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martes, 26 de noviembre de 2019

Liudmila Petrushévskaia / Cuentos de amor negro

Liudmila Petrushévskaia


Liudmila Petrushévskaia 

CUENTOS DE AMOR NEGRO

Liudmila Petrushévskaia hace que entendamos más a las mujeres




C
Carlos Montañés
15 de julio de 2015

¿Por qué los cuentos son cortos? Solo conozco dos respuestas adecuadas a esta pregunta: o porque explican pocos hechos (los relatos de Katharine Mansfield) o porque los explican de una manera muy sintética (las vidas imaginarias de Marcel Schwob). Se sobreentiende que si los hechos son abundantes y la narración no es sintética, entonces lo que tenemos entre las manos es una novela.
Tal como sugiere el título, los cuentos de Érase una mujer que sedujo al marido de su hermana y él se ahorcó concentran muchos acontecimientos en pocas palabras, a menudo toda una vida en cuatro o cinco páginas. Esta velocidad elevada tiene unos efectos antisentimentales, ya que cuando alguien muere en dos páginas inspira piedad, mientras que cuando se muere en una línea provoca indiferencia o, incluso, una sonrisa. Como las historias que explica Liudmila Petrushévskaia (Moscú, 1938) son más bien dramáticas, la síntesis tiene un efecto paradójico, o quizá reflexivo. Los hechos no nos hacen llorar ni reír, pero tampoco nos dejan indiferentes. Así, cuando leemos «y después subió directamente al cielo desde el polvo de los campos de trabajo», entendemos que la autora nos ahorra los detalles de un drama ya conocido. Más que de humor negro, podríamos hablar de amor negro.
Solo me puedo imaginar a Liudmila Petrushévskaia escribiendo a mano, y de vez en cuando veo una frase en la que el trazo se enrosca, a medio camino entre la rúbrica y el kanji, con una fluidez que solo puede ser fruto de los años. Ya decía Miles Davis que tenemos que tocar mucho tiempo para poder tocar tal como somos, y entiendo estos cuentos como el concierto de una jazzwoman abrupta y melodiosa, el resultado de un largo camino de conocimiento, de arte, de tanteos. Es irrelevante que los cuentos sean fruto de la experiencia o que provengan de la imaginación. Lo que cuenta es la materia, y sobre todo la manera, ya que resplandecen de serenidad y de un humor comprensivo como lo hace una máxima sufí.
De los 17 cuentos me gustaría recordar cuatro, Frutos inmaduros, que evoca oníricamente la crueldad infantil; Las aventuras de Vera, que rememora toda la inconsciencia creativa de la juventud; Alí Babá, con una protagonista que viene a ser una Vera fracasada; El hijo de Tamara, dedicado a los viejos, a sus confusiones, a sus aciertos y a sus infiernos.
Más que de felicidad o de tristeza, los cuentos de Liudmila Petrushévskaia están llenos de vida. Encontramos solitarios en compañía, seres tímidos, vulgares, tristes, necesitados en diversos ámbitos, vehementes, resignados, combativos. Predominan los resúmenes biográficos de mujeres que no han tenido suerte con los hijos, los maridos, los amantes o los nietos.
 Son mujeres rusas, en general pobres y abandonadas, pero entiendo que en este libro vivir en la URSS es solo una anécdota. El efecto es acumulativo, ya que al final del libro tenemos la sensación de que entendemos más a las mujeres en general, y esto es un regalo. Gracias, Liudmila Petrushévskaia.

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