Leonardo Padura: "Pago muy satisfecho el precio de ser invisible en Cuba, si es el que tengo que pagar por escribir como escribo"
Entrevistamos al escritor Leonardo Padura, cronista del desencanto cubano y Premio Princesa de Asturias de las Letras, para hablar de su nuevo libro, Ir a La Habana, de su precioso país que perece en el olvido y de por qué no lo abandona
La primera vez que puse un pie en La Habana fue a finales de los 90. Aterricé con un grupo de prensa dispuesta a descubrir todos los rincones de la ciudad que, según decían, era tan alegre y festiva como pobre y necesitada. Y sí, eso es lo que vi y lo que viví cuando deambulé por sus calles de día y de noche. Hubo lugares que me sorprendieron a pesar de haberlos visto cientos de veces en fotografías y películas, como la heladería del Parque Coppelia que salía en Fresa y chocolate(1993) o El Floridita, uno de los bares favoritos de Hemingway –revisa aquí su faceta de espía–. Otros espacios, sin embargo, me resultaban familiares: el aire perfumado de las calles del barrio de Miramar, el calor pegajoso en el cabaret Tropicana o ese malecón infinito desde donde los cubanos seguían soñando con escapar. ¿Por qué si era mi primera vez aquello me sonaba tanto? Porque lo había leído, y no en cualquier sitio. Los libros de Guillermo Cabrera Infante –Tres tristes tigres (1967), La Habana para un Infante Difunto (1979) o Cine o sardina(1997)–, el de Zoe Valdés –Te di la vida entera, finalista al premio Planeta en 1996– o las memorias de Alina Fernández, la hija rebelde de Fidel Castro a la que había entrevistado, habían sido sin pretenderlo mis guías turísticos de excepción.
Leonardo Padura |
Podría seguir escribiendo folios y folios de aquel viaje en el que bailé muchas noches hasta el amanecer y también lloré de impotencia, pero lo que hoy quiero contar aquí es que gracias a ese viaje conocí al escritor que a continuación entrevisto: Leonardo Padura (Mantilla, La Habana, 1955). No me lo presentaron ni le estreché la mano, sino que un compañero de viaje me habló de su libro Pasado perfecto (1991) y, en cuanto llegué a Madrid, lo compré y me lo bebí en tres días. Estaba protagonizado por un tal Mario Conde, nada que ver con el nuestro, que era detective en La Habana. Le caía un caso peliagudo: investigar la desaparición de un empresario de éxito en la Cuba castrista que casualmente había sido su compañero de pupitre y, para más inri, se había casado con su amor de juventud. Confieso que enseguida me enamoré de este antihéroe borracho, melancólico y fumador empedernido, cuya existencia y aventuras ponían en evidencia la frustrante realidad cubana. La saga detectivesca protagonizada por ‘El Conde’, como le dicen sus amigos, cuenta hoy con nueve entregas por las que ha recibido los premios más prestigiosos del género policíaco: el Dashiell Hammett, el Raymond Chandler, el Pepe Carvalho.
Pero su obra no acaba aquí. Con una prosa sin artificios pero extremadamente efectiva –fue periodista antes que escritor o escritor con vocación de periodista– tiene novelas arrolladoras como La novela de mi vida (2002) o El hombre que amaba a los perros (2009), donde la crítica a la revolución cubana se hace más evidente. Por todo ello se le conoce como ‘el cronista del desencanto cubano’. Por todo ello y porque “es un autor arraigado en su tradición y decididamente contemporáneo; un indagador de lo culto y lo popular; un intelectual independiente, de firme temperamento ético” y porque su obra “es una soberbia aventura del diálogo y la libertad”, recibió, según dijo el jurado, el Premio Princesa de Asturias de las Letras en 2015. Hoy tengo el placer inmenso de entrevistarle, de mirarle por fin a los ojos y de estrechar su mano. Lo hago gracias a su nuevo libro Ir a La Habana (Tusquets Editores), un híbrido de memorias, literatura y periodismo que me ha regalado un nuevo viaje a la cuna del son y el ron. Gracias, Sr. Padura, por sus libros y por su valentía. Cualquier otro escritor en su piel ya se habría largado de esa Cuba marchita que todos deseamos que florezca otra vez.
