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viernes, 2 de enero de 2009

El atronador silencio de Salinger


El atronador silencio de Salinger

El autor de 'El guardián entre el centeno' cumple 90 años rodeado de misterio - Recluido desde mediados de los cincuenta, no ha publicado una línea desde 1965


Justo Navarro
2 de enero de 2009

Jerome David Salinger, el más íntimo de los escritores famosos contemporáneos, cumplió ayer 90 años. Es un autor escondido, pero genera una industria popular de fanáticos, críticos y comentadores, la Industria Salinger, de la que alguna vez habló George Steiner. Mítico desde la publicación de The Catcher in the Rye en 1951 (El guardián entre el centeno, 1978, traducción de Carmen Criado), ha demostrado la voluntad violenta de mantenerse a salvo del fervor público, hasta desaparecer en defensa de su vida privada. En tiempos de manía publicitaria, exhibicionista, J. D. Salinger ha eludido combativamente la intromisión espectacular de periódicos y televisiones. Ha pleiteado contra sus biógrafos. Ha sufrido las indiscreciones autobiográficas de mujeres que lo tuvieron cerca y han practicado con el escritor el género Kiss and tell, o "besa al famoso para después contarlo", incluso desde un punto de vista filial.





Creó un lenguaje nuevo que era infantilmente radical
El último relato conocido es una carta de Seymour Glass a sus padres



Fue un niño neoyorquino de 1919, hermano de Doris, nacida en 1911, hijos de padre americano de religión judía y madre de ascendencia irlandesa-escocesa. El padre, dedicado a la importación de jamones, fundó una familia bien en Park Avenue. No destacó en los estudios el joven Salinger, que acabó en una academia militar de Pensilvania, donde escribió un himno para la entrega anual de diplomas. Completó su formación en Europa: Viena, París, Londres y Varsovia. Se preparaba para heredar los negocios del padre, pero fundamentalmente escribía cuentos rechazados por las mejores revistas. Pasó nueve semanas en una universidad menor del este de los EE UU, escribiendo críticas de cine para la revista estudiantil. Antes de irse a la guerra, le vendió a la revista The New Yorker un relato que no sería publicado hasta 1946. Soldado voluntario, prestó servicios de contraespionaje en Inglaterra, desembarcó en Normandía el 6 de junio de 1944, y persiguió agentes de la Gestapo y colaboracionistas franceses.
Su primer éxito fue el cuento Día perfecto para el pez plátano, de 1948, siempre en su revista, The New Yorker, y en torno a su gran héroe, Seymour Glass, veterano de guerra y suicida inocente. Salinger ha escrito de la alegría de la victoria y la depresión después de la acción. Venían tiempos de guerra fría, opresión silenciosa y cacería de izquierdistas sospechosos de no estar contentos con la realidad obligatoriamente feliz. Renunció desde el principio a la vida pública de escritor. No quería giras de presentación de libros, ni conferencias, ni congresos universitarios o municipales. Le cayó encima el irritante triunfo de El guardián... Siguió fabulando sobre la desastrosamente luminosa familia Glass, hasta su último relato conocido, de 1965, Hapworth, 16, 1924.
Empezaron a circular ediciones piratas, perseguidas a instancias de Salinger, secuestradas por los jueces. Su única entrevista fue concedida por teléfono a un periodista del New York Times, en 1974. Salinger, que había solicitado hablar con el periódico a propósito de su silencio, declaró que editar sus cuentos sin permiso suponía "una terrible invasión de mi vida privada". Amenazó con acciones legales a las universidades que, al otorgarle un premio, usaban su nombre. Cuando lo fotografiaron a la salida de un supermercado reaccionó airadamente contra quien se atrevía a molestarlo.
Inventó una generación silenciosa de jóvenes felices, con dinero, los primeros consumidores natos, incómodos en el nuevo bienestar de masas y urbanización de clase media, paraíso de hipermercado, patria, familia, patrimonio y religión. Escribió alegremente una historia de la intimidad nacional. Nueva York y Nueva Inglaterra se convirtieron en el sueño universal. John Updike dijo que Salinger prestaba atención extrema al gesto y al tono. Lo compararon con Mark Twain y Nathaniel Hawthorne, con Herman Melville y Scott Fitzgerald. Contaba la tragedia y la comedia de la imparable pérdida de la inocencia, la imposibilidad de crecer sin dolor, sin romperse. Madurar era caer en la corrupción insensible de los adultos. Creó, como todo escritor esencial, un lenguaje nuevo, infantilmente radical, que separaba tajantemente lo bueno y lo malo, según los dictados del joven Holden, héroe y narrador de El guardián... Todo es phony (falso, gastado, hipócrita, insoportable, repugnante) o nice (bueno, divertido). Hizo la primera crónica de la adolescencia con dinero, consumidora de productos industriales y lenguajes que se venden como productos, antecedente de la rebelión juvenil y universitaria de los años sesenta y setenta.
Su último relato fue la carta que desde Hapworth, campamento de verano, manda Seymour Glass a sus padres. Le duele a Seymour no estar en su casa, y la obligación de aprender a ser mayor en contacto con seres de su edad, porque los niños de Salinger son criaturas prodigio, escritores y actores precoces, políglotas con superpoderes, campeones del baile y el deporte, desgraciados, futuros suicidas. "Pocos de estos niños magníficos, saludables y a veces muy guapos, madurarán. La mayoría -doy mi desgarradora opinión- se limitará a envejecer", escribía Seymour, a sus siete años.
Justo Navarro es escritor.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 2 de enero de 2009


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