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viernes, 24 de mayo de 2019

Siri Hustvedt / “El feminismo es una forma de humanismo”

Siri Hustvedt


Siri Hustvedt


PREMIO PRINCESA DE ASTURIAS

“El feminismo es una forma de humanismo”

La escritora logra el Princesa de Asturias de las Letras por sus novelas y ensayos en los que la memoria, el arte, la ciencia y la reivindicación de las creadoras olvidadas se dan la mano


RAFA DE MIGUEL
ANDREA AGUILAR
Londres / Madrid 22 MAY 2019 - 17:30 COT

La notica de la concesión del premio Princesa de Asturias de las Letras 2019 sorprendió este miércoles a la escritora Siri Hustvedt (Northfield, EE UU, 64 años) en Londres, donde andaba de promoción de su nueva novela, Recuerdos del futuro (Seix Barral). Rápidamente se montó una conferencia de prensa en la sede del Instituto Cervantes. “Los premios llegan del cielo”, explicó sonriente. “Mi padre, acerca de la noción luterana de la gracia, decía que es algo que no te mereces y que no necesariamente te has ganado, pero la respuesta correcta es el agradecimiento. Este premio es una forma de gracia más humana y pequeña, pero mi respuesta es agradecimiento, sorpresa y felicidad”.

Su primera vocación fue la poesía y no publicó una novela hasta principios de los años noventa, a los 37 años. Era Los ojos vendados —recientemente reeditada por Seix Barral—, en la que Hustvedt adelantaba el juego de espejos que caracteriza su obra: la protagonista se llamaba Iris (palíndromo de Siri) y se apellidaba Vegan, nombre de soltera de la madre de la escritora, venía del Medio Oeste estadounidense y trataba de abrirse paso como estudiante en Nueva York.


En 1978, Hustvedt, la mayor de cuatro hermanas, hijas de una bibliotecaria y un profesor de literatura noruega en St. Olaf College en Minnesota, llegó a esa misma ciudad para completar su doctorado en la Universidad de Columbia. En 1981, a la salida de una lectura de poesía se cruzó en su camino el escritor Paul Auster y un año después se casaron, convirtiéndose en la pareja más atractiva del mundo intelectual de Brooklyn. Hustvedt se ha ganado con creces un lugar en el panorama literario actual —como subrayaba el acta del jurado, reunido en Oviedo, del premio, que está dotado con 50.000 euros—, pero se resigna a escuchar una y otra vez la inevitable pregunta. ¿Le molesta que se refieran a ella como la mujer de Paul Auster? “No es algo personal, lo entiendo”, respondió este miércoles en Londres. “Se trata más bien de algo que tiene que ver con el hombre, la mujer y el sexismo, con la idea continua de que la identidad de una mujer se forma y se vincula a la de un hombre, de un modo en que no les ocurre a ellos. En mi caso, el reconocimiento ayuda a derrotar esa idea, pero eso no quiere decir que desaparezca. Y aunque en mi caso desaparezca, no les ocurre lo mismo a otras mujeres que trabajan en ese contexto”.
Pese a sus suspicacias, el juego literario de Hustvedt y su esposo (padres de la cantante Sophie Auster) son frecuentes, y la escritora siempre ha dicho que la escritura es parte esencial de su matrimonio. “Siempre hemos sido el primer lector de la obra del otro”, declaró en 2009 a este periódico. Valga como ejemplo el caso de un personaje de Hustvedt que fue rescatado por Auster en uno de sus libros. Ahora se abre un nuevo capítulo en la peculiar trama literaria de esta pareja al obtener Hustvedt el mismo galardón que recibió su esposo en 2006, y unirse así a la lista de eminentes escritoras que han sido premiadas, como Susan Sontag, Margaret Atwood, Doris Lessing o, en la última edición, Fred Vargas. 
Hustvedt ha enarbolado hoy de nuevo la bandera del feminismo, pero no perdió la ocasión de detenerse en los dos hombres que más le obsesionan hoy, para bien y para mal: Charles Dickens, el escritor inglés sobre el que versó su tesis doctoral y el actual presidente de Estados Unidos, Donald Trump. “Trump es un psicópata, en términos médicos. El problema es que millones de personas le votan”.
Todo cuanto amé la lanzó en 2003 internacionalmente. Hustvedt adoptaba en esas páginas una voz masculina y situaba a sus protagonistas en la escena neoyorquina ochentera del arte. En ese mismo ambiente colocó a la audaz protagonista de El mundo deslumbrante, que, ya en la madurez, decide presentar su trabajo artístico como si hubiera sido realizado por hombres. La relación entre lo femenino y lo masculino, la distinta percepción que el público tiene de las obras según el género fue central también en su revelador ensayo La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres. “Necesitamos el feminismo porque la historia no ha terminado”, sostuvo. “Y porque es una forma muy profunda de humanismo. Es un modo de afrontar la liberación de las restricciones impuestas por el género”.

Filosofía y ciencia

Con más de un metro ochenta, elegante y con un aire nórdico, a Hustvedt le interesa la filosofía de Kierkegaard y de Wittgenstein. Tanto en sus novelas como en sus ensayos mezcla desde reflexiones sobre el proceso creativo y la crítica literaria, hasta apuntes científicos sobre psiquiatría y neurobiología. Nunca ha tenido miedo a introducir aspectos de su vida en sus escritos, dedicando La mujer temblorosa o historia de mis nervios a investigar desde todos los puntos de vista posibles sus ya famosas migrañas, el aura y los procesos neurológicos. Hustvedt empezó a oír voces a los 11 años y a los 20 tenía alucinaciones de enanos rosas antes de sufrir terribles jaquecas.
En su última novela, Recuerdos del futuro, la protagonista trata de descubrir qué la une a aquella atractiva e ingenua joven que una vez fue. De paso, vuelve al arte y a la reivindicación de creadoras que han sido ignoradas, por ejemplo, la gran dama dadá, la baronesa Elsa von Freytag-Loringhoven que está detrás del orinal de Duchamp. “¿Por qué resulta tan difícil la autoridad intelectual y creativa de artistas y escritoras? ¿Por qué la influencia evidente de Lee Krasner en Jackson Pollock no ha sido reconocida durante décadas? ¿Por qué el pensamiento de Simone de Beauvoir ha sido atribuido a Sartre?”, se preguntaba el pasado marzo en un artículo.
Hustvedt, a pesar de su altura, sabe bien lo difícil que puede resultarle a una mujer ser vista y escapar a la larga sombra masculina. 
EL PAÍS




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