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sábado, 9 de enero de 2021

Jorie Graham / Entrevista / Primera parte


 


Jorie Graham


(El 28 de septiembre llega a las librerías, al fin, la edición bilingüe de Deprisa / Fast,el último libro de Jorie Graham hasta la fecha, en versión de Antonio F. Rodríguez y un servidor. Me interesaba rescatar  y traducir esta entrevista de Susan Howe a la autora, para la web PRAC CRIT, en enero de 2017)


Susan Howe: “Quién es este que habla ahora”, se pregunta un poema de Deprisa, pero con una curiosa monotonía, no muy humana: una afirmación donde cabría esperar un signo de interrogación. En otros poemas habitan las voces —¿podríamos decir las conciencias?— de entidades no humanas, desde un bot de conversación hasta el fondo marino profundo. En 'Criónica', el 'yo' relata su “salto desde un tipo de ser, un tipo de ser / inmaterial a otro. Una posible subjetividad extraña”, como si siguiera hablando desde un espacio más allá de la vida humana. ¿Cómo llegaste a la voz del poema, a su tejido de voces?

Jorie Graham: Bueno, en primer lugar, a lo largo de sus cinco años, Deprisa fue un libro emocionante pero increíblemente difícil de escribir, un libro que parecía terminar muchas veces. No dejaba de pensar que no podía seguir con él. Hubo largos tramos de silencio entre los poemas. Así que mientras trabajaba en él sentía que me venía abajo, y volvía a pensar que lo tenía que desechar todo. Pero cuando el libro al fin comenzó a ensamblarse, no fue como cualquier experiencia anterior. Fue como un fantasma que emergía. De repente se fusionó y se irguió ante mí. Y 'Criónica' fue el último poema escrito para este libro, así que reunía todas las otras voces que el poemario había intentado sondear e incorporar a su paso. Esto no era algo que me propusiera conscientemente, en un principio (además el libro explora muchos otros aspectos de la vida), pero sí, a lo largo de estos años me vi cada vez más obligada —invitada, forzada, éticamente tentada— a tratar de encontrar un camino hacia las voces que podrían llamarse "no humanas", como indicas… o voces que intentaron acercarse, aproximarse, a tal estado. No quiero limitar la experiencia del libro a este único aspecto, pero sí, incluye este intento, esta práctica. Yo no podía huir de ese imperativo. Seguía reafirmándose a sí mismo.

SH: ¿Qué fue lo que te llevó hasta ese punto?

JG: Muchas cosas. Mi experiencia con algunos aspectos de la inteligencia artificial. Mi cada vez más desesperada conciencia de mí misma como miembro de una especie —una especie profundamente responsable de la extinción de otras especies. La extinción —cómo afrontar eso. Mi enfermedad y la sensación de un yo artificial construido poco a poco por mis ángeles de la guarda, a menudo no humanos. El cuerpo de mi padre pasando de vivir a no vivir... Mi sensación cada vez más enrarecida de mi "individualidad singular", a medida que me sucedían cosas profundamente singulares —mis diagnósticos y tratamientos, la muerte de mi padre, la enfermedad de mi madre, a su vez sobrepasados por enfermedades de dimensión mucho mayor: cultural, animal, planetaria. Son hechos inconmensurables, no pueden ser pensados a la vez. Y sin embargo, debe hacerse así. Para que todas las emociones humanas 'normales' estén desconcertadas. ¿Qué es la culpa personal? ¿Qué es el luto, en estas condiciones? ¿Cómo de peligroso es el deseo? ¿Tiene una siquiera derecho a (o espacio para) la felicidad, el amor, la ensoñación que hace sentir la maravilla de estar viva? Este colibrí de repente ahora flotando sobre mi flor —asombroso—, que interrumpe mi lectura de los nuevos informes sobre el genocidio en Siria, ¿puedo dejar que entre en mi corazón, o no? Y además, por supuesto, también está en peligro. Nos sobrepasa a todos, es físicamente doloroso. Todo se convierte en un conjunto vertiginoso de causas y consecuencias superpuestas, hasta que no hay un lugar desde el cual entender, organizar prioridades emocionales, espirituales, incluso políticas. Una está dentro de un punto ciego. La trama argumental explota. El sentido del tiempo explota. La pregunta de Tolstoi, ¿Qué vamos a hacer?, explota: se vuelve insustancial al mismo tiempo que paraliza a uno con su urgencia. 

