sábado, 22 de abril de 2006

Sergio Pitol / Ficción y crítica



PREMIO CERVANTES 2005

Sergio Pitol

Ficción y crítica


E.Dobry
22 de abril de 2006

El escritor mexicano reúne en Soñar la realidad una serie de artículos autobiográficos, cuentos y apuntes críticos. Un volumen que ofrece las claves para conocer y reconocer las artes literarias de este autor y gran viajero, para quien la realidad y la ficción no están separadas.

La estructura de este libro reproduce la forma misma de muchos escritos de Pitol: junta ficción y reflexión, invención y crítica, experiencia vivida hecha escritura y vuelta a ser experiencia leída. Como dice él mismo al preguntarse acerca de uno de sus títulos, El arte de la fuga, volumen también hecho de pasajes y mezclas: "La Fuga [permite] establecer una forma mecida entre la aventura y el orden, el instinto y la matemática, la gavota y el mambo". Fuga y fractal de la ficción, porque "todo está en todas las cosas", como dice Pitol, que en Soñar la realidad divide -o esparce- sus trabajos en tres secciones: una de artículos autobiográficos, otra de cuentos, la tercera de apuntes críticos. El libro, publicado originalmente en México en 1998, reagrupa materiales que, en muy buena medida, ya eran conocidos para el lector español: de las secciones primera y tercera, varios pertenecen al mencionado El arte de la fuga (Anagrama, 1997), y de los diez relatos hay sólo dos que no formaron parte de la recopilación Los mejores cuentos (Anagrama, 2005).


Pitol es un escritor de conciencia borgeana en su manera de asumir que realidad y literatura no son dos entidades separadas y eventualmente cortocircuitadas a voluntad del escritor, sino esferas de relaciones cambiantes, indiscernibles, como la materia y su espejo (pero donde ya no se sabe de qué lado está la imagen o su doble). 'El sueño de lo real', resume en diez páginas la entera trayectoria literaria de Pitol, donde el itinerario y el destino literario se hacen tal en la escritura. Figura de autor hecha de idas y venidas, de casi treinta años europeos en los que Pitol es un escritor mexicano en Varsovia -donde traduce autores entonces casi desconocidos y hoy clásicos entre nosotros, en buena medida gracias a su labor-, o en Praga, Roma, Barcelona. En su juventud y en las vueltas al país natal su amigo y álter ego es el crítico y ensayista Carlos Monsiváis, figura central de la cultura mexicana de los últimos cincuenta años: a él dedica uno de los artículos fundamentales del libro -'Con Monsiváis, el joven'-, como a él le dedicó también su primer cuento, 'Victorio Ferri cuenta un cuento', incluido en este volumen. Monsiváis y Pitol se mueven por el México de 1957 y se cruzan con Juan José Arreola, José Emilio Pacheco, Max Aub, Salvador Elizondo, Enrique Díez-Canedo, Rosario Castellanos, Jaime García Tarrés. Es un autorretrato con -al fondo- una ciudad plena de inquietudes, donde la máxima alerta política es, al mismo tiempo, el más poderoso estímulo intelectual.
En otro capítulo Pitol recorre varias ciudades alemanas y hace dialogar lo que ve durante el día con las novelas de Theodor Fontane, que lee en las noches de hotel. Los laberintos del irlandés Flann O'Brien leídos por Borges; el problemático lugar de Arthur Schnitzler en la gran literatura centroeuropea de su tiempo; un diario de lectura de los diarios de Thomas Mann (Mann lector de Kafka; Mann leído por Kundera); el Coloquio de los perros de Cervantes evocado desde el Corazón de perro de Bulgákov. Distintas estrategias para ahuyentar toda idea ingenua acerca de la literatura y de sus interpretaciones, que sin embargo nunca vencen ese fascinado candor tan propiamente americano. Porque está atravesada de pasajes, conexiones y relaciones que se rehacen todo el tiempo, la literatura de Pitol elude lo asertivo o apodíctico: nace de sucesivas preguntas a cuyas respuestas tiende. La pregunta, por ejemplo, acerca de cómo escribe, cómo debiera escribir un narrador mexicano con media vida hecha en Europa, que ha visto transformarse varias veces las ciudades donde transcurrió la escena de su vida. Y porque necesita del diálogo, el lector de Pitol está llamado a ser más, a ser un interlocutor, como aquel que aporta la cambiante interrogación sin la cual el texto no se pone en marcha. Basta abrir este libro por cualquiera de sus páginas para verse sometido a ese desafío generoso.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 22 de abril de 2006
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