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jueves, 23 de octubre de 2014

Harold Kremer / El origen de mi literatura está en las mujeres de mi infancia


Harold Kremer

 Harold Kremer
BIOGRAFÍA
“El origen de mi literatura 
está en las mujeres de mi infancia”

El escritor bugueño fue galardonado con el premio Autores Vallecaucanos Jorge Isaacs, 
en la modalidad de cuento, con ‘¿Por qué me muerdes?’

Gaceta, 27 de junio de 2014

¿Por qué creer en el cuento, un género mirado con cierto desdén por los editores de las grandes editoriales y por muchos escritores que apuestan más por la novela?

Un buen cuento sólo debe manejar un asunto o tema. Allí no cabe nada más. Cuando hay más de un tema, entonces estamos hablando de la novela, un género más amplio que abarca muchas cosas. Un buen cuento es difícil de escribir porque todo en él debe ser impecable. Allí no es posible divagar, a no ser que esas divagaciones estén en función del texto. Como decía Chejov: si en una descripción de un cuento dices que encima de la mesa de noche hay un revólver, ese revólver se tiene que usar, si no, sobra.

¿Y por qué no gozará de mucho aprecio por parte de los editores?

Es verdad que los editores miran con desdén el género del cuento, pero eso sucede en los países latinoamericanos porque en Estados Unidos, Canadá y algunos países europeos son parte importante de la circulación de libros. Alice Munro, Raymond Carver, John Cheever, Rulfo, dicen mucho más en sus cuentos que muchos novelistas mediocres. El cuento, para esta época mediática, es un instrumento valioso para seducir lectores, para enseñarle a la gente a leer.

Los cuentos de ‘¿Por qué me muerdes?’ aluden permanentemente al universo de lo femenino, ¿qué le interesa particularmente del mundo de las mujeres como fuente narrativa, de su soledad, de su sexualidad, de las violencias a las que están expuestas?

Las mujeres siempre me atraen porque son narradoras por naturaleza. Siempre están contando historias, hablando sobre todo de ellas mismas. Me interesan las mujeres de carne y hueso y no aquellas que dicen que son felices porque la felicidad sólo le pertenece a los bobos y a los ingenuos. Rechazo, en la vida y la literatura, a aquellas mujeres que cumplen el rol de esposas, de adorno y de sombra de un hombre. Las mujeres, igual que los hombres, tienen conflictos de todo tipo, pero la sociedad las ha estigmatizado como neuróticas, complicadas o insatisfechas.


Una de las apuestas interesantes de este libro es que los relatos están narrados en primera persona, casi contados desde la psiquis de sus personajes... ¿Cómo sale bien librado de esa apuesta, cómo logró mantener ‘el tono’ femenino en estas historias?

Yo nací y me crié entre mujeres. Tengo diez hermanas, más cinco tías, innumerables comadres de mi mamá y encimemos las mamás de mis amigos de infancia que también eran, en una ciudad como Buga, madres de todos, y que nosotros respetábamos como madres y mujeres. Y también estaba una mujer sorprendente, mi abuela materna Felisa, muy anciana, muy primitiva, muy sabia y una gran narradora oral. Y, claro está, mi mamá, la mujer más importante en mi vida, a quien desde niño siempre le pregunté de su vida, de sus conflictos, de sus amores, de sus fracasos hasta el punto en que ya adolescente y luego adulto me contó toda su vida. A mí me interesó el relato por las historias tan disímiles que se narraban en mi casa, relatos narrados por mujeres de distintas generaciones y, por lo tanto, cada una de ellas con problemáticas diferentes. Es más, de niño sentí una gran atracción por el relato porque tenía una hermana mayor, Gladys, que nos contaba cuentos, y que nos estimulaba a contar nuevas historias a partir de lo que ella nos narraba. Mi fuente narrativa está en Buga, entre todas esas mujeres. En mi casa, aprendí sobre todo a escucharlas y también a sorprenderme.

¿Ha sido siempre así?

