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miércoles, 15 de enero de 2014

Juan Gelman / Premio Cervantes / Discurso

Juan Gelman
Alcalá de Henares
23 de abril de 2008

Gelman arremete contra el olvido

El poeta argentino recuerda la dictadura de su país en el discurso del Cervantes

 Alcalá de Henares 24 ABR 2008


Don Quijote regresó ayer para ayudar a los flacos y menesterosos. Lo trajo Juan Gelman que, desde las primeras líneas de su discurso, fue señalando lo que hay en "estos tiempos mezquinos, estos tiempos de penuria, como decía Hölderlin". Y enseguida dio la primera sacudida: "Cada tres segundos y medio un niño menor de cinco años muere de enfermedades curables, de hambre, de pobreza". Se estaba preguntando para qué los poetas, como había hecho su colega alemán siglos atrás, cuando pasan estas cosas. Y se respondió que ahí está la poesía: "De pie contra la muerte".
Largo y delgado, pálido, con una elegancia que parece venirle de haber exprimido la vida a fondo, Gelman abrió el estuche de sus gafas, se las puso y empezó a hablar con su acento de Argentina y una voz serena y grave. No tardó en recordar su exilio y la compañía que encontró en santa Teresa y san Juan de la Cruz para sentir "la presencia ausente de lo amado" (ése su país lejano ya). Y vino la segunda sacudida: las 30.000 personas que desaparecieron en la dictadura argentina, esa que lo dejó fuera, peregrino del mundo. No estuvo de más que explicara los cuatro conceptos que encierra la palabra desaparecido: secuestro, tortura, muerte y deshacerse de los restos.

"Dicen que no hay que remover el pasado. Están equivocados"
Él mismo, Juan Gelman, fue uno de esos flacos y menesterosos a los que ayudó el Quijote. Le abrió, ahí en el exilio, cuando nada sabía de tantos de los que iban cayendo víctimas del horror, "manantiales de consuelo". La dictadura acabó con su hijo, acabó con su nuera, y le perdieron a la nieta que ésta había concebido antes de que la mataran. Gelman la buscó hasta encontrarla -seguramente con desesperación-. Mientras tanto, la voz del poeta se mantuvo siempre firme contra la muerte.
Fue en 1956 cuando apareció su primer libro, Violín y otras cuestiones,y hace poco que se ha publicadoMundar (Visor). Entre uno y otro hay muchos, muchos versos y muy distintos (tan distintos que hasta sus propios poemas los escribieron también heterónimos como John Wendell, Yamanokuchi Ando y Sydney West) y está su prosa de periodista, y de lector, que va contando del ruido del mundo y de sus dichas y tristezas. Ayer hablaron en Alcalá el hombre y el poeta, como pasa con Don Quijote, que también es Alonso Quijano. El poeta que se planta contra la muerte y el hombre al que tanta muerte tuvo muchas veces que quebrarlo.
Así que habló de la modernidad de la obra de Cervantes, donde está todo lo que Foucault encontraba en Raymond Roussel para definir la novela moderna: "el espacio, el vacío, la muerte, la transgresión, la distancia, el delirio, el doble, la locura, el simulacro, la fractura del sujeto". Y se refirió a la grandeza del Quijote como novela de amor. Pero era como si el caballero andante lo empujara para devolverlo al mundo y lo obligara a fijarse en cosas en las que él mismo había reparado, como la invención de la muerte a distancia ("llega una desbandada bala", decía Don Quijote): "Cada vez más segura para el que mata, cada vez más terrible para el que muere", añadió Gelman, y volvió a sacudir a cuantos lo oían acordándose de esos "200.000 civiles de Hiroshima que el coronel Paul Tobbets aniquiló desde la altura apretando un simple botón". El poeta argentino apuntó entonces hacia Irak, donde han caído ya centenares de miles.
Cuando Juan Gelman vino hace dos años a recibir el Premio Reina Sofía celebró que España se hubiera apartado de esas terribles aventuras bélicas. Ayer lo que celebró fue que estuviera "empeñada en rescatar su memoria histórica, único camino para construir una conciencia cívica sólida que abra las puertas al futuro". Con su acento argentino y su voz serena y grave, ahí volvió a sacudir fuerte. No estaba tratando ya de la dictadura militar argentina, que queda lejos, sino de la dictadura militar franquista. Y contó de Antígona, esa inmensa mujer que levantó la tierra con sus manos para enterrar a su hermano "contra la antojadiza voluntad de un hombre".
"Hay quienes vilipendian este esfuerzo de memoria", observó el premio Cervantes de 2007. "Dicen que no hay que remover el pasado, que no hay que tener ojos en la nuca, que hay que mirar hacia adelante y no encarnizarse en reabrir viejas heridas. Están perfectamente equivocados. Las heridas aún no están cerradas. Laten en el subsuelo de la sociedad como un cáncer sin sosiego. Su único tratamiento es la verdad. Y luego, la justicia. Sólo así es posible el olvido verdadero". Luego comentó: "Y sospecho que no pocos de quienes preconizan la destitución del pasado en general, en realidad quieren la destitución de su pasado en particular".
Siguió todavía un rato, luego se quitó las gafas. La ovación fue larga. Antes de terminar había recordado a Marina Tsvetaeva, la gran poeta rusa a la que aniquiló el estalinismo. Ella había dicho que el poeta no vive para escribir: "Escribe para vivir".
Juan Gelman, 2008

