Jane Smiley |
Jane Smiley: “Los humanos llevan eones tratando de resolver el problema del amor”
30 DE JUNIO DE 2020
BEGOÑA GÓMEZ URZAIZ
Las novelas de divorcio y matrimonio que la autora estadounidense escribió en los 80 encuentran un nuevo público en español
30 DE JUNIO DE 2020
Si no fuera una excelente novelista, Jane Smiley podría trabajar como terapeuta de parejas especializada en divorcios. Ella misma se ha divorciado tres veces, y casado cuatro. Su amiga la escritora Barbara Grossman dice que es la “única monógama en serie con éxito” que ha conocido. “Sus matrimonios siempre han sido exitosos hasta el momento en que se rompieron, y sigue siendo amiga de todos sus ex maridos”. De hecho, les dedicó su obra más ambiciosa (aunque ese título podría disputárselo The Greenlanders, una saga épica situada en Islandia), una trilogía titulada The Last Hundred Years que no está traducida al español. En el año 2000 incluso escribió una tribuna en The New York Times titulada Allá van, hablando otra vez mal del divorcio, en la que decía: “Me alegro de que mis padres se divorciasen y me he alegrado desde que empecé a pensar en ello. El divorcio es un derecho que tardamos muchas generaciones en conseguir. No es una garantía de felicidad mayor que el matrimonio, pero tampoco menor”.
Los dos libros de la autora, nacida en Iowa en 1949, que la editorial Sexto Piso ha rescatado y traducido desde 2019 también tienen que ver con matrimonios sobre los que pesa una amenaza de liquidación. El año pasado publicaron La edad del desconsuelo con traducción de Francisco González López, una novela corta de 1987 narrada desde el punto de vista de un dentista que ve cómo su mujer y madre de sus dos niñas se ha enamorado de otro. “Me he dado cuenta de que el vínculo matrimonial vuelve todos los actos comunicativos más descafeinados, los lleva a un irónico término medio en el que marido y mujer se encuentran más cómodos, con buen humor, haciendo que todo sea más prosaico”, escribe él, constatando que desea más que nada mantener esa tibieza emocional, tan denostada.
En el otro título, Un amor cualquiera, la voz principal corresponde a una mujer, Rachel, de 50 y pocos años pero ya abuela, y madre de cinco hijos. En el fin de semana en que la prole se reencuentra, con el regreso de uno de sus hijos de la India, Rachel se ve forzada a recordar el día en que todo cambió en su vida 20 años atrás, cuando confesó a su entonces marido que mantenía un romance con un vecino y éste se llevó a los cinco niños a otro país.
Las novelas de Smiley, que ganó el Pulitzer en 1992 por A Thousand Acres, su revisión de El Rey Lear en una granja de Iowa, son calladamente brillantes. Se despliegan sin llamar mucho la atención sobre sí mismas y cuando se terminan dejan un poso importante. “Son lo que las novelas de Tom Wolfe se supone que deberían ser” –dijo el novelista y crítico Philip Hensher–. Ella es la más perfecta vindicación de la novela realista”. Smiley, hija de una periodista que fue becada a la elitista universidad de Vassar –donde se encontró con un montón de chicas dándose un barniz cultural antes de casarse con un abogado– llegó a vivir en una colonia maoísta y sus opiniones políticas no se han licuado con los años ni se han embarrado de cinismo. Y los lectores que ahora se fabrican un canon ‘hazlo-tú-mismo’ la están incorporando a sus panteones particulares con entusiasmo.
Las novelas de Smiley, que ganó el Pulitzer en 1992 por A Thousand Acres, su revisión de El Rey Lear en una granja de Iowa, son calladamente brillantes. Se despliegan sin llamar mucho la atención sobre sí mismas y cuando se terminan dejan un poso importante. “Son lo que las novelas de Tom Wolfe se supone que deberían ser” –dijo el novelista y crítico Philip Hensher–. Ella es la más perfecta vindicación de la novela realista”. Smiley, hija de una periodista que fue becada a la elitista universidad de Vassar –donde se encontró con un montón de chicas dándose un barniz cultural antes de casarse con un abogado– llegó a vivir en una colonia maoísta y sus opiniones políticas no se han licuado con los años ni se han embarrado de cinismo. Y los lectores que ahora se fabrican un canon ‘hazlo-tú-mismo’ la están incorporando a sus panteones particulares con entusiasmo.