A los dieciocho años me gané un concurso nacional de cuento con una historia narrada por una mujer. Esa relato, titulado Sueño de amor, narra una fantasía del personaje a partir de la culpa femenina. Y, luego, en cuentos como Mazo de naipes, El amor de Milena y La loca escondida en su sueño, también intento explorar lo femenino, con narradores que las focalizan. Sin embargo, es con La boca del tornavoz donde tomo conciencia de lo que intento realizar con relatos de mujeres. En ese relato (la historia de una anciana rezandera que cuenta un acontecimiento de amor-odio sucedido décadas atrás), descubro la importancia de lo femenino en mis relatos. Y lo extraño es que ni siquiera soy consciente de eso. No sabía, por ejemplo, que había escrito un relato erótico porque no fue mi propósito. Sin embargo, años después ese texto aparece en una Antología del relato erótico colombiano. Recuerdo que protesté y alegué con el antólogo, el escritor Oscar Castro, y él me envió un escrito sobre ese cuento y sobre Sueño de amor y El amor de Milena, demostrándome que eran eróticos. Para mí ese concepto fue sorprendente. Y, años atrás, el sicoanalista y escritor Eduardo Botero, en un ensayo dijo que mi mundo literario era “el de las mujeres, el amor y la muerte”, exactamente lo que yo viví de niño en mi natal Buga.

Ese es el origen de parte de mi literatura, sólo una pequeña parte, porque muchos de mis cuentos exploran otras temáticas como lo fantástico, la historia, el realismo. El “tono” femenino viene de intentar escuchar a las mujeres, no de entenderlas ni de plantearles soluciones, sólo de escucharlas como uno escucha a un amigo. El hecho de que una mujer verbalice sus conflictos, los cuente, para ella ya es posible entenderse a sí misma.

En este libro está presente también una voz muy vallecaucana de parte de su narrador. Muy a lo Andrés Caicedo. ¿Cree, como Tolstói, en aquello de “pinta tu aldea y serás universal”?

Siempre he sido consciente de que mi fuente literaria es Buga, la ciudad donde nací, me crié y estudié. No puedo alejarme de la infancia, primero, y la adolescencia, después, cuando estudié todo mi bachillerato en el glorioso colegio Académico, donde creamos grupos de estudio de sicoanálisis, de política y, en mi caso, de literatura. Recuerdo que leía, leía y leía. Era un ser un poco raro porque mis peores notas del colegio eran las de Español debido a que tuvimos profesores que nos castraban literariamente. El bugueño es un ser muy vallecaucano en sus costumbres, su gastronomía, sus historias. Buga es la Yoknapatawpha, de William Faulkner, la Santa María, de Juan Carlos Onetti, el Macondo, de García Márquez y la aldea de la que hablaba Tolstoi. En mi libro de cuentos ¿Por qué me muerdes?, ningún texto transcurre en Buga, pero Buga está allí en pequeños detalles, en descripciones, en intimidades. Mi novela El color de la cera en su rostro, que acaba de salir, toda transcurre en Buga, desde la Guerra Grande hasta los años setenta.

Varias de las mujeres que protagonizan los cuentos de este libro son casi antiheroínas, como la Maga de Cortázar...

No son antiheroínas. Intento, desde la ficción, que sean mujeres normales, reales. El libro ¿Por qué me muerdes? es una exploración alrededor del mundo de las mujeres. Los cuentos tocan temas cercanos a los conflictos del amor, la infidelidad, la sexualidad, la identidad de género y, sobre todo, el mundo de las parejas.

Hablemos un poco de cada cuento…

Desde el primer cuento (Algo manual, algo mecánico) una mujer, madre de un hijo, tiene una relación con un hombre extraño, antiguo estudiante de Filosofía, que intenta renunciar a lo racional para vivir una vida más sencilla. Este hombre establece una relación mecánica con la mujer, que se ha enamorado de él. Afuera la vida es práctica: modelos de otras mujeres le indican que debe renunciar a sus emociones para alcanzar bienestar y felicidad.

En el cuento Llamadas remotas una pareja, aparentemente feliz, vive la tragedia de su hija que queda en coma a partir de un accidente. Esta situación permite a la mujer reflexionar sobre lo que ha sido su vida, la renuncia a sus sueños, la entrega a un hombre que la domesticó y la convirtió en lo que ella no quiso ser. Entre la culpa por la muerte de su hija y la aparición de un viejo amor, la personaje quiere renunciar a todo pero la compasión le impide hacerlo.

Sin aves y sin ruido es el tema del abandono afectivo, de la crisis que esta situación genera en una mujer y la forma como lo asume para continuar con su vida. Es, además, una crítica a la incapacidad del ser humano para establecer relaciones independientes de su mundo laboral. Seres humanos que construyen sus valores sociales y familiares a partir de acontecimientos del pasado.

Padrenuestro es el nihilismo total en el que dos mujeres que vivieron sumergidas en el mundo de las drogas intentan rehabilitarse rehabilitando drogadictos, aceptando su fracaso frente a la vida y frente a la humanidad. Seres que fracasaron ante la familia, la sociedad y el afecto.