"La gente en Cuba está muy crispada. No tiene válvulas de escape efectivas, así que unos se expresan de forma agresiva, vulgar y poco elaborada, y otros, lamentablemente, se marchan del país provocando una emigración masiva"
Su ensayo Ir a La Habana es una declaración de amor a su ciudad, a sus recuerdos de niño y de hombre, a su barrio, a los otros barrios y a la idiosincrasia del pueblo cubano. Pero como todo buen amor, imagino que también hay cosas que duelen. ¿Qué es lo que le atrae de La Habana y qué le hace daño?
Tengo una intensa y vieja relación de amor con esta ciudad. Pero incluso cuando uno está enamorado, después de que pasan los primeros meses, uno empieza a ver todas las pecas que tiene en el rostro la amada. Esas pecas de La Habana las estoy viendo desde hace mucho tiempo. Lo que me sigue enamorando es que la ciudad tiene una estructura física impresionante, con un casco antiguo que es el más grande y majestuoso del Caribe. Y es una ciudad donde la cultura ha tenido un espacio tremendo, una cultura avasallante si la comparamos con la de los países vecinos. Y yo he sido beneficiario de esa ciudad física, espiritual y cultural en la que he crecido y me he formado como la persona y el escritor que soy. También la he asumido y me he apropiado de ella para escribir mi literatura. Me he apropiado incluso de la forma del hablar de las personas, del habanero, porque mi instrumento de trabajo son las palabras y las palabras toman sentido cuando se expresan en un idioma, y los idiomas tienen características propias, según la parte del mundo donde se hablen. También me encanta el comportamiento de la gente de La Habana, ese sentido de vivir hacia afuera, de hablar y mirarse a los ojos. Todo esto ha sido un regalo que es la casualidad cósmica de haber nacido en un determinado sitio.
¿Y qué le desenamora?
Bueno, pues esas pecas de las que hablábamos. Ahora veo que hay una pérdida de humanidad creciente en la ciudad. Veo comportamientos vulgares, violentos, a veces casi escatológicos, que abarcan desde el comportamiento de las personas más normales a las manifestaciones artísticas. Si escuchas el género musical del reparto, que es la fórmula cubana del reguetón, oirás decir cosas feas con una música que ha dado canciones bellísimas como las de El Cigala y Bebo Valdés, los grandes boleros, el ‘filin’, el son. No creo que sea culpa de las personas, sino de un ambiente general de crispación.
¿Por la situación política?, ¿por la situación económica?, ¿por la falta de libertades?, ¿por todo a la vez?
Tenemos lo que nos merecemos y tenemos lo que nos toca por las condiciones sociales, económicas y políticas que está viviendo el país: la pérdida de ilusiones, de esperanzas, la larga práctica de estrategias de supervivencia. Todo esto lleva a las personas a tener comportamientos que expresan de forma agresiva, vulgar y poco elaboradas. La gente está muy crispada. No tiene válvulas de escape efectivas, así que unos se expresan de esta forma y otros, lamentablemente, se marchan del país provocando una emigración masiva. De Cuba ha salido en los últimos tres años un millón y pico de personas, es decir, el diez por ciento de la población. Pero se han ido los que han podido, no los que han querido. Porque para salir necesitas un visado en España o en Estados Unidos y Joe Biden, por ejemplo, cortó los visados humanitarios. Otros salen por vías semiclandestinas como la que se está utilizando ahora por Nicaragua, a la que llaman la ruta de los coyotes, te puedes imaginar por qué. Y además cuesta unos 10.000 dólares.
Terrible situación que usted, con sus libros, intenta y consigue retratar. En este último, Ir a La Habana, lo hace a través de la autobiografía, las reflexiones y el periodismo. ¿Por qué ha trabajado con esta estructura híbrida?
Efectivamente este es un libro peculiar porque tiene espacios en los que la visión de la ciudad está hecha a través de la literatura, otros a través del ensayo, la memoria y la autobiografía, y también hay una parte que está hecha a través del periodismo. He integrado estos tres cuerpos porque tienen como guía ir a La Habana. Esta estructura la confeccionó mi mujer –la filóloga y guionistas Lucía López Coll–. El bloque que más me gusta es el primero, en el que hablo de mis orígenes en un barrio de la periferia de La Habana que se llama Mantilla, donde fui entendiendo dónde y cómo se vivía en ese lugar. En la segunda parte, he concentrado varios textos que han sido el origen de varios trabajos literarios mayores. Por ejemplo, hay un texto sobre Alberto Yarini, el personaje que después aparece en la novela Personas decentes(2022), libro que forma parte de la saga detectivesca de Mario Conde. Este hombre fue un famosísimo proxeneta cubano de principios del siglo XX. También le tengo cariño a la historia del barrio chino de La Habana que después me sirvió para escribir mi novela La cola de la serpiente (2011), también de la serie del personaje de Conde.
