точно оцепенел. Остановился и смотрит на меня... -- Позвольте, что же это такое? -- спросил он.-- Или, быть может, меня обманывает зрение? Разве преподавателям гимназии и женщинам прилично ездить на велосипеде? -- Что же тут неприличного? -- сказал я.-- И пусть катаются себе на здоровье. -- Да как же можно? -- крикнул он, изумляясь моему спокойствию.-- Что вы говорите?! И он был так поражен, что не захотел идти дальше и вернулся домой. На другой день он все время нервно потирал руки и вздрагивал, и было видно по лицу, что ему нехорошо. И с занятий ушел, что случилось с ним первый раз в жизни. И не обедал. А под вечер оделся потеплее, хотя да дворе стояла совсем летняя погода, и поплелся к Коваленкам. Вареньки не было дома, застал он только брата. -- Садитесь, покорнейше прошу,-- проговорил Коваленко холодно и нахмурил брови; лицо у него было заспанное, он только что отдыхал после обеда и был сильно не в духе. Беликов посидел молча минут десять и начал: -- Я к вам пришел, чтоб облегчить душу. Мне очень, очень тяжело. Какой-то пасквилянт нарисовал в смешном виде меня и еще одну особу, нам обоим близкую. Считаю долгом уверить вас, что я тут ни при чем... Я не подавал никакого повода к такой насмешке,-- напротив же, все время вел себя как вполне порядочный человек. Коваленко сидел, надувшись, и молчал. Беликов подождал немного и продолжал тихо, печальным голосом: -- И еще я имею кое-что сказать вам. Я давно служу, вы же только еще начинаете службу, и я считаю долгом, как старший товарищ, предостеречь вас. Вы катаетесь на велосипеде, а эта забава совершенно неприлична для воспитателя юношества. -- Почему же? -- спросил Коваленко басом. -- Да разве тут надо еще объяснять, Михаил Саввич, разве это не понято? Если учитель едет на велосипеде, то что же остается ученикам? Им остается только ходить на головах! И раз это не разрешено циркулярно, то и нельзя. Я вчера ужаснулся! Когда я увидел вашу сестрицу, то у меня помутилось в глазах. Женщина или девушка на велосипеде -- это ужасно! -- Что же собственно вам угодно? -- Мне угодно только одно -- предостеречь вас, Михаил Саввич. Вы -- человек молодой, у вас впереди будущее, надо вести себя очень, очень осторожно, вы же так манкируете, ох, как манкируете! Вы ходите в вышитой сорочке, постоянно на улице с какими-то книгами, а теперь вот еще велосипед. О том, что вы и ваша сестрица катаетесь на велосипеде, узнает директор, потом дойдет до попечителя... Что же хорошего? -- Что я и сестра катаемся на велосипеде, никому нет до этого дела! -- сказал Коваленко и побагровел.-- А кто будет вмешиваться в мои домашние и семейные дела, того я пошлю к чертям собачьим. Беликов побледнел и встал. -- Если вы говорите со мной таким тоном, то я не могу продолжать,-- сказал он.-- И прошу вас никогда так не выражаться в моем присутствии о начальниках. Вы должны с уважением относиться к властям. -- А разве я говорил что дурное про властей? -- спросил Коваленко, глядя на него со злобой.-- Пожалуйста, оставьте меня в покое. Я честный человек и с таким господином, как вы, не желаю разговаривать. Я не люблю фискалов. Беликов нервно засуетился и стал одеваться быстро. с выражением ужаса на лице. Ведь это первый раз в жизни он слышал такие грубости. -- Можете говорить, что вам угодно,-- сказал он, выходя из передней на площадку лестницы.-- Я должен только предупредить вас: быть может, нас слышал кто-нибудь, и чтобы не перетолковали нашего разговора и чего-нибудь не вышло, я должен буду доложить господину директору содержание нашего разговора... в главных чертах. Я обязан это сделать. -- Доложить? Ступай докладывай! Коваленко схватил его сзади за воротник и пихнул, и Беликов покатился вниз по лестнице, гремя своими калошами. Лестница была высокая, крутая, но он докатился донизу благополучно, встал и потрогал себя за нос: целы ли очки? Но как раз в то время, когда он катился по лестнице, вошла Варенька и с нею две дамы; они стояли внизу и глядели -- и для Беликова это было ужаснее всего. Лучше бы, кажется, сломать себе шею, обе ноги, чем стать посмешищем: ведь теперь узнает весь город, дойдет до директора, попечителя,-- ах, как бы чего не вышло! -- нарисуют новую карикатуру, и кончится все это тем, что прикажут подать в отставку... Когда он поднялся, Варенька узнала его и, глядя на его смешное лицо, помятое пальто, калоши, не понимая, в чем дело, полагая, что это он упал сам нечаянно, не удержалась и захохотала на весь дом: -- Ха-ха-ха! И