SH: Dada esa parálisis moral, ¿cómo puede actuar uno?

JG: Es una pregunta difícil. Porque también es una parálisis emocional. Pero, más que nunca, la confrontación con la poesía, el encuentro con un tema —el acto de la poesía—, me llevan a la cuestión de cómo he vivido mi vida. A una crisis de rendición de cuentas... Así que ahora, cada vez más, se trata de usar la poesía para tratar de encontrar una manera de mantener las proporciones correctas, de no sentirse superados por el dolor, el horror, el miedo, la vergüenza, la rabia; para usar este precioso medio, confío en no perder la orientación y encontrar al menos un modo de hacer las preguntas correctas, un modo de mantener “la realidad y la justicia en un solo pensamiento", como Yeats me advirtió que hiciera cuando era una joven poeta. Y no perder la capacidad de experimentar la belleza (...).
Nuestros enemigos son despreciablemente pequeños, pero sus acciones ahora son capaces de destruir la Tierra, no sólo la civilización. Así que, como todo poeta que escribe hoy, lo que les pido a mis herramientas poéticas es ahora más urgente que nunca, lo que pido a la página en blanco. No sólo urgente, sino desconcertante. Nunca he escrito tan despacio: cada poema un intento tanto de comprender como de volver a entrar en la corriente de la existencia con algo de comprensión de lo que será suficiente, lo que me permitirá continuar como si hubiera un propósito, y tratar de entender para qué sirve la poesía en estas condiciones. Cada poeta decidirá esto por sí mismo en esta renovada emergencia; y estoy de acuerdo con aquellos poetas -y los entiendo- que sienten que el medio debe ser convertido en activismo. Pero entonces escucho, siempre, demasiado fácilmente llegamos a creer que la belleza no salva... Me siento más bendecida que nunca por tener este medio. Tengo mucho que aprender sobre la vida, y sobre mi arte... 






SH: ¿Qué puede hacer la poesía?

JG: Bueno, por ejemplo, puede representar y, al hacerlo, cuestionar, la relación de la emoción individual para acumular la emoción. La voz poética (voz humana personal) y la voz meditativa (interioridad, subjetividad) se enfrentan a la 'voz' de lo más-que-humano, de la otredad no humana. Lo no-humano nos habla de muchas formas. El cambio climático es sólo una de las formas en que nos está 'hablando'. Ciertas tecnologías 'oscuras', es otra. Las extinciones masivas de animales y los movimientos masivos de refugiados. Las adicciones a nivel global, al porno, los opiáceos, el snuff, ISIS. Todas estas son fuerzas que se mueven hacia nosotros, a través de nosotros, tratando de hablar.

SH: ¿Puedes hablarme más sobre esas fuerzas?

JG: Este es un gran esfuerzo y siento que acabo de empezar a entrar en su terreno, imaginativamente, de manera que no quiero formulármelo con demasiada claridad, en esta coyuntura. No soy la única, ni la mejor lectora de mi propia obra, y mucho menos de mi nueva obra, y no quiero simplificarla en exceso. Pero hay tantas epidemias humanas ocasionadas por la confusión moral, el pánico, la sensación de que la aguja de la brújula ha desaparecido, que los demasiado numerosos humanos de este planeta experimentan mientras intuyen tanto la escasez extrema como la aceleración incontrolable hacia una especie de “fin de los tiempos". No estoy utilizando este término en su contexto religioso, aunque "el éxtasis" y todas las demás narrativas del fin de los tiempos (incluyendo, según los escépticos, escenarios nucleares o de cambio climático y 'la Singularidad') son de hecho modos con los que algunos intentan establecer una conversación con lo no-humano, lo atemporal. La pregunta verdaderamente urgente, en mi opinión, se refiere a cuán individuales somos, o seguimos siendo, o debemos seguir siendo, en relación con nuestro problema comunitario: nuestra creación comunitaria de esta pesadilla. No hay donde escapar de ella. Estamos interrelacionados, de maneras mucho menos bellas o espiritualmente avanzadas de lo que habíamos imaginado. Esta pregunta apuntala cualquier otra pregunta. Ecológica, económica, tecnológicamente.

