lunes, 2 de diciembre de 2024

Toño, Burning / Es el disco de la soledad del genio


A la izda., Toño Martín posa ante la cámara de Timoteo González. La imagen pertenece a la última sesión de fotografías que se hizo un mes antes de morir en abril de 1991. A la dcha., una libreta con anotaciones de 'Muerde la bala'.
A la izda., Toño Martín posa ante la cámara de Timoteo González. La imagen pertenece a la última sesión de fotografías que se hizo un mes antes de morir en abril de 1991. A la dcha., una libreta con anotaciones de 'Muerde la bala'.


La historia de la maqueta que Toño, de Burning, grabó antes de morir y se perdió durante 33 años: “Es el disco de la soledad del genio”

El compositor dejó tres copias de una maqueta de 60 minutos. Su última obra. Dos se extraviaron. La tercera finalmente vio la luz y se edita ahora: ‘Muerde la bala’ se publicará en septiembre



Fernando Navarro
FERNANDO NAVARRO
16 AGO 2024 - 22:20 COT
La noche antes de morir, Toño Martín, quien había sido el cantante y compositor de Burning hasta 1983, le dijo a su hija Penny: “Te espero porque no hay espera”. La niña de 11 años no sabía que su padre se estaba despidiendo de ella. Mucho menos que, semanas atrás, había dejado tres copias de una maqueta a buen recaudo: una a su esposa, Esther; otra a su mejor amigo del pueblo, y una tercera registrada en las oficinas de Warner Chappell. Quizá lo que Toño esa noche no pensó, después de leerle un cuento a su hija y acostarla, es que esas tres copias tuviesen el destino que tuvieron: una se extraviaría, otra quedaría sepultada y la otra aguardaría en un cajón de una mesilla de noche durante décadas hasta que llegó a convertirse en el disco que su autor soñó. “Es el disco de la soledad del genio. Se sabía solo y lo muestra así en unas canciones que poquísima gente sabía que había grabado”, asegura Penélope Martín, Penny,hija del músico.
Toño Martín escribe en una clínica de desintoxicación en Canadá.
Toño Martín escribe en una clínica de desintoxicación en Canadá.SOFÍA MORO

Ese álbum ve ahora la luz. Más de tres décadas después de la muerte de Toño Martín y en el 50º aniversario de la formación de Burning, la discográfica Subterfuge Records publicará el 6 de septiembre Muerde la bala, el conjunto de canciones inéditas y grabadas entre 1983 y 1989 por el que fuera el primer gran frontman de la banda pionera en abrir las puertas del rock and roll en España. Un disco póstumo que, en una edición limitada de 500 vinilos, permite entender mejor cómo se sintió el músico que, junto al guitarrista Pepe Risi, fundó Burning en 1974 en el madrileño barrio de La Elipa y casi una década después decidió dejar el grupo para huir de las drogas y refugiarse con su esposa y su hija en Briviesca (Burgos). “Nunca dejó Madrid y Burning porque estuviese desencantado con la música, sino porque lo estaba con el mundo musical que se vivía en la Movida, tanto en lo artístico como en lo personal”, explica la hija.

Juan Antonio Martín, más conocido como Toño, fue el primer ángel caído del rock en España. Murió el 9 de mayo de 1991 a los 37 años, seis años antes de que lo hiciese el mismo día su amigo y hermano del alma, Pepe Risi, y también mucho antes que otros compañeros de generación como Enrique Urquijo, Carlos Berlanga o Antonio Vega. Con su voz chulesca y su carisma, Toño fue uno de los cantantes más influyentes que tuvo el rock español. Loquillo, Jaime Urrutia, El Drogas, Carlos Tarque, Leiva o Quique González han reconocido su legado. Como dijo una vez Ariel Rot de su etapa en Tequila: “Cuando nosotros empezamos, solo estaba Burning”.

La formación original de Burning nació impulsada por la simbiosis de Toño Martín y Pepe Risi, emblemas de un grupo del extrarradio de Madrid que fue esencia misma de la cultura de calle. “Eran puro rock and roll”, dice Jesús Ordovás, periodista musical y exlocutor de Radio 3 que conoció a Burning en La Elipa. “Alquilé un piso justo encima de un pub del barrio donde paraban y, como no me dejaban dormir, me hice amigo de ellos. Venían a mi casa y les dejaba los discos de Rod Stewart, Faces, Queen… De alguna manera, les hacía de intermediario porque les contaba el ambiente londinense de glam rock que había vivido en mis años allí”.


Toño Martín llegó a Madrid a principios de los setenta desde El Tiemblo, su pueblo natal en Ávila. A su padre, Teófilo, le salió un trabajo de conserje en la capital y se instalaron cerca de la base de Torrejón de Ardoz. Sus hermanas mayores, Delfina y Francisca, Pepi, le sacaban más de 14 años. “Mi tía Pepi se enamoró de un militar estadounidense de la base. Se llamaba Joseph Giménez, hablaba español y era del barrio neoyorquino de Queens. Mi padre tuvo la lucidez desde muy joven de pedir discos a su hermana a través de su novio estado­unidense, que, más tarde, sería mi tío Joe. Escuchaba discos que le traía de Nueva York. Gente como Lou Reed, Jim Morrison, Muddy Waters, Chuck Berry…”, cuenta Penélope Martín. Ya en La Elipa, Martín conoció a Pepe Risi, uno de los tantos elipeños que venían de una familia emigrante andaluza. Risi era un guitarrista que comenzó tocando flamenco antes de quedar fascinado por The Rolling Stones y los discos que le ponía su colega Toño. “Eran dos almas gemelas”, asegura Penélope. “Se querían tanto que, si uno de los dos hubiese sido mujer, se habrían hecho pareja”, bromea Esther González, esposa de Toño Martín. Talentosos y amantes del rock and roll más genuino, Martín y Risi crearon un doble liderazgo en Burning. Con ellos estaban el bajista Quique Pérez, el baterista Ernesto Estepa, Tito, y, un poco más tarde, el organista Johnny Cifuentes, el último en llegar y el único que está al frente de los Burning actuales. Con el tiempo, Toño, Pepe y Johnny formarían los tres grandes pilares del grupo. “Vivimos el sueño de los tipos de barrio: formar una banda de rock and roll y que esta fuera la llave para salir del atolladero”, asegura Cifuentes.

