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martes, 21 de julio de 2020

Juan Marsé / El paladar exquisito de la cabra

Animales: Por qué las cabras deben ser tu nuevo animal favorito

Juan Marsé

El paladar exquisito de la cabra

12 de noviembre de 1994

Hablando de las relaciones conflictivas de un matrimonio amigo, Gabriel Ferrater hizo un día el siguiente comentario: "El problema de Simone y de Víctor es que los dos están enamorados de Víctor". Teniendo en cuenta que actualmente no sólo se hacen películas basadas en novelas, sino que se escriben novelas basadas en películas, se me ocurre que la cáustica reflexión del poeta podría también aplicarse al binomio cine-literatura, un matrimonio generalmente mal avenido, con una variante: ambos cónyuges están, en este caso, enamorados de ella, la vieja puta, la marrana sentimental y embustera, la vieja alcahueta madre de todos los sueños y encantamientos que el hombre es capaz de proyectar en este mundo. La novela. La polémica sobre la pertinencia y solvencia de las adaptaciones cinematográficas corre a menudo el riesgo de resultar estéril si no se delimita desde un buen comienzo lo que verdaderamente importa. Por razones diversas, hay novelas que fueron exitosas en su día y que envejecen mal (o que ya nacieron viejas, si se quiere) mientras que su versión para la pantalla resiste bien el paso del tiempo y deviene un clásico (Lo que el viento se llevó, de Víctor Fleming/O. SeIznick; Sangre y arena, de Ruben Mamoulian). Y hay novelas totalmente, olvidadas (Moonfleet, de John Meade Folkner; La maldición de Capistrano, de Johnston McCulley) que engendraron filmes inolvidables (Los contrabandistas de Moonfleet, de Fritz Lang; El signo del Zorro, de R. Mamoulian) y también hay, por supuesto, películas que nacen muertas del vientre de novelas imperecederas (El gran Gatsby, de F. S. Fitzgerald; El viejo y el mar, de E. Hemingway; La Regenta, de Clarín). Pero sean cuales fueran las diferencias de origen y la valoración resultante, lo que en mi opinión importa verdaderamente al hablar de adaptaciones, por encima de gustos literarios y de pasiones de cinéfilo, es algo que se centra en una cuestión meramente profesional: la perspectiva, el punto de vista que elige el cineasta al revisitar la novela, al reconstruir la historia en imágenes. Un punto de vista narrativo, una perspectiva, que no debería ser nunca la misma que ha utilizado el escritor; no es solamente que deba abordarse el asunto con una técnica y un instrumental distintos, sino que, en mi opinión, se debe contar otra historia, por mucho que ésta arraigue en el texto original. Es el caso de Buñuel adaptando a Galdós (Nazarín, filmado es, sobre todo, Buñuel) y de Visconti adaptando a Thomas Mann (Muerte en Venecia). Versiones que son formas nada solapadas de vampirismo.

En las relaciones cine-literatura el vampirismo es una práctica habitual por ambas partes, y, en última instancia, el aplauso o el descrédito dependen de la solvencia del vampiro, en su estilo y en sus incisivos, en si pertenece o no a la estirpe de los narradores, ya sea con la pluma o con la cámara. Talento para hincarle el diente a la femoral literaria lo tenía Renoir, y Orson Welles, y Wiler, y Huston. Ninguno de ellos es totalmente fiel a la obra que adaptan, y algunos incluso la traicionan. Se ha dicho y repetido que cuando una película es buena, lo es por méritos estrictamente cinematográficos, es decir, por la bondad de su propio lenguaje y su propia dinámica narrativa. En definitiva, la película será conveniente no por su fidelidad al argumento o al espíritu de la novela que adapta, sino por su acierto en la creación de un mundo propio, específico y autosuficiente, con sus propias leyes narrativas.

Siempre me gustó aquel chiste de la cabra que está pastando en un prado, encuentra un rollo de película, se lo come y, al preguntarle su compañera qué le, ha parecido, responde: "Bueno, no está mal, pero me gustó más el libro". Esta ocurrencia cabruna y cabrona -juraría que fue ideada por algún novelista maltratado en pantalla por los cineastas, y no señalo a nadie- no resuelve, por supuesto, una cuestión tan compleja, ni se lo propone. Yo tampoco. Al cabo lo que más aprecio de una adaptación cinematográfica es lo mismo que puede hallarse en una película cualquiera con argumento original: su fuerza narrativa, su poder de encantamiento. La fidelidad o lealtad que el cine le debe a la novela es para mí un asunto secundario. Muy a menudo, esa lealtad a lo textual implica una deslealtad a lo fundamental.

Juan Marsé es escritor.

* Este artículo apareció en la edición impresa del sábado, 12 de noviembre de 1994.






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