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lunes, 23 de diciembre de 2019

Edmund de Waal / “Una obsesión hay que saberla llevar”

Edmund de Waal: “Una obsesión hay que saberla llevar”

Los nazis destinaban leña a fabricarla aunque escaseara para los crematorios y obsesionó a los emperadores chinos. El escritor novela la historia de la porcelana.


Jorge Morla
14 de marzo de 2016

Edmund de Waal, en el despacho de su estudio londinense.
Edmund de Waal, en el despacho de su estudio londinense. LIONEL DERIMAIS

Caolín y petunse. Los dos materiales de cuyo matrimonio surge la masa de la porcelana forman la metáfora de la vida de Edmund de Waal (Nottingham, 1964). Escritor y ceramista, mezcló sus dos pasiones en La liebre con ojos de ámbar (Acantilado, 2012), en la que contaba la historia de su familia a través de una colección de figuras de porcelana. Ahora vuelve con El oro blanco (Seix Barral), donde el Edmund de Waal personaje recorre la historia de este material, desde la China imperial hasta la actualidad, pasando por Viena, Londres, Versalles o Dresde, y deteniéndose en los hombres que hicieron avanzar su industria. También, en sus puntos oscuros, y en la fascinación que por la porcelana sintieron figuras como Hitler o Mao.
De Waal es alto y se mueve con el paso un poco desgarbado de quien se ha pasado la vida agachado sobre un torno. Recibe a Babelia en su taller, una antigua fábrica de armas reconvertida. Todo es luminoso, todo es diáfano y blanco, un color que es su obsesión personal y que convierte en la idea central del libro: la búsqueda obsesiva de lo que el blanco esconde.
PREGUNTA. En un momento del libro, usted recuerda una entrevista promocional de su anterior novela en la que se define como ceramista en vez de como escritor. ¿Sigue pensándolo?
RESPUESTA. Pienso en mí mismo como alguien que usa sus manos para construir “cacharros”. Pero hay una relación muy importante entre esa forma en la que yo esculpo y la forma en la que pienso a la hora de fabricar con las palabras. Poner una palabra detrás de otra, construir una frase, una página. Este libro está muy pensado en cuanto a estructura. He procurado que los capítulos funcionen como piezas aisladas que se interconectan. Para mí es la misma idea, la de construir.
P. En el libro queda clara su formación como ceramista, pero ¿cómo es su formación como escritor?
R. Cuando empecé a escribir no había encontrado mi voz. Mis primeros escritos estaban muertos. Entonces, cuando escribí La liebre con ojos de ámbar y me introduje a mí mismo en el libro, eso me permitió expresarme de otra manera. Fue un momento de descubrimiento. El libro no era un libro de historia, ni un libro de memorias, ni mi autobiografía, era todo eso y más. En este libro he usado esa táctica también. Me permite introducir una historia muy personal, la mía, y a la vez contar la de la porcelana.




“Todo empezó a los cinco años. En ese momento, al coger la masa, supe
que esta arcilla iba a ser mi música”

