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sábado, 7 de septiembre de 2024

Yasushi Inoue / ‘Mi Madre’, la demencia senil desde el prisma de la literatura japonesa






‘Mi Madre’, la demencia senil desde el prisma de la literatura japonesa

La reseña de la semana mira a cómo el escritor y periodista japonés Yasushi Inoue narra el deterioro mental de su madre.

22 DE MAYO DE 2020


Qué suerte, a mi lista de escritores y escritoras japonesas, conformada por Yukio Mishima, Yasunari Kawabata, Junichiro Tanizaki, Haruki Murakami, Yasutaka Tsutsui e Hiromi Kawakami, viene a agregarse ahora un nuevo nombre, el de Yasushi Inoue, del cual no tenía referencias y, como el resto de la lista, ha resultado una grata sorpresa. Feliz descubrimiento, aunque con un tema doloroso que nos es sensible a muchos: ¿quién no ha tenido un familiar cercano afectado por la demencia senil? En este caso, Inoue contará la historia de la enfermedad de su madre, en una narración autobiográfica pero construida como una novela, desde varios ángulos, con distancia e involucrando a otras voces de su familia. 

La madre, a la que terminarán llamando ‘la abuela’, mostrará sus primeros síntomas al año de la muerte de su esposo, un médico militar que participó en la Segunda Guerra Mundial y que, luego de la derrota japonesa, decidió recluirse –o mejor, autoexcluirse de la sociedad– en su pueblo natal, Izu, durante 30 años. A sus 80 años, la madre es cuidada por una asistenta joven; posee todavía una salud de hierro, pero ha empezado a olvidar las cosas. La llevan a vivir a Tokio, con la hermana menor de Inoue; los síntomas se acrecientan: “Kuwako me decía que se sentía impotente. Debía ser insoportable oírla repitiendo lo mismo desde la mañana hasta la noche, como un disco rayado”.

Su falta de memoria era evidente, sin embargo, había cosas que no parecía olvidar nunca, como un primo que murió muy joven, a los 17 años, y que al parecer había sido su amor de juventud: “Y era mucho más amable e inteligente que vosotros”. La demencia senil es un viaje hacia el pasado, un ir retrocediendo por las décadas de la vida. Lo que no le cuadra a Inoue es algo que empieza a advertir: la madre no ha borrado del todo los recuerdos con su padre, no al menos los negativos, en los cuales parece detenerse con cierta saña: “Normalmente no era consciente de que estaba recordando algo, los recuerdos emergían de forma espontánea; pero aquella vez era distinto: estaba extrayendo del interior de su mente recuerdos de las penurias que había sufrido por culpa de mi padre, y su voz destilaba rencor”. Las manías y los síntomas se suceden, se acrecientan, surgen nuevos, como la obsesión de devolver los donativos a los muertos de su familia que durante años habían recibido de sus vecinos. Y surgen las alucinaciones –con situaciones absurdas, trágicamente cómicas–; los trasteos, de Tokio a Izu, de Izu a una casa de campo y de ahí nuevamente a Tokio, y vuelta a empezar. La madre no se halla y comienza a escaparse, a buscar algo desconocido, a meterse furtivamente en las habitaciones de los otros, como una niña que busca a su madre o como una madre que busca a su hija; es difícil saberlo con certeza, se trata de una mente insondable.


Entretanto, la situación empieza a hacer mella en la familia. Cada hermana, hermano o primo que cuida a la madre termina enflaquecido, desesperado, con ganas de tirar la toalla y ser relevado. No es falta de bondad, ni de caridad, ni de interés. Hay algo que parece minar sus espíritus, una nueva evolución de la enfermedad: la madre desaparece de sus recuerdos a los seres cercanos y los ve como extraños. Y su simpatía es precisamente hacia los extraños: “No debemos guardarle rencor ahora que ya nos ha olvidado a todos, al final hemos sido abandonados por nuestra madre. Pero recordad que también abandonó a nuestro padre. La demencia es una enfermedad espantosa”.


Inoue tiene una paciencia budista. Hace lo que debe hacer un hijo y algo más: no se desespera y eso hace que su relato sosegado nos atrape. No obstante las circunstancias, no olvida su compromiso con la escritura. Y no cesa en su empeño de desentrañar la lógica de esa mente, de esa máquina averiada: “Solo era una mujer triste y solitaria. Podría haber catalogado el incidente como una alucinación o un incidente de sonambulismo y olvidarme del asunto, pero en las acciones de mi madre había algo que, aunque no fuera normal, denotaba cierta voluntad”.









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