Virginia Woolf
AZUL Y VERDE
Verde
Los afilados dedos de cristal cuelgan hacia abajo. La luz se desliza por el cristal formando un charco verde. Durante todo el día los diez dedos de la araña gotean verde sobre el mármol. Las plumas de los periquitos —su cantar agudo—, las hojas de las palmeras —verdes también; verdes agujas brillando al sol. Pero el duro cristal sigue goteando sobre el mármol. Se forman lagunas en la arena del desierto; los camellos las cruzan balanceándose. Las lagunas permanecen en el mármol; crecen juncos alrededor, y maleza; aquí y allá un capullo blanco; la rana salta; por la noche las estrellas aparecen inmaculadas. Cae la tarde y la sombra lleva el verde hacia la chimenea. La agitada superficie del océano; no llegan barcos; las olas sin rumbo oscilan bajo el cielo desnudo. Es de noche; las agujas gotean azul. El verde desaparece.
El monstruo de nariz puntiaguda se eleva hasta la superficie y hecha por los orificios de la nariz dos columnas de agua que, completamente blancas en el centro, se esparcen en una hilera de gotas azules. Manchas azules surcan la negra lona alquitranada de su pelambre. Absorbiendo el agua por la nariz y la boca se sumerge, lleno de agua, y el azul lo encierra tapando sus ojos como piedras luminosas. Se recuesta en la arena, pesado, obtuso, mudando sus secas escamas azules. Su azul metálico tiñe el hierro oxidado de la arena. Azul es el esqueleto del bote encallado. Una ola rueda bajo las campanas azules. Pero la catedral es diferente, fría, llena de incienso, ligeramente azul con el velo de las vírgenes.
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