martes, 26 de julio de 2016

Patti Smith / Y sus caballos siguen cabalgando

Patti Smith.




Patti Smith. MARC HAUSER/GETTY IMAGES

Y sus caballos siguen cabalgando

Venciendo mi larga alergia a los conciertos me decido a ver a Patti Smith, a ver si es capaz de transmitirme desde el escenario la emoción y la fuerza de sus discos

26 de julio de 2016

Durante muchos y gloriosos años fue posible en Madrid ver y oír de cerca a gran parte de los músicos que tenían algo importante, o hermoso, o magnético, o fascinante que contar. Con su voz, su guitarra, su trompeta, su saxo, su piano, o instrumentos con menos prestigio. Estos acontecimientos podían llenar estadios de futbol, pabellones, recintos muy espaciosos, o un colegio mayor cuyo recuerdo de las actuaciones de los grandes del jazz es tan agradecido como legendario para varias generaciones de melómanos. Pero también puedo jurar que en un club en el que podrían entrar setenta u ochenta clientes, concretamente en el largamente fenecido Balboa Jazz, tuve que frotarme los ojos varias veces constatando que a pocos metros de mi mesa y de mi copa estaba sonando la batería de Art Blakey acompañado por sus Jazz Messengers, el elegante saxo de Stan Getz o el admirable piano de aquel señor catalán y ciego llamado Tete Montoliú.
Y tengo la sensación de que durante una larga época disminuyeron notablemente en esta ciudad los conciertos de músicos ilustres. Ignoro las razones, aunque imagino que como todo en este mundo y en los otros estaría relacionado con la economía. O a lo peor, me hice viejo y desganado, deduje que la música te alimentaba mejor el alma si solo la escuchabas en tu casa y en soledad. Consecuentemente, son muy pocas las veces a partir del cambio de milenio en las que he querido contemplar en carne y hueso, sin que su arte esté enlatado, a la gente que me ha hecho feliz o que podría descubrirme nuevos prodigios. Le he seguido la pista de vez en cuando, en vivo y en directo, al cada vez más vago y rácano Van Morrison, por si a su viejo genio le daba por resucitar en vez de limitarse cubrir el expediente, a Dylan por ser Dylan aunque resulte imposible en la mayoría de ocasiones reconocer en sus retorcidas interpretaciones muchas canciones sublimes que inventó este hombre, a Springsteen porque siempre otorga vida y ofrece todo, a Leonard Cohen celebrando que debido a la ruina crematística abandone el monasterio budista para subirse otra vez al escenario y hablarnos de amores y desamores, milagros y soledades, a gente nueva ( aunque Jeff Tweedy y Anohni deben de andar ya por la mitad de la cuarentena) cuyos discos me impresionaron, y poco más. O sea, no pasa de un concierto al año, algo extraño para alguien que en los viejos tiempos acudía con fervor o con curiosidad a infinidad de ellos.









Habiendo observado de cerca a casi todos los músicos contemporáneos de mi existencia a los que he amado, jamás he visto sobre un escenario a Tom Waits. Ese disco doble y excepcional titulado Nighthawks at the Diner fue grabado en directo, con público, en tugurios donde tocaba este hombre. O eso quería parecer. Hubiera dado cualquier cosa por estar allí. Su voz siempre estuvo cascada e imagino que le queda poco tiempo para que solo recite. Da igual: seguirá transmitiendo sentimiento, atmósfera, estilo, lo que solo poseen los elegidos. Y espero verlo alguna vez, aunque se prodigue muy poco. Me ocurría lo mismo con Patti Smith, que a diferencia de Waits es aficionada a las giras. Bueno, a casi todos los rockeros de primera fila les ha entrado en los últimos años una desmedida afición a dar recitales ante ese público que tanto les ama. Das por supuesto que casi todos son millonarios, pero mucho debe de haber caído la venta de discos para que todos se hayan lanzado a la carretera sin prisas y sin pausas. Benditos sean.







Venciendo mi larga alergia a los conciertos me decido a ver a la señora que ama a Rimbaud

Y venciendo mi larga alergia a los conciertos me decido a ver a la señora que ama a Rimbaud, a alguien que siempre se ha comprometido públicamente con variadas causas (algo nada extendido entre los grandes del gremio, el enigma sobre lo que piensan y el “yo solo a lo mío” gozan de mucho prestigio), que al igual que Frida Kahlo se dejó bigotito en una época (¡que espanto!). Voy porque quiero comprobar si esta muy moderna dama es capaz de transmitirme desde el escenario la emoción y la fuerza que he sentido escuchando sus discos. El vinilo de Horses se me rayó más de una vez de tanto oírlo. Y Patti Smith va a cantarlo entero. El arranque es una versión nada memorable de Gloria: In Excelsis Deo, una de las canciones que Van Morrison, junto a su primer grupo Them, hizo eléctrica, rabiosa y sensual hasta la eternidad. Patti Smith volverá a cantarla por segunda vez y ahí sí suena grandiosa. Es muy bueno su concierto. Esta mujer está a la altura de su leyenda. Y su desgarro es contagioso. La interpretación de Because the night (solo faltaba Springsteen haciendo dúo para que aquello hubiera sido el cielo), seguida de People have the power, alcanzó el estado de gracia. Hasta se le puede perdonar la calculada ordinariez, para demostrar que su espíritu sigue militando en el punk, de que su ya agrietada boca lanzara un escupitajo.
Patti Smith no se olvida de los muertos del rock que le otorgaron significado y belleza. Y descubres que ninguno pasó de los cincuenta ni la palmó de muerte natural. Con la excepción de Lou Reed, que milagrosamente llegó a los 70 y murió en su cama, después de haber practicado durante su última época el místico y liberador tai-chi. ¡Quién lo diría! Bueno, cada uno se busca la supervivencia como puede. Patti Smith también debe de andar por los setenta. Que viva todo lo que desee. Y que siga cantando. Por nuestro bien.

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