En el cuento ¿Quién va a pagar? se explora el problema de la identidad. Una pareja decide convivir en un extraño matrimonio, a pesar de sus apetencias sexuales distintas y a pesar de su incapacidad de aceptarse a sí mismos tal cual como son. En la mitad de ellos surge una mujer que poco a poco logra afianzar su propia identidad, algo impensable para ella, pero que los confronta e intenta que construyan sus vidas desde la aceptación de su sexualidad.

En El gato negro un abuelo educa a su nieta como un hombre, entrenándola en jornales duros y en el arte del boxeo para que logre un espacio en el mundo. La protagonista poco a poco asume ese rol y desde lo masculino logra alcanzar entrar a un mundo en el que reproduce el mundo de su abuelo.

El mago recrea el despertar a la vida, la exploración del mundo a través de lo sexual. Dos hermanas asumen, clandestinamente, el sexo como un ritual de paso al mundo de los adultos. Una de ellas, embarazada, huye de su casa con su amante. La madre acusa a un mago de pueblos que pasó una vez por la ciudad y, según ella, la sedujo obligándola a partir con él.

¿Por qué me muerdes? es la venganza de una mujer abusada sexualmente y maltratada por su pareja. El hombre le exige un comportamiento íntimo que ella desconoce y al que no puede acceder. Paralelamente se desarrolla la historia de su familia, el abandono del padre y el nuevo mundo íntimo que le toca enfrentar a su madre para poder sobrevivir.

¿Por qué se presentó en el concurso con el seudónimo de Patricia Simón?

Patricia Simón es nombre de un personaje del cuento Maternidad, de Andrés Caicedo, uno de mis preferidos de ese autor.

Harold, en los últimos años usted ha hecho una apuesta fuerte por contar historias de la ciudad. Usted propiamente a través de la literatura, pero busca que otros lo hagan también a través de sus talleres de crónica. ¿De dónde viene el interés por este género del periodismo?

Siempre me ha encantado la palabra, el contador de historias. Detesto las fotos y los videos en los que alguien intenta mostrarme lo que vio. A mis hijos no les permito que me muestren fotos de Chile, Argentina, Israel o de cualquier lugar. Siempre les insisto en que me cuenten, que me narren qué vieron, cómo se sintieron, que me describan un lugar con la palabra, que yo pueda “ver” a través de la lengua oral o escrita. Recuerdo por ejemplo la Buga que conocí a través del libro Impresiones y recuerdos del bugueño Luciano Rivera y Garrido. Ese libro me permitió conocer la Buga de la segunda mitad del siglo XIX. Con don Luciano, desde muy joven, me empezó a interesar la crónica. Luego vinieron los grandes cronistas colombiano y, después, los norteamericanos.

¿Qué experiencia le ha quedado de todos esos talleres?

He dictado talleres de escritura de cuento y crónica, en los que intento invitar a la gente a que salga a la calle para entrevistar personas, a mirar entornos, a escuchar la forma como habla la gente, a planificar un escrito, a confirmar datos, y a escribir crónicas.

La crónica la he trabajado mucho con muchachos de bachillerato a través de un programa que financió Proartes. A ellos los estimuló a contar sus propias historias, la vida de sus mayores, observar sus entornos.

Estas crónicas permitieron a estudiantes y personajes la posibilidad de la reflexión, de pensar en una cultura de individuos capaces de mirarse a sí mismos, de señalar problemáticas como el derrumbe de la familia, la intolerancia, la violencia partidista de los años 50, el aborto, enfermedades sexuales, delincuencia juvenil, las pandillas, narcotráfico, el embarazo juvenil, el alcoholismo, vampirismo, el desplazamiento campesino y muchos otros temas que hacen parte, también, del contexto social de nuestros adolescentes.


En medio de estas temáticas, las crónicas muestran valores como la familia, la maternidad, la solidaridad, el afecto, el reencuentro con sus mayores que, en algunos casos, y por vez primera, dialogaron con sus hijos o nietos y les contaron sus orígenes, sus conflictos, sus necesidades. Y confrontan, de paso, viejas y caducas reglas, normas ambiguas que no les han permitido crecer socialmente y los empujan sobre la marcha (en su barrio, en la esquina, en el parque, en la calle) a sobrevivir en un mundo de moscas y arañas, a recordar con tristeza y dolor el mundo de los adultos.

 El País




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