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lunes, 14 de marzo de 2011

Octavio Escobar / Grillo


Octavio Escobar
GRILLO

Cuando terminaba la primaria, al frente del colegio, en una casa de postigos verdes, vivía una niña que apenas la comenzaba. Nunca supe su nombre pero todo el mundo le decía Grillo por su tono de voz bastante chillón y porque era muy delgada. Tenía el pelo largo y mantenía con su abuela, una señora bajita y dulce. Grillo casi nunca estaba en la calle. Una tarde que salí del colegio la vi recostada en el portón de su casa llorando. Era tan raro hallarla sola que me acerqué y le pregunté por qué lloraba pero no me contestó. Miré un momento hacia el final de la calle y pensé que era una tontería que estuviera ahí, intentando hablarle. Claro que es posible que eso se me ocurra ahora mismo y en esa época no pensara igual.
          Le pregunté otra vez por qué lloraba.
          –Mi abuelita está enferma –dijo dijo con esa voz suya de tono muy alto.
           –Pero se va a aliviar –contesté yo sin saber nada de nada.
           –No sé.
            –¿Quieres un helado?
           Hacía calor y me parecía triste que Grillo llorara, así que le pedí que se levantara y la llevé hasta la esquina para que comiera helado de coco conmigo. Tenía la costumbre de parar en la tienda antes de irme para la casa.
           –¿Qué tiene tu abuelita?
           –Está brava conmigo.
          No tuve tiempo de sorprenderme con la respuesta. Desde la casa de postigos verdes venía la abuela de Grillo y no se veía muy contenta ni tampoco enferma.
          –Ven para acá –le dijo a la niña sin brusquedad y ella obedeció pasando el helado a la mano izquierda y dándole la derecha.
          –Jovencito, usted estudia allí, ¿cierto?
          –Sí señora –respondí temiendo que mi invitación le molestara.
          –Y usted le compró el helado.
          –Sí señora –alcancé a decir antes de que Grillo dijera:
          –Es mi novio.
          Yo la miré asustado y la abuela sonrió. Grillo agregó:
          –Cuando yo sea grande nos vamos a casar y vamos a tener hijos.
          –¿Sí? Bueno mija, despídase pues de su novio.
          Grillo me sonrió con el helado en la boca e hizo adiós con la mano. Vestía una falda de flores que la cubría casi hasta los tobillos. Sus pasos eran firmes, erguidos, como los de una reina de belleza o una modelo. La vi otras veces en la puerta o en la ventana de su casa; sin hablarme cerraba el postigo a toda carrera. Antes de las vacaciones de medio año su abuela, un montón de tías solteronas que también la cuidaban mucho y ella, se fueron para otro barrio.


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