POETA-ABUELO. Juan Gelman sostiene la fotografía de su hijo y su nuera, asesinados por la dictadura argentina. La búsqueda de la hija de ambos ha sido el motor de su vida. Foto de SERGIO DORANTES |
Juan Gelman
La lucha contra la impunidad
Recuperamos una entrevista del año 2000 con el poeta.
Su vida y su obra han estado guiadas por un único motor: conocer el destino de su hijo y de su nuera, detenidos y asesinados por la dictadura argentina, y encontrar a su nieta, entregada a otra familia nada más nacer
El poeta argentino Juan Gelman sintió el peso del vacío durante los 23 años que tardó en encontrar a su nieta nacida en cautiverio. Los padres de María Macarena fueron asesinados durante la dictadura militar argentina (1976-1983), mientras estaba en plena vigencia el Plan Cóndor, una multinacional del terror que estableció cadalsos y robó niños en Buenos Aires, Montevideo, Santiago o Asunción. “Me movió un deber de lealtad con mi hijo. El único legado que me dejó fue encontrar al suyo y permitirle conocer su historia. Fue el motor que me tuvo siempre en movimiento”.
Juan Gelman, de 70 años, es parco, tiene la mirada triste y la voz apagada, y una densidad poética que dialoga con la mística española, la hebrea, la bíblica y la sefardí, y con la poesía norteamericana, latinoamericana y la cultura popular.
En 1995, todavía a ciegas, escribió una carta abierta a su nieto o nieta. “Tal vez tengas los ojos verdegrises de mi hijo o los ojos color castaño de su mujer, que poseían un brillo muy especial y tierno y pícaro”, escribió en 1995. “Quién sabe cómo serás si sos varón. Quién sabe cómo serás si sos mujer. A lo mejor podés salir de ese misterio para entrar en otro: el del encuentro con un abuelo que te espera”.
El trance padecido por Gelman, ganador de la última edición del prestigioso Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo 2000, duró más de dos decenios, y le condujo a admirar al autor de Pedro Páramo porque, como él, también sabía hablar con los muertos. Poeta a los 11 años, miembro del Partido Comunista de Argentina y encuadrado en el peronismo guerrillero, en los Montoneros, después de una ruptura con el partido, sufrió lacerantes crisis personales e ideológicas, reflexionó críticamente sobre las utopías latinoamericanas y desde hace decenios sueña por libre. “Pero nunca he renunciado a un mundo más justo”.
La entrevista se realiza en su casa de La Condesa, en la capital de México, que le acogió en las postrimerías de una vida errante y un desconsuelo que combatió con el verso y la memoria. Sobre la mesa, media docena de libros de poesía, de filosofía o de psicología, rescatados algunos del olvido en las librerías de viejo.
Hablamos poco de poesía porque la correlación de fuerzas es desigual y porque él sabe que en estos momentos interesa más la peripecia del abuelo, su nueva incursión por las vilezas de unas dictaduras todavía impunes. Un trabajo de investigación en el que, según destaca el poeta, la ayuda de su segunda esposa, Mara Lamadrid, fue fundamental.
¿Se sintió desfallecer en algún momento de la búsqueda?
¿Desfallecer me pregunta usted? No, nunca. ¿Conciencia de que a lo mejor nunca le íbamos a encontrar? Sí. Esa conciencia, sí.
Hubo varias circunstancias. Primero sólo pude volver a Argentina a partir del año 1988 porque pesaba sobre mí una orden de captura. Desde el exterior era muy difícil investigar, y además llegaban noticias contradictorias. Una versión que me llegó era que no sólo habían matado a mi nuera, sino también a su bebé, que habría sido un varón. Recibíamos noticias y pistas diferentes, pero muchas de ellas llegaban al siguiente punto: existía una probabilidad mayor o menor de que determinada persona fuera mi nieto o mi nieta, pero no había certeza, y ni mi mujer ni yo queríamos perturbar a un joven o a una joven plantándonos directamente frente a él o ella.
