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domingo, 5 de octubre de 2014

Amor sin candados en París

El Pont des Arts, en París. / GETTY IMAGES

Amor sin candados en París

El Ayuntamiento instala vitrinas en el Pont des Arts para que los cerrojos no dañen la estructura


La capital francesa no fue nombrada ciudad universal del amor en un arrebato de generosidad. Sus edificios, sus plazas, sus jardines; todo, hasta el aroma a cruasanes recién horneados que emana de las brasseries, invita al viajero a ponerse mimoso. Pero si hay un enclave en París que destaca por su romanticismo es el Pont des Arts, a juzgar por las miles de parejas que cada año cuelgan allí un candado con su nombre para tirar después la llave al río en señal de amor eterno. La costumbre, sin embargo, podría tener los días contados. El Ayuntamiento —que estima en más de 700.000 el número de candados y en 18.500 kilos el peso que soportan sus barandillas— ha comenzado a sustituir las verjas del puente por paneles transparentes, ante el miedo de que tanta carga dañe la estructura de la pasarela.

Detalle del puente. / JACKY NAEGELEN (REUTERS)
La medida, que seguramente se aplique en otros puentes de la zona en los que se empieza a mimetizar esta tradición simbólica, ha estado a punto de frustrar los planes de Samuel y Martha. Este matrimonio de Nebraska (EEUU) decidió celebrar sus bodas de plata en París. La visita al Pont des Arts no podía faltar. “Me daría mucha pena que acabasen con los candados. Sin ellos esto pierde su encanto”, opina la mujer. Para ella es la primera vez. Su marido, sin embargo, ha sellado ya su amor tres veces en el puente parisiense. “¿Qué quieres que haga? Siempre he tenido mucho cariño que dar”, bromea mientras se aferra a la mano de su esposa.
El detonante de este invasivo fenómeno —que comenzó en 2008— fue la novela Tengo ganas de ti, de Federico Moccia, cuyos personajes celebraban así su compromiso en Roma. No se trata de un caso aislado: la propia Ciudad Eterna, Helsinki, Colonia o Nueva York también tienen su puente del amor. La leyenda, sin embargo, se remonta hasta la primera Guerra Mundial y sitúa el origen del romántico gesto en un pequeño pueblo de Serbia llamado Vrnjacka Banja. Allí vivían Relja, soldado de profesión, y su novia Nada, maestra de escuela. A punto de casarse, el joven fue enviado a combatir a Grecia, donde conoció a otra mujer y nunca más regresó. Las amigas de la afligida profesora colgaron candados con sus nombres y los de sus novios en el puente de la localidad, convencidas de que de esta manera no correrían la misma suerte.

El Ayuntamiento ha alentado a las parejas para que sustituyan la costumbre por una autofoto
La prueba inequívoca de que el monumento parisiense, que mide 155 metros de largo y une el museo del Louvre con la Academia Francesa, ya no soporta más peso llegó en junio, cuando se desplomó una parte de la barandilla. El Ayuntamiento alentó entonces a los visitantes a que sustituyesen esta costumbre por una autofoto. Aunque cientos de personas han colgado la suya en Twitter bajo el hashtag#lovewithoutlocks [amor sin candados], los vendedores a la orilla del Sena como Rashid, que los tiene a cinco y siete euros los de llave y a 10 los de combinación numérica, no han notado una merma significativa en las ventas. “Paris es la ciudad del amor y estamos todos orgullosos de ello, pero hay otras formas más bonitas de demostrar afecto”, rezaba el comunicado que el Consistorio emitió hace unos días. Emmanuel Pinaud, una ingeniera que cada mañana atraviesa la pasarela para ir al trabajo, opina lo mismo: “Me da igual que algunos lo encuentren romántico. Para mí es horrible, además de peligroso”. A su lado, una pareja de japoneses se retrata en el día de su boda. Al río tiran la llave, y hasta el ramo de la novia.


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