SH: Me has hablado antes sobre ese concepto de 'la Singularidad', o 'singularidad tecnológica', con el que no me había topado pese a mis frecuentes acercamientos a la ciencia ficción. Debatido entre académicos y futuristas, teoriza cómo la llegada de una superinteligencia artificial podría provocar un crecimiento tecnológico desbocado, cambiando la sociedad humana hasta lo irreconocible. ¿Hasta qué punto esa visión (utópica o distópica, dependiendo del punto de vista) conforma Deprisa?

JG: No es algo en lo que piense mucho, salvo en la medida en que —a diferencia de aquellos que celebran su incipiente llegada— me obsesiona la sensación de que no teníamos que continuar por este camino, que no lo elegimos, que las fuerzas dentro de nosotros y sin nosotros habrían podido ser analizadas, dirigidas a otro lugar y de manera diferente. Que esta es la locura de un enjambre, de sobrepoblación y de herramientas entregadas a unos pocos, que les permiten destruir lo que queda de la vida humana, mientras permiten y se benefician de la destrucción de la tierra y sus criaturas.

SH: ¿Puedes hablarnos un poco más de ese “camino” que hemos elegido los humanos, tal como lo entiendes?

JG: Quiero decir que no siento que este sea nuestro destino inevitable. Dicho progreso es una ficción y una adicción como muchas otras adicciones. Pero la droga se distribuyó tan bellamente. ¿Cuál fue el primer traficante? ¿La Ilustración? ¿Qué tecnología, qué invención, 'descubrimiento' o 'exploración'? ¿Qué moneda? ¿La agricultura, la computación? ¿La imaginación del futuro que estableció la agricultura se despierta inevitablemente y se pone en marcha? ¿Dónde situar el momento de nuestro giro irrevocable? Es una serie excesiva de preguntas, por supuesto: todo está interrelacionado y en cada caso la mayor parte de las evoluciones parecían 'inevitables'. Las descripciones del advenimiento de la agricultura parecen gritar: "deteneos ahora", pero cada desarrollo tecnológico abarca las suficientes generaciones como para establecer su sistema de creencias, de modo que el recuerdo de un camino anterior, o alternativo, se borra. El tiempo de dos vidas, y la memoria se borra. Lo nuevo es la nueva normalidad. El alma se reinicia. El cuerpo evoluciona. Cabe preguntarse —si uno no está absolutamente convencido de que las nuevas tecnologías predicen un brillante progreso— cómo hemos podido perder tan ciegamente el control, en relación con nosotros mismos y nuestros compañeros animales, desde los recursos hasta la población. Porque también, en el proceso, hemos hecho que nuestra propia especie empiece a desquiciarse.

SH: Cuéntame: ¿qué relación tiene ‘Criónica’ —un poema que comienza con el intento fallido de “escuchar a la naturaleza”— con todo esto? ¿Cómo surgió el poema?

JG: Bueno, cuando escribo estoy inmersa en estas corrientes, escribiendo tal vez desde ellas, pero no pensando en ellas. De ningún modo. Permíteme decirlo así: antes de que existiera, sabía que faltaba un poema para terminar para el libro. No era más que un sentimiento, en verdad. Al haberlo sentido con casi todos mis libros, a lo largo de los años, lo reconozco. Es una orden tácita de mantener la vista lejos del libro, tratando de mantenerte en un punto ciego.





SH: ¿Puedes decir más sobre ese proceso, esa necesidad de no saberlo?

