lunes, 22 de noviembre de 2010

Thomas Lynch / De poetas y tumbas

De poetas y tumbas

Thomas Lynch
DE POETAS Y TUMBAS
Por Adriana de la Espriella

El Malpensante N° 54

Mayo - Junio de 2004

Thomas Lynch es un escritor muy poco convencional. Sus días no sólo transcurren entre libros y manuscritos, como supone uno que transcurren los días de los escritores, sino también entre ataúdes y muertos. Desde hace cerca de treinta años, Lynch es director de la funeraria de Milford, una pequeña ciudad del estado de Michigan al nordeste de Estados Unidos. El oficio lo aprendió desde niño, al lado de su padre. Cada vez que se muere una persona en Milford, Lynch se encarga de recoger el cuerpo, de embalsamarlo, de organizar los detalles de la velación, de la ceremonia, de ordenar las flores, los obituarios y de llevar al muerto hasta la tumba, el crematorio o el sepulcro que hayan escogido para él los dolientes de turno. A diferencia de la mayoría de los mortales, Lynch tiene trato diario y directo con los muertos y con los vivos que los lloran. Los demás nos enfrentamos a la idea de la muerte y al hecho real y doloroso del cuerpo sin vida de una persona querida sólo unas cuantas veces en la vida, no todos los días.
Como escritor, Lynch comenzó siendo poeta. Tiene en su haber tres colecciones de poesía (Skating with Hea-ther Grace, Grimalkin & Other Poems Still Life in Milford). El enterrador es su primer libro de ensayos; apareció en Estados Unidos en 1997 y obtuvo un éxito inmediato entre la crítica y los lectores. Fue galardonado con el American Book Award y fue finalista del National Book Award.
Para Lynch, el trabajo en la funeraria y el trabajo de escritor están íntimamente ligados. Como la pregunta sobre esta peculiar combinación de profesiones es inevitable, siempre responde que ambas cosas, la poesía y los funerales, tratan de lo mismo: de buscar palabras para lo inefable, para todo lo que necesitamos investir de sentido. El ejercicio cotidiano del oficio funerario es precisamente el hilo conductor de estos ensayos que hablan, naturalmente, de la muerte, de lo que significa como momento crucial de la vida, de lo que hacemos con los muertos y del sentido que ello tiene para los vivos, del amor y de la muerte del amor, del dolor, de las implicaciones éticas de las decisiones sobre el comienzo y el final de la vida, y de lo más esencial de la humanidad: la conciencia de nuestra mortalidad.
La escritura de Lynch es directa, sin concesiones ni sentimentalismos, lúcida y aguda, a veces melancólica, a veces perturbadora, atravesada por ese sentido del humor negro y certero que heredó de sus ancestros irlandeses y que produce risa y dolor. Los ensayos de Lynch producen el vértigo de verse empujado a mirar a la cara lo que es más real, nos obligan a pensar, a detenernos y a volver a empezar.
Por supuesto que Lynch no descubrió el tema de la muerte que, como dice la sabiduría popular y lo demuestra la inapelable realidad, es la única certeza de la vida. Pero su forma de hablar de ella es tan original que nos devuelve el asombro que producen las cosas que se miran por primera vez. Y la respuesta de la gente ha sido contundente. Antes de la publicación de los ensayos de El enterrador, por ejemplo, era impensable hacer una serie de televisión como Six Feet Under, inspirada precisamente en el libro y en la vida de Lynch. En la serie, cuyo eje temático es el trabajo en una funeraria, ca-da capítulo comienza con lo que rara vez pasaba antes en las series de televisión: muere un personaje. El enterrador conjuró el miedo y el pudor de hablar de la muerte con naturalidad, de nombrar todo aquello que por ser tan dolo-rosamente real, a veces preferimos ocultar.
Desde la perspectiva sobre la vida que puede dar el ejercicio cotidiano de embalsamar y enterrar, de oficiar el ritual de la despedida final, los ensayos abordan las grandes preguntas existenciales de la humanidad. Pero no se trata de elucubraciones abstractas o teóricas; son relatos de la vida cotidiana, historias de personas comunes y corrientes que se enamoran y se desenamoran, se enferman o temen enfermarse, sufren accidentes y violencias y se mueren, muy pronto o no tan pronto, pero invariablemente se mueren como parece que nos va a ocurrir a todos.
Con ocasión de la publicación en español de El enterrador, Thomas Lynch respondió unas preguntas para El Malpensante.

