Alfonso Orejel
Teléfono
Mamá
toma el teléfono
y dura horas y horas
hablando con Juanita,
su comadre.
De los tamales rojos
de Huajicori,
la enjundia de gallina
para los empachos,
la Chuy que no tiene apuro
para casarse,
de las pitayas sangrientas
o la muy poca nata
que da la leche ahora.
Es un largo monólogo
donde las palabras saltan
como gotas de lluvia.
Las dos se intercambian
recuerdos y lágrimas,
pronósticos de sus hijos,
risitas prohibidas.
Papá toca su hombro
y le dice: – Ya cuelga.
Luego la mira
con cierta compasión.
Mamá se levanta
con dificultad
y mueve las piernas
- con artritis -
que no le duelen.
– Voy a meter la ropa,
se va a serenar.
- Boris ya no se queja.
- Hace un rato El Chino
se puso a contar monedas.
-¿Sabes quién me habló,
Martín?
¡Nacho, mi guero Balí!
Y se aleja hacia su cuarto
con pasos titubeantes.
Él toma el auricular
y escucha el lúgubre
silencio palpitando
en su interior.
Sonríe con amargura.
Desde hace muchos años
el teléfono de casa
está muerto.
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