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sábado, 27 de julio de 2019

Philip K. Dick / ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?/ Reseña I



Los mensajes de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?



Si un lector despistado piensa encontrar en el libro ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? una versión novelada de la magnífica película de Ridley Scott, Blade Runner, se llevará una gran decepción. Algunas editoriales que sólo buscan vender libros no se lo habrán puesto fácil, con una cubierta con algún fotograma de la película e incluso cambiando el título original por el del largometraje. Por el bien de la profesión editorial, no siempre es así.
Ciertamente los guionistas de Blade Runner se inspiraron en el libro de Philip K. Dick, pero la inspiración es muy, muy superficial. Se tratan de dos historias casi completamente diferentes. Probablemente lo único que tienen en común es que a un tal Deckard le asignan “retirar” a unos androides. Los nombres de pila de algunos de los androides y su modelo Nexus 6, también son los mismos y en el transcurso de la aventura, Deckard conocerá a una llamada Rachel que desconoce su verdadera naturaleza. Entonces, Deckard le revelará la verdad gracias a un test llamado Voight-Kampff, o test de empatía, que versa sobre el maltrato a animales… Y punto.
Ni Deckard es un blade runner, es un cazador de bonificaciones; ni los androides son replicantes, son andrillos; tampoco es en Los Ángeles, es en San Francisco; y las ciudades no están masificadas, están vacías.  Y a partir de ahí, todo lo demás es aún más diferente.


El trasfondo de ¿Sueñan los androides...?

La Tierra ha quedado devastada tras la Guerra Mundial Terminal. Fue un conflicto del que no se recuerdan ya sus causas y del que tampoco se recuerda qué bando ganó. Las detonaciones atómicas trajeron consigo el polvo. Una nube de polvo radioactivo que terminó con prácticamente toda la vida animal. Primero cayeron los búhos –recordemos el búho artificial de la Tyrell corporation en la película-, y a continuación las demás aves. En 1992, cuando transcurre la novela, sólo unos pocos animales han logrado sobrevivir.
La humanidad a su vez, también ha sufrido los efectos del polvo. Parte de la humanidad ha sufrido graves problemas genéticos y cerebrales. Son los especiales, disminuidos psíquicos diríamos hoy, cabezas de chorlito en el libro. Tienen prohibido tener hijos y no pueden emigrar fuera de la Tierra. Porque todo aquel que ha podido ha huido del planeta, sobre todo a Marte. Además la ONU, en colaboración de las poderosas corporaciones tecnológicas, regala a cada colono un androide orgánico, cada versión mejor que la anterior, hasta llegar a los modernísimos Nexus 6.


Philip K. Dick

Los animales y el mercerismo

Así que nos encontramos con un planeta destruido, sobre contaminado, y cada vez más abandonado de vida. Con muy pocos animales supervivientes y cada vez menos seres humanos. Los que quedan viven en ciudades en ruinas y casi desiertas. La posesión de animales vivos marca el status social y los que no tienen dinero para permitírselos adquieren copias electrónicas, muy buenas, casi indiferenciables de los animales reales, pero toda una humillación para el propietario.
Completa el trasfondo el culto mercerista, en el que los fieles usan una caja de empatía para “fusionarse” con Mercer, una divinidad que se les aparece subiendo una montaña mientras sus rivales le lanzan piedras –capaces de herir en la realidad a los feligreses fusionados-. También el Órgano de Ánimos Penfield, utilizado por los humanos para programarse estados de ánimo y así escapar de sus miserables vidas. Y por último el amigo Buster, que pilota un programa de televisión, de emisión casi continua, y del que algunos sospechan que es un androide.
Y en este contexto tan complejo es donde al cazador de bonificaciones Deckard le asigna retirar a un grupo de andrillos Nexus 6 que han huido de la esclavitud en Marte. La mujer de Deckard se programa con el Órgano de Ánimos depresiones y la oveja de la pareja ha muerto accidentalmente y ha sido reemplazada, por falta de dinero, por una oveja eléctrica, para mayor vergüenza del protagonista.


