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sábado, 23 de octubre de 2021

Dennis Cooper / Chaperos / Prólogo de Juan Bonilla

Dennis Cooper


Dennis Cooper

CHAPEROS

PRÓLOGO de Juan Bonilla

    No estaría mal que con las novelas de Dennis Cooper se regalase una escafandra para proteger al lector de sus imágenes, de algunos de los hechos que narran. Tampoco estaría de más que sus editores advirtiesen, como en aquellas películas de mi infancia, que las narraciones de Cooper pueden herir la sensibilidad de los lectores, aunque pensándolo bien, qué narración que merezca la pena no hiere de alguna manera la sensibilidad del lector, qué será narrar sino, propiamente, herir la sensibilidad del que lee, afectarla de alguna forma, dejar huella, impedir por los medios que sea que el que sale de una narración no sea exactamente el mismo que el que entró en ella. Eso lo consiguen las novelas de Dennis Cooper con evidente solvencia: es difícil olvidar sus novelas una vez que uno ha pasado por ellas. Se ha significado Cooper por cartografiar un mundo oscuro, salvaje, nihilista, lleno de adolescentes drogados a los que les da igual lo que vaya a ser de ellos y cómo los vayan a utilizar sus amantes, y de amantes babosos a los que sólo se les pone dura si su presa, pequeña, delgada y bella, es colocada al borde de la muerte después de agotar el catálogo macabro de cosas que un amante puede hacerle a otro. Hablar de pornografía es banal, pues las descripciones de Cooper, con ese estilo directo y cuidado, rara vez gustan de solazarse en los hechos físicos —que muchas veces se quedan en la mera mención de un acto concreto—; que la narrativa de Cooper es altamente obscena parece evidente, toda vez que obsceno es aquello que no debe mostrarse en escena, y he ahí donde radica la fuerza y el vigor de Cooper, en su modo de revelar los distintos monstruos del deseo que anegan a sus personajes y en escrutar a esos adolescentes bellos heridos de mitomanía que se saben adorados y a los que no les importa que esa adoración implique de modo determinante su propio sacrificio.
    Pero sería una pena que se dejara a Cooper en el ghetto de la literatura gay —y dentro de ésta, en las estanterías de hardcore
—: sería algo así como conceder que sólo los balleneros pueden disfrutar y emocionarse con Moby Dick o que sólo las adúlteras tienen acceso a los dramas de Mada-me Bovary. Sobre todo en lo que concierne a su última novela, Chaperos, que por mucho que ya desde el título no renuncie a ubicarse en ese ghetto, resulta uno de los más brillantes experimentos narrativos con los que uno ha podido encontrarse en estos últimos años. Si tuviera el alma de publicista que no tengo, diría sin escrúpulos que se trata de la primera gran novela del siglo XXI. Y ello porque, con el decorado que es propio a las novelas de Cooper —nos encontramos de nuevo con el adolescente que quiere ser un mito y al que no le importa lo que hagan de él sus adoradores, con los adultos sedientos de carne muy joven, con las prácticas sadomasoquistas y todo el abanico de ejercicios tremendos propios del bondage, más unos extras ciertamente espeluznantes—.

Chaperos indaga con brillantez sorprendente en el gran asunto de la meta-ficción, en unos tiempos en los que la tecnología ha actualizado ese asunto. Nos encontramos en Chaperos con una narración coral extraída de las páginas de una web que permite a los clientes de los chaperos que los puntúen y revelen sus experiencias para advertir a los demás usuarios si merece la pena o no contratar a aquellos de los que se informa. La turbamulta de informes y de experiencias narradas van configurando la personalidad de Brad, uno de esos adolescentes de Cooper, con aspecto de niño y una capacidad desorbitada para soportar castigo. Brota casi de inmediato una historia de amor entre el chapero y uno de sus clientes, el otro soporte de la narración, Brian: Brad y Brian quieren ser una pareja mítica, y la comunidad de internautas afiliada a la página web colaborará en esa empresa. Pero ¿quiénes dan noticia de las peripecias de la pareja? ¿Hasta qué punto exageran los que colaboran en hacer de Brad una leyenda? ¿No será todo un muy bien planeado
hoax? ¿No será una sagaz ocurrencia empresarial mediante la que algún proxeneta —o el propio Brad— conseguirá que lo que el chapero cobra por cada trabajo se multiplique? Las mentiras y las medias verdades, las opiniones de gente que siempre dice haberse enterado de la existencia de la página web por un comentario de un amigo, las impresiones de éste o aquel que escarbando en su memoria localizó una escena pornográfica en la que tenía que ver Brad antes de convertirse en el legendario Brad, van componiendo una narración en la que la realidad se va desmintiendo a sí misma continuamente, debido a que su soporte no es otro que los testimonios y la información de quienes pueden estar ayudando a fabricar la ficción de Brad, o, sencillamente, se abandonan al placer de colaborar con ella para dar de beber a su sed de fantasía. Imposible no imaginarse a esos internautas siguiendo la historia de Brad y Brian cada noche, como en otro tiempo se seguían por la radio las telenovelas románticas, con la diferencia importante de que a ellos se les permite colaborar, añadiendo un comentario, tergiversando una experiencia, incluso atreviéndose a dirigirse al personaje real que da pie a toda la ficción, y contratarlo para ver cuánto hay de cierto en la narración a la que tiene acceso cada noche.
    Dennis Cooper ha escrito una novela vertiginosa y audaz en la que el fondo pesará más que la forma, a pesar de que lo que la hace verdaderamente importante es ésta última, porque sin ella, la novela no sería más que otra crónica más del mundo oscuro, abyecto y formidable de las relaciones sadomasoquistas —de pago, esta vez—, con la presencia de un montón de rostros pegados a la pantalla, y con los pantalones en los tobillos. Que haya optado por construir este inmenso puzzle cuyo verdadero protagonista, más allá de los personajes principales, del adolescente autodestructivo Brad y el sádico Brian, es internet, los espectadores que alientan la historia de los dos personajes principales con su presencia, los internautas que piden más incansablemente, que quieren saber más, que contribuyen a que se sepa más —aunque mucho de lo que se sepa es pura mentira para satisfacer sus propias demandas— es lo que significa y destaca a esta novela. Acostumbrados como estábamos a que su literatura transgresora lo fuera por los mundos que utilizaba, con Chaperos Dennis Cooper, sin renunciar a su mundo crudo y cómico, terrible y romántico, ha escrito su novela más importante. La que a la vez resume su trayectoria anterior, y lo sitúa en la vanguardia de los narradores norteamericanos. Sí, tal vez deberían dar con cada ejemplar de esta novela una escafandra para proteger al lector, cuya sensibilidad resultará herida. Por eso mismo, por la manera que tiene Cooper de herir sensibilidades, es un narrador tan importante y personal.

Chaperos es, me parece, su obra maestra.

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