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lunes, 4 de mayo de 2020

Mujeres encerradas / Big y Little Edie, las primas de Jackie Kennedy que enloquecieron en su mansión en ruinas

Big y Little Edie: las ‘primas’ de Jackie Kennedy que enloquecieron aisladas (y envueltas en visones) en su mansión en ruinas
Ilustración de Ana Regina García


MUJERES ENCERRADAS

Big y Little Eddie

Big y Little Edie: las ‘primas’ de Jackie Kennedy que enloquecieron aisladas (y envueltas en visones) en su mansión en ruinas




 Adoradas por la alta sociedad neoyorquina, reinas de las fiestas en los Hamptons y familiares directas de Jackie Onassis y Lee Radziwill, las Beale Bouvier vivieron recluidas y olvidadas hasta que un documental de culto retrató su decrepitud y las convirtió en las estrellas que siempre desearon ser.



LETICIA GARCÍA 
22 ABR 2020 23:59


“Si Little Edie estuviera aquí esta noche, probablemente haría su típico baile”, contestó Drew Barrymore al recibir el Globo de Oro por interpretar su vida en 2010. Pero no estaba. Little Edie murió en 2002 y, pese al culto que le profesaron miles de personas en las últimas décadas de su vida, lo hizo sola y arruinada. Eso sí, lejos de Grey Gardens, la casa en la que permaneció décadas confinada (no queda muy claro si a su pesar) y que le dio, por fin, la popularidad que ansiaba desde pequeña, aunque por el camino su vida cambiara radicalmente.
“Es muy difícil mantener una línea entre el pasado y el futuro. Es dificilísimo”. Entre las decenas de frases para el recuerdo que ha soltado Little Edie frente a una cámara (y que sus fans recopilan y repiten sin descanso) quizá esta no sea la más irónica, o la más divertida, pero sí la más honesta. Su historia personal demuestra que todo puede torcerse por circunstancias ajenas y, lo que es bastante peor, que muchas veces el éxito llega cuando menos debería.Edith Beale Bouvier creció obsesionada con convertirse en cantante y actriz. Lo tenía todo a su favor: dinero (era la prima de Jackie Kennedy), contactos y belleza. Pero no consiguió reconocimiento hasta mediados de los setenta, cuando una portada en el New York Magazine y un documental la presentaron al mundo como un personaje trastornado y ególatra, víctima de una madre tiránica que la tenía confinada en una sórdida mansión, Grey Gardens, desde hace veinte años.

Cartel promocional del documental Grey Gardens (1975) FOTO: GETTYIMAGES
Todo ocurrió por casualidad. La otra célebre prima de Edie, Lee Radziwill Bouvier, quiso hacer un documental sobre sus hedonistas y sofisticados veranos en Long Island. Contactó con los hermanos Maysles, que acababan de estrenar el documental de los Rolling Stones, ‘Gimme Shelter’, para que acudieran a su mansión de los Hamptons y filmaran escenas de ella y sus amigos (Andy Warhol, Truman Capote o el recientemente fallecido Peter Beard, su novio de entonces). Fue así cómo los Maysles, intentando indagar en la infancia de Lee, llegaron Grey gardens, la imponente mansión de 28 habitaciones en la que Jackie y su hermana pasaban los veranos y que ahora no solo estaba descomponiéndose entre basura, también estaba a punto de ser derruida porque los distinguidos vecinos de East Hampton no soportaban los olores, los ruidos y el aspecto. Era, como se escribió en una crónica de la época, «la versión escalofriante del famoso tour por la Casa Blanca de Jackie». En definitiva, una mancha en el barrio.

La mansión en 1975 FOTO: GETTYIMAGES
Dentro, Edith madre y Edith hija (o Big Edie y Little Edie, como quedaron retratadas para la posteridad), ajenas a su situación real y atrapadas en su propio pasado. La mayor, en pijama y kimono; la pequeña, con una falda de su juventud puesta del revés sujeta con imperdibles, un abrigo de piel regalo de su ex amante y un pañuelo en la cabeza que ocultaba su alopecia por estrés. Los Maysles quedaron fascinados, y decidieron hacer un documental sólo de ellas dos. Antes, por supuesto, Jackie y Lee paralizaron la orden de desalojo y ordenaron restaurar la mansión en tiempo récord. La ex primera dama y su hermana llevaban décadas obviando a su tía y a su prima, pero ahora todo iba a quedar retratado para la posteridad. Rodaron durante varias semanas. Y lo que iba a ser en principio un documental de corte experimental terminó siendo una especie de reality show (antes de los realities) en el que dos mujeres exponían sin tapujos su relación tóxica y su descenso a la locura.
“Es la casa de mi madre, le pertenece. Quería que la habitara la gente a la que amaba, pero no quería aquí a la gente a la que yo amaba”, dice Little Edie en un momento de Grey Gardens, el documental. Big Edie se fue quedando sola a mediados de los años cuarenta. Cantante frustrada y juerguista empedernida, fue abandonada por su marido, Phelan Beale, un abogado cansado de las fiestas a lo Gran gatsby que sucedían día sí día también en su mansión. Big Edie se quedó en los Hamptons y la alta sociedad neoyorquina fue poco a poco dejando de llamar a su puerta. También sus hijos, respetables hombres de negocios que le aconsejaron vender la casa para poder costearse una manutención digna. No hizo caso: fue enloqueciendo en soledad, vistiendo lustrosos kimonos y joyas de tiempos mejores con la única compañía de sus gatos. Hasta que su hija, Little Edie, decidió volver en 1952.