¿Por cuál de esas historias siente predilección?
Por una que nunca terminé. Es el trabajo sobre la figura de Chano Pozo, el percusionista cubano que en los años 40, después de conseguir toda la fama posible en Cuba, emigra a los Estados Unidos, comienza su colaboración con Dizzy Gillespie y juntos crean el género del bebop. El bebop dio origen al jazz latino, un género musical que en los últimos 50 ó 60 años tiene una enorme vitalidad. Creo que su figura aún guarda misterios porque fue asesinado por un asunto de drogas. A lo mejor, en algún momento, trataré de resolverlos convirtiéndolo en un personaje de novela.
No deje de hacerlo, por favor, es un proyecto que suena realmente bien.
Sí, la verdad es que intentaré retomarlo.
Volviendo a su libro Ir a La Habana, ¿qué le empujó a escribirlo?, ¿cómo se sentía cuando lo pergeñó?, ¿es fruto de la nostalgia, un ejercicio contra el olvido o una guía turística para paladares exquisitos?
Este libro es fruto de una vieja obsesión personal e intelectual por la ciudad de La Habana, presente en mis textos desde que empecé a hacer periodismo en los años 80. Y traté de que se entendieran las relaciones posibles entre las diversas personas que he sido a lo largo de los años: ese niño que jugaba a beisbol en un barrio de La Habana, el adolescente que estudia y conoce a sus grandes amigos de toda la vida, el joven que llega a la Universidad y descubre el mundo de la literatura y conoce a su mujer, el periodista y el escritor que he sido… En esa evolución personal he visto la ciudad desde perspectivas diferentes. Por eso vi necesario reunir el elemento autobiográfico, el elemento literario y el elemento periodístico. Quería que juntos formaran una pirámide, que es la forma geométrica que guarda el equilibro perfecto.
Sigo viviendo en Cuba, aunque el régimen me haya invisibilizado, porque como dijo la poeta cubana Dulce María Loynaz, yo llegué primero"
Soy consciente de que muchos le hacemos esta pregunta, pero necesito escuchar su respuesta mientras nos miramos a los ojos: ¿por qué sigue viviendo usted en Cuba cuando el régimen le ha invisibilizado y ya no publica sus obras?
Este libro también trata de responder por qué sigo viviendo en La Habana, en la casa donde nací en el barrio de Mantilla. Y la respuesta es sencilla: porque soy de allí. También porque un día le preguntaron lo mismo a la poeta cubana Dulce María Loynaz y ella dio una respuesta que me encanta y me he apropiado: “Porque yo llegué primero”.
Pues es una buena razón, la verdad, y muy loable. ¿Puedo saber si usted es cubano de pura cepa o, como la mayoría, tiene un árbol genealógico salpicado de nombres españoles? ¿Sabe, por ejemplo, de dónde viene su apellido?
Pues casualmente estoy escribiendo una tribuna mensual en El País sobre el origen vasco de mi apellido. Estuve en Vitoria, en el valle de Ayala, donde hay un pequeño pueblito que se llama Amurrio de donde es originario el apellido Padura. De ahí salieron unos Padura que empezaron a recorrer el mundo y, desde Sevilla, viajaron a Cuba. Cuando llegaron, fundaron un pequeño barrio que después se llamó Mantilla. Allí fundaron una familia, una estirpe. Ese sentido de pertenecer a un lugar desde hace cinco o seis generaciones es muy fuerte. Por eso tampoco me marcho de Cuba.
¿Y por eso usted escribe, sea ensayo o ficción, solo de Cuba y de los cubanos?
Como escritor necesito esa relación con un espacio en el que puedo entender los códigos y los comportamientos. Yo vengo mucho a España, tengo incluso ciudadanía española, pero yo no me atrevería a escribir una historia de la vida cotidiana de Madrid o Barcelona. Siempre sería la visión de un extranjero. Esto yo lo veo cuando un escritor que no es cubano escribe sobre Cuba. Hay sutilezas que se le escapan, detalles que no son precisos y que, si no eres de allí, es muy complejo de codificar.
