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martes, 8 de abril de 2014

Laure Adler / Marguerite Duras


Laure Adler
Marguerite Duras


Esta biografía contribuye a hacer más inteligible a la mujer y a la creadora, aunque subsista "esa parte de penumbra y de misterio". Porque Duras poseía una gran habilidad para reinventarse y confesar lo inconfesable.

Por Lourdes Ventura
El Cultural, 15 / 11 / 2000

“Las biografías que se escriben sobre mí no me interesan para nada. Mis libros deberían bastar”. Así respondió Marguerite Duras a la escritora Frédérique Lebelley que le proponía, como tantos otros lo hicieron antes, escarbar en su vida. También alzó los hombros con indiferencia y remitió a su obra cuando Laure Adler se ofreció para investigar en su pasado. Un pasado, unos textos y una filmografía que, a pesar de resultar archiconocidas para muchos de sus lectores, siguen sin iluminar del todo el camino de los biógrafos sucesivos y estudiosos de la obra durasiana, y que más parecen enrarecer el rastreo por la historia de una vida que como dijo Duras en El amante, “no tiene centro, ni camino, ni línea”.


Desde Julia Kristeva a Maurice Blanchot, pasando por Claire Cerasi, Philippe Boyer, el amigo y amante Dionys Mascolo, padre del hijo de Marguerite Duras, Aliette Armel, la citada Lebelley, cuya biografía Marguerite tachó de mezquina, Alain Vircondelet, Christine Blot-Labarrère, su último amor Yann Andréa, que relató la crisis alcohólica de 1982 en M.D., hasta Laure Adler, autora de la rigurosa biografía que nos ocupa, todos cuantos han escrito sobre Duras han realizado un buceo intelectual que se alimenta, precisamente, de esos espacios irreconocibles o confusos, siempre en el lado oscuro de la personalidad y la escritura de Marguerite Donnadieu, nacida en Gia Dinh, a poca distancia de Saigón, el 4 de abril de 1914.



Laure Adler edifica la identidad de Duras con datos sólidos, escritura cercana a la respiración de la protagonista y la intención de comprender las contradicciones de una vida siempre en el límite. Las relaciones entre la adolescente blanca y el amante chino, y los beneficios económicos que extrajo la arruinada madre de Marguerite Duras en el patético desmoronamiento de una fracasada aventura colonial, quedarán plasmadas en una evocación que no excluye la densidad humana de unas circunstancias extremas. Se sitúan en su contexto y lejos de todo juicio moral al menos algunas de las acusaciones que persiguieron a Duras a lo largo de su vida -la de aceptar un trabajo en la Comisión del control de edición en la Francia ocupada, la de mantener un triángulo amoroso con su marido Robert Antelme y su íntimo amigo y compañero político Dionys Mascolo y la de verse envuelta como espía de la resistencia en un affaire con el agente francés de la Gestapo, Charles Delval.



La extensa biografía de Adler, que ha obtenido en Francia el premio Femina de ensayo, contribuye a hacer más inteligible a la mujer y a la creadora, aunque subsista, según la autora, “una parte de penumbra y de misterio”. 
Porque Marguerite Duras, apellido tomado de la región del padre, poseía una gran habilidad para reinventarse, confesar lo inconfesable y fabricar leyendas sobre sí misma. Era experta, también, en eliminar pistas y embarrar el torrente de determinados episodios de su vida para que quedaran amplificados por el interés morboso o velados por las aguas revueltas, según los casos. Es ya sabido que en los últimos años, la autora de Moderato Cantabile hablaba de sí misma en tercera persona, y cuenta Adler que poco antes de su muerte, la escritora al releer sus propios textos, se preguntaba”:¿Esto es Duras?” “No parece Duras en absoluto”.

El alcohol y la escritura, unidos indisolublemente en la embriaguez vital de Marguerite Duras, ocupan un lugar decisivo en esta biografía. Adler cuenta con el testimonio de Y. Andréa, compañero de Marguerite hasta su muerte en 1996, a los 81 años, y rememora el tiempo en que Duras trabajaba en Emily L., en su retiro alcohólico (y doloroso por las desapariciones del amante homosexual) en el puerto de Quillebeuf. Yann y Marguerite bebían de seis a ocho litros diarios y apenas comían. La escritora se sentía repulsiva. “Me gustaba darme asco a mí misma. Me veía destrozándome. Era placentero aquel desplome”.

Los diferentes estratos del trabajo de Laure Adler ayudan a comprender las obsesiones de la apátrida que nunca abandonó la Indochina de la infancia y ahondan en la perspectiva literaria y en los debates políticos que acompañaron la existencia de la autora de El Vicecónsul. Absorbente y desmesurada, contagiada por la obra de Marguerite Duras y al mismo tiempo con el equilibrio objetivo del acopio de datos, la biografía de Adler es de una considerable lucidez y penetración.

Novelista, guionista y directora de cine, Marguerite Duras (Saigón 1914-Paris 1996), fue desde muy joven objeto de biógrafos y debates. A los 18 años abandonó la antigua colonia francesa de Indochina y se trasladó a París, donde estudió Matemáticas y Derecho y se doctoró en Ciencias Políticas. Permanentemente en pie de guerra, tomó parte activa en la Resistencia y militó en el Partido Comunista, del que fue expulsada por disidente en 1950. Con El Amante, Duras obtuvo los premios Goncourt y Hemingway y el reconocimiento popular.




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