June March El amante, de Jean-Jacques Annaud 1991 |
Marguerite Duras
UN DÍA
Traducción de Ana María Moix
Un día no está delante del instituto. El chófer
está solo en el coche negro. Me dice que el padre está enfermo, que su joven
señor ha regresado a Sadec. Que él, el joven chofer, ha recibido órdenes de
quedarse en Saigón para llevarme al instituto y acompañarme al pensionado. El
joven señor regresó al cabo de unos días. De nuevo estaba en la parte trasera
del coche negro, el rostro vuelto para no ver las miradas, siempre con el
miedo. Nos besamos, sin pronunciar palabra, abrazados, ahí, hemos olvidado,
delante del instituto, abrazados. En el beso lloraba. El padre seguiría
viviendo. Su última esperanza se desvanecía. Se lo había pedido. La había
suplicado que le dejara retenerme con él contra su cuerpo, le había dicho que
debía comprenderle, que también él debía haber vivido al menos una vez una
pasión como ésa en el transcurso de su larga vida, que era imposible que
hubiera sido de otro modo, le había rogado que le permitiera vivir, a su vez,
una vez, una pasión semejante, esa locura, ese amor loco de la chiquilla
blanca, le había pedido que le dejara el tiempo de seguir amándola antes de
volver a mandarlo a Francia, de dejársela aún, aún un año quizá, porque no le
era posible dejar ya ese amor, era demasiado nuevo, demasiado fuerte todavía, todavía
demasiado en su violencia naciente, que todavía era demasiado terrible
separarse de su cuerpo, y más teniendo en cuenta, el padre lo sabía
perfectamente, que eso nunca más volvería a producirse.
El padre le había repetido que
prefería verlo muerto.
Nos bañamos juntos con el agua
fresca de las tinajas, nos besamos, lloramos y volvió a ser algo para morirse,
pero esta vez, ya, de un inconsolable goce. Y después le dije. Le dije que no
había que arrepentirse de nada, le recordé lo que había dicho, que me iría de
todas partes, que no podía decidir mi conducta. Dijo que incluso eso le daba
igual en lo sucesivo, que todo se había desbordado. Entonces le dije que yo era
de la misma opinión que su padre. Que me negaba a seguir con él. No aduje
razones.
Marguerite
Duras
El amante
Barcelona,
Tusquets, 1984, pp. 104- 106
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