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martes, 2 de julio de 2013

Élmer Mendoza / El breve

Élmer Mendoza: 

“La narcoliteratura no es oportunista”


El autor de 'Nombre de perro' defiende el compromiso social del género y arremete contra la guerra de Calderón


L. Prados, Guadalajara (México) 26 NOV 2012 - 20:44 CET



Elmer Mendoza. / SAÚL RUIZ
El Zurdo Mendieta ha vuelto. El detective tiene esta vez que resolver el caso de una mujer que busca venganza por la muerte de su amante y para ello deberá sumergirse en la guerra contra el narco, esa tragedia diaria de la realidad mexicana en los últimos seis años que como dice su creador, el escritor Élmer Mendoza (Culiacán, 1949), solo ha servido para “crear enconos inconcebibles y exacerbar la violencia de las bandas”. Mendoza presentó el domingo por la noche en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara su última novela, Nombre de perro (Tusquets), llamado a ser otro hito de la narcoliteratura, un género del que es padre por derecho propio.
Travieso, de hablar suave y actitud inocente, Mendoza rechaza que la narcoliteratura se esté convirtiendo en un género para oportunistas. Al contrario, para el autor de Balas de plata y La prueba del ácido, se trata de novelas que restituyen la verdad en toda su complejidad social. “Es una estética de la violencia que se está dando en el cine y la música pero también en la ópera, la danza, las artes plásticas y el teatro. Es todo un movimiento, no es oportunismo. Es como descubrir una veta de metales: habrá quien saque las mejores pepitas y quienes solo rasquen. Me gusta la palabra narcoliteratura porque los que estamos comprometidos con este registro estético de novela social tenemos las pelotas para escribir sobre ello porque crecimos allí y sabemos de qué hablamos”.
Acaba el sexenio del presidente Felipe Calderón con su reguero de más 60.000 muertos asociados al combate contra el crimen organizado. El próximo sábado, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) volverá al poder de la mano de Enrique Peña Nieto. El novelista no perdona los llamados “daños colaterales” de la etapa que termina: “Comparto la indignación de los 50 millones de mexicanos sometidos a la angustia de ver al Ejército en sus calles. En mi ciudad jamás había estallado una bomba y más de 60 policías fueron asesinados. La guerra contra el narco creó terror y una atmósfera de desconfianza. Dicen que la van ganando, pero la guerra no afectó a las actividades principales de las bandas. Todos tenemos la esperanza de que se acabe esta guerra, por eso voté al PRI, porque queremos recorrer las calles sin ir mirándonos la espalda”.
Hombre del norte, de la frontera, Mendoza se explaya contra la guerra de Calderón. “Alteró mi mundo, se rompieron los códigos. En el norte estábamos acostumbrados a los traficantes. Los sicarios son siempre indeseables, siempre están fuera de sí. Los narcos quieren que se les note, que las chicas guapas se fijen en ellos, quieren convertirse en héroes. El sicario siempre mira de abajo arriba, no tiene esa opción”. Y también contra la lacerante desigualdad de México: “Tenemos casi 60 millones de pobres. La pobreza es la mayor derrota de un país. Nuestros jóvenes no tienen sueños. Cuando pregunto a mis alumnos donde quieren estar dentro de 50 años no lo saben, no tienen proyecto de vida”.
Élmer Mendoza iba para ingeniero y empezó a publicar tarde, a los 50 años, pero desde los 28 supo que sería escritor y empezó a estudiar Literatura en la UNAM. “Siempre fui un acomplejado para arriba”, dice riéndose de sí mismo. “Era feo, pero era el único de mis amigos que se atrevía a hablarle a la chica que nos gustaba y si me ponía a entrenar para atleta pensaba en ir a los Juegos Olímpicos. Si no fuera escritor, me hubiera gustado ser científico y ganar el premio Nobel”. Cuando empezó a escribir no pensaba dedicarse a la violencia. Su primer proyecto literario tenía que ver con la guerrilla, pero su ilusión era y es crear una novela de ciencia ficción. “He hecho siete intentos y he fracasado, pero la tengo que hacer”.
¿Tiene ya la trama? “Sería una novela de anticipación del futuro. Ocurre en Culiacán dentro de cien años. No hay comida ni agua y miles de autos se acumulan en el centro de la ciudad. Hay acaparadores de alimentos, controladores de la escasez y un proyecto científico para reducir la talla de la gente…, pero no me sale”, concluye entre bromas.
Edgar el zurdo Mendieta vuelve con una nueva historia, con su picaresca, su sarcasmo y su habla popular, pero sobre todo vuelve el estilo de Elmer Mendoza. “Un autor no depende de las tramas pero sí de un estilo, y cuando agarras uno no puedes dejarlo. Yo creo que lo conseguí”.