El único legado que me dejó mi hijo fue encontrar al suyo y permitirle conocer su historia. Ése fue mi motor
En esta situación se encuentran muchos jóvenes latinoamericanos que aún no saben realmente quiénes son. Tampoco la nieta de Gelman sabía quién era. Las subversivas de aspecto saludable parían en cautividad, y las desechadas perecían en aguas del río de la Plata, o del Atlántico, o en las propias mazmorras. Ajenas a la desesperación y las súplicas de las madres, los niños eran entregados a matrimonios sin hijos afectos a la dictadura que figuraban en listas de espera. Nada se podía esperar de verdugos capaces de torturar desnuda a una adolescente, llevarla después al cine e invitarla a un helado como a una novia, y, quebrada, conducirla a la cama. Y después, de nuevo al potro para seguir atormentándola personalmente. Apenas hay testigos de aquellas canalladas porque el miedo o la culpa silenciaba a los matarifes, y también a las familias de adopción.
No desde la divagación o el extravío. sino desde sus obsesiones, desde su aproximación a la muerte, el otoño, la niñez, la mujer o la revolución, Gelman habló con sus muertos: con su hijo Marcelo, periodista, martirizado a los 20 años; con su nuera, María Claudia, despojada a los 19; imaginó al nieto o nieta, y estableció comunicación con los amigos ausentes, con Rodolfo Walsh, Haroldo Conti, Paco Urondo o Miguel Ángel Bustos, escritores ejecutados por un terrorismo de Estado sin entrañas ni alma.
"Te mataré con mi hijo en la mano,
y con el hijo de mi hijomuertito,voy a venir con diana y te mataré,voy a venir con jote y te mataré,te voy a matar / derrota,nunca me faltará un rostro amadopara matarte otra vez".
y con el hijo de mi hijomuertito,voy a venir con diana y te mataré,voy a venir con jote y te mataré,te voy a matar / derrota,nunca me faltará un rostro amadopara matarte otra vez".
¿Fueron los militares a por Marcelo y María Claudia para vengarse de usted, de su antigua militancia en los Montoneros?
La investigación no permitió averiguar por qué. Había una junta coordinadora revolucionaria del movimiento guerrillero del sur. El Plan Cóndor estaba, en primer lugar, dirigido a desmantelar esta junta. Fueron a buscar a un miembro del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) que tenía mucho que ver con esa junta. No le encontraron y se llevaron al hermano, un hermano menor.
Mi hijo había participado en actividades estudiantiles, en grupos de izquierdas muy críticos, de los que se había alejado. En ese momento no estaba en ninguno; su mujer, mi nuera, muchísimo menos. Él sobre todo estaba esperando a su hijo, estaba muy ilusionado. Pero a partir de la captura de ese hermano menor, todo un grupo que mi hijo conocía, que eran amigos y habían estado juntos en algún lugar, fue cayendo. Cayó toda una serie de jóvenes, ésa fue la razón. Ellos no tenían ni idea.
Juan Gelman indagó a fondo. Preguntó, escuchó, viajó, hiló cabos y encontró a María Macarena, el pasado mes de marzo, en el seno de una familia uruguaya, “de una familia que la quiere y a la que ella quiere”. El abuelo le contó todo, toda la verdad a través de citas preparadas con suma delicadeza para evitar que las revelaciones fueran traumáticas. “El encuentro fue muy conmovedor, como usted se podrá imaginar. Ella quiso conocer su historia”.
El diario uruguayo La República colaboró activamente en las investigaciones; en la identificación de los policías, militares y civiles implicados en el secuestro de Marcelo y María Claudia, y en el nacimiento de María Macarena. Los datos fueron corroborados por el presidente Jorge Battlle, probablemente a través del jefe de la Casa Militar, el general González. Gelman no luchó en solitario: recibió la solidaridad de 10 premios Nobel; de escritores, artistas e intelectuales, y de miles de ciudadanos de a pie, de las gentes anónimas que le entregaron un informe militar secreto de 1977 con datos fundamentales sobre el calvario de María Claudia García Iruretagoyena, argentina de padre español, y de Marcelo, cuyos restos aparecieron en 1989, en un barril varado en el río San Fernando, con un tiro en la nuca.
