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miércoles, 25 de marzo de 2015

Jeremías Gamboa / Una casa para Naipaul

Una casa para Naipaul

El escritor construyó un libro sobre el vacío, el del padre muerto, en busca de pertenencia


Naipaul, visto por Sciammarella.
Hay una carta contenida en la correspondencia entre el escritor indio Vidia Naipaul y su padre, Seerpesad, que he visto citada más de una vez. Lo hace Alonso Cueto en "La piel de un escritor" y también Javier Cercas en un texto reciente, "Literatura más allá de la literatura". La carta está fechada el 22 de octubre de 1950 y en ella el padre de Naipaul, tres años antes de morir, le dice a su joven hijo: "¿A qué crees que se reduce la literatura? A escribir con las tripas, no con la cabeza. La mayoría escribe con la cabeza. Si el delincuente semianalfabeto escribe normalmente una larga carta a su novia, será como la mayoría de las cartas de semejantes personas. Si el delincuente escribe la carta justo antes de ser ejecutado, será literatura". Cercas toma ese extracto como partida para una audaz definición: "La literatura es lo que se escribe como si uno estuviera a punto de ser ejecutado; o, mejor aún, como si ya hubiese sido ejecutado".
V.S. Naipaul escribió Una casa para el señor Biswas, novela dedicada a revisitar la imagen de su padre, cuando este ya había muerto. O mejor aún: la escribió cuando, en tanto hijo, era huérfano y, por lo tanto, había sido ejecutado. Desde sus primeras líneas, en las que se enlazan la naturaleza dramática del material que convoca y el control hierático del lenguaje, el libro parece estar construido sobre un vacío: el de un hombre que ya no está. "Diez semanas antes de morir", empieza la novela, "el señor Mohun Biswas, periodista de Sikkin Street, St. James, Puerto España, fue despedido. Llevaba enfermo una temporada". A partir de entonces, a través de una narración tragicómica y dolorosa, a ratos esperpéntica y a ratos conmovedora, se reconstruye la vida entera de un personaje en función de un motivo poderoso: la búsqueda desesperada de una casa propia que a la vez simboliza una obsesión en toda la obra de Naipaul: la de encontrar un lugar de pertenencia en el mundo.
Una casa para el señor Biswas es también una revancha espléndida de aquel hermoso y desgarrado intercambio epistolar que fuera publicado como libro bajo el título "Cartas entre un padre y un hijo. Los años de Oxford". Naipaul ha contado ya, en "El enigma de la llegada", la travesía dolorosa que le tocó vivir una vez que dejó la isla de su infancia para estudiar en Oxford. Esa "larga cadena de humillaciones" que luego fue su tesoro de artista (es indio, se encuentra horrible, es pobre como una rata, proviene de un mundo ajeno al que refieren los libros) es la que trata de exorcizar con ayuda del padre a lo largo de esa correspondencia. Cuando este enferma y sueña con volver a encontrarse con su hijo, Vidia decide esperar un poco más porque siente que está en camino de convertirse en escritor.Lo logra. Para cuando se publica su primer libro, El sanador místico, el padre ha muerto a la edad de 47 años. Se trata de una herida que no cerrará nunca. Una casa... se extiende como un manto protector sobre ella: mediante la imaginación narrativa, el autor "imagina" el pasado del padre cuando su hijo todavía no había nacido, "recuerda" el mundo que ambos compartieron antes del aciago viaje que los separa. Y finalmente "acompaña" al padre en sus pasos finales de cara a la muerte.
La novela siempre ha sido, entre otras cosas, ese prodigioso observatorio que exige ponernos en la piel del otro para observarnos desde otra distancia, y entendernos. El prodigio de Una casa para el señor Biswas, a más de medio siglo de su publicación, radica en esa delicada operación que consiste en que un autor se puede colocar en los zapatos de su padre ausente y "ser" él. Mohun Biswas no es Serpeesad Naipaul pero sí el sitio desde el cual Naipaul puede revisar todo aquello que le perteneció al padre y que existe aún en el mundo porque permanece en él, porque solo él lo imagina y lo recuerda, lo añora y lo hace presencia. La literatura también es eso: lo único que se puede proponer tras el vacío de cualquier ejecución.



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