P. ¿Cómo empieza su amor por estos “cacharros”?
R. Fue muy temprano, a los cinco años caí rendido ante este material. Cuando tienes la arcilla en la mano sientes que todo parece posible. Luego está el entrenamiento, claro, es como un pianista: miles y miles y miles de horas de trabajo. Pero todo empezó a los cinco años. En ese momento, al coger la masa, supe que esta arcilla iba a ser mi música.
Más adelante, De Waal nos enseñará en profundidad su taller y nos invitará a moldear la arcilla. Es como plastilina a la que se le pueden dar infinitos pellizcos. Y a cada pellizco se va estrechando, hasta hacerse fina como el papel. No huele a nada, y deja un poso en las manos, una aspereza. También enseña el kiln (el horno para coger la masilla) y sus piezas. Son tan ligeras que levantarlas es como levantar una figura de papel. Las mejores, las más finas, son translúcidas: a través de ellas puede verse la sombra de la mano.
P. Hablando de horas de trabajo, en el libro usted menciona una y otra vez lo importante que es el fracaso.
R. Es algo crítico para todo. Estos trozos de porcelana de hace mil años que hay sobre la mesa los recogí en la ciudad china de Jingdezhen. Cuando los recogí supe perfectamente lo que sus creadores habían sentido. En la última hornada hice cinco piezas. Ayer. Al abrir el kiln, solo habían salido bien tres. La porcelana se rompe siempre. Siempre sale mal. El secreto es, como decía Beckett, fallar mejor.
P. ¿Qué significa el blanco para usted?
R. Hay muchos significados. Es el principio. Hay una similitud entre la arcilla blanca y la página en blanco. Es una pregunta sin fin, algo que me obsesiona, algo en lo que cabe todo. La luz, la pureza. También el terror. El blanco es el final, es quedarse en blanco, es ser borrado. El blanco es la mezcla de todos los colores. También contiene el negro, todo lo malo asociado a la porcelana. Hay algo terrorífico en la idea de la pureza absoluta. Sobre todo si tienes poder.
La porcelana ha sido siempre un objeto codiciado. En la Alemania nazi, la porcelana cobró importancia para Hitler, e incluso Himmler se hizo con su propia fábrica. En un momento del libro, De Waal se encuentra en el campo de trabajo de Dachau, donde se fabricaba gran parte de la porcelana nazi. Allí descubre una carta en la que se dice que debido a la escasez de recursos, no habrá leña para los crematorios, solo para los talleres de porcelana.

Algunas de las piezas de De Waal en su estudio.
Algunas de las piezas de De Waal en su estudio. LIONEL DERIMAIS


P. Sobre ese lado oscuro de la pureza, ¿cómo se enfrenta al hecho de que algo que ama tanto fuera importante para gente como Hitler, Himmler o Mao?
R. La verdad es que yo pensaba que había encontrado un buen final para el libro. Pero entonces me di de bruces con la historia de Dachau y la porcelana nazi. Es una historia extraña, que se sumerge en esta cuestión de la pureza, y el mal que puede encerrar. Hitler y Himmler amaban esta idea de pureza. Querían un buen material, una porcelana aria, que reflejara su propio poder. Agasajaban a sus camaradas con porcelana, como los emperadores chinos lo hacían mil años antes. Este material es blanco, pero no es tan inocente como parece. Después de descubrir esta historia, sigo amando la porcelana, pero la miro de otra manera.
P. Durante el libro repite que siempre hay un precio por una obsesión. ¿Qué precio ha pagado usted por la suya?
R. El precio que he pagado es el libro en sí. El libro que me ha alejado de mi familia y de mi hogar en este viaje a lo largo del mundo. No poder desconectar. Volver de estos viajes y decirle a mi mujer y mis hijos que ya estaba, que el libro estaba terminado, pero dentro de mí seguir pensando en ello, esperar el momento de ignición en que una idea me arrastre, y no saber dónde puede llevarme. No puedo quejarme de la vida que llevo, de verdad. Pero una obsesión hay que saber llevarla. Hay que saber lidiar con el resto de cosas en las que puede interferir.
P. Pero al final del libro usted tiene un resentimiento. Se queja de que estaba llamado a ser el “emperador del blanco” y se pregunta dónde queda aquello. ¿Tan lejos está de donde pretendía llegar?
R. Claro, porque yo he fallado. Quería ser el emperador del blanco y ¿qué tengo? Miles de trozos de cacharros, algunos documentos y mapas, este libro que he escrito sobre la porcelana. Pero como en Moby Dick, la pregunta sobre el secreto del blanco sigue en el aire. Pero no pasa nada. De eso se trata. Falla mejor.
P. Por curiosidad, ¿cuántos cacharros ha hecho a largo de su vida?
R. Uf…, buena pregunta. Tendría que pensarlo, la verdad es que no lo sé… Unos 100.000, creo. Como decía mi maestro, a partir de los 30.000 primeros fracasos, las cosas empiezan a mejorar.
De Waal muestra con orgullo sus trofeos antes de posar para el fotógrafo. Su perra, Isla, que trota por todo el taller, insiste en salir en la foto, así que De Waal coge uno de sus juguetes y lo lanza escaleras abajo para despistarla. La porcelana podrá ser translúcida. Los perros, no.

De Waal, en un rincón de su taller con parte de su obra.
De Waal, en un rincón de su taller con parte de su obra. 


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