El dolor por dentro de Chavela Vargas
Luis Martínez
Madrid, 16 de junio de 2017
El documental 'Chavela' repasa la figura
del icono que supuso Chavela Vargas
"Una noche incierta,
todo el mundo amaneció con todo el mundo
y yo con Ava Gardner"
todo el mundo amaneció con todo el mundo
y yo con Ava Gardner"
Chavela Vargas
Ser Chavela fue una empresa sólo a la altura de la propia Chavela. "Para ser Chavela tenía que ser más macha y más borracha que cualquiera de los chavos que había a su alrededor", se escucha en el documental de Catherine Gund y Daresha Kyi que se estrena este viernes y que, como no podía ser de otro modo, responde al nombre de Chavela. La película, presentada en el pasado Festival de Berlín, es antes que un simple repaso de las heroicidades, industrias y andanzas de un personaje desmedido, un viaje a lo más íntimo de algo tan íntimo como el dolor. "El dolor forma todo lo que ella hizo. Sin ese sufrimiento no habría sido quien fue. Transmitía esa pena y la compartía. Transformaba su dolor en arte. Ella más que cantante era intérprete. Interpretaba sus canciones, les daba alma, las convertía en otra cosa; en algo que dolía", comenta Kyi para dar la perfecta medida de una cinta que es también herida. Como todo lo que tocaba Chavela.
La película empieza en los años 50. Y ya entonces la veinteañera que luego fue nonagenaria (murió en 2012) era ya la misma. Y de una pieza. En un México furiosamente macho por irremediablemente español quizá, ella se rebela. Se incendia. Contra todos. Viste pantalones, se recoge el pelo, fuma, bebe, vuelve a beber y entona sus canciones de espaldas al exotismo casi tribal de la ranchera al uso. Ni volantes, ni gorgoritos, ni ayayays. Es lesbiana. Pero no lo dice, lo ejerce. "Manifestaría su orientación sexual de forma abierta ya de muy mayor. A ella no le hacían falta banderas. Era una bandera. El resultado es que ahora mismo todas las lesbianitas de México la adoran, la reconocen como su símbolo, le agradecen haber sido quien es todavía", comenta la directora. Y le creemos.
Nació en Costa Rica en 1919 con el nombre de Isabel Vargas Lizano. Pero ella, como se dice en varias ocasiones, pronto supo que su destino era México. "Sentí que me estaba esperando", confiesa. Allí conoció y hasta se bebió entero a José Alfredo Jiménez. Aunque quizá fue al revés: fue él el que se bebió a ella. O los dos mutuamente. El caso es que el tequila se hizo alma y habitó entre nosotros. En la cinta la vemos arrastrar la voz, el cuerpo y la mirada siempre triste por la boca, la piel y los ojos manchados de rímel de mil mujeres, de mil garitos, de mil miradas tristes. Y así hasta agotarlas todas. "Una noche incierta, todo el mundo amaneció con todo el mundo y yo con Ava Gardner", dice. Y después de ella todas las demás. Hasta Frida Kahlo fue suya, o al revés, o las dos de las dos. "Me dijo: 'No te puedo atar a mis muletas y a mi cama'. Y un día me fui", cuenta Chavela que le dijo la mujer de las cejas como "golondrinas en pleno vuelo". La descripción vuelve a ser de Chavela.
Y así hasta llegar a la que fue la gran depresión, el olvido, la coagulación necesaria de la mecánica del dolor en el que siempre vivió. "Tan corto fue el amor y tan largo el olvido", se escucha. "El episodio fundamental tanto en la vida de Chavela como en el de esta película fue el hallazgo de Alicia Elena, la mujer que la salvó", dice Daresha Kyi. Recuerda Kyi que con la película ya prácticamente acabada, sentía tanto ella como su colega Gund que algo faltaba. "Escribimos a Alicia con la esperanza muy vaga de que nos atendiera. Sabíamos que había sido una de las mujeres de su vida. Y la abogada Alicia Elena no sólo nos recibió sino que nos abrió completamente su corazón. Ella es el alma de la película", dice.