PREMIO CERVANTES
23 de abril de 2008
Discurso de Juan Gelman 

Majestades, Señor Presidente del Gobierno, Señor Ministro de Cultura, 
Señor Rector de la Universidad de Alcalá de Henares, autoridades estatales, 
autonómicas, locales y académicas, amigas, amigos, señoras y señores: 

Deseo, ante todo, expresar mi agradecimiento al jurado del Premio de 
Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes, a la alta investidura 
que lo patrocina y a las instituciones que hacen posible esta honrosísima 
distinción, la más preciada de la lengua, que hoy se me otorga. Mi gratitud es 
profunda y desborda lo meramente personal. En el año 2006 se galardonó 
con este Premio al gran poeta español Antonio Gamoneda y en el 2007 lo 
recibe también un poeta, esta vez de Iberoamérica. Se premia a la poesía 
entonces, "que es como una doncella tierna y de poca edad y en todo 
extremo hermosa" para don Quijote, doncella que, dice Cervantes en "Viaje 
del Parnaso", 

"puede pintar en la mitad del día 
la noche, y en la noche más escura 
el alba bella que las perlas cría... 

Es de ingenio tan vivo y admirable 
que a veces toca en puntos que suspenden, 
por tener no se qué de inescrutable". 

A la poesía hoy se premia, como fuera premiada ayer y aun antes en este 
histórico Paraninfo donde voces muy altas resuenan todavía. Y es algo 
verdaderamente admirable en estos "Dürftiger Zeite", estos tiempos 
mezquinos, estos tiempos de penuria, como los calificaba Hölderin 
preguntándose "Wozu Dichter", para qué poetas. ¿Qué hubiera dicho hoy, en 
un mundo en el que cada tres segundos y medio un niño menor de 5 años 
muere de enfermedades curables, de hambre, de pobreza? Me pregunto 
cuántos habrán fallecido desde que comencé a decir estas palabras. Pero 
ahí está la poesía: de pie contra la muerte. 

Safo habló del bello huerto en el que "un agua fresca rumorea entre las 
ramas de los manzanos, todo el lugar sombreado por las rosas y del ramaje 
tembloroso el sueño descendía", Mallarmé conoció la desnudez de los 
sueños dispersos, Santa Teresa recogía las imágenes y los fantasmas de los 
objetos que mueven apetitos, San Juan bebió el vino de amor que sólo una 
copa sirve, Cavalcanti vio a la mujer que hacía temblar de claridad el aire, 
Hildegarda de Bingen lloró las suaves lágrimas de la compunción, y tanta 
belleza cargada de másvida causa el temblor de todo el ser. ¿No será la 
palabra poética el sueño de otro sueño? 

Santa Teresa y San Juan de la Cruz tuvieron para mí un significado muy 
particular en el exilio al que me condenó la dictadura militar argentina. Su 
lectura desde otro lugar me reunió con lo que yo mismo sentía, es decir, la 
presencia ausente de lo amado, Dios para ellos, el país del que fui expulsado 
para mí. Y cuánta compañía de imposible me brindaron. Ese es un destino 
"que no es sino morir muchas veces", comprobaba Teresa de Avila. Y yo 
moría muchas veces y más con cada noticia de un amigo o compañero 
asesinado o desaparecido que agrandaba la pérdida de lo amado. La 
dictadura militar argentina desapareció a 30.000 personas y cabe señalar 
que la palabra "desaparecido" es una sola, pero encierra cuatro conceptos: el 
secuestro de ciudadanas y ciudadanos inermes, su tortura, su asesinato y la 
desaparición de sus restos en el fuego, en el mar o en suelo ignoto. El 
Quijote me abría entonces manantiales de consuelo. 