Burning, en 1981, antes de actuar en El Penta, Madrid.
Burning, en 1981, antes de actuar en El Penta, Madrid.ALBUM PRSONAL DE PENÉLOPE MARTÍN

Burning se convirtió en una receta infalible de rocanroles divertidos y baladas de sueños rotos. Al más puro estilo New York Dolls, con sus rostros pintados de rímel, sus pañuelos, botas altas y parafernalia teatral, la banda mostraba una rabia rebelde y obrera que suponía una bofetada a los grupos de la canción del verano y, sobre todo, recreaba un particular universo callejero cargado de romanticismo y supervivencia. Y en primera línea estaba Toño. “Era muy simpático y carismático. Tiraba mucho del grupo. Estaba al tanto de todo lo que ocurría en el panorama musical. Se hizo el frontman y tenía una mezcla de Mick Jagger y Lou Reed”, explica Ordovás, que vivió aquellos comienzos de Burning en el Madrid de los setenta que dejaba atrás el franquismo. “Además, cantaba muy bien. Tenía mucha personalidad. Antes de que se hicieran un nombre en Rock-Ola, muchos se quedaron prendados con él en la discoteca M&M. De él partió la idea de dejar de cantar en inglés y empezar a cantar en castellano. Y ahí salió el Toño letrista. Eso fue clave”, añade el periodista musical. Con temas como ‘Jim Dinamita’, ‘Ginebra seca’, ‘Las chicas del drugstore’, ‘Qué hace una chica como tú en un sitio como este’ o ‘Mueve tus caderas’, Toño Martín fue el creador de un fascinante lenguaje musical. Junto con Rosendo, fue el compositor que más contribuyó a construir la primera gran imaginería barrial para el rock en España. En palabras de Carlos Rodríguez Duque, coautor de la biografía Burning. Veneno del rock (Milenio): “Fue el rey y señor del escenario más estiloso e impecable. El mejor frontman que ha dado la música de este país, aunque su figura fue injusta y cruelmente olvidada por medios y compañeros de profesión”. Porque en 1983, tras la publicación del disco Atrapado en el amor y con Burning como banda consolidada pero lastrada por las drogas, Toño Martín dejó el grupo. Ya no regresó. Musicalmente, nunca más se supo nada de él. Desapareció. Se lo tragó el olvido hasta su muerte y poco más. Tan solo hace unos años se supo de él y de su vida fuera de la banda por los testimonios que dieron su esposa y su hija a este periódico. Pero, como un ángel caído, el primer gran frontman del rock español nunca más estuvo vivo en la música desde que dejó Burning. Hasta hoy, que se publica la maqueta.

Una imagen del álbum personal del artista con su esposa, Esther González, y su hija, Penélope, en agosto de 1980.
Una imagen del álbum personal del artista con su esposa, Esther González, y su hija, Penélope, en agosto de 1980.SOFÍA MORO

La historia de esta maqueta parece la de un tesoro de los siete mares, digna de una larga aventura con final feliz. En 1991, unas semanas antes de morir, Toño Martín la registró en las oficinas de Warner Chappell. “A Pepe Risi se la enseñó, pero nunca se la dio porque temía que acabara en manos de Burning y que grabasen sus canciones”, asegura Penélope Martín, quien defiende que en Noches de rock & roll, el primer álbum que en 1984 grabó Burning sin Toño, hubo composiciones que pertenecían a su padre y que ya habían ensayado antes de que abandonase la banda. Una versión que Johnny Cifuentes niega. La hija también defiende que, aparte de por el ambiente de las drogas de Madrid, su padre dejó la banda “dolido” por el rumbo artístico que estaba tomando. De hecho, las desavenencias eran una realidad entre sus miembros hasta el punto de que Johnny Cifuentes fue al Registro de la Propiedad Industrial para registrar el nombre de la banda en mitad de esta crisis. “Fui acompañado de Pepe Risi para salvar a Burning. Era un desmadre total y no quería que se perdiese el proyecto”, señala Cifuentes. Por tanto, para cuando Martín llegó a las oficinas de Warner en 1991, buscaba reactivar su carrera sin querer saber nada del grupo que fundó. No pudo ser. Murió antes y, además, el destino quiso que la maqueta registrada en Warner se extraviase. Aguardó muchos años en sus archivos hasta que la copia terminó por desaparecer en una de las mudanzas de la compañía. Nunca más se supo de ella.

Podía haber sido el fin de esas canciones, pero no fue así. Poco después de ese registro en Warner, Martín preparó otras dos copias. Una fue a parar a su esposa, Esther. “Vino hasta Briviesca y me la dio. Me dijo que había una canción que estaba dedicada a mí. Se llamaba ‘Fría de un pálido azul’ y me recitó el verso que dice: ‘Tú eres como el mar y la cima de la montaña”. Esa copia, por su parte, quedó sepultada en un baúl de recuerdos. Esther reconoce que, tras su muerte, nunca pensó en recuperarla. “Soy celosa de mi intimidad. Toño lo sabía. Me la quedé para mí y la guardé”. La mujer tomó esta decisión en un duro proceso de duelo al tiempo que prefería no recordar al “Toño rockero”, al de “la parte negra de Madrid” y que vivió “la época muy dura de las drogas”. “Yo huía de las fiestas en el Rock-Ola. Me daban miedo. Y de las compañías que él tenía allí prefiero no hablar”, recuerda Esther, quien asegura que, pese a todo, su marido la protegía a ella y a su hija de “las cosas feas”. “Nunca me dejó verle mal”, afirma su hija. “Nos protegía, claro”, señala su esposa, pero añade: “Toño me lloraba mucho porque no conseguía salir de las drogas”. Después de morir el músico, esta segunda de las copias de la maqueta estuvo en un trastero sin que nadie la reclamase.