Pese a su pensamiento de izquierda y a su compromiso militante durante décadas, el grueso de la obra de Gelman no es política o social porque el autor matrimonió únicamente con la poesía, con sus obsesiones de duelo y exilio fundamentalmente. No en vano tuvo que huir de Argentina en 1975, perseguido por la Triple A durante el Gobierno de María Estela Martínez de Perón y por el golpe castrense que la defenestró un daño después. Abandonó el país atormentado por la suerte de su hijo y su nuera, embarazada; deambuló por La Habana, Roma y Madrid, y definitivamente varó en México.
El padre de Gelman era un obrero ferroviario que huyó de la Rusia zarista en 1905 hacia Argentina y volvió a su país natal al triunfar la revolución de 1917. Decepcionado por la deriva del régimen soviético, y alertado por el destierro de León Trotski, regresó a Argentina. Su madre, hija de un rabino, fue juez de paz en Odesa, y siempre se preguntó si su hijo podría ganarse la vida escribiendo versos. Gelman se ganó la vida como pudo, subordinándolo todo a sus propias convicciones e ideales. Ha publicado más de 30 libros, ha sido traducido a 10 idiomas y hoy es uno de los principales poetas vivos de las letras españolas, de los que él admira a San Juan de la Cruz.
Y mientras el abuelo versificaba desde la amargura, o desde el humor cuando la poesía lo impuso, su nieta vivía en Montevideo ignorando sus orígenes, ajena a la odisea del padre de otro padre, el suyo, que nunca conoció.
Nacido en el porteño barrio de Villa Crespo, contertulio en ateneos y cafés literarios, el abuelo de María Macarena cursó estudios universitarios de químicas, condujo camiones y vendió cosas antes de descubrir otra de sus pasiones: el periodismo. Su primera esposa fue Bertha Shubaroff, la madre de Marcelo. Gelman compaginó sus investigaciones con la publicación semanal de una columna en el diario porteño Página 12, una tribuna desde la que denunció las salvajadas castrenses (el robo de niños, la más infame).
“La ferocidad de la dictadura argentina dejó un depósito de mierda, un depósito sobre el que se depositó la capa de plomo de la impunidad en una sociedad que no castiga a sus asesinos, que se pasean tranquilamente por las calles”. Entre 9.000 y 30.000 personas desaparecieron en los negros años de las Juntas Militares, chupados muchos por el Plan Cóndor, la alianza forjada por los genocidas uniformados para detener, torturar, matar o intercambiar prisioneros.
Marcelo y María Claudia fueron dos de sus víctimas; su nieta, otra, y Juan Gelman, una cuarta. Respetando la voluntad de la familia, nada se ha publicado sobre los apellidos actuales de María Macarena, sobre las circunstancias de una joven que hace 23 años fue entregada en un canasto a un matrimonio uruguayo, y que ha querido conocer su historia.
Su historia se remonta al 24 de agosto de 1976, día en que uno de los tenebrosos grupos de tareas de la dictadura argentina secuestra a sus padres en Buenos Aires. Marcelo fue torturado en el campo de concentración Automotores Orletti -denominado “el jardín” en la jerga militar- y después rematado a tiros. Aquella cárcel concentró a los detenidos-desaparecidos en el marco del Plan Cóndor. Militares chilenos, paraguayos o uruguayos llegaban a sus mazmorras en comisión de servicios, y procedían a la picana o a los traslados por razones diversas. Marcelo fue el único de los 93 periodistas desaparecidos cuyo cuerpo pudo ser encontrado e identificado.
María Claudia fue trasladada desde Buenos Aires hasta Montevideo, estuvo detenida y la mantuvieron con vida hasta que dio a luz una niña en el hospital militar de la capital uruguaya, a finales de 1976. Un soldado dijo haberla visto antes y después del parto, escoltada por dos militares, llevando un canasto, “el mismo canasto en el que María Macarena fue depositada en el umbral de la casa de sus padres de crianza, arrebatada de los brazos de la madre”.
Durante su exilio en Roma, Gelman supo del nacimiento por un sacerdote del Vaticano y su escueto mensaje en inglés, sin precisar el sexo de la criatura: “A child was born” (un niño nació). El año pasado, gracias al informe castrense recibido anónimamente, denunció al entonces jefe del Estado Mayor del II Cuerpo de Ejército de Argentina, general Eduardo Cabanillas, como segundo en la cadena de mando de Automotores Orletti. Descubierto, y declarándose ajeno a las salvajadas cometidas en el centro bajo sus órdenes, se vio obligado a renunciar.