El estilo de los ensayos de El enterrador es muy original. ¿Tenía autores o libros específicos en mente cuando comenzó a escribir?

Después de la publicación de mi primer libro de poemas, mi editor en ese momento, Gordon Lish, me pidió “algo en prosa” para una revista literaria. Cuando le pregunté qué quería exactamente, me dijo: “Simplemente cuéntenos lo que usted hace”. “El oficio fúnebre”, el primer ensayo del libro, es el texto que escribí entonces. Unos años más tarde, John Lanchester, que era editor del London Review of Books, me preguntó si escribiría otros textos como ése, y así fue como comencé a trabajar en ellos. Después, Robin Robert­son, mi editor de poesía en Jonathan Cape, sugirió reunirlos en un libro. De manera que la idea del libro surgió porque hice lo que me pidieron. Y, por supuesto, también tenía la sensación de haberle prometido un libro como éste a mi padre. Me alegró cumplir esa promesa aunque pasaron cinco años después de su muerte.
En cuanto a influencias, uno de mis autores favoritos es el periodista estadounidense H. L. Mencken, así como el periodista irlandés Flann O’Brien. Los ensayos de Montaigne son maravillosos, como lo es su idea de que el ensayo es, en realidad, un esfuerzo, un intento, una prueba, una búsqueda. Me atrae la noción de que la propia forma del ensayo permite que el escritor hurgue en el lenguaje en busca de ideas que “suenen verdaderas”. El hecho de que el lenguaje pueda sostener grandes saltos entre conceptos e ideas dentro de un mismo ensayo es algo que también me atrae.
En términos de estructura, mi sensación es que la prosa se mide en frases y párrafos, así como la poesía se mide en versos y estrofas. En ambos casos es útil tener sentido para las sílabas y oído para la acústica de las palabras.

Es inevitable que se lo pregunte: ¿Cómo escogió las profesiones de enterrador y escritor?

Admiraba a mi padre y el papel que desempeñaba ayudando a la gente en momentos difíciles. Trabajar a su lado me enseñó muchas cosas y me hizo pensar que un trabajo entre personas en circunstancias extremas podría tener mucho sentido y ser instructivo. También me permitía tener tiempo suficiente para reflexionar sobre la naturaleza de las cosas.
Siempre he escrito. (No juego golf). Es una extensión de la lectura. Es como entrar a participar en la conversación. En 1980 comencé a escribir poemas para publicar. El poeta Michael Heffernan, un amigo y antiguo profesor, publicó su primera colección en 1979. Cuando tuve su libro entre las manos, tuve la sensación de que su trabajo, de cuyo proceso fui testigo, lo sobreviviría. Ese libro iba a permanecer en los estantes de la biblioteca, vivo, después de que él muriera. Y yo realmente quería dejarles algo a mis hijos para que supieran lo que pienso cuando me han visto la mirada distante y para afirmarles que tener ese tipo de inquietudes y de “preguntas abrumadoras” hace parte de la vida.
El hecho de que mis primeros trabajos fueran publicados fue un estímulo mucho mayor del que necesitaba y tener buenos editores me ha ayudado inmensamente.

¿Cómo fue el proceso de escoger el título del libro? La traducción al español es más bien libre porque no existe un equivalente exacto de Undertaking. Y después de leer el libro, uno se pregunta por qué califica los funerales de oficio tétrico o sombrío, según están descritos en el subtítulo en inglés (The Undertaking. Life Studies from the Dismal Trade).