Élmer Mendoza, el breve

El escritor mexicano, padre de la narcoliteratura, publica unos cuentos que empezó a escribir hace 20 años y da una clase magistral sobre cómo abordar el relato breve


Juan Diego Quesada, México DF 23 JUN 2013 - 03:39 CET


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Élmer Mendoza. / TUSQUETS
Un adolescente pasaba los días con una bandita en una esquina de la Colpop (colonia popular), un fraccionamiento a las afueras de Culiacán. Eran los sesenta y en España le habrían aplicado la ley de vagos y maleantes. Años después, ese mismo chico se puso a escribir en el español estándar con el que había leído a los clásicos. El problema es que sus textos no tenían alma, le quedaban cojos. Encontró su verdadera voz en la jerga de la calle, el habla popular. Llenó sus textos de expresiones como ándese paseandome la ando acabandoórale. “Hice la mezcla y fue emocionante, como cuando los Beatles descubrieron el pelo largo”, dice Élmer Mendoza, considerado el padre de la narcoliteratura.
Mendoza (1949) sigue viviendo en Culiacán y a mucha honra. “No he vivido mucho en lo que son los centros de flujo cultural. Mi ciudad es distinta, es pequeña. Estoy consiguiendo ubicar la forma de hablar de mi región (Sinaloa, norte de México) como algo respetable”, señala. De hecho hay una corriente de lexicólogos interesados en su obra, tan distinta a la del resto. El autor acaba de publicar Trancapalanca(Tusquets), un libro de cuentos que comenzó a escribir hace más de 20 años y que siguen en esa misma línea: “Ese estar en la esquina moldeó mi lenguaje”.
Algunas historias tienen tintes autobiográficos. Mendoza se enteró de la muerte de Julio Cortázar en mitad de una corrida de toros en La Monumental de México. A las cinco de la tarde, tremenda hora. Un espectador abrió un periódico y allí estaba la terrible noticia. Se puso a llorar como un niño. Los vecinos de asiento se indignaron porque la faena estaba siendo bastante mediocre y pensaban que tampoco era para ponerse así. En la fiesta uno solo llora de emoción. El escritor vivió el duelo en silencio.
Mendoza, autor de Balas de plata, explora esta vez formas narrativas que no utiliza habitualmente en sus novelas más conocidas, como los del detective El Zurdo Mendieta. Le costó mucho trabajo ser imaginativo a la hora de plantear cada una de las historias. “La literatura es muy cruel”, se explica, “si eres apocado nunca consigues hacer nada que merezca la pena, tienes que posicionarte en una categoría de creador infalible”. Ese poder le lleva a no dejar que ningún detective resuelva un crimen, porque a él no le da la gana, o a convertirse a sí mismo en un sicario infalible.
¿Esos juegos no le funcionan en carreras más largas? “El cuento permite cosas que la novela no, es un género distinto. En un texto breve el fastidio es soportable. Leí otras novelas que tienen ciertos juegos difusos que a mi modo de ver no funcionan”. Este proceso de creación le llevó a padecer “fuertes emociones”. A veces tenía una historia que le bullía en la cabeza y tenía que irse inmediatamente a casa a escribirla.
Es un curioso profesional. La conversación camina por derroteros no esperados y acaba diciendo que Málaga (sur de España) es una de sus ciudades favoritas. Mendoza estuvo indagando en cuáles fueron las drogas que usaba la gente de su generación del otro lado del charco. “Era una juventud loquísima, nada que ver con Marisol y las películas que nos llegaban de allá”, suelta, y se entusiasma al saber que Pepa Flores, la actriz, renegó de su personaje y se refugió en una vida cotidiana que incluye regentar una pizzería en la ciudad andaluza. “A ver si me doy una vuelta por allá”.
La escritura de Mendoza, volviendo al tema, sigue teniendo mucho que ver con la forma de hablar de aquellos chicos de la esquina. Considera que una cosa que distingue a esos jóvenes mexicanos es la fascinación por crear expresiones. Lo llama deslices del lenguaje. Él se limitó a capturarlo. “A final de cuentas tengo un gen que me permite reflexionar sobre cómo hablamos. Era un sentimiento inconsciente y primitivo que hacía que me llamara la atención las expresiones que te decían los amigos”, se pone trascendente.
Aunque a continuación rompe el hechizo, de cursi nada. Una de sus aficiones, “una pésima costumbre”, es la de escuchar a los locutores de televisión que narran deportes. “Se están haciendo bromas y maneras muy lindas de calificar. La literatura cuesta mucho hacerla así. Cuando uno está joven trae lo de la verosimilitud pero el recurso más seguro es el lenguaje. Intentas reproducir un habla y a veces por ahí se inventan expresiones”, reflexiona. Uno de los mejores cuentos de la recopilación narra la pelea de un boxeador de Acapulco que duda del sentido de ganar la pelea ahora que ha muerto su madre. “Mi amá nos pasó a mejor vida y como dicen; y yo, cuando ella murió, pos carajo, como que ya no tenía caso ”, dice.
Está a punto de terminar la entrevista y no hemos hablado nada de narcotráfico. Ni una palabra. “Hay muchas otras cosas de las que hablar”, se despide Mendoza.


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