¿Qué criterio presidió la investigación?
El rastreo del destino de mi nuera, María Claudia. Recibimos información acerca de la presencia de una embarazada en un centro clandestino de detención de mujeres de Montevideo. Pero nos hacíamos la siguiente pregunta: ¿qué haría mi nuera, argentina, en Montevideo? Pero existía el Plan Cóndor.
¿En qué momento se encontraban cuando arreció la campaña de solidaridad?
Cuando empezó esa suerte de campaña de peticiones al presidente Julio María Sanguinetti habíamos llegado solamente al momento en que mi nuera y su beba -sabemos ahora, por aquel entonces no sabíamos ni el sexo- habían sido sacadas del centro de detención clandestino uruguayo. Esa campaña provocó algo que nosotros pensábamos que podía ocurrir; es decir, que, más que despertar la voluntad política del señor presidente Sanguinetti, que no tuvo ninguna y que no vaciló en mentir, movilizó a gente de la sociedad civil, a vecinos. Eso fue lo que ocurrió.
¿Cómo fue su encuentro con María Macarena?
Muy conmovedor, como usted se podrá imaginar. Y también muy cuidadoso. El padre de crianza falleció. Cuando llegamos a la certeza de que era ella, nombramos un mediador, una figura muy importante en Uruguay, que habló con la madre de crianza, y debo decir que la madre allanó el camino porque esta chica fue anotada como propia e ignoraba quiénes eran sus padres reales, que el padre que la concibió fue asesinado antes de que ella naciera, y que la madre que la tuvo, también. Su madre de crianza, y eso sería después de hablar con el mediador, se lo dijo, le dijo que ella no era hija de ellos. La muchacha reaccionó con verdadera entereza, quiso saber, habló con el mediador, quiso conocer la historia. Aceptó vernos. Nosotros entonces viajamos a Uruguay cuando las conversaciones entre ella y el mediador maduraron. Llegamos y la vimos. La madre de crianza no puso obstáculos, y esto hay que destacarlo porque ha habido reacciones de otra naturaleza; bien podría haber dicho, como otras: no, qué tengo que ver en esa historia, nada que ver, no es cierto.
¿No trató de confundirla?
Absolutamente, no. Y creo que ése fue un gesto de amor de la madre de crianza que nosotros apreciamos mucho, porque imagínese lo que significa que esta historia le caiga encima a una joven de 23 años. Pero es notable el valor y la entereza con que ella la está enfrentando. Quiso conocer la historia, estuvo acá en casa, en México, un mes de vacaciones. Todo fue con mucho cuidado. Pero fíjese qué curioso: estábamos el mediador, ella, mi esposa y yo, y cuando terminó la reunión, hablando mi mujer y yo, ella vio en la nieta el rostro de mi hijo, los rasgos de mi hijo, y yo en ella vi rasgos de mi nuera. Fíjese el tema de la mirada masculina que encuentra lo femenino y la mirada femenina que encuentra lo masculino.
¿Ella sintió que usted era su abuelo?
Me lo dijo después de varios encuentros. Ella había sentido que sí, que yo era su abuelo. No había ninguna prueba científica entonces. Sintió eso, y yo también, y sobre todo por un elemento esencial: porque a los dos nos gustan los gastos. Pero hablando en serio, pidió que se hicieran análisis genéticos. Y se hicieron. El análisis que se hizo en Uruguay, que se concretó en París con las técnicas más modernas, es el primer caso en que se aplican tantos marcadores genéticos. Arrojó una compatibilidad del 99,999998%, de modo que no queda ninguna duda de que es mi nieta, de modo que todas las investigaciones y reconstrucciones que hicimos fueron fundadas. Pero yo no creo que haya terminado con la lealtad hacia mi hijo, aparte claro de su memoria, hasta que no encuentre los restos de mi nuera, y en eso estamos.
¿Cuándo habrá que esperarse hasta que María Maracena se presente públicamente como la nieta de Juan Gelman?
Hasta que ella lo decida, hasta que ella lo decida.
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