Sí, undertaking es realmente un gerundio difícil de descifrar. Por un lado, tiene que ver con un sentido de deber y de detalle; por otro, con un sentido general de empresa; y por otro, con la noción de compromiso o promesa. Todos estos elementos se combinan haciendo eco a los títulos de los oficios ingleses victorianos —que eran particularmente vagos— como solicitor [abogado con funciones públicas] o chemist [farmacéutico] o victualler [persona con licencia para vender bebidas alcohólicas]. Los italianos lo llamaban creo queum becchino, palabra que evoca la imagen de un pájaro negro picoteando el cadáver, muy cercana a la imagen del hombre vestido de negro que era llamado para recoger el cuerpo.
Dismal trade es un tropo tomado ¿tal vez de Dickens? En todo caso, de ese siglo. Pero lo que tenía en mente cuando puse el subtítulo era el significado más antiguo de la palabra dismal, derivado de su raíz latinadies mali para “día malo” o “día oscuro”. Life Studies es el título de uno de los libros de Robert Lowell, también se refiere a especies de bosquejos anatómicos artísticos y me pareció que describía lo que traté de hacer con palabras. No me detuve mucho en eso. Todos los días salgo a caminar, y hacia el final de uno de esos paseos, el título me llegó a la mente.

Los epígrafes que dan inicio al libro provienen de una combinación muy sorprendente de autores: versos de dos poetas norteamericanos contemporáneos, Donald Hall y Jane Kenyon, una frase de Virgilio y una de Kurt Cobain. ¿Cómo hizo esta escogencia?

Conocí a Don Hall hace varios años, cuando él era profesor en la Universidad de Michigan, donde conoció y se enamoró de Jane Kenyon. El poema del que tomé el epígrafe se refiere en realidad a la muerte de su anciana madre. Esa tristeza fue una especie de ensayo del profundo dolor que significaría para él la muerte de Jane. Su libroWithout, y especialmente el poema que lleva ese nombre, siempre me ha parecido uno de los pocos libros centrados en el dolor de un hombre. Cuando uno lo lee junto con “Otherwise”, el poema de Jane, queda muy impresionado por el poder de la palabra y del lenguaje, incluso sobre ese tipo de tristezas. El año pasado estuve con Donald Hall en una conferencia aquí en Michigan. Está muy bien, Dios lo bendiga. Es muy bueno estar vivo mientras él está escribriendo poemas.
A mi hijo Sean le gustaba mucho Kurt Cobain. Pero las drogas y el alcohol terminaron con su vida. Cantar, como él: “Juro que no tengo una pistola” y después volarse la cabeza es, tristemente, la naturaleza de la adicción. Eso no me parece romántico, es sencillamente muy triste. Y Virgilio es, bueno, Virgilio. Siempre me ha gustado esa frase sobre “las lágrimas de las cosas”, lacrimæ rerum.

El lenguaje de sus ensayos está muy distante del tono que prevalece en la mayor parte de la literatura sobre la muerte, bien sea de orientación religiosa, espiritual o la de los libros llamados de autoayuda. ¿Cómo ha sido recibido por los lectores?

Existe la tendencia a hablar de la muerte bien sea en términos puramente científicos o recurriendo a consuelos sentimentales; es decir, a asumir que se trata de un evento exclusivamente biológico o exclusivamente psicológico. Lo primero es demasiado clínico y lo segundo demasiado melo-so. Los clérigos tienden a tratar la muerte como un evento sólo o totalmente religioso, y tristemente, algunas personas del negocio de las funerarias lo tratan como una venta más. La verdad es que la muerte es eso y mucho más: es un evento existencial que desafía todos los aspectos de nuestra humanidad. Yo aprendí a ver la muerte y a hablar sobre ella como lo hacía mi padre: como algo que les pasa a los muertos y a los vivos que los sobreviven, y nuestro trabajo es ayudar a los vivos a encargarse de sus muertos. El lenguaje que aprendí de él era sencillo, compasivo, cuidadoso y real. Fue una buena enseñanza.
Creo que los lectores responden a ese tipo de escritura porque no exige que sean de una fe determinada o de un sistema de creencias, ni que cambien sus heridas más profundas o sus sentimientos confusos por una especie de “tristeza light”.