JG: Tú no quieres escribir un poema 'para el libro'. No quieres algo que 'encaje'. No es una estrategia de cierre. Es solo... que hay algo que aún no ha sucedido, o hay algo que aún no he experimentado. Ceguera y capacidad negativa. Así que por definición, en términos de volumen de 'voz' y agenciamiento, es un ‘yo’ muy reducido el que está tratando de encontrar el poema. Intento desaparecer del acto de sondear en su busca. Es lo opuesto a, digamos, un poema como 'Leyendo para mi padre' o cualquiera de las elegías del libro. Comienza en un sentimiento que no tiene causa aparente ni tema. O la causa es solo una inquietud. Una incipiencia. Como esperar a que venga alguien, sin haber invitado a nadie ni presuponer su llegada. Es mejor que ni siquiera estés ahí. Pero estás. Y se acerca el fin. El fin de algo que viviste. El fin de una vida. El fin del mundo tal como lo conoces. El fin de lo que creías que era cierto, de lo que creías que se 'mantendría' o seguiría siendo cierto. Ojalá tuviéramos una palabra para esta cualidad de tocar el fin. No es un estado evidente, y sin embargo no puede ser más evidente. Uno siente la necesidad urgente de salirse totalmente del cuadro. Así que es una situación interesante a partir de la cual escribir un poema. Y en un libro donde, como bien describes, la búsqueda de puntos de vista desde los que hablar (o registrar) incluye todas las posiciones 'no humanas' a las que logré acceder, es un buen lugar desde el cual sentirse obligado a escribir. Una vez que lo comencé, el poema se desplazó de inmediato hacia incursiones incómodas: este deseo de seguir siendo sin tener que ser. Vivir como un perceptor sin capacidad de actuar, sin responsabilidad. El deseo de saltarse la historia, sea la actual o la inminente. Éticamente, golpeó uno de los límites externos del libro. Me quedé bastante asombrada cuando apareció Juliana de Norwich...

SH: Me alegro de que menciones a Juliana: su presencia es otra de las voces fantasmales que ‘Criónica’ incorpora, aunque se distingue en el texto por su ortografía arcaica. Juliana fue una anacoreta y mística del siglo XIV. Las visiones que registró en sus Revelaciones del Amor Divino le llegaron en un período de enfermedad grave (no puedo evitar pensar en tu reciente enfermedad), cuando vio el cuerpo roto y sangrante de Cristo aparecer al pie de su lecho de enferma: “secóse de afliçión i ausenzia de sangre desde’l ynterior→ por el viento i el frío desde’l exterior→ unydos en el dulce cuerpo→ trémulo→ de Christo → de→”.¿Qué ocurrió con las palabras de Juliana para que este poema la convocara?

JG: Realmente no puedo decirlo. O no quiero trivializar la magia del suceso. De repente escuché su voz en mi cabeza y supe que había entrado en escena. La relación de la materialidad mortal con la inmaterialidad, en su experiencia de qué es la vida 'vivida', qué es la vida 'eterna' y qué es la vida 'posterior'… bien, eso podría tener sentido. Pero como dije, apareció como una extraña, y entró. ¿No te pasa eso en los poemas?

SH: ¡Desde luego! Todo el tiempo, de hecho. Deprisa es un libro muy preocupado por la muerte, o más bien por el acto de morir, una distinción que Wittgenstein señaló cuando dijo que 'la muerte no es un acontecimiento en la vida', sino que siempre está más allá de sus bordes: "Nuestra vida no tiene fin, de igual la forma que nuestro campo visual no tiene límites". Parte del trabajo de este libro, me parece, es el intento de proyectarte en ese momento imposible de experiencia. Si no es demasiado doloroso, ¿podrías decir algo sobre los acontecimientos —la muerte de tu padre, la enfermedad de tu madre, tu propio diagnóstico de cáncer— que te llevaron a escribir este libro?

JG: Como aprendí observando a mi padre, tan de cerca, la muerte tiene etapas casi infinitas. Por así decirlo, traté de ser tan consciente como sin duda lo era su perro de todas las gradaciones del aferramiento a la vida, y luego toda la confusión, a veces con sobresaltos, a veces deslizándose hacia el abandono. Fue impactante. Podría mirar a papá y al Antropoceno como si fueran el mismo mapa de destrozos y negaciones y disoluciones y codicias. Eso afectó la experiencia de escribir el libro, aunque también mucho de lo que sucedió a nivel cultural, político. Las revelaciones de Snowden. El movimiento del reloj del Juicio Final. El increíble estrechamiento de la "ventana" del cambio climático. El sobrepaso de 350 partes por millón de CO2. Las imágenes que el ISIS me obligó a soportar. La crisis de los refugiados en la UE, en Lampedusa, Sicilia, en la primera línea del desastre de los refugiados. Sentí que estaba obligada a ver al aviador jordano quemarse vivo en su jaula del ISIS. No podía soportarlo, pero pensé: quién soy yo para no ser testigo de su sufrimiento. Los bebés sacados del Mediterráneo, amigos en Francia llenos de rabia y predispuestos para Le Pen, predispuestos a odiar a todo el mundo... Este es el mundo del que surgen los poemas. Los poemas no son 'sobre' esto o aquello, salvo muy de cuando en cuando.