Lo leí por primera vez en mi adolescencia y con placer extremo después de 
cruzar, no sin esfuerzo, la barrera de las imposiciones escolares. Me 
acuciaba una pregunta: ¿cómo habrá sido el hombre, don Miguel? Conocía 
su vida de pobreza y sufrimiento, sus cárceles, su cautiverio en Argel, su 
Lepanto, los intentos fallidos de mejorar su suerte. Pero él, ¿quién era? 
Releía el autorretrato que trazó en el prólogo de las Novelas Ejemplares: 
"Este que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y 
desembarazada", que nada me decía, salvo la mención de sus "alegres 
ojos". Comprendí entonces que él era en su escritura. Me interno en ella y 
aún hoy creo a veces escuchar sus carcajadas cuando acostaba al Caballero 
de la Triste Figura en el papel. Sólo quien, desde el dolor, ha escrito con 
verdadero goce puede dar a sus lectores un gozo semejante. Cómico es el 
rostro de la tragedia cuando se mira a sí misma. 

Declaro que, en verdad. quise recorrer ante ustedes, con ustedes, los 
trabajos de Persiles y Sigismunda, o la locura quebradiza del licenciado 
Vidriera, o compartir la nueva admiración y la nueva maravilla del coloquio de 
los perros, o el combate verdaderamente ejemplar entre los poetas malos y 
los buenos que tiene lugar en "Viaje del Parnaso" y en el que cualquier buen 
poeta podía caer herido por un pésimo soneto bien arrojado. Pero tal como la 
lámpara alimentada a querosén que los campesinos de mi país encienden a 
la noche y alrededor de la cual se sientan a cenar, cuando hay, y luego a 
leer, cuando hay y cuando hay ganas, y a la que mosquitos y otros seres 
alados acuden ciegos de luz y la calor los mata, así yo, encandilado por don 
Alonso Quijano, no puedo sustraerme a su fulgor. 

Muchas plumas hondas y brillantes han explorado los rincones del gran libro. 
Por eso, parafraseando al autor, declaro sin ironía alguna que, con 
seguridad, este discurso carece de invención, es menguado de estilo, pobre 
de conceptos, falto de toda erudición y doctrina. Sólo hablo como lector 
devoto de Cervantes, pero quién puede describir los territorios del asombro. 
Con mucha suerte y perspicacia, es posible apenas sentarse a la sombra de 
lo que siempre calla. 

Cervantes se instala en un supuesto pasado de nobleza e hidalguía para 
criticar las injusticias de su época, que son las mismas de hoy: la pobreza, la 
opresión, la corrupción arriba y la impotencia abajo, la imposibilidad de 
mejorar los tiempos de penuria que Hölderlin nombró. Se burla de ese intento 
de cambio y se burla de esa burla porque sabe que jamás será posible 
terminar con la utopía, recortar la capacidad de sueño y de deseo de los 
seres humanos. Cervantes inventó la primera novela moderna, que contiene 
y es madre de todas las novedades posteriores, de Kafka a Joyce. Y cuando 
en pleno siglo XX Michel Foucault encuentra en Raymond Roussel las 
características de la novela moderna, éstas: "el espacio, el vacío, la muerte, 
la transgresión, la distancia, el delirio, el doble, la locura, el simulacro, la 
fractura del sujeto", uno se pregunta ¿qué? ¿No existe todo eso, y más, en la 
escritura de Cervantes? 

Su modernidad no se limita a un singular universo literario. La más humana 
es un espejo en el que podemos aún mirarnos sin deformaciones en este 
siglo XXI. Dice Don Quijote: "Bien hayan aquellos benditos siglos que 
carecieron de la espantable furia de aquestos endemoniados instrumentos de 
la artillería a cuyo inventor tengo para mí que en el infierno se le está dando 
el premio de su diabólica invención, con la cual dio causa que un infame y 
cobarde brazo quite la vida a un valeroso caballero, y que sin saber cómo o 
por dónde, en la mitad del coraje y brío que enciende y anima a los valientes 
pechos, llega una desmandada bala (disparada de quien quizá huyó y se 
espantó del resplandor que hizo el fuego al disparar la maldita máquina) y 
corta y acaba en un instante los pensamientos y la vida de quien la merecía 
gozar luengos siglos". 

