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viernes, 8 de enero de 2021

Anne Carson / "Uno sabe que no va a mejorar, pero hay que ser feliz"

ANNE CARSON: UN POEMA | Antón Castro
Anne Carson

Anne Carson: "Uno sabe que no va a mejorar, pero hay que ser feliz"


Marcela Ayora
12 de octubre de 2018



El día anterior a hacer su primera aparición en público, todo era sol, calor, obviedad. Pero Anne Carson no es obvia y la ciudad amanece opaca. Entonces, ella se presenta en una gama de grises: el suéter y la pulsera de carey, la piel sin maquillaje, el cabello lacio, recogido en una coleta sencilla que, de todos modos, la revela como una mujer sobria. Sobria, no clásica, aunque parte de su obra como poeta, ensayista, académica, haga pie en Safo, Heracles, Sófocles, como correlato de su doctorado en Clásica o por su rol docente en las universidades de Michigan y Princeton.

Nacida en Toronto, 1950, Carson es la mujer madura que da más bien a rockstar . Visita nuestro país por segunda vez; estuvo en los 90, acompañó a un amigo en unas jornadas de filosofía en la UBA. Las recuerda porque "todo el tiempo se cortaba la luz". En esta oportunidad, regresa al país como figura esperada en el Filba . Tiene lectores que la siguen, aunque lo correcto sería decir que la aman: la leían aun cuando sus libros no llegaban acá, y sus poemas, sobre todo, circulaban de mano en mano. Algunos de los títulos publicados son: Charlas breves (Zindo & Gafuri), Eros el dulce amargo (Fiordo). Admirada por Susan Sontag, su compatriota Alice Munro y George Steiner, esta mujer que acumula premios como el T. S. Eliot, honoris causa por la Universidad de Toronto, Griffin de Poesía, cuida mucho su vida privada, al punto de no ser posible saber más de lo que cuenta a través de sus libros. Como si todo lo que tuviera para decir, lo diera su escritura.
-Tu profesor de latín de la primaria te sugirió que estudiaras griego y hoy enseñás sobre los clásicos. Desde ese cruce de experiencias, ¿qué rol considerás que juega la mirada en la educación?
-Ese maestro me cambió la vida. Estudiábamos griego durante el almuerzo. Me impresionó mucho esa experiencia. Luego él desapareció, se fue a África. No sé si tengo un mismo impacto con mis alumnos que el que tuvo ese maestro para mí. Me gusta enseñar, pero no sé si es mi vocación. La academia es muy estructurada. Cuando enseño, intento salir de esa estructura. Si doy clases o charlas de lectura, intento correrme también de la convención. Cualquier forma de hablar es como en la enseñanza, pero hay que ir en las dos direcciones, tomar uno de otro, para que las dos personas aprendan. Se trata de construirlo.

-Un texto suyo habla de esto: "El agua es algo que no se puede retener. Como los hombres. Todos se desprendieron de mí". Buena parte de su obra vuelve una y otra vez sobre el amor, lo que queda del amor.

-Porque los escribí cuando era joven. Es la historia de ser adolescente, que todo hace daño y siempre se piensa en la pérdida. Creo que los libros que hablan del amor vienen de una parte de nosotros que es como adolescente, porque todavía estás intentando cuidarte, preservarte. Pero cuando uno tiene más edad, el pensamiento cambia, uno sabe que no va a mejorar, pero igual hay que seguir siendo feliz. Por estos días pienso más en el proceso de pensar, más que en las emociones personales.




-¿Qué significa centrarse en el proceso de pensar?
-Me gusta que los textos queden reducidos a su mínima economía. El pensamiento puede ser caótico, superfluo, pero pensar me lleva a ordenarlo. Hay que entrar para encontrar y dar con lo esencial.
-¿Cómo se llega a eso?
-Soy una genia [risas, y luego un largo silencio]. Es como el minero que entra a lo más importante. Hay que enfocarse. Mucho. Volver a lo mismo una y otra vez, pero cavar profundo. Trabajar enfocado. Con la escritura, lo mismo. Uno a veces puede decir: soy un genio, qué bueno que escribí esto, y al otro día ya no es así. Ahí está el trabajo.

-¿Por qué les recomendarías a los jóvenes que leyeran los clásicos?
-Porque es de la escritura más fabulosa. La mejor del mundo. Hoy en día los jóvenes están acostumbrados a un ritmo mucho más rápido, instantáneo. Pero igual que les den su tiempo a esos libros.
-¿Qué le contarías al lector que todavía no te conoce sobre tu libro Red Doc, que es la continuación de uno anterior, Autobiografía de rojo ?
-Que escribí un libro anterior sobre los mismos personajes. Como yo crecí, tengo más edad, me pasaron otras cosas y quería volver a ellos, ver qué les había pasado. Esta segunda vuelta es más triste. Los personajes ya no están tan completos, y sí más fragmentados.
Su esposo, también académico, vino con ella a la Argentina. Sentado a su lado, pide aclarar algo: "Anne decía que no tiene los mismos efectos en sus alumnos que aquel maestro de su niñez. Ella sí tiene algo fuerte con ellos, pero de otra forma. Es de ida y vuelta, no es recto, y se desarrolla en cada clase. Ella deja una huella en cada uno de ellos". Anne gira hacia su esposo, lo mira y se queda unos minutos en él. Algo de ese gesto pareciera contarla tanto.
EL PAÍS

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