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lunes, 30 de junio de 2025

Manta, la sombra del poder / El actuar mafioso de un presidente

 



MANTA, SOMBRA DEL PODER

EL ACTUAR MAFIOSO DE UN PRESIDENTE


Un sicario adolescente. Un disparo a la cabeza de un candidato presidencial. Un crimen de Estado o algo aún más siniestro. El 7 de junio, en un parque de Fontibón, el senador Miguel Uribe Turbay cayó herido de muerte. El país tembló. Pero el disparo no vino solo. Traía detrás una trama espesa, como la niebla que cubre el muelle de Manta, Ecuador, cuando algo sucio se mueve en la sombra.

Los investigadores siguieron la pista. Videos, nombres, rostros. Carlos Eduardo Mora, Katherine Andrea Martínez. Ambos junto al menor que disparó. Ambos relacionados con alias “el Costeño”, también llamado “Chipi”, hombre clave en la logística del crimen. Pero el que mandaba era otro: alias “el Churco”, mafioso colombiano radicado en Ecuador. El mismo que ya apareció en las pesquisas por el asesinato del periodista y candidato Fernando Villavicencio.

La historia entonces se conecta con otra muerte. Villavicencio cayó acribillado en agosto de 2023. Los autores materiales fueron condenados. Pero nadie cree que el caso se cerró ahí. Todos los caminos llevan a ‘los Choneros’ y a su jefe: alias ‘Fito’, un capo que convirtió a Manta en su fortaleza. El mismo que Villavicencio denunció. El mismo que escapó de prisión en 2023 y que acaba de ser recapturado para ser extraditado a Estados Unidos.

Y justo ahí, en ese nido de criminalidad, en esa ciudad donde no se mueve una hoja sin permiso de la mafia, aterrizó el presidente Gustavo Petro el 24 de mayo, en visita “privada”. Dos semanas antes del atentado contra Uribe. La Casa de Nariño calla. Ecuador se declara ajeno. Nadie sabe —o quiere decir— qué hacía el presidente colombiano en Manta.

Pero un periodista ecuatoriano, bajo reserva, compartió algo escalofriante: “Informes de inteligencia ubican a Petro en una mansión perteneciente a un familiar de ‘Fito’”. ¿Qué hacía ahí? ¿Con quién se reunió? ¿Negociaba acaso con el crimen para que las disidencias de las FARC regresaran al proceso de paz total? ¿Hasta dónde está dispuesto Petro a mancharse con tal de mantener viva su obsesión política?

No sería la primera vez que el presidente coquetea con el crimen. Ya los subió a la tarima en Medellín. Ya le vendió al país la idea de que, si se visten de blanco y dicen ‘paz’, hasta los verdugos merecen micrófono. Pero esta vez no fue discurso. Esta vez, el blanco fue un opositor real. Miguel Uribe.

El silencio del presidente grita. Su visita a Manta pesa como un cadáver sin enterrar. Mientras Colombia llora, mientras la Fiscalía intenta unir las piezas, la figura de Petro se recorta entre sombras demasiado densas. Nadie ha dicho que dio la orden. Nadie ha dicho que supiera. Pero en política, como en la mafia, a veces basta con estar en el lugar equivocado, con la gente equivocada, para volverse parte del crimen.

Si Gustavo Petro quiere despejar esta sombra que ya lo cubre, tiene una sola salida: decirle al país qué demonios fue a hacer a Manta. Y rápido. Porque si no lo dice él, lo dirá ‘Fito’, cuando hable desde Estados Unidos.

Y entonces, será el país el que tendrá que jalar la pita… hasta el nudo final.



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