Philip K. Dick

El mundo está perdido

En ¿Sueñan los androides...?, los andrillos no son como los humanos. Tienen sentimientos y sueños. No quieren ser esclavos. Pero son crueles y no tienen nada de empatía. Pris, que es el mismo modelo, y por tanto una copia exacta de Rachel, tortura a una araña, a pesar de la importancia que tiene la poca vida animal que queda. La propia Rachel, despechada, no duda en matar a una cabra recién adquirida por Deckard. Roy no tiene la elegancia del Roy de la película y Deckard no lleva a delante ninguna investigación. Todo el trabajo se lo dan hecho y su único cometido es apretar el gatillo.
Pero la profundidad argumental y los detalles de ¿Sueñan los androides...? es tremenda.
Un concepto muy importante es el kippel. Es la representación de la entropía, en un mundo abandonado a sí mismo y al polvo y que ya está prácticamente muerto. Un vertedero gigantesco donde todo degenera.
Precisamente por eso los humanos se aferran a los animales vivos, hasta el punto de que su estatus social gira en torno a la posesión o no de un ejemplar. Es lo último que queda vivo en la Tierra donde todo lo demás está muerto y cada vez más en ruinas y cubierto por el polvo.


Rutger Hauer como Roy Batty

La metáfora de los androides, lo natural y lo artificial

Ha sido la tecnología de los hombres lo que ha destruido la Tierra. Los androides son la expresión última de esa tecnología. Cada vez son más perfectos y más difíciles de diferenciar, de una humanidad cada vez más deprimida y cada vez menos humana que depende, a su vez, de la tecnología. Pero los androides no son humanos. No sienten nada de empatía. Y odian a Mercer y al mercerismo.
Cuando el amigo Buster revela a los televidentes que Mercer es un montaje cinematográfico de autor desconocido, realmente Philip K. Dick se refiere a todos los hombres de ciencia y tecnológicos que reniegan de la fe. Es verdad que dan argumentos sólidos y demuestran sus tesis con hechos reales, pero lo único que buscan es destruir la fe –en el libro la empatía-. Buster y los androides no ansían otra cosa que degradar a los humanos a un estatus inferior que al de ellos mismos. Se creen más inteligentes, y piensan que la empatía es una debilidad.
Pero la empatía es algo característico de la humanidad, afirma Philip K. Dick, hasta el punto de que Deckard, que comienza como un frío ejecutor, llega a empatizar con las mujeres androides, con Luba, la cantante de ópera, y con Rachel, que lo está utilizando en todo momento. Al final, la fe mercerista, aunque los androides han demostrado que es falsa, se revela cierta cuando la asumimos como algo interno nuestro, algo dentro de nosotros.
Pero en esta Tierra devastada, destruida, sin futuro, al final no nos queda otro remedio que resignarnos a lo que tenemos. Y lo que tenemos es artificial, porque lo vivo ha dejado de estarlo. Es lo que nos queda, lo único, y dependemos de toda esa tecnología, aunque no sea más que un sapo eléctrico.


Philip K. Dick

Religión y tecnología

Philip K. Dick era un hombre religioso asustado, como toda su generación, ante la posibilidad de una guerra atómica. El movimiento new age, al que Dick pertenece, comenzaba a cuestionar el impacto que el hombre estaba provocando en el medio ambiente. La ecología nace en esa época.
Y es evidente que el uso irresponsable de la tecnología ha puesto en peligro al planeta, quizás no con una guerra atómica, pero sí con el calentamiento global o la extinción masiva de especies. Además, nuestra dependencia de la tecnología cada vez es mayor, y cada vez sufrimos más enfermedades mentales asociadas al “progreso”, como las depresiones, ansiedades, stress y todo lo demás. Vivimos en un mundo enfermo. Y somos responsables de esa enfermedad.
Yo no soy un hombre religioso ni muchísimo menos. Pero sí me preocupa la ecología y el bienestar de las personas. Creo que la tecnología puede usarse para mejorar el planeta y para mejorar nuestras condiciones de vida, aunque es verdad que muchas veces se utiliza para justo lo contrario. Pero no quiero caer en el tremendo pesimismo de Philip K. Dick, un pesimismo trasladado como nunca en esta magnífica novela.

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