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viernes, 7 de abril de 2017

Georges Simenon / La nieve estaba sucia / Reseña de Paco Ortega


Georges Simenon
LA NIEVE ESTABA SUCIA
Abrir las ventanas
Paco Ortega
Me entero después de terminar la lectura de “La nieve estaba sucia”, (octavo libro que publica Acantilado) que su autor, Georges Simenon, fue acusado de colaboracionista con los alemanes que habían ocupado su país y otros países de Europa. Tal vez lo supe en algún momento, pero lo había olvidado por completo.
Y, efectivamente, sabido este detalle biográfico importante –sin calibrar por desconocimiento su veracidad, o el grado de veracidad del mismo-, es un tufillo a podrido, a suciedad, a corrupción lo que las páginas del libro exhalan de un modo difícil de definir.
Novela extraña, novela apasionante, escrita en 1948, en Arizona, Estados Unidos y de la que se hizo una versión cinematográfica en 1952 por parte del argentino Louis Saslavsky.
En una ciudad cuyo nombre no se menciona –tal vez Lieja-, ocupada por los nazis, transcurren los hechos. Un chico de apenas diecinueve años llamado Frank Friedmaier comete crímenes absurdos, mata para robar, es capaz de llegar a límites de inhumanidad inconmensurables con gente que le quiere de buena fé, pues parece carecer de una insensibilidad natural para comprender y discernir entre lo bueno y lo malo, entre un ejército y otro. Es el hijo de la dueña de un burdel a quien él parece odiar. Odia a su madre y siente una silenciosa y poco definible nostalgia de la figura de un padre, que nunca conoció.
Se nos cuentan aventuras sexuales efímeras, siempre sin amor ni afecto, ni comunicación humana, se nos cuenta su vida depravada, su soledad, su profunda amoralidad, su desprecio por las mujeres. Se nos cuenta su indiferencia ante esa misma ocupación, se nos cuenta lo que desde la realidad de los hechos, este pequeño monstruo, asocial y sin valores morales, es capaz de hacer. Casi todo.
Finalmente es detenido por las fuerzas de ocupación. Y la novela entonces da un vuelco. Ya no se relatan sus atrocidades, sino su lucha interior por resistir en la cárcel, por aguantar los interrogatorios, los golpes, la tortura, el cansancio agotador, la vigilia provocada, su estrategia diaria por ganar tiempo y retrasar lo que él mismo está convencido que sucederá: su propio fusilamiento. Es un giro literario brutal, una especie de confesión, de introspección sicoanalítica, como nunca yo antes había leído. La vida entonces para él, desde el lugar donde se encuentra, está representada por una mujer que todas las mañanas abre las ventanas, tiende la ropa de su bebé, y deja que el aire limpio y fresco despeje la atmósfera cargada de su casa. Joyce se acerca en el Ulises, Camus también, de otro modo, en El extranjero, Kafka en “La metamorfosis”, Koltès en “Roberto Zucco”, a esta especie de confesión, nacida del horror de uno mismo.
Simenon es un hallazgo para mí. Un escritor de una categoría intelectual y literaria fuera de toda duda, que construye libros extraordinarios, como éste, como “El gato”, como “Los vecinos de enfrente”, que dejan un extraño regusto a tragedia personal, a descripción de un mundo hecho de amargura, en donde la vida humana es muy poco considerada por la mayoría, y en donde hay una desesperación subyacente que me inquieta y desazona profundamente.


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