Fotomatón de Toño y su esposa, Esther, en 1979.
Fotomatón de Toño y su esposa, Esther, en 1979.SOFÍA MORO

Quedaba una tercera copia, la que ha dado pie a este nuevo disco. Una figura es clave en este descubrimiento. Se trata del gran guardián. Un hombre que, como un caballero templario con el santo grial, custodió durante 23 años un casete que le regaló su amigo de la infancia. “Cada vez que escuchaba una canción de Burning en la radio, en la verbena o donde fuera, pensaba en la cinta que tenía guardada”, asegura Rafael Martínez, amigo de Toño Martín en El Tiemblo. Ambos se conocieron de niños en el pueblo de Ávila y juntos empezaron a tocar en el parque antes de que Martín se fuera a vivir a Madrid. Su amistad se mantuvo intacta. “Siempre que venía a El Tiemblo quedábamos”, explica Martínez. “La última vez, vino a verme a casa. Charlamos en el salón y me dijo: ‘Te traigo esta maqueta para que la escuches y ya vendré a recogerla’. Nunca más volví a verle”. El amigo guardó el casete negro de la marca Basf, de 60 minutos de duración, en su mesilla de noche y dentro de unas bolsitas para quitar la humedad. Y ahí se quedó durante años. “De vez en cuando me asomaba y miraba la cinta. Estaba escrita de su puño y letra y ponía Antonio Martín”, dice. A veces, antes de irse a dormir, la cogía y le daba vueltas con un bolígrafo con sumo cuidado “para que no se quedase pegada”, pero temeroso de poder dañarla. “Tenía cargo de conciencia porque me parecía que la cinta tenía que estar con su familia. Era una atrocidad que la tuviese yo”, confiesa. Incluso, cuando se fue a vivir una época a Madrid, se la llevó consigo.

Esta tercera copia fue la que reactivó el sueño de Toño Martín, es decir, su disco en solitario. La mujer del músico fue un día a El Tiemblo y quedó con el amigo de infancia de su marido. Ya se conocían de antes. Este le insistió que tenía una cinta que debía tener la familia y Esther decidió que fuera la hija quien viniera a buscarla al pueblo natal de su padre. Penélope apareció en El Tiemblo y se llevó la cinta custodiada por Rafael durante más de dos décadas.. “Me quité un peso de encima”, reconoce el amigo. “No paraba de pensar que, si le pasaba algo a la cinta, sería un verdadero disgusto. Un atentado contra la memoria”, añade. Ya en Briviesca, la hija comprobó algo importante: a diferencia de la copia que tenía su madre, este casete tenía los títulos de las canciones. Rebuscó en el baúl de los recuerdos de su madre en el trastero y se dio cuenta de que todo coincidía con las libretas que su padre tuvo durante tantos años en las que apuntaba letras de canciones, incluso escribió a mano un cuento que se inventó para leer a su hija cada noche llamado El caballero de los siete rubíes. “Después de morir mi padre cuando yo tenía 11 años, traté durante mucho tiempo de entender quién era como papá. Entonces, con la maqueta, empecé a querer entenderle como artista”, explica Penélope Martín. “Me di cuenta de que esta música se correspondía con mi etapa con él en Estados Unidos y Canadá entre 1985 y 1987. Viví con mi padre en casa de mis tíos en Nueva York, donde conoció a Johnny Thunders. Allí, en el sótano de aquella casa, componía canciones. Otras fueron compuestas durante tres meses que nos fuimos a Canadá y estuvimos viviendo en una caravana”.


Toño Martín, meses antes de morir en abril de 1991.
Toño Martín, meses antes de morir en abril de 1991.TIMOTEO GONZÁLEZ

Muerde la bala se descubre como un cancionero muy vivo que ilustra a la perfección al hombre que, acercándose al Lou Reed de crooner barriobajero, amaba el rock and roll, pero sufría por su condición errante en el reino en el que, como cantaba con Burning en ‘Jim Dinamita’, “Dios no reina”. Los títulos de las canciones son elocuentes: ‘Nací perdedor’, ‘Demasiado orgulloso para pedir perdón’, ‘No tengo nada’, ‘Cenizas de rock and roll’ y, sobre todo, ‘Ángel caído’, en la que canta: “Recuerda que un día tuvo luz, aunque ahora viva en recuerdos”.


El 8 de mayo de 1991, un día antes de morir, Toño Martín llegó a Briviesca. Fue a pasar la popular fiesta de la Tabera junto a su esposa y su hija. “Toño siempre encontraba la paz en Briviesca”, cuenta su mujer. Esa noche, Toño leyó a su hija, Penny, el cuento de El caballero de los siete rubíes, en el que un hidalgo se marcha de su reino y deja atrás su fortuna y a su familia porque busca la verdad guardada en una piedra filosofal y, después de recorrer medio mundo, llega con su caballo a una loma y un sabio le dice que esa verdad que andaba buscando siempre estuvo en su hogar. La piedra filosofal estaba en su interior. “Te espero porque no hay espera”, dijo luego Toño a su hija y le dio el beso de buenas noches. Al día siguiente apareció muerto de un infarto y no de una sobredosis como se dijo en diversos sitios. “Tenía soplos en el corazón desde joven”, señala su esposa. “Siempre creí que vino a morir con nosotras. Eligió el día. Estaba ya muy herido y agotado de su guerra con las drogas”, apunta Penny.

“Te espero porque no hay espera”. Su hija bien lo sabe. Más de tres décadas después de morir y medio siglo desde que fundó Burning, Toño Martín estaba ahí. El primer ángel caído del rock español aguardaba en una maqueta, dispuesto a renacer del olvido, a morder su última e increíble bala.


