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martes, 2 de julio de 2024

Ismail Kadaré / El Palacio de los Sueños / Reseña

Ismail Kadaré: El Palacio de los Sueños


Alejandro Prada Vázquez
9 de noviembre de 2022

En octubre de 2009 asistí a una charla que dio Ismail Kadaré (Gjirokastër, Albania, 1936) en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Oviedo, en la que por entonces yo estudiaba mi Licenciatura en Historia del Arte, con motivo de la concesión del Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Aunque no recuerdo mucho de lo que contó, sí guardo el recuerdo del escritor albanés como el de alguien serio, en cierta manera opaco, aunque no a la defensiva. Dijo entonces que se había iniciado en la literatura escribiendo Macbeth, pues a los 11 años había transcrito algunas de sus partes, y que no se debía escribir estando muy enamorado o si se era desgraciado, pues estas condiciones provocan que la obra se arriesgue a una manifiesta superficialidad. También recuerdo su enfado momentáneo cuando una mujer le preguntó sobre la posible orientación que estaba tomando su obra, desde hacía unos años, hacia derroteros posmodernos. ¡Todo el mundo notó cómo se llenaba de sombras aquel salón de actos al agriarse el rostro del albanés! Estoy seguro de que lo vivió como un insulto, pues su literatura, aunque ha cambiado con el tiempo, no se deja vencer de ese lado y así se lo hizo saber a la mujer. Estaba acompañado, allí, de su traductor al español, Ramón Sánchez Lizarralde, quien aseguró que Kadaré era uno de los grandes escritores europeos. Por lo que a mí respecta, solo puedo darle la razón.

Para ejemplificar su grandeza literaria, pues ya llevaba años queriendo dedicarle al menos una entrada en el blog, he decidido reseñar una de sus obras más notables, El Palacio de los Sueños, publicada en Albania en 1981. Antes de pasar a analizar esta novela, merece la pena apuntar que Kadaré ha vivido siempre inmerso en un clima de censura y represión en su Albania natal. Tanto es así que en 1990 decidió exiliarse en Francia, pues ya había tentado demasiado a la suerte con sus obras, que no sólo no se plegaban a las demandas del régimen de la dictadura comunista, sino que además las enfrentaba a través de la literatura. Ramiz Alia, sucesor del dictador Enver Hoxha en el gobierno de Albania, llegará a atacar públicamente al escritor: «El Pueblo y el Partido te han elevado al Olimpo, pero si no te mantienes fiel a ellos, pueden arrojarte al abismo». Nunca se llegó a materializar ninguna de estas amenazas contra Kadaré gracias, especialmente, a la presión internacional. También hay que resaltar que, aunque maneja la lengua francesa con perfección, y a pesar de vivir en París desde hace veintidós años, el escritor albanés nunca ha sentido la necesidad de dejar atrás la lengua albana para escribir. Dicho esto, pasemos ya a la novela.

El Palacio de los Sueños es una novela que está dividida en siete capítulos que narran, por un lado, las peripecias de uno de sus nuevos funcionarios, Mark-Alem, miembro de una familia importante y aristocrática dentro de la historia de Albania, los Qyprilli, y, por otro, la propia historia y alcance represivo de esta institución estatal llamada El Palacio de los Sueños. ¿Qué peculiaridades tiene este órgano de tan rimbombante nombre? En una conversación que se da en cierto momento de la novela, nos encontramos con una buena definición de la misma, cuando se afirma que es una de las más antiguas y más temibles del Estado. Dicha institución produce terror, pero, a diferencia de las otras, no lo hace de forma manifiesta, pues es la más distante «a la voluntad de los hombres, ajena a la razón de todos, el más ciego, el más fatal» de los instrumentos estatales. Esto significa que, en un Estado totalitario como el que se describe en la narración, incluso el reverso de las conciencias, el reino de los sueños, queda bajo el poder de unos pocos. Pero ¿cómo funciona el Palacio de los Sueños? El mecanismo tan aparatoso como tentacular: existen muchas delegaciones de este por todo el imperio y a ellas acuden los ciudadanos para contar, ya de buena mañana y antes de que se les olviden, sus sueños de la noche anterior. Después pasan a ser analizados en distintas instancias por distintos funcionarios que, asimismo, pertenecen a distintos departamentos con el objetivo de cribar y descubrir si, en los sueños de los súbditos, del pueblo mismo, se pueden encontrar amenazas cifradas en símbolos que afecten a la existencia o destino del poder («…a primera vista las cosas siempre parecen así, inofensivas, cuestión de verduras, de campos de hierba, pero después resulta que detrás se oculta el desastre»).

En esta novela se presencia el ascenso de dicho funcionario, Mark-Alem, hacia las cumbres de dicha máquina de dominio, en lo que no deja de ser una peripecia onírica fundada en la posibilidad de descubrir la auténtica naturaleza de dicha institución. A medida que avanza en su lectura, el lector tiene la percepción de que el Palacio de los Sueños es un órgano de represión de cometido impreciso, de función muy vaga, aunque por lo visto muy respetada e importante dentro del esquema totalitario en el que esta inserta, tanto dentro del estado como por el pueblo, dada su amplia tradición. El narrador nos dice, en cierto momento, que la madre del protagonista «se sentía atraída en especial por su carácter indeterminado, nebuloso. Allí la realidad se trastocaba, penetraba de inmediato en el terreno de lo inalcanzable». Esta percepción la tiene también el lector, pues va comprobando, página tras página, que detrás de esa tarea tan excéntrica y absurda solo queda una pulsión obsesiva del Estado por la vigilancia, el control y la represión desde un punto de vista menos tangible.

No abundan aquí las descripciones, los detalles sobre el candor de unas mejillas, la decoración de un salón o el color del pelo de un personaje. No vemos a dichos personajes más que a través de sus pensamientos y de los hechos mismos en los que están inmersos, pues a Kadaré no le interesa otra cosa que describir un mundo tan terrible como posible recurriendo a esa cierta frialdad y solidez en el estilo, que está encaminada a resaltar el hermetismo y los mecanismos impersonales de lo narrado, que no es otra cosa que una tragedia. En este sentido, no me parece, como se ha apuntado en algunas ocasiones, que la novela sea ágil. Es cierto que se requiere mucha maña literaria para fluir sin trompicones por el laberinto que nos propone el albanés, y es cierto también que otros escritores hubiesen fracasado en la misma tarea, pero lo cierto, a mi entender, es que dicha agilidad para narrar no se traduce en un texto ágil, ya que los hechos narrados impiden un auténtico dinamismo, aunque según va avanzando la trama esta va acelerándose cada vez más. Desde luego, esto no tiene que verse como una crítica a la novela, sino como una aclaración para posibles lectores.

Por último, quien haya leído con anterioridad a Kadaré pero no El Palacio de los Sueños, ya está tardando en hacerlo; sin embargo, quien no haya leído nunca a Kadaré debería empezar (aunque está es una sugerencia en extremo personal) por otro de sus libros, como Abril quebrado, que es posiblemente una de las mejores puertas a su universo literario. 

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