Usted escribió Un amor cualquiera, el libro que se acaba de publicar en España, en los ochenta. ¿Cuál es su relación con él ahora?, ¿qué tal se lleva con él?
Lo escribí a mediados de la década, cuando mi matrimonio estaba rompiéndose. Un amigo empezó a contarme sobre lo que sucedió cuando el matrimonio de sus padres se rompió, y pensé que lo que decía era interesante y de muchas maneras mucho más dramático que lo que me estaba pasando a mí. Escribí la novela corta y mi amigo se la enseñó a su madre para pedirle permiso para la publicación. Ella me lo dio.
Se puso en la piel de una mujer mayor de lo que era usted entonces. ¿Cambiaría algo si la escribiese ahora que usted misma tiene hijos mayores y nietos?
No lo creo. Cuando imagino una familia en una novela, no uso mi propia experiencia. Lo importante es que la historia funcione bien con las idiosincrasias y los sentimientos de esos personajes. Cuanto más trabajas en eso, más se parecen ellos a sí mismos. Rachel estaba más próxima en edad a mí cuando la escribí que ahora. Creo que todavía tiene una mezcla de sentimientos respecto a quién es y respecto a qué pasará después, cuando sus hijos se vayan de casa del todo.
El exmarido, el padre de sus hijos, no llega a aparecer pero es como una presencia espectral. Lo describe como alguien diabólicamente carismático. ¿Es esa una cualidad peligrosa, fuera de la literatura?, ¿hay que protegerse de la gente que brilla con tanta fuerza que deja algo ciegos a los de su alrededor?
Muchos de nosotros nos sentimos atraídos hacia la gente con carisma Y solo porque parece que brillan, no quiere decir necesariamente que estén satisfechos. Como todo el mundo, siguen buscando nuevas aventuras. Quizá la gente que es muy exitosa cuando son niños, adolescentes y jóvenes, como el padre de la novela, puede ser más impulsiva que la gente que ha vivido vidas más normales. Pero eso no quiere decir que no debas aprender de ellos. Si son muy inteligentes, tienen mucha información. Y si son bellos o encantadores, son interesantes de mirar.
Dedicó su trilogía a sus cuatro exmaridos. Hace falta haber llevado una vida muy equilibrada para poder poner los cuatro nombres juntos en una página. ¿Se ganaron esa dedicatoria?
Dedicó su trilogía a sus cuatro exmaridos. Hace falta haber llevado una vida muy equilibrada para poder poner los cuatro nombres juntos en una página. ¿Se ganaron esa dedicatoria?
Diría que sí. Cuando hice autostop con mi primer marido por Europa yo tenía 22 años y él 24. Él llevó mi máquina de escribir portátil encima durante todo el viaje. Con mi segundo marido, cuando tuvimos hijas, él fue fantástico compartiendo los cuidados para que yo pudiese trabajar y él también. Fue muy atento en todos los sentidos. A mi tercer marido fue quien más consulté para la trilogía porque tiene una memoria increíble. Vive cerca de nosotros y le vemos a él y a su mujer en fiestas y cumpleaños. En la sección del libro sobre la guerra de Vietnam, escribí lo que me dijo palabra por palabra. En cuanto a mi actual marido, le leo lo que escribo todos los días, y él se da cuenta de los errores y de las cosas que no quedan claras, lo cual es muy útil.
Terminó la trilogía en 2015 pero la acción del libro acaba en 2020. Imagino que este año no ha resultado como usted lo predijo. ¿Cómo está procesando todo lo que está ocurriendo: la pandemia, la crisis, las protestas raciales en Estados Unidos…?
Tenía en mente todas esas cuestiones, pero no, no tenía ni idea de que cierta persona acabaría en la Casa Blanca y de que todo se iría al infierno más rápido de lo que yo podía imaginar. No pensé en una pandemia. Sí que abordé los asuntos raciales y estoy muy contenta con el empujón actual. Quizá algo positivo surja de todo esto por fin.
