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lunes, 23 de diciembre de 2019

Edmund de Waal / El oro blanco / Camino de perfección


Edmund de Waal
Foto de Samuel Sánchez


Edmund de Waal 

EL ORO BLANCO

Camino de perfección

Edmund de Waal brinda un libro ambicioso y revelador que contagia “la enfermedad de la porcelana” con una escritura 'in crescendo'


Carlos Pardo
14 de marzo de 2016



Camino de perfección
Hay escritores que enseñan a mirar y a tocar. Uno no percibe de igual manera el mundo después de leerlos. Es el caso del ceramista británico Edmund de Waal, cuyo primer libro, La liebre con ojos de ámbar (Acantilado, 2012), historia de unas figuritas japonesas (netsuke) que habían acompañado a su familia desde la segunda mitad del siglo XIX, fue una lectura “de moda” en el mundo artístico y el descubrimiento de un escritor único. Aquella familia de coleccionistas judíos tenía interés intrínseco (su antepasado Charles Ephrussi fue el Swann de Proust), pero además la prosa de De Waal poseía “fisicalidad, forma y peso”.

El oro blanco, su segundo libro, es más ambicioso y revelador. Más de quinientas páginas dedicadas a “una obsesión”, “la enfermedad de la porcelana”. Y aunque a uno no se le haya perdido nada en este material, De Waal contagia su pasión con una escritura in crescendo. Sólo en un sentido reducido es esta una historia de la porcelana, desde sus orígenes en la China del siglo VIII hasta las utopías cromáticas de las vanguardias del XX en su alianza con los totalitarismos. Añadamos un fresco de la rivalidad entre las cortes europeas del siglo XVII, de la relación entre Oriente y Occidente, y de explotación laboral. Un libro de viajes por Jingdezhen, París, Dresde, Plymouth, Londres y Dachau. Y la autobiografía de De Waal, su “camino de perfección” como artista y artesano. Todo sabiamente relacionado.
Muchas son las virtudes de De Waal como escritor. Por ejemplo, la fluidez con que entrelaza las vidas de sus héroes el jesuita D’Entrecolles, enviado a la China del siglo XVIII; el científico Tschirnhaus, amigo de Leibniz y Spinoza; el genio disoluto ­Böttger, reinventor de la porcelana en Occidente, o el cuáquero inglés William Cookworthy, así como pequeñas nouvelles que evidencian a un gran narrador. Pero además De Waal arriesga un original estilo sedimentado, como aquellas montañas blancas de restos de porcelana rota que se celebran en este libro: la historia como jirones de megalomanía, belleza, esclavitud y anonimato. “Nadie está aquí por la estética. Están aquí para ganarse la vida”, escribe. Y añade: “La copia es una apreciada vía de acceso al respeto […] una modalidad de historia. Falsificación. Fraude. Ersatz. Réplica. Simulacro. Imitación. Engaño. Impostura”. De Waal es igualmente crítico con el esteticismo y con cierta ética de la autenticidad.
La cualidad más rara de esta prosa es su asedio al presente: “La arcilla es presente de indicativo y presente histórico”. Un estilo “de artista” que explica “por qué los objetos requieren historias y por qué los artistas y creadores necesitan escribir”. Quizá también “de artesano”, en el sentido que le da el filósofo Richard Sennett: amor al trabajo bien hecho, diálogo del tacto y la cabeza. “Ten mucho cuidado cuando describes cómo se hace algo, cómo se adquiere su forma, porque el proceso no debe soslayarse, el modo en que hacemos nos define”.
Muchas son las virtudes de De Waal como escritor. Por ejemplo, la fluidez con que entrelaza las vidas de sus héroes
El oro blanco es un libro en el que también cabe la poesía de sus imágenes (gracias a la traducción de Ramón Buenaventura): “Un muchacho con el portátil abierto delante, con los auricu­lares puestos y una telenovela pasando silenciosamente en la pantalla, está pintando un paisaje Tang en que tres sabios barbudos, hablando de amor o desamor, aparecen sentados entre las peñas. Me quedo media hora mirando. Su pincel puntea dos de las tres barbas”.
El oro blanco. Historia de una obsesión. Edmund de Waal. Traducción de Ramón Buenaventura. Seix Barral, 2016. 528 páginas. 24 euros


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