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lunes, 23 de noviembre de 2020

Walter Tevis / Mary Lou IV / Spofforth

 



Walter Tevis

MARY LOU IV

SPOFFORTH


Walter Tevis / Mary Lou I

Walter Tevis / Mary Lou II 

Walter Tevis / Mary Lou III / Seis de octubre

Walter Tevis / Mary Lou IV / Spofforth


    Por sí mismo, tiene el mismo aspecto que en 1932, un edificio esencialmente estúpido e inhumano, con una arquitectura solo interesada en la altura y en la baladronada. Ahora, el 3 de junio de 2467, tiene el mismo número de pisos (ciento dos) que tenía entonces; pero ahora están todos vacíos, incluso del mobiliario de las oficinas. Tiene mil doscientos cincuenta pies de altura. Casi un cuarto de milla. Y ahora no sirve para nada. Es solo una señal, un mudo testimonio de la capacidad humana de hacer cosas que son demasiado grandes.
    El contexto sobre el cual se erige ha llegado a magnificarlo más que el Nueva York del siglo veinte. No hay otros edificios altos en Nueva York; a decir verdad, se eleva sobre Manhattan en unidad de forma e intención, tal como debió de surgir en las esperanzadas mentes de sus arquitectos. Nueva York es casi una tumba. El Empire State Building es su piedra sepulcral.
    Spofforth se halla de pie, lo más cerca que puede del borde de la plataforma. Está solo, esperando que Bentley y Mary Lou acaben de subir. Él ha llevado el bebé de Mary Lou, y lo sostiene ahora, resguardándolo del viento. El bebé duerme en sus brazos.


    El cielo se iluminará pronto a la derecha de Spofforth, sobre el East River y Brooklyn; pero ahora es de noche. Abajo, se ven las luces de los autobuses telepáticos. Se mueven lentamente arriba y abajo de la Quinta y la Tercera y Lexington y Madison y Broadway, y más lejos, por Central Park. Hay una luz en un edificio de la Calle 55, pero ninguna en Times Square. Spofforth observa las luces, sostiene al bebé, protector, y espera.
    Y, entonces, oye que se abre detrás de él la pesada puerta, y oye las pisadas. Casi inmediatamente, la voz de Mary Lou, por poco sin aliento, dice:
    —El bebé, Bob. Yo lo cogeré ahora.
    La subida les ha llevado más de tres horas.
    Se gira y ve sus sombras y le da el bebé. La forma oscura de Mary Lou lo coge y dice:
    —Dime cuándo estás preparado, Bob. Tendré que dejar el bebé en el suelo.
    —Esperaremos hasta que sea de día —dice—. Quiero ver.
    Los dos seres humanos se sientan, y Spofforth, frente a ellos ahora, ve una llama amarilla vacilar brillantemente en el aire cuando Bentley enciende un cigarrillo. En súbito claroscuro, ve el fuerte cuerpo de Mary Lou inclinado sobre el de la niña, el pelo hacia un lado.
    Permanece de pie mirando a lo que ahora es solo su sombra, con la sombra de Paul Bentley al lado de la de ella, tocándose: el viejo, viejo arquetipo de una familia humana, en lo alto de este grotesco edificio sobre una ciudad torpe y sin objeto, una ciudad de sueño drogado para su gente y de una obscena vida falsa para sus robots, con su único esplendor —las pequeñas y agradables mentes de los autobuses, complacientes y cómodos— patrullando las vacías calles. Su mente de robot puede sentir telepáticamente el zumbido de los autobuses, pero ello no afecta a su estado de conciencia. Una idea va entrando en su mente lentamente, suavemente. Su espíritu está tranquilo mientras lo deja entrar. Se gira y mira hacia el Norte.
    Y, entonces, desde ninguna parte y en la oscuridad, hay un aleteo en el aire, y una pequeña presencia oscura se posa en el inmóvil antebrazo derecho de Spofforth y se convierte —silueta bruscamente congelada— en un pájaro. Posado sobre su brazo, un gorrión, un gorrión de ciudad, fuerte, ansioso y que está demasiado elevado. Y se queda allí con él, esperando el amanecer.
    Y el amanecer comienza, bajo sobre Brooklyn, se extiende por Manhattan, sobre Harlem y White Plains y lo que antaño fue la Universidad de Columbia, una luz gris sobre la tierra en donde los indios habían dormido encima de sucias pieles y en donde, más tarde, los hombres blancos habían concentrado su displicente intensidad de poder y dinero y ansia, donde habían levantado edificios con insolente orgullo, con loco engreimiento, donde había llenado las calles de taxis y gente ansiosa y, finalmente, muriendo por culpa de las drogas y de la interioridad. El amanecer se extiende y aparece el sol, que se agranda y enrojece, sobre el East River. Entonces, el gorrión sacude la cabeza y se aleja volando del brazo desnudo de Spofforth, reteniendo para sí mismo su diminuta vida.
    Y la idea que ha estado entrando con lentitud en la mente de Spofforth se apodera ahora de ella: júbilo. Está gozoso igual que lo había estado hace ciento setenta años, en Cleveland, cuando por vez primera había experimentado la consciencia, haciendo ascos a la vida en una moribunda fábrica, cuando aún no sabía que estaba solo en el mundo y que siempre estaría solo.
    Siente con placer la dura superficie bajo sus desnudos pies, siente el fuerte viento sobre el rostro y el seguro bombeo del corazón, siente su juventud y su fuerza y las ama, por un momento, por sí mismas. Y en voz alta dice:
    —Estoy dispuesto. —No mira detrás de él.
    Oye berrear al bebé cuando Mary Lou lo deja en la puerta. Nota unas manos en la parte estrecha de su espalda y sabe que son las de ella. Al cabo de un momento, nota unas manos más grandes sobre ellas. Oye respirar. Sus ojos miran al frente; miran, ahora, hacia la punta más alta de la isla de Manhattan.
    Luego, en su espalda desnuda siente el pelo de ella y después, notando que la parte superior de su cuerpo empieza a inclinarse hacia delante, siente la boca de Mary Lou apretada contra su espalda, besándole suavemente, siente su suave, cálido aliento de mujer. Extiende los brazos. Y cae.
    Y sigue cayendo. Por fin, con el rostro sereno, azotado fríamente por el furioso viento, el pecho desnudo y expuesto, las poderosas piernas abiertas, dedos abajo, los pantalones caqui aleteando sobre la parte posterior de las piernas, el cerebro metálico gozoso en su precipitación hacia aquello que había anhelado tanto, Robert Spofforth, el juguete más hermoso de la Humanidad, ruge en el amanecer de Manhattan y con los poderosos brazos extendidos abarca la Quinta Avenida en estremecedor abrazo.


