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domingo, 14 de agosto de 2022

Ivan Thays / Escribir es una revolución


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Salman Rusdhie sin guardaespaldas


"Escribir es una revolución"

Por:  23 de mayo de 2012

El 6 de mayo pasado, Salman Rushdie cerró el PEN World Voices Festival de Nueva York con una exposición sobre el dramaturgo Arthur Miller. Entonces habló sobre la censura. Dijo: los escritores están dispuestos a hablar sobre editores y críticos, sobre cuánto ganan, sobre chismes de otros escritores, sobre política y sobre amor, incluso sobre literatura, pero jamás sobre la censura. Discuten sobre la creación sin percatarse de que la censura es la anti-creación, la energía negativa, lo increado o, en un juego de palabras: "the bringing into being of non-being" (lo que podría traducirse como la puesta en ser del no-ser). No hay que quedarse callados sobre eso.
Pocos escritores tienen la autoridad moral para hablar de la censura como Salman Rushdie. Todos recordamos cómo a raíz de su novela Los versos satánicos fue perseguido, amenazado por una fatwa dictada por el ayatolá Jomeini, el líder iraní, en febrero de 1989. Se le acusaba de haber insultado a Mahoma al hacerlo aparecer como personaje en la novela, y de apostasía contra el Islam por declarar que ya no creía en la religión. La condena por ambos cargos era la pena de muerte. Una recompensa de tres millones de dólares (que luego se doblaría) por ejecutarlo sellaba el pacto. Rushdie debió vivir escondido y custodiado por la policía británica durante años. Muchas personas vinculadas al libro fueron amenazadas, extorsionadas, baleadas e incluso asesinadas. Recién en 1998, casi diez años después de vivir a salto de mata, el gobierno iraní declaró que no perseguiría al escritor (aunque la fatwa no pudo ser retirada porque el único capacitado para hacerlo, es decir el propio ayatolá, había muerto años atrás). Ahora Rushdie se mueve sin mayores problemas, aunque siempre existe la posibilidad de que algún fundamentalista ejecute la condena. De hecho, a principios de este año dejó de asistir al Festival Literario más importante de India, en Jaipur, ante la posibilidad de que dos asesinos a sueldo hubieran sido contratados para matarlo.
Salman Rushdie menciona en su texto varios casos de escritores acosados por la censura: desde Ovidio hasta García Lorca, pasando por el ruso Mandelstam. También mencionó libros censurados, como Lolita, El amante de Lady Chaterley, Trópico de cáncer. En realidad, afirma, las razones para censurar un libro pueden ser tan subjetivas y disparatadas que lo mismo pueden recaer contra autores como Kurt Vonnegut o J. K. Rowling, la autora de Harry Potter (acusada de diabólica por extremistas cristianos).
A las causas políticas, morales o religiosas que menciona Rushdie hay que sumar otras que, de manera más sutil pero con igual contundencia, actúan como entes censores en la actualidad. La primera causa es el mercado. Como dice La civilización del espectáculo de Mario Vargas Llosa, la publicidad ha reemplazado a la crítica y el mercado es quien dicta la norma. Nada se puede publicar si no ha sido aprobado antes por el mercado. Ninguna editorial, librería o agente literario podría sobrevivir si no logra una ecuación equilibrada entre autores que el mercado exige y autores que le dan prestigio, aunque representan pérdidas. Y si las pérdidas son mayores que las ganancias, editoriales, librerías y agencias (y autores) quiebran indudablemente. Es casi imposible escapar del mercado, que no censura directamente sino que lo hace a través de sus reglas invisibles. Copar las mesas de novedades y las páginas culturales, hundir en el olvido las obras que no participan del espectáculo y mimar hasta el disparate a los autores best-sellers son algunas de esas reglas. La ley general es la frivolidad y hacia eso apunta. Incluso los libros que no son fáciles o superficiales sino incluso complejos, tienen cabida si el mercado ha sabido adoptarlos a sus reglas que todo lo frivoliza. Hace unos años, por ejemplo, en España se dio un fenómeno interesante: uno de los libros más vendidos del año fue Vida y Destino de Vasili Grossman. Un monumento histórico y meticuloso de más de 1,100 páginas sobre el cerco de Stalingrado, escrito en la década de los 40, publicado póstumamente a fines de los 70 en inglés y francés, traducido en el 2007 (versión íntegra) al castellano. Un éxito de ventas y de crítica. Pero ¿cuántos lectores están capacitados en realidad para leer un libro semejante? Poquísimos. Bajo las reglas del mercado, comprar un ejemplar complejo es adquirir un bien prestigioso, engalanar tu biblioteca con el libro del que todos hablan, pero no es una exigencia leerlo. Basta con poseerlo.
Otro factor de censura es el patrioterismo. Como sucedía con los comisarios estalinistas (aquellos que nunca hubieran dejado publicarse, justamente, Vida y Destino), el patrioterismo crea una exigencia en los escritores: mostrar una realidad positiva, no provocar la duda o el cuestionamiento, dar vivas a la patria y a sus protagonistas contemporáneos (escritores, artistas, chefs, deportistas, lo que sea). En pocas palabras: no ser un aguafiestas. Cuando en el 2010 se le otorgó el Premio Nacional de Chile a Isabel Allende, sus defensores subrayaron que ella había "puesto en el mapa" literario a Chile. No se discutía la calidad de sus obras, y menos en comparación con la de otros autores propuestos para el premio, sino el que gracias a ella Chile tenía una autora de bandera. Los críticos de Isabel Allende eran envidiosos, malagradecidos o antipatriotas. No se puede criticar a ningún personaje sobre el cual reposa la autoestima nacional. Recordemos que hace un año se intentó, en la Feria de Libro de Buenos Aires, que el recién galardonado con el Nobel Mario Vargas Llosa no inaugure la Feria porque "insultó" a Cristina Kirchner al criticar su gobierno. ¿No es eso censura? Si se mantiene esa idea patriotera que obliga a todos a apoyar ciegamente la causa nacional, y se suma a ello la mentalidad positiva de los empresarios embrutecidos por cursos de coaching, pronto tendremos comisarios de un nuevo estalinismo liberal: aquel que solo acepta a los autores que consiguen triunfos internacionales, más allá de su calidad literaria, y cuyas obras logran posicionar al país como un lugar de ganadores.
Como dice Salman Rushdie en su intervención: "El arte no es entretenimiento. Cuando el arte es muy bueno, es una revolución". Y ninguna revolución se logra siguiéndole el ritmo a un discurso hegemónico, a un slogan patriótico o a las pretensiones del mercado. Defender los libros de la censura, como pide Rushdie, implica no solo defender el derecho a escribir, sino el derecho a escribir sobre -o contra- lo que uno quiera.

SOBRE EL AUTOR

Ivan Thays
Ivan Thays. (Lima, 1968) Autor del libro de cuentos Las fotografías de Frances Farmer y las novelas Escena de cazaEl viaje interiorLa disciplina de la vanidadUn lugar llamado Oreja de PerroUn sueño fugaz y El orden de las cosas. Ganó en el 2001 el Premio Principe Claus. Fue finalista del premio Herralde 2008. Fue considerado dentro del grupo Bogotá39 por el Hay Festival. Sus novelas han sido traducidas al francés, italiano y portugués. Dirigió durante siete años el programa televisivo Vano Oficio. Actualmente administra el comentado blog Moleskine Literario


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