Y además los códigos cambian con las nuevas generaciones, por lo que usted podría convertirse en ese guardián de una Cuba que ya no existe, ¿no cree?
Podría ser. Siento que los códigos habaneros efectivamente se nos van escapando porque la ciudad va cambiando, la gente va cambiando, los tiempos van evolucionando. Y ese tiempo que transcurre también lo hace para la persona. Yo acabo de cumplir 69 años y una de las cosas que más temo es que con el paso de los años me vuelva conservador. Me horroriza porque siempre he querido sentirme con la capacidad de evolucionar mirando lo nuevo. Pero es un proceso natural, biológico, mental, y a veces siento que en la ciudad hay expresiones y comportamientos que me resultan incongruentes con esa imagen que yo me he creado durante tantos años.
¿Qué es lo que más echa de menos de La Habana de su infancia?
Una cosa que echo de menos de mi infancia en el barrio de Mantilla es que entonces todo el mundo se conocía y uno conocía a todo el mundo. Las familias eran numerosas y muchas compartían lazos familiares. Estábamos relacionados todos y eso se ha ido diluyendo porque el barrio ha crecido y porque mucha gente que vivía allí se ha ido hacia otros destinos: el cementerio, otras partes del país, Estados Unidos, otros países… Amigos de la infancia en Mantilla me quedan ya muy pocos. Hace unos meses me fue a ver el muchacho que se sentaba detrás de mí en preescolar porque era más alto que yo. Y vino para decirme: “Me voy”. Fue mi compañero de primaria, de secundaria, de preuniversitario, después estudió Geografía, yo Filología, pero vivimos siempre relacionados. Uno siente que va siendo una especie en extinción como son, como somos, los viejos moradores del barrio. Echo de menos que mi casa formara parte de un organismos mucho mayor como era el barrio y que también nos pertenecía. Esto es un hecho universal. Los barrios madrileños de Lavapiés y Malasaña tampoco son los mismos que eran. Y sus viejos vecinos imagino que sentirán lo mismo que yo.
"Si dijera que vivo con absoluta tranquilidad en Cuba, mentiría. Cuba es un país donde existe una política cultural única dictada por un partido político único, donde las disidencias pueden tener consecuencias"
Como cronista de la vida cubana contemporánea, ¿cómo ha cambiado la isla en los últimos diez años?, ¿por qué cada vez tenemos menos noticias de Cuba?
Para España y para los españoles Cuba siempre ha tenido una connotación muy especial. Hay 1,2 millones de cubanos con pasaporte español, lo cual significa que hubo muchos abuelos y bisabuelos que fueron a Cuba, es decir, que la relación con Cuba es una relación familiar. Sin embargo, para los medios de comunicación, yo siento que Cuba ha pasado de moda. Como se ha quedado congelada en el tiempo y en los procesos, pues no se habla más de lo mismo sobre lo mismo.
Ante esta durísima situación, ¿por qué los cubanos no alzan la voz?
El problema es que los cubanos que viven en Cuba han perdido las esperanzas, las ilusiones, la calidad de vida. Para que os hagáis una idea de cómo vive una persona en Cuba os cuento que mi madre recibe una pensión de 1.800 pesos cubanos. En estos momentos, si es que lo consigues, un cartón de 30 huevos vale entre 3.000 y 3.500 pesos, es decir, que 30 huevos es el doble de la pensión de una anciana de 96 años como es mi madre. ¿Crees que esa persona puede sentirse segura, satisfecha, con ilusión de que algo pueda mejorar? Esa situación la atraviesa tanto la anciana como mi compañero de estudios que trabajó durante 40 años y se jubila ahora con una pensión de 2.300 pesos. Yo digo que el milagro cubano es que los cubanos viven de milagro.
Hace poco vi en Netflix el documental Cuba a través de la cámara (2017), muy revelador, centrado en las vidas de Fidel Castro y de tres familias cubanas afectadas por su política a lo largo de los últimos 40 años. Estremece ver cómo esas familias, con el paso del tiempo, cada vez tienen menos recursos y esperanzas. ¿Por qué el pueblo cubano sigue aguantando?
