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martes, 21 de septiembre de 2021

Los cuentos de Mavis Gallant

Mavis Gallant

LOS CUENTOS DE MAVIS GALLANT


Javier Fernández de Castro
30 de marzo de 2014

Con Marvis Gallant tengo la desagradable sensación de haberme pasado la vida mirando en todas las direcciones posibles salvo aquellas que me hubiesen llevado a ella. Leí hace un montón de años (a toro pasado) alguna de sus crónicas de Mayo del 68 y me prometí que leería cualquier cosa que ella escribiese. Pero desde entonces ha publicado más de cien cuentos (116 según sus incondicionales), dos novelas, una pieza de teatro, una parte de sus diarios y bastantes entrevistas sin que yo haya cumplido mi promesa de leerla. Incluso su muerte, ocurrida hace poco más de un mes, me ha sorprendido con el pie cambiado.

Ella, junto con  Alice Munro y  Margaret Atwood, formaba el trío de  viejas damas canadienses (91, 83 y 75 años respectivamente) siempre a la espera del premio Nobel. El hecho de que el año pasado Alice Munro ganase  el ansiado premio debió de ser un golpe muy duro para la aspirante más veterana,  primero porque sabía que ya no volverían a repetirse las condiciones idóneas para que volviese  a recaer sobre una mujer canadiense y angloparlante (ni siquiera la Atwood pese a su “juventud” tiene muchos motivos para la esperanza) y segundo porque Alice Munro se había declarado reiteradamente alumna y admiradora suya.  Y que premien al alumno por delante del maestro tiene que ser un motivo de satisfacción para éste. Pero vaya.

Aunque en esta misma columna he manifestado varias veces mi admiración por la Munro, en el caso harto improbable de haber formado parte del  jurado que tuvo que decidir entre ellas dos me hubiese visto en un compromiso porque  ambas son unas extraordinarias narradoras.

Lo que sí hay, en cambio, son unas notables diferencias entre sus universos narrativos. Si los cuentos de Alice Munro transcurren en una zona de Canadá perfectamente reconocible   y los protagonistas podrían ser intercambiables (y eso que luego las historias no tienen nada que ver unas con otras) Mavis Gallant era una mujer sin asiento y se le nota. A los veintiocho años dejó el periódico de Montreal para el que trabajaba y se instaló en París  decidida a vivir de la escritura porque, decía, quien no viva de sus creaciones no es un escritor. Muchos de sus relatos transcurren en París, pero también en España, Italia, Alemania y en menor medida Rusia porque hizo un largo viaje por el paraíso soviético y no le gustó nada. Tras un breve y no muy estimulante matrimonio con un músico canadiense decidió de una vez por todas que el matrimonio no era lo suyo y nunca más acomodó su paso al de nadie. En cambio le gustaba meter cuatro cosas en una maleta y echarse a la carretera sin tener bien definidos ni el tiempo que iba a durar el viaje ni la dirección que tomaría. Decía que allí donde iba se encontraba como en casa (aunque en realidad a la edad de cuatro años dejó de tener casa propia debido a la muerte de su padre y al nuevo matrimonio de su madre) y que le encantaba conocer gente nueva y saber de sus vidas. Según ha contado ella misma los personajes de sus relatos ya tenían nombre, estado civil, lugar de nacimiento, profesión y demás rasgos que luego ella modificaba según las necesidades de lo que contaba. Y esa técnica de construcción se trasluce en sus cuentos porque parecen contados por alguien que los ve desde lejos y con el despego de quien está allí pasando el verano.

A veces, y aunque estén ambientados aquí o allá, son autobiográficos, y de ahí que el desarraigo y la lucha por abrirse un hueco en la ciudad desconocida de turno sea un tema recurrente y, como digo, muy personal. Y sin embargo está contado con un despego y una falta de dramatismo que los hace más desgarrados. Pero sin sofocos.  Así esa esposa, dueña de un establecimiento hotelero que ve cómo su marido se distrae cada vez más con las clientas hasta que se marcha con una de ellas, cosa que no altera a la abandonada que sigue llevando el hotel con la misma calma con la que recibe al réprobo unos años después. Se va y vuelve y no importa mucho, como la niña casadera de otro de los cuentos que rompe su compromiso con el novio que le gustaba y se casa con el que dice su madre. Sin problemas.   

Los cuentos ambientados en la España de los años cincuenta están marcados por la falta de dinero y de esperanzas en el futuro. La narradora y tres amigos españoles pasan hambres y miserias pero sin rencores ni peleas. Posteriormente se ha sabido que esos cuentos reflejaban exactamente la situación de Mavis Gallant entonces porque ella le mandaba sus cuentos  a un agente canadiense que se quedaba con el dinero de sus representados (entre ellos Somerset Maugham y Huxley). Es una anécdota pero refleja la técnica de Mavis Gallant para construir sus historias, ya que de la España que ella conoció refleja el ambiente, la derrota moral de sus habitantes y la falta de esperanza pero, aun siendo experiencia propia, ha dejado fuera lo personal. No escribía para ajustar cuentas sino para entender el sinsentido de la existencia. Y justamente por ello algún lector podrá sentirse desconcertado y aun decepcionado, sobre todo si es de aquellos que buscan en la literatura un sentido a la vida porque creen estar suficientemente servidos con la ración de incoherencias y sinsentidos que les depara la cotidianidad.

EL BOOMERANG



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