 Desde el lugar de presunto caballero andante quejoso de que las armas de 
fuego hayan sustituido a las espadas, y que una bala lejana torne inútil el 
combate cuerpo a cuerpo, Don Quijote destaca un hecho que ha modificado 
por completo la concepción de la muerte en Occidente: es la aparición de la 
muerte a distancia, cada vez más segura para el que mata, cada vez más 
terrible para el que muere. Pasaron al olvido las ceremonias públicas y 
organizadas que presidía el mismo agonizante en su lecho: la despedida de 
los familiares, los amigos, los vecinos, el dictado del testamento ante los 
deudos. La muerte hospitalizada llega hoy con un cortejo de silencios y 
mentiras. Y qué decir de los 200.000 civiles de Hiroshima que el coronel Paul 
Tobbets aniquiló desde la altura apretando un simple botón. Piloteaba un 
aparato que bautizó con el nombre de su madre, arrojó la bomba atómica y 
después durmió tranquilo todas las noches, dijo. Pocos conocen el nombre 
de las víctimas cuya vida el coronel había segado. La muerte se ha vuelto 
anónima y hay algo peor: hoy mismo centenares de miles de seres humanos 
son privados de la muerte propia. Así se da en Irak. 

Creo, sin embargo, como el historiador y filósofo Juan Carlos Rodríguez, que 
el Quijote es una gran novela de amor. Del amor imposible. En el amor se da 
lo que no se tiene y se recibe lo que no se da y ahí está la presencia del ser 
amado nunca visto, el amor a un mundo más humano nunca visto y 
torpemente entrevisto, el amor a una mujer que no es y a una justicia para 
todos que no es. Son amores diferentes pero se juntan en un haz de fuego. 
¿Y acaso no quisimos hacer quijotadas en alguna ocasión, ayudar a los 
flacos y menesterosos? ¿Luchando contra molinos de aspas de acero, que 
ya no de madera? ¿Despanzurrando odres de vino en vez de enfrentar a los 
dueños del dolor ajeno? ¿"En este valle de lágrimas, en este mal mundo que 
tenemos -dice Sancho-, donde apenas se halla cosa que esté sin mezcla de 
maldad, embuste y bellaquería"? 

He celebrado hace dos años, con ocasión de la entrega del Premio Reina 
Sofía de Poesía Iberoamericana, mi llegada a una España que no acepta las 
aventuras bélicas y que rompe clausuras sociales que hieren la intimidad de 
las personas. Hoy celebro nuevamente a una España empeñada en rescatar 
su memoria histórica, único camino para construir una conciencia cívica 
sólida que abra las puertas al futuro. Ya no vivimos en la Grecia del siglo V 
antes de Cristo en que los ciudadanos eran obligados a olvidar por decreto. 
Esa clase de olvido es imposible. Bien lo sabemos en nuestro Cono Sur. 

Para San Agustín, la memoria es un santuario vasto, sin límite, en el que se 
llama a los recuerdos que a uno se le antojan. Pero hay recuerdos que no 
necesitan ser llamados y siempre están ahí y muestran su rostro sin 
descanso. Es el rostro de los seres amados que las dictaduras militares 
desaparecieron. Pesan en el interior de cada familiar, de cada amigo, de 
cada compañero de trabajo, alimentan preguntas incesantes: ¿cómo 
murieron? ¿Quiénes lo mataron? ¿Por qué? ¿Dónde están sus restos para 
recuperarlos y darles un lugar de homenaje y de memoria? ¿Dónde está la 
verdad, su verdad? La nuestra es la verdad del sufrimiento. La de los 
asesinos, la cobardía del silencio. Así prolongan la impunidad de sus 
crímenes y la convierten en impunidad dos veces. 

Enterrar a sus muertos es una ley no escrita, dice Antígona, una ley fija 
siempre, inmutable, que no es una ley de hoy sino una ley eterna que nadie 
sabe cuándo comenzó a regir. "¡Iba yo a pisotear esas leyes venerables, 
impuestas por los dioses, ante la antojadiza voluntad de un hombre, fuera el 
que fuera!", exclama. Así habla de y con los familiares de desaparecidos bajo 
las dictaduras militares que devastaron nuestros países. Y los hombres no 
han logrado aún lo que Medea pedía: curar el infortunio con el canto. 

