Páginas

sábado, 26 de septiembre de 2020

Christine Angot / «Una novela cien por cien autobiográfica puede ser falsa, y a la inversa»

 


Christine Angot. Foto: Jean-Luc Bertini / Flammarion

Christine Angot: «Una novela cien por cien autobiográfica puede ser falsa, y a la inversa»

Christine Angot / The Challenge of “L’Inceste” and “The Incest Diary”



Fernando Díaz de Quijano
9 de junio de 2017

En medio del prolongado debate sobre el auge de la autoficción, llega a España Christine Angot (Châteauroux, 1959) para promocionar su última novela publicada en nuestro país, Un amor imposible (Anagrama), ganadora del Prix Décembre 2015. La autora francesa practica la autoficción desde hace más de veinte años, convirtiendo una biografía marcada por el incesto en el ámbito principal de su universo literario. En 1999 irrumpió con escándalo en el panorama editorial francés con El incesto y en 2012 añadió leña a la controversia con Una semana de vacaciones, una versión incluso más cruda que la anterior de las relaciones sexuales que mantuvo con su padre desde la adolescencia.

La autora se niega a hablar de aquello y de sus consecuencias salvo en términos estrictamente literarios, y tampoco quiere aclarar cuánta verdad hay en sus novelas. «El espacio real y el espacio ficcional están separados completamente, pero el segundo nos permite ver y oír el primero. Puedes escribir una novela 100 % autobiográfica que sin embargo esté muerta y sea falsa», explica la autora. En cambio, puede ocurrir lo opuesto con la ficción: «Los personajes del espacio ficcional no existen pero sus palabras pueden estar vivas». Asimismo, considera que «la autobiografía tiene una pretensión de objetividad, mientras que la autoficción tiene una pretensión de subjetividad. A mí no me interesa ni una cosa ni la otra».

Un amor imposible vuelve a incidir en el gran tema de Angot, pero esta vez centrándose en la relación entre su madre (Rachel Schwartz) y su padre (Pierre Angot), construida sobre la base de la dominación y la diferencia de clases -él era de una clase económica y culturalmente superior a la de ella- y en la relación entre madre e hija, Rachel y Christine, marcada por la ceguera, voluntaria o no, de la madre ante los abusos del padre hacia su hija.

Pregunta.- ¿A una madre se le perdona todo?

Respuesta.- Nada, no se le perdona nada. Todos queremos a nuestras madres, pase lo que pase, aunque las odiemos; pero también es la única persona a la que no le perdonas nada. Y es mejor así, porque si la perdonas significa que puedes juzgarla y que eres superior a ella. Lo que sí puedes hacer, como resultado de un largo trabajo, es intentar comprender sus actos y su vida.

Pierre fue franco con Rachel: jamás se casaría con ella, ni siquiera vivirían juntos o le presentaría a su familia, pero estaba dispuesto a tener un hijo con ella. La joven, ciega de amor, aceptó estas condiciones y a los nueve meses nació Christine. Eran los años cincuenta. Rachel confió en el progreso social y en que la pequeña tendría un buen futuro a pesar de ser criada por una madre soltera. El padre se desentendió de ella y tardó 14 años en reconocer oficialmente que Christine era su hija -antes solo la vio en un par de ocasiones-, pero una vez que retomaron el contacto «él siguió negando que fuera su hija» mediante el incesto.

La madre estaba cegada no solo por su amor, sino por su propia falta de autoestima. «No sé si lo sabes, pero la falta de autoestima es algo que afecta a muchas mujeres. A muchas. Cuando no confías en ti, primero te obsesionas contigo misma. ¿Soy lo bastante inteligente? ¿Lo bastante guapa? Te obsesiona el rechazo. Y la segunda consecuencia es que no te permites ver las cosas. Esperas a que alguien te diga: ¿has visto eso? Entonces ya lo puedes ver».

Estas y todas las demás apreciaciones las deja Angot en manos de los diálogos porque no le interesa que la autora/narradora emplee «un discurso ideologizante». Además, considera que los diálogos son el principal y casi único vehículo de las relaciones humanas. «En la vida real no tenemos comentarios al margen que expliquen lo que se esconde detrás de un diálogo». Conseguir que estos diálogos suenen veraces y no como la voz del autor puesta en boca de un personaje es algo que requiere esfuerzo y oído. «Me paso mucho tiempo corrigiendo las frases hasta que consigo no oírme a mí misma sino a los personajes», explica la escritora, que acaba de presentar en Cannes su primera incursión en la escritura cinematográfica, Un beau soleil intérieur, dirigida por Claire Denis y protagonizada por Juliette Binoche. Además, la autora revela que Un amor imposible se convertirá en película próximamente.

P.- ¿Cuándo y por qué decidió llevar su vida, con todos sus traumas, al ámbito de la literatura y, por tanto, al ámbito público?

R.- No ocurre así… No ocurre así… No ocurre así… No sé muy bien cómo explicarlo… [largo silencio]. Con 23 años descubro que puedo escribir. Que puedo contar una escena que he vivido tres días antes, y que eso interesa además a alguien, que es el hombre con el que comparto mi vida en aquel momento. Eso me emociona y me conmueve. Pienso que podría pasarme la vida haciendo aquello. Sería increíble, pero tengo miedo. Además apenas he escrito tres páginas. Siento que es algo que me puede volver loca y me asusto. Pero entonces entiendes que todo eso es fruto del deseo, un deseo que puede anular muchas de tus creencias previas. Descubro que las cosas reales pueden transportarse a un lugar ficcional, ligero, leve, que no cuenta, que no existe, pero que dice la verdad. Es algo muy alegre, lo real no siempre es gracioso pero contar la realidad siempre es divertido. Siempre hay algo alegre en eso, al fin y al cabo es arte. Descubres que puedes contar algo que concierne a todo el mundo a partir de cosas muy pequeñas, desde lo menos glorioso, lo más banal. La cuestión del incesto en mi literatura es bastante banal, no es extraordinario, porque escribir de algo que he vivido no es difícil, cualquiera puede hacerlo. Lo interesante es saber por dónde coger eso, por dónde coger el saco de la realidad y por dónde abrirlo. Eso determina que hables del mundo de una forma o de otra. Lo importante, por tanto, no es que hable de mi vida, sino de qué forma voy a hacerlo. ¿Acaso existe una forma para la vida? ¿La vida se puede atener a una forma? Eso es lo complicado, y es muy interesante.

P.- En Un amor imposible vemos cómo su madre decidió tenerla a usted y criarla ella sola, a pesar de lo difícil que era ser madre soltera en aquella época. En los últimos meses ha habido en España un debate público en torno a la relación de la mujer contemporánea con la maternidad y su desmitificación. ¿Existe en Francia un debate similar?

R.- Siempre hay debates alrededor de la cuestión de las mujeres y la maternidad, de las mujeres y del trabajo, de las mujeres y el sexo, de las mujeres y el envejecimiento. Paremos ya. Aire, por favor. Siempre se trata de ‘sociologizar’ a las mujeres. Por otra parte, yo escribí en 1994 un libro aún no traducido al español, Léonore toujours, en el que la primera frase es: «He dado la vida. Eso me mató. Solo tenía una». La maternidad es uno de los espacios donde los sentimientos son más intensos y a la vez es un agujero negro. No estoy de acuerdo con que haya un debate sobre eso y, si lo hay, no me apetece participar.

EL CULTURAL


No hay comentarios:

Publicar un comentario