Hay un sistema en el que el control de la sociedad funciona. A lo mejor no funcionan los mecanismos económicos, pero los mecanismos de control sí. Hace dos o tres años hubo unas manifestaciones y la gente salió a las calles. Más fuerte que la represión policial fue la represión judicial, cuando personas que habían roto un cristal durante la manifestación fueron condenas a 8 años de cárcel. Ante estos hechos, la gente piensa: “Pues antes de pasar 10 años en la cárcel, no me manifiesto”. Si en la calle las cosas están tan jodidas, imaginad como debe ser en la cárceles cubanas. La comunidad internacional no puede hacer nada por Cuba como tampoco hace nada en Ucrania o en Gaza. Es lo que hay, es el mundo que tenemos. De alguna manera y en muchos sentidos, la política es ‘sálvese quien pueda’.
Hace poco vi en Netflix el documental Cuba a través de la cámara (2017), muy revelador, centrado en las vidas de Fidel Castro y de tres familias cubanas afectadas por su política a lo largo de los últimos 40 años. Estremece ver cómo esas familias, con el paso del tiempo, cada vez tienen menos recursos y esperanzas. ¿Por qué el pueblo cubano sigue aguantando?
Hay un sistema en el que el control de la sociedad funciona. A lo mejor no funcionan los mecanismos económicos, pero los mecanismos de control sí. Hace dos o tres años hubo unas manifestaciones y la gente salió a las calles. Más fuerte que la represión policial fue la represión judicial, cuando personas que habían roto un cristal durante la manifestación fueron condenas a 8 años de cárcel. Ante estos hechos, la gente piensa: “Pues antes de pasar 10 años en la cárcel, no me manifiesto”. Si en la calle las cosas están tan jodidas, imaginad como debe ser en la cárceles cubanas. La comunidad internacional no puede hacer nada por Cuba como tampoco hace nada en Ucrania o en Gaza. Es lo que hay, es el mundo que tenemos. De alguna manera y en muchos sentidos, la política es ‘sálvese quien pueda’.
Imagino que la frustración es lo menos que usted puede sentir, así que regresemos a la ficción, a su obra literaria, a la saga policíaca protagonizada por el detective Mario Conde que ya es todo un clásico. Cuéntenos cómo nace el personaje y por qué se llama Mario Conde. ¿Podríamos decir que es un poco su alter ego?
Yo sabía que existía un Mario Conde español, pero cuando escribí mi primera novela con este personaje no pensé que se iba a publicar en España. Le bauticé Mario por un personaje de un libro que nunca terminé y Conde porque estaba buscando un apellido que funcionara como apodo: ‘Conde’, ‘El Conde’. Nunca pensé que se haría tan famoso este detective en España y ya voy por la novena historia.
Pasado perfecto (1991), Máscaras(1997), Paisaje de otoño (1998), Adiós Hemingway (2001), La niebla de ayer(2005), La cola de la serpiente (2011), Herejes (2013), La transparencia del tiempo (2018) y Personas decentes(2022). ¿Volverá pronto Mario Conde a la acción?
Después de la última entrega, Personas decentes (2022), seguramente volveré a poner en acción al detective Mario Conde, pero ahora mismo estoy escribiendo otra novela que tiene mucho que ver con el destino de mi generación. Es una historia que parte de un hecho real, de un parricidio de gente que conozco. Y a partir de ahí me muevo en un ámbito de ficción para hablar de lo que hoy ocurre.
"La novela con la que siento que me quedé más cerca de lo que quería decir es La novela de mi vida, sobre el poeta José María Heredia que fue el primer independentista cubano, el primer exiliado cubano, el primer desterrado cubano"
Es lo que respiran todas sus novelas, está claro que no puede enterrar al periodista que fue. Por poner algún ejemplo, ahí está La novela de mi vida(2002), un relato que corre en paralelo por la época colonialista y por la Cuba actual; El hombre que amaba a los perros (2009), donde recupera la figura de Trostki y la de su asesino Ramón Mercader a través de un periodista cubano ficticio, o Como polvo en el viento (2020), ese retrato emocional y emocionante sobre el amor, la amistad y el exilio cubano. ¿Cuál cree que es su mejor novela y por qué?
La novela con la que siento que me quedé más cerca de lo que quería decir es La novela de mi vida, la novela sobre el poeta José María Heredia que narra una historia que llega hasta el presente. Hablo en términos puramente creativos, esto no tiene nada que ver con la censura. Con la censura uno evita decir determinadas cosas. Cuando vas a escribir, dices: “Yo quiero decir determinadas cosas”. Y cuando empiezas a escribir y sientes que has logrado decir esas cosas, también sabes si te has quedado cerca o lejos. Esta es para mí la novela que tiene que ver con la esencia del ser cubano, a través de la vida de unos personajes, entre ellos ese poeta romántico de 1820, José María Heredia, que fue el primer independentista cubano, el primer exiliado cubano, el primer desterrado cubano, el primer hombre que le canta a la patria cubana. Este personaje me dio la oportunidad de acercarme a la esencia del ser cubano, por eso esta novela me satisface mucho.