Algunas librerías en Estados Unidos clasifican El enterrador en la sección de libros sobre religión mientras otras lo hacen en la sección de temas relacionados con la muerte y el morir. Rara vez está en la sección de ensayos. ¿Qué opina de que clasifiquen su libro de esta manera?

Las librerías que hacen esa clasificación son las grandes, Borders y Barnes & Noble. Yo preferiría que estuviera en lasección general de libros de no ficción o en la de ensayos. También lo he visto bajo “Psicología”, “Biografía” y “Autoayuda”. Pero esto dice más sobre los libreros de las librerías grandes que sobre el libro mismo. Las librerías independientes más pequeñas generalmente lo clasifican de manera correcta.

¿De qué manera están presentes sus orígenes irlandeses en su escritura?

Bueno, a los irlandeses les gusta la discusión, la conversación, el debate, el sonido de las palabras en la boca, moldear ideas. Supongo que el ensayo y la poesía deben algo de su atractivo a estos elementos. Tengo una casita en West Clare, Irlanda. De ahí salió mi tatarabuelo en 1890 para venir a Michigan. Es una casa tranquila cerca del mar. Cuando estoy allá me es más fácil escribir.

¿Cómo han cambiado las costumbres funerarias desde que está en el oficio?

La verdad es que he visto muchos cambios en las modas y los accesorios, pero pocos en los elementos esenciales. Las modas están ligadas a la cultura pop, a las fuerzas del mercado, a las afiliaciones étnicas y religiosas, y siempre están en movimiento. Los elementos esenciales parecen funcionar para todas las culturas, historias y geografías: alguien muere, a un grupo de personas les afecta esa muerte, alguien trata de encontrarle sentido en el contexto religioso o espiritual y alguien ayuda a organizar todo esto. El cuidado de los vivos y la manera de disponer de los muertos son los elementos centrales de la respuesta.
Me parece que la mayoría de las familias encuentra más significado en lo que hacen que en lo que compran o lo que ahorran. De la misma forma, la mayoría de directores de funeraria encuentra más sentido de propósito en la manera en que ayudan a una familia que en lo que le venden. Yo trato de estimular a las familias a que se involucren en el “hacer”. Siempre les digo, si van a enterrar a sus muertos, traigan una pala. Si van a cremarlos, traigan el fuego. Estén ahí, observen. Sean testigos. Recuerden.

Su ensayo “Tío Eddie, Ltda.” cuenta una historia sobre el negocio de limpiar los estragos de los suicidios para abordar la controversia suscitada por el doctor Jack Kevorkian, precursor del suicidio asistido de pacientes terminales. Como ambos viven en la misma ciudad, ¿alguna vez discutieron sobre estos temas? ¿Cree que el hecho de que Kevorkian hubiera sido condenado a prisión cambió la percepción de la gente sobre los problemas éticos involucrados en ese tipo de decisiones? Sus opiniones sobre este tema le han valido el calificativo de moralista de parte de algunos críticos, ¿cómo calificaría usted mismo su posición?