этим раскатистым, заливчатым "ха-ха-ха" завершилось все: и сватовство и земное существование Беликова. Уже он не слышал, что говорила Варенька, и ничего не видел. Вернувшись к себе домой, он прежде всего убрал со стола портрет, а потом лег и уже больше не вставал. Дня через три пришел ко мне Афанасий и спросил, не надо ли послать за доктором, так как-де с барином что-то делается. Я пошел к Беликову. Он лежал под пологом, укрытый одеялом, и молчал; спросишь его, а он только да или нет -- и больше ни звука. Он лежит, а возле бродит Афанасий, мрачный, нахмуренный, и вздыхает глубоко; а от него водкой, как из кабака. Через месяц Беликов умер. Хоронили мы его все, то есть обе гимназии и семинария. Теперь, когда он лежал в гробу, выражение у него было кроткое, приятное, даже веселое, точно он был рад, что, наконец, его положили в футляр, из которого он уже никогда не выйдет. Да, он достиг своего идеала! И как бы в честь его, во время похорон была пасмурная, дождливая погода, и все мы были в калошах и с зонтами. Варенька тоже была на похоронах и, когда гроб опускали в могилу, всплакнула. Я заметил, что хохлушки только плачут или хохочут, среднего же настроения у них не бывает. Признаюсь, хоронить таких людей, как Беликов, это большое удовольствие. Когда мы возвращались с кладбища, то у нас были скромные, постные физиономии; никому не хотелось обнаружить этого чувства удовольствия,-- чувства, похожего на то, какое мы испытывали давно-давно, еще в детстве, когда старшие уезжали из дому, и мы бегали по саду час-другой, наслаждаясь полною свободой. Ах, свобода, свобода! Даже намек, даже слабая надежда на ее возможность дает душе крылья, не правда ли? Вернулись мы с кладбища в добром расположении. Но прошло не больше недели, и жизнь потекла по-прежнему, такая же суровая, утомительная, бестолковая, жизнь, не запрещенная циркулярно, но и не разрешенная вполне; не стало лучше. И в самом деле, Беликова похоронили, а сколько еще таких человеков в футляре осталось, сколько их еще будет! -- То-то вот оно и есть,--сказал Иван Иваныч и закурил трубку. -- Сколько их еще будет! -- повторил Буркин. Учитель гимназии вышел из сарая. Это был человек небольшого роста, толстый, совершенно лысый, с черной бородой чуть не по пояс; и с ним вышли две собаки. -- Луна-то, луна! -- сказал он, глядя вверх. Была уже полночь. Направо видно было все село, длинная улица тянулась далеко, верст на пять. Все было погружено в тихий, глубокий сон; ни движения, ни звука, даже не верится, что в природе может быть так тихо. Когда в лунную ночь видишь широкую сельскую улицу с ее избами, стогами, уснувшими ивами, то н? душе становится тихо; в этом своем покое, укрывшись в ночных тенях от трудов, забот и горя, она кротка, печальна, прекрасна, и кажется, что и звезды смотря г на нее ласково и с умилением и что зла уже нет на земле и все благополучно. Налево с края села начиналось поле; оно было видно далеко, до горизонта, и во всю ширь этого поля, залитого лунным светом, тоже ни движения, ни звука. -- То-то вот оно и есть,-- повторил Иван Иваныч.-- А разве то, что мы живем в городе в духоте, в тесноте, пишем ненужные бумаги, играем в винт -- разве это не футляр? А то, что мы проводим всю жизнь среди бездельников, сутяг, глупых, праздных женщин, говорим и слушаем разный вздор -- разве это не футляр? Вот, если желаете, то я расскажу вам одну очень поучительную историю. -- Нет, уж пора спать,-- сказал Буркин.-- До завтра. Оба пошли в сарай и легли на сене. И уже оба укрылись и задремали, как вдруг послышались легкие шаги: туп, туп... Кто-то ходил недалеко от сарая; пройдет немного и остановится, а через минуту опять: туп, туп... Собаки заворчали. -- Эго Мавра ходит,--сказал Буркин. Шаги затихли. -- Видеть и слышать, как лгут,-- проговорил Иван Иваныч, поворачиваясь на другой бок,-- и тебя же называют дураком за то, что ты терпишь эту ложь; сносить обиды, унижения, не сметь открыто заявить, что ты на стороне честных, свободных людей, и самому лгать, улыбаться, и все это из-за куска хлеба, из-за теплого угла, из-за какого-нибудь чинишка, которому грош цена,-- нет, больше жить так невозможно! -- Ну, уж это вы из другой оперы, Иван Иваныч,-- сказал учитель.-- Давайте спать. И минут через десять Буркин уже спал. А Иван Иваныч все ворочался с боку на бок и вздыхал, а потом встал, опять вышел наружу и, севши у дверей, закурил трубочку.
Антон Чехов
ЧЕЛОВЕК В ФУТЛЯРЕ
No hay comentarios:
Publicar un comentario