¿Y los premios?, ¿también le satisfacen o no repara mucho en ellos?
Hombre, a todos nos gusta que elogien nuestro trabajo, aunque nunca me han obsesionado.
Entonces cuéntenos cuál es el mayor premio que le ha dado la vida, además del Princesa de Asturias (2015), varios Dashiell Hammett, un Café Gijón (1995), un Pepe Carvalho (2023)...
Tener una vida normal. Tuve un padre, que ya murió, y una madre que aún vive, ambos muy normales. No se divorciaron, vivieron juntos en la casa donde seguimos viviendo con mi madre, llevo no sé cuántos años con mi mujer, Lucía López Coll… Un amigo y periodista cubano que está escribiendo un libro sobre mí, me dijo el otro día: “¡Coño, Padura, tú casi no tienes biografía!” Y respondí: “No, no tengo, mi biografía son mis libros”. Y es que he tenido la suerte de tener una vida muy normal, en la que me han pasado algunas cosas: trabajar durante un año en Angola como periodista durante la guerra; ser despedido de la revista donde empecé y enviado a un periódico como castigo... También he vivido decepciones, tristezas, pérdidas, pero todo dentro de lo normal. Nunca he tenido grandes tragedias y eso es una bendición.
Usted empezó a escribir ejerciendo el periodismo en Cuba, ¿por qué lo dejó?, ¿por la falta de libertad de expresión o porque su exceso de creatividad le condujo a la novela?
Yo estudié Literatura, soy filólogo, me licencié en Filología en 1980. Yo había querido ser periodista y escribir crónicas deportivas sobre beisbol, pero el año que tenía que ingresar en la universidad la carrera de periodismo estaba cerrada. Por eso acabé estudiando Literatura. Y cuando me gradué, fui a trabajar a una revista cultural que se llama El Caimán Barbudo. Todavía existe en digital, aunque muy desmejorada. Estuve tres años escribiendo crítica literaria y teatral. Pero me sacaron de ahí por problemas ideológicos y me llevaron a un periódico vespertino diario, Juventud Rebelde, para purificarme ideológicamente. En Cuba todas las revistas y diarios pertenecen al Partido Comunista, a Juventudes Comunistas, a los sindicatos, al Estado, al Gobierno. En ese periódico tuve la fortuna de que me pusieran en las ediciones dominicales para escribir textos que los lectores disfrutaran. Ahí empecé a hacer un tipo de periodismo muy literario y de investigación, como algunos de los que he reunido en este libro Ir a La Habana:Heredia, Barrio chino de La Habana, Alberto Yarini...
"No voy a decir la noticia sobre Cuba que me gustaría firmar en el periódico de mañana porque no quiero resultar superficial, pero supongo que todos imagináis el titular"
Dentro de las circunstancias, entonces no le fue tan mal, ¿no?
A ver, fue una etapa muy bonita en la que hicimos una especie de meandro en el curso triste del periodismo cubano contemporáneo, en el que hubo otra forma de hacer periodismo y otra forma de recibir periodismo. Recuerdo que en aquella época, frente al quiosco, había filas de gente esperando para comprar el periódico porque sabían que llevaba este tipo de reportajes. Fue un momento de creación y de crecimiento intelectual muy importante para mí. Entré en ese periódico en 1983, cuando ya había escrito mi primera novela, Fiebre de caballos. Cuando salí en 1989, ya había publicado en Cuba mi segunda novela, Pasado perfecto, la primera protagonizada por el detective de Mario Conde. Entre esas dos novelas se notaba cómo había crecido el escritor y ese crecimiento se produjo, sin duda, haciendo periodismo.
Me encantaría seguir charlando con usted, pero sé que le espera un tren a Córdoba, así que cerremos esta entrevista con una pregunta de periodista a periodista: ¿qué noticia sobre Cuba le gustaría firmar en el periódico de mañana?
Prefiero no decir nada porque no quiero resultar superficial, pero supongo que todos imagináis el titular.
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