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viernes, 22 de mayo de 2020

Lily King / Xambun I



Lily King
XAMBUN I




17

    Se despertaron con un grito prolongado, seguido por muchos otros gritos confusos. Nell no tenía ni idea de qué hora era. El cielo estaba negro, no había ni una pizca de luz.
    En situaciones de crisis Fen se volvía aún más rápido... y felino. Desapareció de un salto por la escalera. Ella se apresuró para seguirlo. El alboroto procedía del camino de las mujeres. Fen dijo algo, pero no lo oía bien.
    Cuando doblaron la esquina, era como se temía: una masa de cuerpos gritando. Pararon a unos seis metros del borde exterior de la multitud, que miraba hacia el interior de la aglomeración, hacia la casa de Malun. En la oscuridad consiguió distinguir la larga espalda de Sanjo, los gruesos brazos de Yorba y la cabecita de Amun, pero sólo por un instante. Todos se movían, se agitaban y gritaban tan fuerte que le afectaba a la visión. Muchos se habían arrancado los collares, los brazaletes, los cinturones y las bandas de los brazos, e incluso las cintas del pelo, y los tiraban al suelo, abrazándose, llorando y gritando mientras se apretaban hacia el centro, hacia lo que fuera que estuviera sucediendo en el interior de aquella densa masa de cuerpos.


    Fen la cogió de la mano y se le acercó aún más. La agarró con más fuerza y se abrió paso entre la multitud.
    —Tenemos que... —dijo, pero el resto de la frase se perdió en el estruendo.
    Luego Nell perdió la mano de Fen. Todo el mundo empujaba hacia el interior, y la empujaron también a ella, apretándola y manoseándola. Intentó resistirse, mantener la posición, pero era inútil. No estaba segura de querer ver lo que estaba sucediendo, pero se vería obligada, empujada por un gran músculo tam que la impulsaba hacia delante. No entendía por qué reconocía a tan poca gente, por qué nadie la reconocía a ella. La gente estaba histérica, y el aliento y el sudor de todos aquellos cuerpos desquiciados creaban un olor acre a algo enterrado vivo. Estaba convencida de que se encontraría un cadáver en el centro. Esperaba que no fuera el de un niño. ¡Por Dios!, no más niños muertos. No estaba segura de si aquello lo había dicho a voz en grito. Sintió el sabor del vómito y de la sangre, pero no creía que fueran suyos. Por delante vio la luz de una llama temblorosa. Y luego los vio, a Malun y a un hombre con pantalones verdes. Estaban de pie, pero él estaba curvado sobre ella, que sostenía con gran esfuerzo su gran peso, llorándolo como quien llora a un muerto. Pero no estaba muerto. Unas cicatrices largas y profundas le surcaban la espalda desnuda, más recientes y mucho más brutales que sus cicatrices de iniciación, latigazos sin un trazado claro, pero no estaba muerto.
    


    «Ven en cuanto leas esto —decía la nota de Nell—. Xambun ha vuelto.»










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