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miércoles, 22 de octubre de 2025

Hemingway, La Vigía y otros mundos

 


Hemingway, La Vigía y otros mundos

¿En qué rincón construye el escritor su visión del universo? Crea un mundo aparte. Así Goethe en Weimar a partir de 1775, pronto consejero del príncipe Carlos-Augusto, que cambiaba cada noche sus galas cortesanas y, vestido como un campesino, se retiraba a una casa en las afueras para escribir su Fausto en soledad


7 de octubre de 2025
Juan Van Halen



Necesitaba una bocanada de aire fresco: un tema literario. Me doy un respiro. Fuera, la política produce desazón. Recuerdo mi visita a Finca Vigía, en la aldea de San Francisco de Paula, a las afueras de La Habana. El rincón donde un escritor trabaja guarda cierto misterio. Hemingway pasó muchos años en La Vigía, viajando a menudo, y escribió sus obras mayores: buena parte de Por quién doblan las campanasAl otro lado del río y entre los árboles, El viejo y el marParís era una fiesta…, además de artículos para Life a dólar la palabra.

Si un escritor va unido al lugar que custodia sus libros, Hemingway llegó a tener en La Vigía nueve mil volúmenes. García Márquez se extrañó tras una búsqueda minuciosa: «Qué biblioteca más rara tenía este hombre». No encontró las obras de Faulkner, pero sí una curiosidad desordenada: tratados sobre electricidad, volúmenes referidos a motores náuticos y de aviación, manuales de artillería, libros taurinos, junto a Balzac, Mark Twain, y Cervantes... Hemingway deseó la complicidad de sus fetiches, de sus objetos, y se refleja en su biblioteca.

¿En qué rincón construye el escritor su visión del universo? Crea un mundo aparte. Así Goethe en Weimar a partir de 1775, pronto consejero del príncipe Carlos-Augusto, que cambiaba cada noche sus galas cortesanas y, vestido como un campesino, se retiraba a una casa en las afueras para escribir su Fausto en soledad. A veces, iba en carro, con actrices y actores, del palacio Belvedere al bosque de Ettersberg donde, bajo las estrellas y entre los árboles, representaban obras clásicas.

En 1890 construyó Stevenson una casa cerca de Apia, en Samoa, lugar donde el autor de La isla del tesoro urdió sus últimas obras. Los indígenas llamaban a aquella casa Vailima –La de los cinco ríos–. Stevenson ocupaba su tiempo en escribir y en conversar con el rey Kalakaua. Mientras, el séquito real interpretaba autóctonas melodías a la luz de las antorchas.

En 1912 Baroja adquirió Itzea, su casa en Vera de Bidasoa. Buscaba un lugar para escribir tranquilo. Con los años sus estancias en Itzea fueron alargándose. El viejo caserón, junto a un riachuelo, tiene aspecto noble, con blasones en su fachada. Las habitaciones son amplias –Pío Caro Baroja fue mi guía–, sus cuartos guardan algo misterioso y un poco triste. Allí construyó don Pío su mundo. Atesora sus libros, sus objetos, sus manuscritos del XIX, sus grabados antiguos. A Baroja le llamaban los niños del pueblo «el hombre malo de Itzea» y huían de él cuando el escritor paseaba al atardecer. Mi padre me llevó con él una mañana a la casa madrileña de Baroja en Ruiz de Alarcón, 12; mis doce años no entendieron entonces a aquel viejo y su mundo.

En pleno proceso creador –en 1915 aparece La Metamorfosis y en 1916 La condena–, Kafka se trasladó a la casita de una sola habitación en el callejón de los Alquimistas, en uno de los arcos de la muralla del castillo que domina Praga. Alzó allí su aislado universo. Me sorprendió la diminuta habitación. En ella Kafka, rodeado de sus objetos y de sus papeles, escribió parte de su obra.

La Vigía de Hemingway supuso la complicidad del creador y su anclaje. Como Fernay, de Voltaire, en Suiza; Villa Muresque, de Somerset Maugham, en la Riviera; Isla Negra, de Neruda, sobre el Pacífico. Visité el estudio de Kavafis, en Lespius 4, Alejandría. Y conversé con Aleixandre en su casa madrileña de Velintonia 3. Sus mundos.

El primer refugio cubano de Hemingway fue el Hotel Ambos Mundos, en La Habana Vieja. Allí escribió durante la década de los treinta algunos de sus mejores cuentos e inició Por quién doblan las campanas. La habitación 511, en el esquinazo de la quinta planta, se conserva, me dijeron, como él la dejó. Pero una impersonal habitación de hotel no podía contener su mundo. En 1941 adquirió La Vigía con las ganancias de la adaptación cinematográfica de Por quién doblan las campanas. Pronto la tranquilidad que buscaba se vio amenazada por su éxito en Hollywood. Visitaron La Vigía Marlene Dietrich, Ava Gardner, Spencer Tracy, Errol Flynn, Gary Cooper, Robert Taylor... Nombres que a nuestros jóvenes no les dirán apenas nada. Ava Gardner se bañaba desnuda en la piscina provocando escandaloso regocijo en el vecindario. Hemingway se escapaba con sus amigos a los daiquirís de 'Floridita' y a los mojitos de 'La bodeguita del medio'. Regresaban al alba borrachos y felices.

En el jardín de La Vigía permanece varado el barco del escritor, el 'Pilar'. No lejos, en Cojímar, conocí al compañero del Hemingway pescador, Gregorio Fuentes, canario, patrón del 'Pilar', entonces ya con 102 años; moriría con 104. Recordaba cuando sugirió a Papa Hemingway el título El viejo y el mar para una historia que vivieron juntos. Y lamentaba el día en que supo que Hemingway se había destrozado la cabeza disparándose al tiempo los dos cañones de su escopeta.

En La Vigía revive quien la habitó. Allí su máquina de escribir portátil, la mítica Royal, que tecleaba de pie sobre una piel de kudú, sus bebidas, sus carteles de toros, sus trofeos de caza, sus fotografías, sus ropas, sus zapatos… Y finalmente el viaje a su casa de 'Sun Valley' para morir. La Vigía continúa siendo sol, silencio, abierto horizonte y latido de su creación literaria. Castro expropió la casa, pero la memoria permanece.

Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando






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