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lunes, 1 de junio de 2020

George V. Higgins / Mayonesa

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George V. Higgins

MAYONESA 

        Eddie Coyle había dormido demasiado. Cuando despertó, eran casi las nueve. Se duchó y se afeitó a toda prisa. Malhumorado, salió al vestíbulo y se dirigió a la cocina. Su mujer bebía café y veía la televisión.
    —¿Por qué demonios no me has despertado? —le dijo.
    —Ayer te desperté y me pegaste la bronca por no dejarte dormir —dijo ella sin apartar los ojos de la pantalla—. Hoy, te dejo dormir y me pegas la bronca porque no te he despertado. ¿Qué pasa? ¿Ya quieres empezar con bronca a primera hora de la mañana?
    —Hoy tengo cosas que hacer —dijo Eddie. Se sirvió café—. Escucha, tengo que hacer unas llamadas.


    Su mujer suspiró y empezó a levantarse despacio del sofá.
    —Lo sé, lo sé —dijo. 

    —Vete al piso de arriba porque voy a hacer unas llamadas. A veces pienso que estoy casada con el Presidente o algo por el estilo. ¿Tan secreto es lo que dices que yo no puedo escucharlo? Creía que me había casado contigo.
    Eddie no dijo nada y su mujer salió de la cocina. Al cabo de un momento, oyó el ruido de la ducha. Cogió el teléfono.
    —Soy Eddie —dijo, cuando Foley respondió—. Escucha, tengo que hablar contigo.
    —Pues habla —replicó Foley—. Te estoy escuchando.
    —Tienes que hacer algo —dijo Coyle—. Quiero que hagas algo por mí, ¿comprendes?
    —En primer lugar, quiero saber qué —dijo Foley—. Luego, querré saber por qué. Me parece recordar que te cuesta entender qué entra en el trato y qué no.
    —Escucha —dijo Coyle—, déjate de chorradas. Quiero que llames a New Hampshire y preguntes si bastaría que os entregara a los tipos que están atracando bancos.
    —¿Qué tipos? —preguntó Foley—. ¿Qué bancos?
    —Ya sabes qué tipos y qué bancos —dijo Coyle—. No digo que vaya a hacerlo ahora, ¿entiendes? Solo me gustaría saber si eso bastaría, en caso de que lo hiciera.
    —Supón que sí —dijo Foley—. ¿Vas a hacerlo?
    —No lo sé —respondió Coyle. Levantó la mano izquierda y se la examinó—. Se me ocurren otras cosas más seguras. No lo sé. Lo único que quiero saber es qué pasa si decido hacerlo, si eso me libraría del marrón.
    —De acuerdo —dijo Foley—. Se lo preguntaré. Es lo único que puedo hacer.
    —Bien —dijo Coyle—. ¿Podrás hablar con él a mediodía?
    —Supongo que sí —respondió Foley—. Para entonces, ya podré decirte algo.
    —De acuerdo —dijo Coyle—. ¿Y dónde nos encontraremos?
    —¿Por qué no me llamas? —dijo Foley—. Estaré aquí.
    —No —dijo Coyle—. Quiero verte, asegurarme de que me entero de todo lo que ocurre.
    —De acuerdo —dijo Foley—. ¿Conoces Cambridge? ¿La zona de Central Square?
    —Debería conocerla. Me crie allí.
    —Bien —dijo Foley—. Allí hay un café Rexall, en el cruce grande. ¿Sabes a cuál me refiero?
    —Sí —dijo Coyle.
    —Estaré en ese café a mediodía —dijo Foley.
    —No sé si iré —replicó Coyle.
    —Esperaré hasta las doce y media —dijo Foley—. No puedo esperar más. Esta tarde tengo que ver a un tipo.
    —De acuerdo —dijo Coyle—. Si voy, estaré allí antes de esa hora. Si no estoy, es que he decidido no acudir.