SH: La muerte parece planear sobre el libro de muchas formas, en muchas escalas…

JG: Sí, la muerte, y la muerte del ser humano —la deseada "muerte del ser humano dentro de nosotros"— y tal vez 'la muerte del individuo' en nosotros… ¿o es 'el rechazo a ser individuo'? (un tema largo...). Junto con la gregaria sensación de anonimato, y el deseo de anonimatos cada vez más accesibles a los humanos mediante la tecnología (una ilusión fascinante porque, por supuesto, estamos siendo totalmente 'leídos' sin que nos lean de verdad ). ¿Cómo de encriptados podemos estar? Miro a esa palabra y me quedo asombrada: queremos ser enterrados. Una faceta de esa pulsión de muerte del individuo (también pornográfica) se evidencia, por ejemplo, en el reclutamiento de ISIS. La destrucción de Palmira, las decapitaciones, la desintegración del niño en el niño soldado (como evidencia el comercio mundial de porno infantil, así como el cada vez más frecuente porno para niños), todo ello promulga un deseo de matar al ser humano que hay dentro de uno. Sentirse conectado con el pasado, por ejemplo, es una gran manera de sentirse 'humano'. Por lo tanto, ser "post-histórico" y ser "post-humano" y "post-natural" están interconectados. El odio y la destrucción de la infancia o la inocencia es un tema esencial. Para aquellos que ven un mundo ciborg por delante, acabar con el asombro es tan importante como acabar con la empatía. El ser humano es difícil de erradicar, pero debo asumir que es posible hacerlo.





SH: Has mencionado sentirse conectado al pasado, o a la memoria, como posible antídoto.

JG: Bueno, al tratar de entender una rabia como la que vimos en los ataques contra Palmira, intenté reflexionar sobre esto... La sensación del pasado profundo es muy diferente de la sensación del pasado personal. Se remonta a la lucha entre el ser individual y el comunitario. La memoria comunitaria es una fuerza poderosa —con poder ético— que nos liga a nuestra humanidad. Era obvio que sería una de las primeras cosas sometidas a ataque. También es uno de los manantiales de la poesía, y nuestro largo alcance dentro de ella para mantenerlo despierto es una de nuestras principales tareas. Pero esto casi me sobrepasa. Espero que el libro lo toque, sea lo suficientemente complejo al respecto. Miro muchas de estas actividades —desde la geopolítica hasta la política que afecta a la misma propiedad del propio cuerpo— como posibles actos de preparación para un futuro en el que ser "humano" (emocionalmente) será un lastre. Una pre-robotización de uno mismo. Hay importantes estudios neurológicos sobre lo que la virtualización del mundo está haciendo a nuestras mentes. La empatía, que se ve reducida o eliminada, es la mayor víctima en el caso de los niños.

SH: ¿Sientes que es una época difícil para escribir?

JG: A menudo les digo a los jóvenes poetas que "no, esto es un privilegio, tenemos un trabajo muy importante que hacer". Estamos en un momento histórico donde una nueva tecnología pasa página por nosotros. Hay numerosos momentos de este tipo en la historia, pero no muchas generaciones llegan a vivir y escribir en el 'paso' real, en el músculo del mismo, como en la invención de la pólvora o la imprenta, o el descubrimiento de la penicilina, o la fisión y la caída de la bomba... Ahora he estado escribiendo a través de otras formas de tiempo. Y, como has mencionado, junto a estos cambios tecnológicos y culturales y ecológicos (que ya he tenido en cuenta en mi obra durante algún tiempo) he experimentado a nivel personal, como todo el mundo en algún momento, un encuentro cara a cara con la desaparición: en mi diagnóstico, en la pérdida de mi padre y el de muchos amigos cercanos. Así que sí, eso también. A grandes rasgos lo que uno siente en la proximidad de la muerte, o lo que sentí al observar a mi padre, es la negación y la avidez. Cuando consigues llegar al recuerdo, la empatía… bien, has alcanzado el objetivo, porque has llegado al demasiado tarde.

