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sábado, 9 de octubre de 2021

Fogwill / Kjell Askildsen

Kjell Askildsen

Fogwill
KJELL ASKILDSEN


    Lugar, Noruega. Un país mediano, poco más extenso que la provincia de Buenos Aires. Su región polar, la zona de glaciares y las desérticas y montañosas ocupan casi todo su territorio, lo que deja apenas un dos por ciento de superficie cultivable. Los cinco millones de habitantes son súbditos de un rey —circunstancialmente, Harald V— que es también la autoridad de la religión oficial, la Iglesia de Noruega. Se trata de una secta cristiana que procede del cisma luterano: «protestante», la llamarían los curas de aquí. Pero los noruegos no ruegan mucho y protestan apenas lo indispensable. En el censo, el ochenta y tres por ciento de los noruegos se manifiesta fiel al culto, más del setenta por ciento de los recién nacidos recibe el bautismo y, mientras solo el cuarenta y cinco por ciento de las parejas se consagra en el templo, más del noventa por ciento de las ceremonias fúnebres se realiza según el rito de la Iglesia y en presencia de una autoridad religiosa. La Iglesia de Noruega, que recluta a sus pastores entre egresados universitarios con un máster o un doctorado en Teología independientemente de su sexo y su estado civil, fue pionera en aceptar el matrimonio gay. Noruega, que fue ocupada por Alemania y se declaró voluntariamente neutral durante la segunda guerra, ingresó en la OTAN en 1949. En cambio, por mandato popular de dos plebiscitos, declinó integrar la Unión Europea y la esfera del euro. Entre los diecisiete y los dieciocho años, noruegas y noruegos cumplen doce meses de servicio militar obligatorio. En Noruega no rigen doctrinas de seguridad nacional porque es una nación segura. Tampoco hay teorías sobre la literatura nacional, porque tiene literatura nacional, ni cultivan las variantes latinoamericanas del pensamiento nacional, porque todos piensan como noruegos. Entre tantas cosas, ser noruego es contar con un ingreso per cápita de sesenta mil dólares anuales e integrar una pirámide de distribución de la riqueza que ningún político latinoamericano se atrevería a prometer ni como proyecto a veinte años de plazo.


    2010. En las afueras de Oslo, cerca de las pistas de esquí, Kjell Askildsen cumple ochenta años. Él, que hace medio siglo construyó la imagen de una decrepitud solitaria y desesperanzada en el estado de bienestar postcapitalista, vive la suya en plenitud. Elude fotógrafos, prensa y televisión mientras compila, publica, traduce abnegadamente a sus autores de culto —Broch, Strindberg, Beckett, Harold Pinter— y, tal como los noruegos de sus relatos atienden esas huertas que remedan una naturaleza pródiga y una agricultura que su territorio les tiene vedada, administra la obra por la cual lo conoce el mundo: una magistral colección de relatos breves.
    Relato breve es mi traducción literal de lo que los americanos celebraron de este maestro del «short story» que, en Sudamérica, llamamos «cuento» sin el temor anglosajón a connotar temas maravillosos, infantiles, fantásticos o mágicos. En los años setenta, César Aira, inspirado en Deleuze, desarrolló un modelo que diferenciaba con precisión los géneros del cuento, la nouvelle y la novela: afortunadamente, ni él lo tomó en serio y así proliferó su obra desmintiéndolo. Pero su propuesta tenía la virtud de inmunizar contra la oferta tallerista de modelos narrativos inspirados en Poe y en el policial que un par de consagrados imponían a los estudiantes incautos. Los textos de Askildsen eluden descripciones, escenografías, tramas, suspensos, desenlaces, sorpresas calculadas que revelan la mala fe del narrador, pinturas de época, guiños a la moda de temporada, denuncias contra el nazismo, el racismo, el estalinismo, el capitalismo, la contaminación, los medios de comunicación, la policía, la monarquía, la injusticia, ni contra el mal, entendido como resultado de un proyecto consciente de los humanos. Y sin embargo, cada una de sus páginas nos sacude como si fuese un alegato. ¿Qué alega?
    Alega el autor extremeño Julián Rodríguez en su presentación de la primera antología de relatos de Askildsen publicada en España, en 2008, que Kjell Askildsen es un artista de su tiempo, pero que su tiempo no es el del minimalismo contemporáneo que algunos atribuyen a una obra que no ha variado desde 1953, ni es el del realismo sucio carveriano, sino que es parte de una revuelta contra lo convencionalmente real, la famosa «realidad» que no es sino un emergente de las maneras de narrarla.
    Efectivamente, es un artista del narrar y ha creado un estilo indeleble. Puede narrarlo todo y de la mejor manera con personajes sin rostro ni más rasgos físicos que el detalle indispensable, con nombres que se olvidan de inmediato, sin tonos de voz; representando diálogos reducidos al mínimo y muy a menudo sin saltos de párrafo ni comillas; con emociones transmitidas por una palabra o por un impulso a actuar; con climas y estaciones indicadas apenas por la luz o por ínfimas señales del cuerpo o del espacio natural; con tragedias resumidas por la simple evocación de una imagen visual y un clímax erótico logrados por el leve desplazamiento de una mano, o con odio significado por el movimiento de un cuerpo que sale a prender un cigarrillo. Con semejante material ha podido crear un mundo. Su mundo: algo que invita a ser revisitado para recuperar la noción de ficciones verdaderas.
    Askildsen no teme reiterarse (no es improbable que jamás haya temido algo). Para presentar sus Cuentos reunidos, elegí ordenarlos por un contrapunto de personas narrativas, extensiones relativas e intensidad del conflicto dramático. El orden cronológico no se adecuaba a un autor que ha hecho de la fidelidad a sí mismo un rasgo de estilo. La tentación de presentarlos en orden de su apariencia temática me pareció injusta para una obra cuyos únicos temas son el hombre y la literatura. Por consideraciones de género y por tratarse de un ejercicio de suspenso que el autor discontinuó prontamente, he recomendado la exclusión del relato experimental «Carl Lange». Para la edición se han modificado unas pocas expresiones del español o el madrileño corrientes que desconcertarían al lector latinoamericano, cuidando en cada caso que la sustitución no afecte la legibilidad de la obra para los lectores peninsulares.




DE OTROS MUNDOS
Kjell Askildsen / Desesperación
Kjell Askildsen / El arte de la desdicha
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Cuentos
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