EL PAÍS 



Stephen, el hijo de Humphrey Bogart y Lauren Bacall

 


Humphrey Bogart y Lauren Bacall con su hijo Stephen, en una foto de 1950.
Humphrey Bogart y Lauren Bacall con su hijo Stephen, en una foto de 1950.ULLSTEIN BILD DTL. (ULLSTEIN BILD VIA GETTY IMAGES)


Stephen, el hijo de Humphrey Bogart y Lauren Bacall que siente que nunca conoció a su padre: “Él prefería la bebida, el tabaco y las fiestas”

Un nuevo documental explora la vida del icónico actor sin ocultar la cara menos brillante, incluido el testimonio de su vástago en el que confiesa lo desatendido que estuvo en la infancia por sus famosos padres y lo pesado que se le ha hecho a veces su apellido


I. ARANA
Madrid - 29 NOV 2024 - 23:35 COT


Cuando el actor Humphrey Bogart murió el 14 de enero de 1957, sus hijos, Stephen y Leslie, tenían 8 y 4 años, respectivamente. El primero tiene ahora 75 y, echando la vista atrás, considera que nunca conoció a su famoso padre. “Iba a trabajar, rodaba en el estudio todo el día y cuando llegaba a casa quería cenar con mi madre [la actriz Lauren Bacall]. Decía: ‘Hola, niños, ¿cómo estáis?’. Y cuando terminábamos nos íbamos de allí”, explica Stephen Bogart en Bogart: Life Comes in Flashes, un nuevo documental ―todavía sin fecha de estreno en España― que repasa la vida del carismático intérprete estadounidense (y del que su hijo es productor ejecutivo). Tampoco cree que su padre llegase a conocerlos a él o a su hermana menor. “Los niños siempre estábamos al margen. Éramos secundarios en comparación con las reuniones de chicos y chicas. Con la bebida, el tabaco, las risas, las fiestas”, opina sobre ese breve espacio temporal en el que coincidieron.

Stephen Bogart lo achaca a que eran otros tiempos y le resta importancia. Pero lo hace, tal vez, porque está curado de espanto. En un momento del documental, relata un episodio que marcó especialmente un antes y un después para él. Sucedió en la primavera de 1951, cuando Humphrey Bogart se fue para rodar La reina de África. Su mujer ―la cuarta―, Lauren Bacall, le acompañó en esa aventura de seis meses, igual que el whisky y los cigarrillos, pero su hijo, que tenía entonces dos añitos, se quedó a cargo de la niñera. Lo que nadie esperaba es que a la niñera fuese a darle un derrame cerebral en cuanto despegó el avión y cayese muerta delante del pequeño Stephen, que acababa de despedirse de sus progenitores con un gesto con la mano. En este caso, lo que juzga es la actitud de Lauren Bacall, su madre, que ni siquiera participaba en la película: “Cuando se enteró de la noticia, ¿qué hizo mi madre? Pensó: ‘¿Me voy a África con Bogie y Huston y [Katharine] Hepburn y me divierto mucho? ¿O vuelvo a casa y cuido del niño?”. Se decantó por la primera opción. “Ahora no la culpo por hacer lo que hizo. Pero no estoy seguro de que yo hubiera tomado la misma decisión”, asegura en el documental.


El hijo mayor de Bogart y Bacall está jubilado desde hace años, pero ha dedicado su vida a la producción de informativos de televisión y a algún que otro libro semiautobiográfico. Vive en una casa en Florida con su segunda esposa, Carla, y un cachorro blanco llamado Wiley. Es ahí, en la comodidad del hogar, donde han sido grabado su testimonio. “No soy un alumno de mi padre. Necesitaba descubrir quién era yo. Me llevó años sentirme cómodo con todo el asunto de Bogart”, dice sobre esa losa que supone a veces llevar un apellido tan icónico como el suyo. Bogart: Life Comes in Flashes hace un exhaustivo análisis de ese ascenso a la fama de Bogart, tardío, pero de los que dejan una huella que perdura en el tiempo, y se apoya en archivos y material nunca antes visto, incluidas partes narradas por el propio actor. Pero también saca a la luz la parte menos lustrosa y más íntima, la de sus tres fracasos matrimoniales o su diagnóstico de cáncer, que lo llevó a pesar alrededor de 36 kilos en sus últimos meses de vida.

Stephen Bogart en una proyección especial de 'La reina de África', el 12 de enero de 2019, en Nueva York.
Stephen Bogart en una proyección especial de 'La reina de África', el 12 de enero de 2019, en Nueva York. LARS NIKI (GETTY IMAGES THE ACADEMY OF MOTION PICTURE ARTS & SCIENCES)

“Quería un hijo que se quedara con ella y le recordara a mí”, dice el actor de Casablancaen una parte del documental. Y ese fue Stephen, cuyos rasgos sí que contienen la esencia de sus progenitores. Él mismo duda sobre si ese parecido no fue un arma de doble filo para Bacall, que falleció en 2014, casi 60 años después que el padre de sus hijos ―ella tenía 32 años cuando se quedó viuda―. “Yo le recordaba a él, pero también le recordaba que había muerto y la había dejado con dos niños pequeños. En su propio libro, [Bacall] dice: ‘Quería que Bogie tuviera a mis hijos’. Que es más o menos lo mismo. Te recuerdan a mí y me recuerdan a ti. Esa no es la razón ideal para tener hijos. Así que sí, yo le recordaba a él. Eso fue algo positivo y negativo. Ella se puso histérica cuando él murió. Nos mudamos a Londres por un tiempo. Luego ella quiso ir a Nueva York para trabajar en el teatro. Nos arrastraba de un lado a otro. Se casó con Jason [Robards], que era un actor de teatro absolutamente brillante, pero se parecía un poco a mi padre, así que estoy seguro de que también comparó a Jason con Bogie. Siempre había fotos de Bogie por el apartamento”, recuerda Stephen (cuyo segundo nombre también es Humphrey).