Nunca conocí a Kevorkian, a pesar de que yo trabajo en la misma zona en donde él “trabajó”. Kevorkian llevaba los cuerpos a uno de nuestros hospitales locales. Yo pasé muchas horas con el examinador médico que estuvo a cargo de la investigación de estas muertes y revisé con detenimiento los informes de las autopsias. Uno de mis poemas, “One of Jack’s” [Uno de los de Jack], publicado en un libro que se llama Still Life in Milford [Naturaleza muerta en Milford], está tomado, palabra por palabra, de las notas de la autopsia de una de sus víctimas.
Kevorkian y su abogado de entonces, Jeffrey Fieger, lograron descalificar a tres jurados aquí en Michigan, hasta que al fin el cuarto entendió de qué se trataba: dijo que Kevorkian no estaba “asistiendo” a la gente sino “matándola”. “Suicidio asistido” es un oxímoron, como “amor libre” o “masturbación asistida” (eso se llama una “relación”). Mientras el público consideró “la idea”, fue una discusión intelectual, alejada de la inmediatez de la vida real. Cuando vieron la realización de la idea en una transmisión de una de las cadenas de televisión, comprendieron que eso estaba mal y lo mandaron a la cárcel, que es donde debe estar.
Las cuestiones de la muerte digna, del cuidado paliativo, del trabajo con las personas desahuciadas, son o deben ser debatidas por la sociedad. Pero llegar al punto en el cual la única manera de liberarse del sufrimiento es liberándose del que sufre, me parece que quiere decir que debemos ponernos el desafío de buscar soluciones mejores.
Me veo a mí mismo como un peregrino de la moral y de la ética: trato de entender ese tipo de cosas. Pero la honestidad y la reflexión son más útiles que la polémica. No estoy seguro de haber adoptado determinada “posición”. Simplemente me inquieta la sabiduría convencional y quisiera escribir sobre ella de maneras que hagan a la gente pensar de nuevo.

En los créditos de la serie de televisión Six Feet Under dice que los libretos están inspirados en su libro. ¿Cómo se concibió la idea de hacer un programa de este estilo?

La verdad es que estoy muy impresionado con el trabajo de Alan Ball. Intercambiamos alguna correspondencia, y él ha sido generoso en el reconocimiento de mi trabajo. Una vez me escribió en una carta: “Lynch, al fin entiendo lo que usted parece haber entendido siempre: una vez que uno pone un cuerpo muerto en la habitación, es posible hablar de cualquier cosa”. Tiene razón, por supuesto, la presencia de la muerte deja a los vivos en libertad de hablar de las cosas más importantes.

¿Ha visto diferencias entre las personas religiosas y las no religiosas a la hora de enfrentar la muerte de un ser querido o cercano?

Creo que todos recurrimos a los símbolos, a las metáforas, a los rituales y al lenguaje que adquieren sentido para nosotros en una situación que suele no tenerlo. A las personas que viven en un contexto religioso, la fe les proporciona estos símbolos, metáforas, rituales y lenguaje. Para las personas no religiosas, aunque es probable que tengan que reinventar la rueda, existen muchos recursos en los textos seculares y humanistas. En ambos casos se trata del espacio que hay entre la muerte que le sucede al muerto y la muerte que les sucede a las personas ligadas al que murió. Yo diría que las personas sin religión se pueden defender, pero las personas sin fe tienen dificultades.

¿Cómo cree que ha influido su trabajo como escritor y como director de una funeraria sobre sus conceptos y actitudes frente a la muerte? ¿Ser testigo habitual de esta experiencia lo ha convertido en una persona religiosa o espiritual?

Creo que me ha hecho un hombre de certezas, dudas y asombro, que son para mí expresiones de fe. Y aunque siento un aprecio profundo por la religión —por el lenguaje que nos ofrece que facilita el camino— no soy especialmente devoto. Me siento agradecido por el lenguaje católico que recibí para enfrentar estos misterios, pero también estoy agradecido por la hermandad que siento con los judíos y musulmanes y por los humanistas laicos que, como todos los demás, aman, sufren, se reproducen y mueren. Y siento mucho que con tanta frecuencia estos lenguajes nos dividan.
Creo que la conciencia de la mortalidad, como la puntuación al final de una frase, da sentido a la vida. No es la vida, pero le da significado. Unos días parece un signo de admiración, otros un signo de interrogación, un punto, y hay días en que es como una serie infinita de puntos suspensivos...

¿Cuál será su próximo libro?

Estoy terminando un libro sobre Irlanda y los norteamericanos irlandeses. Se llama The Moveen Notebook [Cuaderno de Moveen] por la población de donde proviene mi familia. También estoy trabajando en un libro de relatos cortos y en otra colección de poemas.

¿Qué escribiría en su epitafio?

Eso se los dejo a mis hijos. Ellos tendrán que vivir con él. Yo no.








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