    —Eddie Coyle no se ha presentado —dijo Foley—. He estado allí sentado media hora, me he tomado un sándwich de queso y un café. Dios, se me había olvidado lo malo que es un sándwich de queso. Es como comer un trozo de plástico, ¿sabes?
    —Tienes que ponerle mayonesa —dijo Waters—. Si no le pones mayonesa al pan antes de ponerle el queso, nunca sabrá a nada.
    —No lo había oído nunca —dijo Foley—. La pones por la parte de fuera, ¿verdad?
    —No —dijo Waters—, por la parte de dentro, pero sigues poniéndole mantequilla por la parte de fuera. Cuando el queso se funde, es la mayonesa lo que le da sabor. Pero tienes que utilizar mayonesa de verdad, de la que está hecha con huevos, ¿sabes? Puedes usar esa otra cosa que la gente dice que es mayonesa pero es aliño de ensalada. También puedes utilizar eso, pero el sabor no será el mismo. Creo que el aliño escalda la lengua o algo así. En cualquier caso, no sabe bien.
    —De todos modos, en Rexall’s no tienen esos refinamientos —dijo Foley—. Entras, pides un sándwich de queso, tienen montones de ellos ya hechos, probablemente desde el miércoles pasado, y sacan uno con un trozo grande y gordo de ese queso naranja, joder, le echan grasa por encima, que dicen que es mantequilla pero yo no me lo creo, y van y lo funden todo junto en una plancha caliente. Mi estómago todavía intenta descomponer el mejunje en algo alimenticio. Parece un gran trozo, o dos grandes trozos, de azulejos de baño con un poco de masilla en medio. Servido caliente. Si me pongo malo, tendréis que darme una pensión.
    —Llevas demasiado tiempo viviendo del dinero de las dietas, me parece —dijo Waters—. Vosotros, hijos de puta, ya no coméis nada si no os sirven en el Playboy Club. ¿Trabajo de incógnito? ¡Y una mierda! ¿Crees que no sé que os invitáis a almorzar los unos a los otros? Joder. Más te valdría hacer de vez en cuando la ruta del Joe and Nemo. Al fin y al cabo, ahí es donde están los delincuentes. Esos tipos no frecuentan esos locales de clase alta que siempre veo en los comprobantes de la comida, donde un trozo de carne cuesta nueve pavos. Están en los locales baratos, donde comerías tú si tuvieras que pagártelo de tu bolsillo.
    —En cualquier caso —dijo Foley—, no se presentó. Así que me quedo allí sentado, y la camarera no deja de mirarme, y me tomo una Coca-cola y empieza a dolerme la vejiga, ¿sabes? Así que pago y salgo, salgo a la calle, pero no estoy demasiado preocupado. Al fin y al cabo, dijo que a lo mejor no se presentaría. Así que me despido de quince céntimos y compro el Record, ¿y qué leo? Pues leo que a los tipos a los que quiere delatar los han pillado esta mañana en Lynn. Así que eso explica muchas cosas.
    —Uno de ellos murió —dijo Waters—. Goodweather. Creo que tenía pensado liarla gorda.
    —Sí —dijo Foley—. Tengo que hablar con Sauter de eso y pedirle disculpas. No creía que fuera tan buen tirador. ¿De qué los acusan?
    —De allanamiento de morada, en el juzgado de distrito —respondió Waters—. Supongo que el gran jurado presentará una mejor variedad de cargos. Veamos, dos homicidios, tres atracos, allanamiento de morada de tres bancarios, tráfico de armas probablemente, robo de coches, conspiración. ¿Me he dejado algo?
    —Blasfemia —dijo Foley—. Siempre he querido acusar a alguien de blasfemia.
    —Y ahora, ¿qué pasa con tu amigo el de los nudillos? —preguntó Waters.
    —Pues parece que irá a la cárcel —dijo Foley—. A New Hampshire no le basta con que nos haya ayudado a pillar a Jackie Brown y no creo que tenga nada más para hacer el trueque.
    —Oh, vaya —dijo Waters—. Qué dura es la vida.


George V. Higgins

Los amigos de Eddie Coyle, capítulos 25, 27.    


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