Y, en efecto, así es. Tras asistir a la puntual descripción de un mito lejano, de repente, la película se introduce en la espesura melancólica de la Chavela mujer, la Chavela indefensa, la Chavela que podía ser a la vez miel y granizo. La vemos enseñar a disparar al hijo de Alicia, la vemos extraviarse por el laberinto de un vida demasiado castigada. "Pero está claro que, pese a todo, ella quería vivir. Ella disfrutaba de la vida. No quería dejarse arrastrar por la muerte y sus recuerdos. Quería seguir cantando", rememora Kyi. No está claro que fuera por los chamanes o por simple y clara tozudez, el caso es que un buen día Chavela dejó de beber y se ofreció a sí misma completamente renacida. Y hasta virgen a pesar de todo.
Lo que sigue es la última Chavela. La de los conciertos en Madrid, en la sala Olympia de París y en el mundo. Lo que sigue, para entendernos, es la Chavela de Almodóvar. Dice este último que en sus canciones él encontró un espejo. Lo dice mientras suena El último trago, la canción que hiere como un rayo el corazón de La flor de mi secreto. Almodóvar la hizo suya, la protegió, la mimó, la abrió su cine y la posibilidad del reencuentro de nuevo con el público. "De hecho", sigue la directora, "estoy convencida de que fue cosa del destino. A poco que se mire de cerca, Chavela es digno personaje de una película de Almodóvar: trágica y cómica a la vez. Eso y profundamente irreverente. A veces pienso que son la misma persona, que Chavela no es más que un producto de la fantasía de Almodóvar". Y ahí lo deja.
Cuenta la directora que le hubiera gustado profundizar un poco más en la parte más esotérica y misteriosa de su personaje. Y lo dice porque dieron con varias historias mágicas. Curaciones milagrosas. Apariciones en lugares imposibles. Chavela, en efecto, es ya mito, el cuerpo de una mitología que empieza y acaba en ella. Ser Chavela fue una empresa sólo a la altura de Chavela. El mito del dolor hecho cuerpo.
ISABEL CHAVELA
Isabel nació en Costa Rica pero siempre ejerció de mexicana. Chavela fue una construcción casi perfecta para periodistas, escritores y directores de cine deshauciados o en la cresta de la ola, para lúcidos intelectuales, cantautores y para borrachos clarividentes. "Agustín Lara era el único que me llamaba Isabel", explicó una tarde en la Casa de América de Madrid acompañada por Carlos Monsiváis; el escritor fue el gancho perfecto para sacar las historias de seres mitológicos como José Alfredo Jiménez. Casi todas las frases comenzaban de la misma manera: "íbamos a tomar (tequila)" y... tardaban varias cosechas en volver a estar sobrios. "Un día nos olvidamos al muerto", explicaba sobre un velorio en el que cambiaron de bar y olvidaron los motivos y al finado.
A ratos sonaba como una buena canción de Sabina. Joaquín fue a la peregrinación de 1993 a la sala Caracol de Madrid en la que Chavela escenificó su resurrección. Joaquín Sabina se equivoca de dirección pero no de estribillo. "Vivo en el bulevar de los sueños rotos", dice que dijo ella.
Aquellos conciertos fueron abracadabrantes para todos los que estábamos ahí. Almodovar, Martirio, Sabina, Laura García Lorca... todos fuimos capturados en las redes de la Chamana.
Chavela es el gran invento de Chavela Vargas. ¿Es verdad eso de que los borrachos no mienten? pregunté. "Los borrachos no mienten y los poetas tampoco", contestó rotunda.
Una tarde acompañé a Chavela a la Residencia de Estudiantes ¿No te importa hacer la entrevista allí, más tranquilos? Me tomé una cerveza, ella bebió agua. Hablamos de drogas, me contó que conoció a Don Juan, el chamán que convirtió a Carlos Castañeda en un icono de la psicodelia, me dijo que ahí en la Residencia hablaba con Federico. Yo confesé que me sentaba mejor que todas las drogas que había tomado en mi vida. Se alegró.
No importa qué canción canta, nadie canta como canta Chavela.
JOSÉ MANUEL GÓMEZ
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