En 1995, Bogart hijo sacó un libro titulado Bogart: en busca de mi padre. “Para millones de personas, las interpretaciones cinematográficas de Humphrey Bogart y su personalidad en la vida real se fusionaron para convertirlo en una de las figuras más legendarias del mundo, una leyenda de proporciones épicas. Pero para su único hijo, Stephen, que tenía ocho años cuando su padre murió de cáncer de pulmón, la sombra gigante de Humphrey Bogart fue una carga que llevó hasta que finalmente llegó a comprender al hombre que había detrás de la faceta pública de su padre”, dice su descripción. “Escribí el libro para descubrir quién era él como persona. No puedo imaginarme su voz, salvo en una película. No creo que estuviera tan presente, tanto como podría haber estado”, confesó Stephen en una entrevista con FilmNoir en 2015.

Stephen Bogart con su libro 'Mein Vater Humphrey Bogart' (uno de los muchos que ha escrito sobre su vida y la de su padre), en 1995.
Stephen Bogart con su libro 'Mein Vater Humphrey Bogart' (uno de los muchos que ha escrito sobre su vida y la de su padre), en 1995.FRANZISKA KRUG (GETTY IMAGES)

Su madre, en cambio, murió cuando él tenía 65 años, así que no lo vivió como un suceso trágico en su vida, sino como algo que tenía que pasar. “Cuando pierdes a tu madre, por supuesto que es triste, pero no puedes estar triste por ella porque pudo hacer lo que tenía que hacer”, contó tras la muerte de la actriz. “Hablé con ella esa mañana y estaba bien. Tuvo un derrame cerebral ―como a su niñera cuando él tenía dos años― y murió en siete horas y no tenía ningún dolor. ¿Qué mejor forma de morir hay, en realidad? Realmente no estaba triste por la vida que ella pudo vivir”.

A pesar de sentirse falto de cariño y de atención en la infancia o a pesar de lo alargada que le haya parecido en ciertos momentos de su vida la sombra de sus progenitores (sobre todo la de su padre), Stephen ha estado siempre muy vinculado a ellos. Como hijo de estrellas que es, ha dedicado su vida a supervisar la administración del patrimonio de su padre, lo que incluye el control de su nombre e imagen, presencia en las redes sociales, un festival de cine Humphrey Bogart anual, una compañía cinematográfica y una marca de licores llamada Bogart Spirits. También fue él quien organizó un festival para celebrar el 70º y 75º aniversario de Casablanca, en honor a ese padre al que tan poco conoció. Su hermana Leslie se ha mantenido más alejada de todo ello. Ella trabajó como instructora de yoga y enfermera en Boston y está casada con el maestro de yoga Erich Schiffmann.

Lauren Bacall entre sus dos hijos, Leslie y Stephen, en una imagen tomada en 1997.
Lauren Bacall entre sus dos hijos, Leslie y Stephen, en una imagen tomada en 1997.RON GALELLA (RON GALELLA COLLECTION VIA GETTY IMAGES)

En 2012, los dos hermanos se subieron al barco de la película La reina de África, esa que Bogart se fue a rodar dejando a Stephen solo y traumatizado por la repentina muerte de su cuidadora. Fueron invitados a subir a bordo de la embarcación después de que se restaurase tras ser encontrada en estado de abandono en un puerto de Florida. Lo que en el cine fue el escenario de una intrépida huida de las tropas alemanas por un peligroso río, en la vida real fue un momento insignificante para Stephen, según describe encogiéndose de hombros en el documental: “Tengo un trozo de la caña del timón. Mi hermana tiene un trozo de la caña del timón. Supongo que fue un viaje divertido, pero era un barco, eso es todo. Realmente no me hizo sentir nada especial”.


EL PAÍS 

Julio César Londoño / El detalle en la literatura

 



EL DETALLE EN LITERATURA

Julio César Londoño

Los textos literarios exigen a) una idea fulgurante, b) detalles pequeños que aporten color y verosimilitud, y c) un estilo sencillo, es decir, complejísimo, unas líneas reescritas varias veces para que fluyan como el agua en el agua. 

Ideas fulgurantes:

Para concebir un célebre poema suyo Darío Jaramillo tuvo que descubrir primero un secreto esotérico: «Los estados de la materia son cuatro: sólido, líquido, gaseoso y gato», y completó la tarea con detalles leves y plásticos, como el gato.

Para explicar la decadencia de Roma, Edward Gibbon enumera los tres pilares de un credo que la socavó, el cristianismo: monoteísmo hebreo, idealismo griego e imperialismo romano, esa enorme caja de resonancia que propaló, desde Constantino y por tres continentes, los prodigios de un judío disidente que fue crucificado en la periferia del imperio.  

Sófocles inventó el cuento policiaco, escribió el primer culebrón y lo remató con una paradoja espléndida: es la historia de un muchacho que mata a su padre y yace con su madre, pero es inocente porque ignora que ellos son sus padres. Al final el detective Edipo descubre horrorizado que él mismo, el rey Edipo, es el parricida y el incestuoso sujeto.    

Sábato encontró una manera nueva de contar una cosa vieja: «Newton descubrió que la manzana que cae y la luna que no cae obedecen a una misma ley». De aguda manera, Sábato contrapone la trayectoria recta de la manzana a la trayectoria circular de la Luna, la manzana que cae y la Luna que flota.

Detalles famosos:

Era tal el prestigio de Newton en el Trinity College de Cambridge que sus colegas daban rodeos para no pisar los diagramas que el sabio trazaba en la grava del patio. Sabemos que practicó la usura en pequeña escala y que lo enterraron en la Abadía de Westminster con una pirámide de diamante sobre su pecho. Podemos imaginar que a cierta hora del día el sol se cuela por una rendija del piso de la Abadía, llega al destartalado ataúd de Newton, atraviesa la pirámide y traza un arcoíris en la horrenda penumbra. 

