La joven Marguerite Duras
y la verdad de su amante
Los diarios, escritos en su adolescencia por la autora francesa, revelan sus primeros amor
OCTAVI MARTI París 8 OCT 2006
Creíamos que Marguerite Duras (Saigón 1914-París 1996) lo había contado todo. De su infancia pobre y feliz en Indochina, de su adolescencia dramática en el mismo país, de su difícil juventud, de su compromiso político, de sus amores. Unos cuadernos escritos entre 1943 y 1949 y que permanecían ocultos en un armario desde que el IMEC (Instituto Memorias de la Edición Contemporánea) los heredó en 1995, a la muerte de la escritora, vienen a completar lo que sabíamos y, sobre todo, a cambiar el tono del relato.
Es la editorial POL la que publica las 446 páginas bajo el título Cahiers de la guerre et autre textes. Por ejemplo, para cualquier conocedor de la obra de Duras, la figura de la madre, tal y como aparece en la formidable Un dique contra el Pacífico, es la de una mujer que lucha contra el destino, una heroína desesperada que se enfrenta a las olas del océano como batalla contra la corrupción administrativa. Si recordamos El amante también recordaremos la delicadeza del amante chino, su paciencia de hombre enamorado y el misterio de esa espera. El dolor nos pone ante el regreso, del campo de concentración, de Robert Antelme, antropólogo y escritor también de un único libro, La especie humana. En otros libros Duras nos pone en contacto con el mundo en el que ha vivido una vez acabada la II Guerra Mundial. Se trata de El marinero de Gibraltar o de Los caballitos de Tarquinia que evocan las vacaciones italianas de Duras con su esposo, su amante Dionys Mascolo y su amigo editor y escritor Elio Vittorini.
Los cuadernos que aparecen ahora privan a la madre de esa grandeza de locura de tragedia griega y nos la muestran como una luchadora desequilibrada, como alguien que no soporta la menopausia, que tiene grandes dificultades para manejar hijos y criados, alguien que empuja a su hija a la prostitución para que su amante le pague, a ella también, noches de copas en Saigón, lejos de la ruinosa casa, que no se encuentra frente al Pacífico, sino ante el mar de China. "Mi madre fue para nosotros una vasta llanura por la que erramos mucho tiempo sin encontrar su dimensión" escribe Marguerite refiriéndose a su difícil relación entra la madre y sus hijos.
La vergüenza de la pobreza, de ser una francesa colonizadora pobre, aparece en todas la notas de Duras. "Era la podredumbre de Raigón" dice de ella misma, haciéndose eco de unos rumores que aseguran que "me acuesto con indígenas". En ese momento "tenía 15 años y Léo aún no me había tocado". Va sola al cine y no tiene dinero para pagarse una butaca entre la colonia francesa. "Cuando llegué las luces estaban prendidas. Era demasiado pronto, la sesión no había empezado. Al fondo de la platea había las tres hileras ocupadas por franceses. Tuve que cruzar todo el cine bajo la mirada de la platea. Sola. Nadie te acompañaba cuando ibas a los asientos populares. No di ningún paso atrás. La travesía de la sala por mi personaje se dio en medio del profundo silencio provocado por la aparición misma del personaje. Recuerdo que no recuerdo como caminé. El mundo entero me miraba. Nunca había visto una blanca en aquellas hileras de sillas. Todo, sabía todo lo que pensaban y yo lo pensaba al mismo tiempo. Todo bailaba ante mis ojos y me sentía en un estado de irrealidad avanzada. Mantenía una relación estrecha con la vergüenza. Era la vergüenza en marcha. Simplemente, era ridícula".
La literatura, el poder relacionar ese momento de angustia con la construcción de una vida, dentro de la estructura de un relato, había dado otra dimensión a esa vergüenza. Ella, la heroína de las novelas, lucha contra ella o es derrotada por la vergüenza pero la trasciende, la sitúa en un contexto novelesco. En el fragmento la joven Marguerite se encuentra "sentada en una silla de mimbre, transpirando a mares, con el bolso en las rodillas" y se le hace interminable la espera hasta que se apagan las luces y la película le permite escapar al mundo.
La madre le pega. El hermano mayor le pega aún más fuerte. "Creía que mi hermano iba a matarme". Él le lanza de cabeza contra un piano. Los golpes acaban por ponerla en los brazos de Léo, el amante chino, en realidad anamita. Y mucho menos distinguido y bello que en la novela: "Sentí de golpe un contacto húmedo y fresco en mis labios. La repulsión que me produjo es literalmente indescriptible. Empujé a Léo y escupí. Léo no sabía que hacer. Me había besado un feto, la fealdad había entrado en mi boca, había comulgado con el horror. Escupí en el pañuelo, escupí sin parar, escupí toda la noche y, al día siguiente, al recordar, escupía de nuevo".
No todo remite a los años en Indochina. Duras también opina de De Gaulle, y se indigna cuando este logra capitalizar para sí el trabajo de la Resistencia, opina sobre literatura y manifiesta su admiración por Rimbaud, Shakespeare, Dostoievski o Molière y su aburrimiento ante madame de Sevigné, Corneille o Racine. "Prefiero las obras hijas de la inspiración que las que son fruto de la inteligencia humana. En realidad sólo soy sensible a la inteligencia de los animales" dice y relaciona esa actitud con el daño que le hacían los insultos -basura, guarra, ladilla-que le dispensaba su hermano y que ella estimaba merecidos.
Como sucede siempre en estos casos, idénticos a las exposiciones que nos muestra los esbozos más o menos inspirados que luego han de convertirse en una tela inmortal, es obligado preguntarse sobre el interés real de estos cuadernos. ¿Nos permiten leer la obra de Duras bajo otra luz? ¿El personaje cobra otra dimensión? El carácter abiertamente autobiográfico de la creación de Duras hace que los cuadernos tengan un valor especial, que se lean como parte integrante de un todo, como un capítulo más de un único libro que engloba novelas, ensayos, teatro o cine. En cualquier caso, quedan más de cuarenta cajas de notas pendientes de lectura y análisis.
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