Durante los meses de la pandemia, muchos autores escribieron sobre su propia experiencia con la enfermedad. Cada vez que los leía no podía evitar acordarme de las páginas de ‘La edad del desconsuelo’ en las que describe con brillantez un momento en que los cuatro miembros de la familia sucumben a una mala gripe. Incluso la enfermedad más tonta y más leve nos hace conscientes de nuestra vulnerabilidad. ¿Recuerda qué estaba pasando por su cabeza cuando escribió ese pasaje?
Sí, era terror. Pero también agotamiento y un sentido de desorientación. Cuando crecí, tuve muchas enfermedades: gripe, varicelas, sarampión. Mi abuela me cuidaba, porque mi madre trabajaba, y lo hacía con tanta calma que yo no tenía ni idea de que reaccionaría a las enfermedades de mis hijos con tanta fuerza. Lo cierto es que no estamos preparados para la maternidad y la paternidad cuando la asumimos.
Por casualidad, su novela se ha publicado en España a la vez que otra fascinante reflexión sobre el divorcio, ‘Despojos’, de Rachel Cusk (Libros del Asteroide). ¿Qué tiene como tema literario que lo hace inagotable?
Leí ese libro de Rachel Cusk. Todos los divorcios son enteramente impredecibles, no necesariamente en el sentido de si sucederán, pero en cómo se desarrollarán. La cuestión del dinero, la cuestión de la casa, los deseos incumplidos, la infidelidad. Los humanos llevan eones tratando de resolver el problema del amor y el matrimonio. Recientemente, hice leer a mis alumnos un libro de P.G. Wodehouse de 1904. Lo que no podían entender es cómo la trama amorosa no podía funcionar, porque la mujer necesitaba el permiso de su padre para conocer al narrador y el narrador no podía acercarse lo suficiente a la mujer, así que lo veían como una especie de acosador. Era un argumento romántico habitual en esa era pero mis estudiantes no creían que el matrimonio iba a funcionar, y no podía haber divorcio. El divorcio es un asunto nuevo en la ficción y es siempre interesante.
Conozco a muchas lectoras de mi generación y más jóvenes que están conectando de manera especial con estos libros que usted escribió en los 80. ¿Se lo dicen a menudo?
Gracias por decírmelo. En ese momento yo era muy consciente de cómo había cambiado mi vida. Había pasado de la independencia y la exploración al matrimonio, los hijos y las clases, a tener responsabilidades para las que no estaba preparada. No creo que nadie lo esté para la vida con bebés y niños pequeños. A los 30 te conviertes en adulto de manera que puede parecer muy repentina y quizá de ahí esa conexión.
Usted es una ávida lectora de Dickens y Balzac y esperó a cumplir los 60 para abordar su trilogía. ¿Creía que necesitaba haber vivido mucho para abordar su propio proyecto monumental?
El único libro que planeé con antelación fue The Greenlanders. Sabía que quería escribir sobre el final de la colonia de Groenlandia a finales del siglo XV y sabía que necesitaba más experiencia para crear y organizar ese material, así que probé otros temas, incluida una novela de misterio y asesinatos porque necesitaba saber cómo crear esa trama. Después de eso, simplemente escribo lo que parece divertido o interesante en cada momento. Lo primero que tuve de mi trilogía fue el título, Los últimos cien años. Sabía que si lo escribía en un solo volumen tendría 1.200 páginas, demasiado pesado para leer o llevar encima, así que se convirtió en una trilogía. También he escrito dos series de libros de ficción para adultos sobre caballos. Veo la tentación de las series, puedes ir siguiendo a tus personajes aquí y allá, imaginarte sus mundos, y organizar el material. Si te gusta escribir, una serie es casi irresistible.
Jane Smiley / El paraíso de los caballos / El gran teatro del ´turf'
Jane Smiley / Congoja, amenaza, liberación
Jane Smiley / “Como novelista te fascinan las diferencias, no los estereotipos”
Jane Smiley / “Los humanos llevan eones tratando de resolver el problema del amor”
Jane Smiley “Un matrimonio es horriblemente dramático”
Jane Smiley / “Como novelista te fascinan las diferencias, no los estereotipos”
Jane Smiley / “Los humanos llevan eones tratando de resolver el problema del amor”
Jane Smiley “Un matrimonio es horriblemente dramático”
No hay comentarios:
Publicar un comentario