Diógenes Laercio afirma que Sócrates vivía a lo diagonal de Alcibiades, que era bizco y sufría de dolores intestinales, mal que aliviaba frotándose la panza con una vejiga de piel cerdo llena de aceite tibio. Son tantas las bibliotecas sobre el filósofo Sócrates, que el lector agradece estas minucias sobre el parroquiano Sócrates.

Edward Gibbon hace un paréntesis en sus reflexiones geopolíticas para contarnos que los habitantes de Pompeya les temían a las invasiones de alacranes, no tanto por su ponzoña sino porque eran un presagio de actividad volcánica, y que los pompeyanos protegían sus casas poniendo en los umbrales rejillas de esparto donde los alacranes se enredaban y morían. 

Borges recoge una observación menuda de La divina comedia. Es la imagen de un sastre viejo que remienda una capa rota y tiene que sacar la punta de la lengua y entrecerrar los ojos para enhebrar la aguja. Es un detalle que hermana dos gestos: el vacilante pulso del sastre para zurcir y el pulso firme de Dante para narrar.

Hay partículas ínfimas que de pronto se agigantan, como estas de Thomas Mann: «Una rosa es en el tiempo; la rosa, en la eternidad. En este paso del artículo indefinido al artículo definido está el principio de la inducción, el paso de la observación particular a la ley general, el germen de la ciencia y la piedra angular de toda la filosofía».

Después de veinte años de ausencia, el rey Ulises regresa a Ítaca disfrazado de mendigo para eludir a los conspiradores. El primero que lo reconoce es Argos, su perro.

Cuando los cuentistas quieren demostrarnos que hay una entidad invisible y sobrenatural en un cuarto, ponen en escena un testigo incuestionable, un gato erizado. 

En síntesis, la fórmula literaria es breve: originalidad en lo macro, observación en el detalle y estilo en el conjunto.

La mala hora de Laura Sarabia: entre la salida de Alcocer y la llegada de Benedetti a la Casa de Nariño


La mala hora de Laura Sarabia: entre la salida de Alcocer y la llegada de Benedetti a la Casa de Nariño

A pesar de que dos fuentes distintas dentro de la Casa de Nariño, de entero crédito, le confirmaron a este diario haber escuchado esa frase, Sarabia lo niega. “El presidente NUNCA me ha dicho algo así. Él está al tanto de mi cercanía y gestión institucional con el sector privado”.




La mala hora de Laura Sarabia: entre la salida de Alcocer y la llegada de Benedetti a la Casa de Nariño

El ruidoso aterrizaje de Armando Benedetti en la Casa de Nariño dejó al descubierto la crisis que se ha vivido en los últimos meses en el corazón del poder presidencial. La salida de escena de Verónica Alcocer ha cambiado el equilibrio de las fuerzas.

1 de diciembre de 2024

La bomba noticiosa de esta semana en Colombia, el ruidoso aterrizaje de Armando Benedetti en el corazón de la Casa de Nariño, es apenas el más reciente capítulo de lo que cada día se parece más a una serie de Netflix, de esas de drama y suspenso político, en la que se ha convertido el gobierno de Gustavo Petro.

Benedetti llegó a Bogotá pisando duro, no esperó a que nadie lo presentara como nuevo asesor presidencial, sino que él mismo se autoproclamó como tal en una entrevista que dio a la revista Semana, con la que anunció su regreso “triunfal” al país.

A pesar de que había sido uno de los grandes artífices de la victoria de Gustavo Petro en 2022, desde ese mismo 7 de agosto el propio Presidente lo mandó al exilio. Primero a Caracas, a donde lo convenció de ir con el cuento de que lo necesitaba allá, pero de donde se devolvió aburrido antes de completar el año a reclamarle al presidente que le diera un puesto en Bogotá. La manera cómo pidió cupo quedó grabada en esos escandalosos audios de sus conversaciones con Laura Sarabia, en los que Benedetti amenazaba con contar los secretos de grandes descalabros de la campaña de Gustavo Petro.


No le abrieron cupo en Bogotá, pero en lo que pareció ser una jugada para pagar su silencio, el presidente Petro le abrió una embajada nueva en Roma, ante la FAO, le puso Mercedes Benz de alta gama y le pagó un costoso arriendo para que viviera a sus anchas en esa soñada capital.

Pero una vez más se aburrió, porque “aunque la jaula sea de oro no deja de ser prisión”, sobre todo porque a Benedetti no solo le gusta estar en el agite del poder, sino que además lo necesita hoy más que nunca, pues tiene siete investigaciones en la Corte Suprema y sabe que sin hilos qué mover puede terminar en la cárcel.

De manera que Benedetti esta vez no se iba a dejar mover la silla, aterrizó con una estrategia clara: tras la entrevista del sábado, el lunes a primera hora citó a una reunión en Casa de Nariño con el Presidente y Laura Sarabia, pidió que tomaran fotos y las distribuyó a los medios de comunicación. Se hizo asesor presidencial de facto. A sabiendas de que ni el Presidente ni Sarabia –con el recuerdo fresco de los explosivos audios sobre anomalías en la campaña– iban a correr el riesgo de atravesársele en el camino.

Ese mismo lunes, en las redes sociales, los petristas purasangre como nunca antes se manifestaron indignados y tristes por la llegada de Benedetti. Varios miembros del gabinete, liderados por Gustavo Bolívar (DPS) y Daniel Rojas (Educación), le pidieron a Petro que los atendiera unos minutos antes del consejo de ministros de esa noche. El pedido era tan inusual, que se esperaba un sacudón en el gabinete. Sin embargo, si bien la charla con el Presidente se alargó hasta entrada la noche, al punto de que tuvieron que cancelar el consejo de ministros, al salir se manifestaron conformes con las explicaciones que les dio Petro. “Estábamos preguntándole –dijo Bolívar– en calidad de qué viene Benedetti y él nos dio una respuesta: que viene a ser un enlace en el Congreso”.