Hay quienes vilipendian este esfuerzo de memoria. Dicen que no hay que 
remover el pasado, que no hay que tener ojos en la nuca, que hay que mirar 
hacia adelante y no encarnizarse en reabrir viejas heridas. Están 
perfectamente equivocados. Las heridas aún no están cerradas. Laten en el 
subsuelo de la sociedad como un cáncer sin sosiego. Su único tratamiento es 
la verdad. Y luego, la justicia. Sólo así es posible el olvido verdadero. La 
memoria es memoria si es presente y así como Don Quijote limpiaba sus 
armas, hay que limpiar el pasado para que entre en su pasado. Y sospecho 
que no pocos de quienes preconizan la destitución del pasado en general, en 
realidad quieren la destitución de su pasado en particular. 

  Pero volviendo a algunos párrafos atrás: hay tanto que decir de Cervantes, 
de este hombre tan fuera del uso de los otros. De sus neologismos, por 
ejemplo. Salvo él, nadie vio a una persona caminar asnalmente. O llevar en 
la cabeza un baciyelmo. O bachillear. Don Quijote aprueba la creación de 
palabras nuevas, porque "esto es enriquecer la lengua, sobre quien tienen 
poder el vulgo y el uso". Hace unos años ciertos poetas lanzaron una 
advertencia en tono casi legislativo: no hay que lastimar al lenguaje, como si 
éste fuera río coagulado, como si los pueblos no vinieran "lastimándolo" 
desde que empezaron a nombrar. Cuando Lope dice "siempre mañana y 
nunca mañanamos" agranda el lenguaje y muestra que el castellano vive, 
porque sólo no cambian las lenguas que están muertas. La lengua expande 
el lenguaje para hablar mejor consigo misma. 

Esas invenciones laten en las entrañas de la lengua y traen balbuceos y 
brisas de la infancia como memoria de la palabra que de afuera vino, tocó al 
infante en su cuna y le abrió una herida que nunca ha de cerrar. Esas 
palabras nuevas, ¿no son acaso una victoria contra los límites del lenguaje? 
¿Acaso el aire no nos sigue hablando? ¿Y el mar, la lluvia, no tienen muchas 
voces? ¿Cuántas palabras aún desconocidas guardan en sus silencios? Hay 
millones de espacios sin nombrar y la poesía trabaja y nombra lo que no 
tiene nombre todavía. 

Esto exige que el poeta despeje en sí caminos que no recorrió antes, que 
desbroce las malezas de su subjetividad, que no escuche el estrépito de la 
palabra impuesta, que explore los mil rostros que la vivencia abre en la 
imaginación, que encuentre la expresión que les dé rostro en la escritura. El 
internarse en sí mismo del poeta es un atrevimiento que lo expone a la 
intemperie. Aunque bien decía Rilke: "[...] lo que finalmente nos resguarda/es 
nuestra desprotección". Ese atrevimiento conduce al poeta a un más adentro 
de sí que lo trasciende como ser. Es un trascender hacia sí mismo que se 
dirige a la verdad del corazón y a la verdad del mundo. Marina Tsvetaeva, la 
gran poeta rusa aniquilada por el estalinismo, recordó alguna vez que el 
poeta no vive para escribir. Escribe para vivir. 

Juan Gelman
La gran novela del amor imposible
Habían colgado del cielo unas cuantas nubes algodonosas, de esas que se van estirando y se rompen conforme sopla el viento. El día era luminoso, pero no hacía calor. Buen tiempo para meterse en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, y seguir ese ritual que año tras año se repite cada 23 de abril. Los Reyes, el presidente de Gobierno, el ministro de Cultura, la presidenta de la Comunidad de Madrid, el rector de esa Universidad, el director del Libro, autoridades diversas, personalidades, escritores, amigos, público en general y, esta vez, Juan Gelman. Ciudadano argentino que vive en México, nacido en Buenos Aires en 1930, poeta de registros distintos, periodista, hijo de judíos ucranios, un tipo que militó en política, un hombre al que la dictadura argentina impuso en 1976 el exilio. Parafraseando a Cervantes ayer dijo, "sin ironía", que su discurso iba a carecer de invención y que sería "menguado de estilo, pobre de conceptos, falto de toda erudición y doctrina". Estuvo lleno de vida y supo contagiar su amor por el Quijote, esa gran novela de amor. "Del amor imposible". Lo explicó así: "En el amor se da lo que no se tiene y se recibe lo que no se da y ahí está la presencia del ser amado nunca visto, el amor a un mundo más humano nunca visto y torpemente entrevisto, el amor a una mujer que no es y a una justicia para todos que no es".


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