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sábado, 20 de enero de 2007

Esther Tusquets / Una editora particular






Esther Tusquets

Una editora particular

MARIA LUISA BLANCO 20 ENE 2007



ESTHER TUSQUETS empezó su carrera como editora en los años sesenta cuando su padre compró una pequeña editorial en la que proyectaban publicar no más de seis libros al año. Aunque esa cifra pronto se elevó hasta treinta, nunca sobrepasó el tamaño que le permitía leer personalmente la totalidad de su catálogo y relacionarse de forma atípica, casi doméstica, con el equipo de profesionales que siempre trabajaron con ella. "Empecé con muchísimo miedo porque la editorial me cayó de las nubes, no tenía vocación de editora", recuerda ahora. "Mis amigos daban por descontado que no duraría más de dos años. Tuve suerte y mi mérito fue saber aprovecharla. Cuando tengo una buena mano de póquer le saco partido. Y Mafalda y El nombre de la rosa fueron dos buenas manos", dice refiriéndose a los títulos que asentaron definitivamente aquella aventura. Esther Tusquets dirigió Lumen durante casi cuarenta años y su trayectoria estuvo caracterizada por la calidad de autores frecuentemente descubiertos por ella. Fue el caso de Gustavo Martín Garzo, que pasó de publicar en un sello local a ganar el Premio Nacional de Literatura con El lenguaje de las fuentes. Además, fue pionera en dar a conocer a escritores nunca antes editados en España (Susan Sontag, por ejemplo) y en crear colecciones de literatura infantil magníficamente ilustradas, cuando ese género era aquí casi inexistente. También creó una excepcional colección de poesía nada rentable en aquella época y la ya emblemática Femenino Singular, una colección sólo para mujeres escritoras. Cambiar, el panorama editorial, sostiene, no ha cambiado tanto desde entonces: "Lo que está mal ahora es lo mismo que estaba mal en mi época, y es que se edita diez veces más títulos de lo que se debería. Las multinacionales lanzan un título a ver qué pasa en tres meses: o se convierte en un pequeño best seller o se destruye y se quita del catálogo. Es lo contrario del editor vocacional, que hace poco a poco un buen catálogo del que nunca se tacha un autor. Y si salen cinco al año, salen cinco". Sobre las cifras de venta, matiza: "Son muy falsas. Quizá se venden más libros que antes, pero se venden los best sellers, los libros de calidad se venden menos. Eso es grave. Lumen vendía no sé cuántos miles de El nombre de la rosa, pero yo hubiera preferido que fueran menos y vender cinco mil de cada título de la colección Fantaciencia". Esther Tusquets se adelantó a su tiempo y con su estilo sereno contribuyó decisivamente a la cultura cosmopolita de la Barcelona que fue un referente cultural para todo el país en las décadas de los sesenta y setenta. Cuando a finales de los noventa las cifras del negocio amenazaban con obligarla a dedicar más tiempo a los números que a la literatura vendió el 80% del sello a una multinacional (Random House Mondadori), que la jubiló poco tiempo después, hace ahora diez años. Pero ni siquiera la jubilación la sumió en la nostalgia: "Comparado con el disgusto que tuve cuando murió mi último perro, el disgusto de vender Lumen no tiene color", declaraba en aquel momento, y esa declaración retrata muy bien la escala de valores de la editora, para la que disfrutar de lo que la vida le ofrece implica dedicar también su tiempo, y no en menor medida, a sus hijos, sus amigos, sus perros o sus viajes. Paralela a la edición, Tusquets desarrolló una brillante carrera como escritora que comenzó en 1978 con El mismo mar de todos los veranos y cuya última entrega es¡Bingo! Entre uno y otro, más novelas, relatos, ensayos y memorias como Prefiero ser mujer y Memorias de una editora poco mentirosa (ambos publicados por RqueR, el sello que montó con su hija al dejar Lumen). Finalmente, a caballo entre la autobiografía y la ficción, un libro excepcional, Correspondencia privada (Anagrama, 2001). Allí se reúnen cuatro cartas de la autora -una a su madre y tres a cada uno de sus amores- que constituyen un modelo de literatura introspectiva y el alumbramiento de toda una ética. Una auténtica joya y la demostración de que la buena literatura es la que habla de lo que le pasa a uno, de lo que nos pasa a todos.

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