Así de fácil se resolvió la rebelión. Y es que Petro ha logrado conformar un núcleo duro en su gabinete, de ultraleales a él, a los que prácticamente parece no importarles lo que haga el Presidente, como poner de asesor a un hombre con siete investigaciones en la Corte Suprema, con denuncias de violencia intrafamiliar y con unos audios que los comprometen con asuntos de corrupción. Ellos están dispuestos a acompañarlo.

Curiosamente, según contaron dos asistentes, en la charla le dedicaron poco a Benedetti y mucho a reclamar por el excesivo poder de Laura Sarabia.


¿La mala hora de Laura?

¿Cómo será el malestar de un sector del gabinete con Sarabia que consideran que amerita reclamarle mucho más al Presidente que la misma llegada de Benedetti?

Si bien públicamente ninguno se atreve a decir nada, Laura Sarabia dio una entrevista el jueves para responderles: “La verdad, jamás me imaginé estar envuelta en un torbellino de odio y de una hoguera de vanidades”, dijo a El Tiempo.

Sarabia, la que durante dos años ha estado acumulando un poder que ningún otro funcionario distinto a un Presidente ha tenido en la historia en la Casa de Nariño, ha comenzado a perder terreno en los últimos meses.

El momento más crítico para ella, tal vez, se dio por la época del concierto de Paul MacCartney, el 1 de noviembre en Bogotá, al cual Gustavo Petro le contó al país que había ido en condición de “clandestino”.

Por esos días le oyeron decir al presidente Petro, con ese dejo de ironía tan característico en él, dirigiéndose a Laura Sarabia, su mano derecha y directora del Dapre: “Váyase con sus amigos empresarios”.


A pesar de que dos fuentes distintas dentro de la Casa de Nariño, de entero crédito, le confirmaron a este diario haber escuchado esa frase, Sarabia lo niega. “El presidente NUNCA me ha dicho algo así. Él está al tanto de mi cercanía y gestión institucional con el sector privado”.


Por esos mismos días circuló la versión de que Sarabia quería salir de la Casa de Nariño y se alcanzó a comentar que había pedido pista en el Grupo Aval. ¿Habrá sido ese el malestar del Presidente?

De todas maneras, la cercanía que Sarabia ha ido creando con el grupo de Luis Carlos Sarmiento no cae bien entre el sector duro petrista. Una alta fuente del mundo petrista, precisamente, se quejó de que Laura Sarabia habría sido clave para que “en el texto de la Reforma Pensional la plata se quedara en los fondos de pensiones”, haciendo referencia a que uno de los más grandes fondos privados de pensiones pertenece al grupo del banquero. Al consultarle a Sarabia al respecto, contestó: “Su fuente le informó mal, no tuve ninguna injerencia ni en el trámite ni en el texto de la reforma pensional”.


La fuente además añadió: “El Presidente tenía listo para cambiar lo de la regla fiscal y lo de las inversiones forzosas que ponía en serios aprietos al Grupo Aval, y Laura lo cambió por el pacto por el crédito”.

Más allá de que sea cierto o no, o más allá incluso de que estas intervenciones de Sarabia merecerían un reconocimiento porque pueden ser lo mejor para el país, el hecho político es que esos son algunos de los argumentos que enarbolan los petristas purasangre contra Sarabia.

Esta línea dura no había expresado antes su malestar por dos razones: la primera, porque Laura Sarabia les era muy útil a todos como la operadora del Gobierno, resolviendo problemas y organizando la estructura teniendo en cuenta la falta de método y de orden que caracteriza al primer mandatario.

“Laura no es que sea la persona a la que el presidente le consulta, como tampoco le consultaba a Augusto (Rodríguez), que hacía ese papel en el pasado”, dice alguien que conoce a Petro hace muchos años.

“El presidente necesita alguien que le opere cosas, que él no quiere que lo distraigan. Y ella, hábilmente, se toma más atribuciones de las que se tomó Augusto históricamente. Augusto también llegaba donde uno y decía Gustavo manda a decir. ¡Mentiras! Gustavo no mandaba a decir nada. Pero Laura es peor porque le dice a la gente ‘es que yo le dije al presidente’, ‘es que ya acordamos con el presidente’”.

Pero Sarabia comenzó a incomodar cuando aparecía como la que jalonaba la reactivación económica en Nueva York por delante del ministro de Hacienda, o la líder de un viaje de ministros con chalecos antibalas a El Plateado en Cauca, en el que iba el ministro de Defensa. Parecía actuar como la mismísima presidenta.

La fuente, del petrismo de tiempo atrás, asegura que Sarabia ha sido la artífice de las dos crisis de ministros: “El presidente hace una seña de que hay que hacer algo y ella dijo se van estos y estos, los que menos le paraban bolas”.

E incluso, también fue evidente que Sarabia tuvo que ver con la salida del superintendente de Servicios Públicos, Dagoberto Quiroga, petrista de vieja data, que estaba manejando la intervención de Air-e al parecer sin copiarle a Sarabia lo que ella le indicaba.

Así entonces, Sarabia ha pisado verdaderos callos, y eso cada vez le granjea más opositores dentro del petrismo. Y la segunda razón por la que los petristas no habían expresado su malestar como ahora, era porque antes contaba con todo el respaldo de la primera dama, Verónica Alcocer, y ahora ella no está. 

¿Por qué la guerra?

A mediados de este año, Gustavo Petro comenzó a jugar el segundo tiempo de su partido en el Gobierno. Y sin que el país se diera cuenta pateó el tablero del poder en la Casa de Nariño.


Como se recordará desde junio se destapó una guerra fría de alta tensión entre el círculo más cercano de Gustavo Petro: su esposa Verónica Alcocer de un lado, en sociedad con Laura Sarabia, y del otro lado, Augusto Rodríguez, director de la UNP y quien al menos en las últimas tres décadas se había desempeñado como la mano derecha de Petro, apoyado por los viejos compañeros del M19.