Walter Tevis
Mockingbird, New York: Doubleday, 1980.



WALTER STONE TEVIS (28 de febrero de 1928 - 8 de agosto de 1984) fue un novelista y escritor de relatos cortos estadounidense. Sus libros sirvieron de inspiración para muchas películas. Tevis escribió más de dos docenas de relatos cortos para varias revistas. The Big Hustle, su historia sobre el billar para Collier’s (5 de agosto de 1955), fue ilustrada por Denver Gillen. También publicó cuentos en The American Magazine, Bluebook, Cosmopolitan, Esquire, Galaxy Science Fiction, Playboy, Redbook y The Saturday Evening Post.
    Después de su primera novela, The Hustler (Harper & Row, 1959), escribió The Man Who Fell to Earth , publicada en 1963 por Gold Medal Books. Dio clases de literatura inglesa y de escritura creativa en la Universidad de Ohio (en Athens, Ohio) entre 1965 y 1978, donde recibió un MFA. Mientras enseñaba en la Universidad de Ohio, Tevis se dio cuenta de que el nivel literario de los estudiantes estaba bajando de manera alarmante. Esta observación le dio la idea para Mockingbird (1980), ambientada en una Nueva York lúgubre del siglo  XXV y por la que fue nominado al premio Nebula en la categoría de mejor novela en 1980.
    Tevis también escribió The Steps of the Sun (1983) y The Queen’s Gambit (1983). Sus relatos cortos fueron publicados en la colección Far from Home (Doubleday, 1981). Tres de sus seis novelas fueron la inspiración para las películas homónimas. The Hustler y The Color of Money (1984) mostraron las aventuras del buscavidas ficticio «Fast Eddie». Felson. The Man Who Fell to Earth fue llevada al cine en 1976 por Nicolas Roeg y nuevamente en 1987 como una película para TV. Miembro del Authors Guild, Tevis pasó sus últimos años en la ciudad de Nueva York dedicándose completamente a sus actividades como escritor. Falleció allí de cáncer de pulmón en 1984 y sus restos descansan en Richmond, Kentucky. Sus libros han sido traducidos al francés, alemán, italiano, español, portugués, neerlandés, danés, sueco, noruego, finés, islandés, griego, eslovaco, serbocroata, hebreo, turco, japonés y tailandés. En 2003, Jamie Griggs Tevis publicó su autobiografía, My Life with the Hustler . Falleció el 4 de agosto de 2006. Su segunda esposa, Eleanora Tevis, es la representante de los derechos de autor de Tevis.





FICCIONES
Triunfo Arciniegas / Diario / Gambito de Dama
Casa de citas / Walter Tevis / The Queen's Gambit
Casa de citas / Michael Ondaatje / Gambito de Dama, de Walter Tevis





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