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martes, 24 de junio de 2025

Erica Jong / Fantasías

 



Erica Jong
FANTASÍAS

Todas mis fantasías incluían el matrimonio. Tan pronto me imaginaba huyendo de un hombre, ya me veía atándome a otro. Era como si fuera un barco que siempre está necesitando un puerto para poder hacer escala. Muy sencillo: no me podía imaginar nunca sin un hombre. Sin uno, me sentía perdida como un perro sin amo; sin raíces, sin rostro, indefinida.


    Pero ¿qué grandeza existía en el matrimonio? Me había casado y vuelto a casar. Tenía su lado bueno, pero también su lado malo. Las virtudes del matrimonio eran, en su mayor parte, negativas. El no estar casada en un mundo de hombres era una lucha tal, que cualquier cosa tenía que resultar mejor. El matrimonio era mejor. Pero no demasiado. Pensé que era condenadamente inteligente como los hombres habían dispuesto la vida, de modo totalmente intolerable para las mujeres solteras; así, la mayoría se lanzaría muy a gusto al matrimonio aunque se tratara de una unión desastrosa. Casi cualquier cosa tendría que ser mejor que afanarse en ganarte la vida en un trabajo mal pagado y quitarte de encima hombres sin hechizo en tus horas libres, mientras intentabas aferrar a los atractivos. A pesar de que no me cabe ninguna duda de que la soltería igualmente significa para un hombre la soledad, no tiene la carga suplementaria y añadida de ser a todas luces peligrosa, ni implica automáticamente pobreza ni condena sin discusión posible a la condición de paria social.
    ¿La mayor parte de las mujeres se casarían si supieran lo que significa? Pienso en mujeres jóvenes que siguen a sus maridos adondequiera que sus maridos sigan en sus puestos de trabajo. Pienso en ellas, que se encuentran repentinamente a miles de kilómetros de sus amigos y de la familia. Pienso en ellas, que viven en lugares donde no pueden trabajar, donde no pueden hablar la lengua que allí se habla. Pienso en ellas echando hijos al mundo como consecuencia de su soledad, de su aburrimiento y sin saber muy bien por qué. Pienso en sus maridos siempre con prisas y agotados por tener que estar a la que salta. Pienso en ellos viéndose mucho menos después del matrimonio que antes. Pienso en ellos cayéndose en la cama demasiado exhaustos para follar. Pienso en ellos cada vez más distantes en el primer año de su matrimonio, como nunca imaginaron que dos personas pudieran hallarse distantes mientras eran novios. Y luego pienso en cuando empiezan las fantasías. El marido mira detenidamente a unas posninfitas de catorce años en bikini. La mujer codicia al tipo que le arregla el televisor. El bebé enferma y la mujer acaba entendiéndose con el pediatra. El marido jode con su secretaria masoquista que lee Cosmopolitan y se considera una muchacha sofisticada. No: ¿cuándo empezaron a andar mal las cosas? ¿Pero cuándo funcionaron bien?


Erica Jong
Miedo a volar
Círculo de Lectores, Bogotá, 1984, pp. 98-99





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