Little Edie en 1945 en los Hamptons, antes de su reclusión FOTO: GETTYIMAGES
Nunca se supieron muy bien las razones del encierro voluntario de Little Edie en Grey Gardens. “Solo me interesaban tres cosas: la iglesia, cantar y bailar. Ahora las he abandonado todas”, comenta en un momento de la cinta. Se sabe que volvió a Manhattan a probar suerte con la actuación, que fracasó y que sus sueños de fama le impidieron casarse con un ‘buen hombre’, algo que obsesionaba a su madre. Un desengaño amoroso con un señor casado la volvió a llevar en brazos de su progenitora, y de allí no salió en 20 años. Cuando los Maysles las descubrieron, se amaban y se odiaban a partes iguales. Se llamaban ‘querida madre’ y ‘querida hija’ y se enredaban en reproches mutuos. La madre despreciaba a la hija, censuraba su flirteo con los hombres y la menospreciaba ante sus gatos; la hija acusaba a la madre de haberle cortado las alas. “No soporto estar en esta casa. Me pone muy nerviosa. Me asustan las puertas, los cerrojos, la gente que merodea en el patio, detrás de los arbustos…vivo aterrorizada”, contaba Little Edie a los Maysles. Pero, sobre todo, vivía atrapada en un palacio repleto de suciedad, necesitando a una madre que la tiranizaba.

Madre e hija en una de las escenas del documental FOTO: GETTYIMAGES
Cuando se estrenó Grey Gardens, parte de la crítica habló de obscenidad y de glorificación de la locura. Little Edie, sin embargo, vio su oportunidad de ser famosa, inconsciente de que el mundo la veneraba por motivos muy distintos a sus dotes para el cante o el baile. El estreno coincidió con la muerte de Big Edie, y ella al fin pudo escapar de la mansión. Se refugió en un bar de Greenwich Village, donde algunas noches interpretaba los pasos de cabaret que hacía en el documental (esos que Drew mencionaba al recoger su globo de Oro por la película que hizo sobre ella HBO en 2009). En aquel momento tenía 60 años, seguía vistiendo su lujosa ropa de hace cuatro décadas y llevaba el característico pañuelo que ocultaba su calvicie. Como suele ocurrir, los curiosos acudían en masa a aplaudir su decrepitud.
Y,  mientras el culto crecía, Edie vendió Grey Gardens a un editor del Washington Post y empezó a dar tumbos por Estados Unidos. Murió sola, en 2002, en un apartamento de Florida (cuentan que la encontró un admirador después de haber sufrido un infarto cinco días antes) y no pudo ver cómo, en los primeros años del siglo XX, el mundo enloqueció con su figura.
El peculiar estilo de Edie ha inspirado infinidad de editoriales de moda, colecciones y hasta un bolso firmado por Marc Jacobs. Su historia ha dado pie a canciones, un musical, homenajes televisivos y hasta vallas publicitarias. Su fama póstuma hizo que en 2018 finalmente se estrenara ‘This Summer’, el documental primigenio que coprotagonizaban junto a otros ilustres habitantes de los Hamptons y en el que se ve cómo era Grey Gardens antes de que Jackie Onassis y Lee Radziwil decidieran rehabilitarla, “una cinta que pone de manifiesto el precio del voyeurismo, el doble rasero que la sociedad aplica a las mujeres de una cierta edad”, escribían tras su estreno en la edición americana de Vanity Fair. A Little Edie parecía no importarle aquella intrusión en su desgraciada intimidad, el problema es que ni siquiera pudo disfrutar de los frutos de aquel éxito que se forjó viéndola enloquecer atrapada entre escombros.
EL PAÍS


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