El escándalo estalló el 4 de junio cuando Alcocer le mandó una carta a la fiscal general Luz Adriana Camargo en la que denunció que había un “complot” en su contra para involucrarla en el escándalo de corrupción de la Unidad de Riesgos. Incluso utilizó la expresión de “fuego amigo”.

En ese entonces se supo que tanto Verónica como Laura habían pedido cambio de escoltas, no querían tener esquema de protección de la UNP,tal vez porque consideraban que a través de ellos Augusto Rodríguez podría espiarlas. Ambas pidieron ser protegidas por la Policía.

Alcocer habló de “fuego amigo” como “una estrategia utilizada para desviar la atención de temas de corrupción (...) Lanzan historias y rumores para confundir a la opinión pública y minimizar el escrutinio sobre sus propias acciones”.

Lo que se deduce es que aparecieron denuncias anónimas de presunta corrupción contra Alcocer y Sarabia, y ellas se las atribuían a Augusto Rodríguez. Como bien lo definió La Silla Vacía: “Del entorno de Augusto Rodríguez aseguran que el círculo de Sarabia es corrupto y hace negocios personales con sus posiciones en el Gobierno. Mientras del entorno de Sarabia dicen que detrás de las denuncias de corrupción en su contra está Rodríguez”.

Al final, nadie tiene pruebas de que las denuncias de corrupción sean ciertas ni tampoco las de presunto espionaje. Pero lo que sí es genuino es el sentimiento: quienes venían de tiempo atrás con Petro, los de la línea del M19, sintieron que todo por lo que habían luchado estaba quedando en manos de Sarabia, una recién llegada que estaba más cerca de los empresarios o de Benedetti en su momento que de las luchas políticas que ellos habían dado por décadas, y de Verónica Alcocer alrededor de la cual operaban personajes cuestionados como los catalanes Xavier Vendrell y Manuel Grau, entre otros.

El video de Panamá

Lo que pasó después es la parte más inquietante de esta historia. No había pasado un mes de la denuncia de Verónica Alcocer en la Fiscalía cuando apareció el video de Gustavo Petro, a principios de julio, caminando cogido de la mano y sonriendo con una mujer que no era su esposa.La actitud de Petro era curiosa: ¿salir a caminar cogido de la mano? ¿Tomarle fotos y sonreír? Evidentemente era algo que Petro quería contar.


Quienes conocen los intríngulis del poder y de Petro en particular consideran que no sería extraño que el video haya sido hecho adrede para mandarle un mensaje a Alcocer. Incluso hay quienes consideran que sería una manera de desactivar algún tipo de chantaje de parte de ella hacia Petro: el presidente decide abrir al público la puerta de sus secretos.

“No sería extraño que toda la operación de grabar o filtrar el video la haya manejado Augusto Rodríguez”, dijeron en ese entonces fuentes de la Dirección Nacional de Inteligencia.

Lo cierto es que después de ese rifirrafe, Verónica Alcocer salió de escena. Y ha ido ganando un papel más relevante Augusto Rodríguez. De hecho, en la COP16, en Cali, se le vio a él mismo prácticamente escoltando a Petro, porque, supuestamente, había indicios de que la vida del Presidente corría peligro.

Quienes conocen al director de la UNP, Augusto Rodríguez, dicen que es un hombre algo paranoico. En lo cual comparte sentimientos con Gustavo Petro. Y ahora, Rodríguez ha vuelto a ganar un lugar al lado del mandatario porque es quien le maneja su seguridad. Incluso, los encargados de custodiarlo por parte de la Policía han manifestado en voz baja su preocupación porque Petro ha decidido viajar en otros aviones diferentes a los establecidos. En este caso cabe aquella frase: “El hecho de que sea paranoico no significa que no me estén persiguiendo”.

A propósito, la Fuerza Aérea ya le hizo saber a Presidencia su preocupación a través de una carta por el hecho de que la seguridad del Presidente la está manejando Augusto Rodríguez y que el mandatario suele escabullírsele a su propia seguridad para ponerse bajo el cuidado de la UNP.

Y como colofón, en este juego de tronos, no le ha sido útil a Sarabia ser tan cercana al abogado Mauricio Pava porque sus contradictores lo han interpretado como una manera de darle entrada a otros intereses a la Casa de Nariño.

En ese orden de ideas, Laura se ha quedado un poco sola en el pulso de poder. El respaldo de Verónica Alcocer ya no pesa y sus opositores, cada vez más molestos, ganan terreno. 

Dicho de otra manera, en el tablero de ajedrez del Gobierno, la reina que protegía al alfil salió del juego. Ahora se la pasa buena parte del tiempo fuera del país. En Italia, donde le gusta vivir, en septiembre estuvo en China, y la semana pasada en El Cairo. Y si bien el rey todavía está ahí y aprecia el valor de Sarabia, como una ficha muy eficiente del ajedrez, no es su estilo salir a defender con todo al alfil. De hecho, dejó volver a entrar al juego a quien, como Benedetti, la ha maltratado.

Al preguntarle a Sarabia hace dos semanas sobre esta crisis interna ella concluyó: “Una de las cosas que más admiro del presidente Petro es que no tiene agendas dobles ni se guarda nada. Su diálogo es franco y directo. Si estuviera ‘incómodo’, ya no estaría acompañándolo en su día a día. Es una cuestión de lógica básica”.


Sarabia tiene razón en que Petro no estaba “incómodo” con ella, pero ese no era el punto, Petro tal vez estaba “incómodo” con la idea de que ella se fuera. Porque en medio de la tremenda soledad en la que vive el presidente en la Casa de Nariño y en vista del talento que ha demostrado Sarabia para llenar tantos vacíos que deja el mandatario, la presencia de Laura allí parece imprescindible.


EL COLOMBIANO