SH: “Las malas noticias se evidenciaron demasiado tarde”, escuchamos al inicio de ‘Criónica’. ¿Puedes hablarme de esa noción, el “demasiado tarde”? Aparece mucho en Deprisa.

JG: Sí. He explorado a tientas esa sensación en el libro, el demasiado tarde... Nuestro tiempo. Para aprender los sentimientos asociados a este 'demasiado tarde'. Cada vida proporciona estas enseñanzas. No son abstractas. No se pueden conseguir estudiando, o mediante la teoría. Las aprendes entrecerrando los ojos, ante todas esas gradaciones que descubres, el asombroso abismo absoluto entre ser y no ser —la extinción— pero también cuán largo es el acercamiento a ese abismo; y después, en el momento en que intuyes que está allí, cuando empiezas a sentir su atracción, cuán lentos, largos, nostálgicos, hipnóticos son el desprendimiento y la caída. Es una caída larga y lenta, con sus negaciones, sus horrores y misterios, la nuestra. Descendemos hacia la oscuridad con las alas extendidas. Como seres amados y que aman. En la memoria. En el desastre corporal. Como especie. Como testigos —si queremos serlo— de nuestra aniquilación de otras especies. Por supuesto, este testimonio es agotador. Y perdemos demasiado tiempo queriendo saber si lo que sabemos es verdad.

SH: ¿Cómo afectó esto a la entrada de otras voces en el libro? Las "subjetividades extrañas"…

JG: Todo el misterio en la presencia de la muerte es la impresionante desaparición de muchos tipos de subjetividad —nuestro interés en ellos, nuestra creencia en ellos— y el rostro de piedra del objetivo que de repente ves emerger de la niebla. Pero uno debe comprender y honrar el cansancio también. Uno también quiere decir ya basta, dónde está mi día, quiero que vuelva mi momento de vuelta, mi día lleno de momentos, aquello que construyo a-base-de-momentos, esa sensación creciente: futuridad, expectativa, crecimiento… no toda esta disolución. Se trata de encontrar la belleza, y no es fácil. La maravilla sí, un poco más. Por tanto, es cierto, el 'yo' en este libro también relata su propio “salto de un tipo de ser, un tipo de ser / inmaterial a otro”. Una se descubre a sí misma, de hecho, como 'una posible subjetividad extraña'; ansía seguir hablando desde un espacio más allá de la vida humana. Una no puede creer que la voz, la mente, el alma, serán aniquiladas. El cuerpo… bueno, al igual que nuestra tierra, lo vamos abandonando casi sin pensar, mientras podamos seguir pensando abandonaremos cualquier cosa material, abandonaremos todo para mantener viva esa cosa que llamamos mente, o conciencia. Nos adentramos voluntariamente en nuestros estados virtuales o ciborg, más por avidez que por curiosidad: sólo por no dejar de ser. O eso creo. Pero después la cultura misma siente el deseo de la no-realidad, incluso de su propia no-realidad espectacular. Como si así pudiera escapar de la mortalidad. Con tal de seguir siendo parte del espectáculo, sacará el pie del estribo por voluntad propia. Tampoco yo me excluyo de esto.

SH: ¿Cuál es el lugar de la poesía en todo esto?

JG: Bueno, la poesía, con su margen, es una representación reiterada de ese borde del abismo —y del desprendimiento, o no, de ese borde al ser pisado. Es uno de los medios más antiguos y misteriosos de cualquier civilización para dar forma a la tensión misma entre ruptura y continuidad. Por ello, uno debe calcular en cada verso su cercanía al 'borde', al mismo tiempo que debe evocar y experimentar la caída, o tal vez saltar hacia aquello que esté más allá de ese borde. En ese sentido, cada sucesión de versos inventa o modela tanto la muerte como la resurrección. Son ensayos y supervivencias.


UN CUERPO EXTRAÑO




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