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viernes, 17 de abril de 2020

Rubem Fonseca / El arquitecto de la anarquía






RUBEM FONSECA

 EL ARQUITECTO DE LA ANARQUÍA


Leerlo supone un ejercicio visceral. Sus obras están cargadas de una inusitada violencia, con personajes belitres, procaces y repulsivos; criaturas amorales que se mueven por las alcantarillas de una sociedad que pretende someterlos a toda costa, recortar sus aristas rebeldes y someterlos al silencio y al olvido. La sordidez de su prosa, afecta, golpea las entrañas, revuelve la mente, provoca náuseas.


Por Luis Humberto Moreno

Descubrimos de pronto que todo ese malestar se debe a que, sin darnos cuenta, cada palabra escrita nos ha convertido en uno de sus personajes, y que nuestra repulsión es hacia el mundo que está ahí afuera, esperando con paciencia la oportunidad para destrozarnos. Las historias de Rubem Fonseca persiguen con tenacidad la develación de una gran incógnita, que es el eje y la base de todo su trabajo: la literatura en sí misma.
Si su trabajo tuviera que compilarse, yo pondría “Orgullo” en el arranque. Es el relato que define el temple de la mayoría de sus personajes. Rubem Fonseca (Juiz de Fora, estado brasileño de Minais Geraís, 1925) es un experto en crear personajes siniestros y obcecados, con una tendencia violenta y rodeados de gente malhadada corroyéndose por el rigor de una sociedad que busca la perfección y que, por ello, los condena, los persigue y los somete. A pesar de eso, luchan tenazmente y de forma abyecta para no ser aprisionados por el mundo civilizado, de no caer en el cloroformo de la rutinaria modernidad. Los personajes de Fonseca tienen un ego que aplasta todo lo que se mueve alrededor de ellos, y viven al servicio de la contumacia y el desacato. “Me siento ante la televisión para aumentar mi odio. Cuando mi cólera va disminuyendo y pierdo las ganas de cobrar lo que me deben, me siento frente a la televisión y al poco tiempo me vuelve el odio”, dice el salvaje Cobrador, personaje del compendio de relatos homónimo, publicado en 1979, una historia estremecedora donde puede apreciarse la potencia narrativa de Fonseca (El feroz inicio en una clínica dentista marca el intenso ritmo narrativo) y la minuciosidad de su escritura. Abunda también la libido, el desenfreno, la promiscuidad, la evasión del compromiso y la formalidad, los excesos.
Hombres y mujeres que se deben solamente a sus instintos carnales, ajenos al juicio y la especulación, indiferentes de la crítica y deseosos de arder por dentro, como en “Pierrot y La caverna”, en la que un escritor graba –y no escribe- las incidencias temporales con diferentes mujeres, mientras busca ganar la atención de su verdadero amor, una niña de doce años llamada Sofía, cuya adoración justifica con lecturas contundentes sobre la moral y el juicio en la pedofilia; o en “Encuentro en el Amazonas”, en el que un obsesivo persecutor va tras su presa recorriendo pequeños poblados y viajando en barco por el río, y relatando sus encuentros con Dolores y María de Lourdes, la primera, una niña rubia; la otra, una mujer en luna de miel que ya no soporta a su marido y busca de cualquier forma ligar con alguien en una mezcla de deseo y venganza. El amor, torcido, irracional y sublime es el combustible en el motor de otros tantos personajes, como Soraia Gonçalves en “Ciudad de Dios”, o Lucía McCartney, personaje del relato homónimo publicado en 1967, en el que las personas forjan un compromiso que va más allá de los meros juramentos y la pasión idílica, sino que graban con sangre un romance que tiene connotaciones fanáticas.
Fonseca crea enemigos del protocolo y los convencionalismos. Atrinchera a sus personajes, los erige como héroes en un mundo que parece desmoronarse, hace una radiografía cruda de un Brasil fracturado, que se hunde en la gran brecha de la clase social emergente y la gente condenada a la eterna pobreza. “Feliz año nuevo” (1975), es un compendio de relatos impresionantes –que fueron censurados en Brasil, por lo cual Fonseca libró una batalla legal de largo aliento-, que inician con el relato de tres buenos compañeros que asaltancon salvajismo e insania una casa de ricos antes de celebrar con gentileza y camaradería la fiesta de cambio de año. Este libro, junto con “El Cobrador”, son los que definen categóricamente el estilo oscuro de Rubem Fonseca, a quien la crítica a veces suele encasillarlo dentro de la novela negra, por mencionar entre sus preferencias a escritores como DashielHammet y Raymond Chandler. No lo es tanto, ni deberíamos pretender dejarlo en aquel género. Aunque muchos de sus relatos y novelas se valgan del recurso policíaco para poder desarrollarse, la profundidad de la temática de Fonseca es compleja e invita, entre respiro y respiro, a la reflexión sobre nuestra actitud como parte de un sistema opresor que está logrando su triunfo, día a día, con la anulación del individuo, con la televisión y la prensa como mecanismos de clonación de realidades.
Dentro de este hoyo, la literatura –plantea Fonseca- se erige como el único medio posible de rescatar la mente de los individuos secuestrados, y es ahí donde yace el verdadero impulsor de la obra de Fonseca, que es la literatura per se. Basta con reparar en los escritores de ficción que nos brinda, desde Gustavo Flavio, personaje –Tributo a Flaubert- de su gran novela “Bufo &Spallanziani”, pasando por Epifanio –o Augusto, su nombre artístico-, el noble escritor que pasea por Río buscando completar su novela y enseñándole a leer a las putas; hasta TeodorNalecz (“Llamaradas en la oscuridad”, 1992), de quien sabemos, al leer su diario, la obsesión, miedo y odio que tenía con el talentoso y difunto Crane, cuyo arte menosprecia pero a la vez no logra superar. Fonseca, que publicó su primer libro de relatos a la edad de 38 años, sabe plasmar la angustia de los escritores que no han nacido en cuna de oro, de los que alimentan sus tripas vacías con la pasión por su vocación, por el deseo de lograr un trabajo maestro, así tengan que dejar la vida en ello. “Preguntó si estaba escribiendo algo. Se pasan la vida haciéndonos esa pregunta a nosotros, los escritores, como si no paráramos nunca de escribir. Claro que paramos, y a veces nos pegamos un tiro en la cabeza por eso.”(“Pierrot en la caverna”, 1979). Sabe que escribir es un trabajo arduo y solitario, claustrofóbico y tormentoso, un ejercicio mental que persigue la perfección sin llegar nunca a conseguirla, una perpetua insatisfacción para la cual hay que desarrollar, antes que el talento, la fortaleza espiritual para soportar la brega. “João decía que había que pagar un tributo por el ideal artístico: pobreza, embriaguez, locura, escarnio de los tontos, agresión de los envidiosos, incomprensión de los amigos, soledad, fracaso.”(“El arte de caminar por las calles de Río de Janeiro”, 1992).


LIMA GRIS






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