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domingo, 1 de agosto de 2021

William Trevor / Una relación perfecta / Reseña

Juan Pablo Torres Muñiz
3 de septiembre de 2013

Hace casi un año, cuando se esperaba el anuncio del nuevo ganador del Premio Nobel de Literatura, apenas un par de días antes de la fecha clave, se dio en la famosa casa de apuestas Ladbrokes, una revolución.  Era posible que algún dato importante hubiera escapado del control de la Academia Sueca y los atentos apostadores, como ya ocurrió antes, señalasen con sus votos al próximo galardonado.  Repentinamente, William Trevor (Irlanda, 1928) había pasado de detrás de los primeros cuarenta favoritos, al segundo lugar.  Así, por unas horas, hasta que fue dado el nombre de Mo Yan como ganador para 2012, la atención se concentró en la leyenda irlandesa… y con ello, el favor por estos lares fue hecho.
A pesar de ser considerado unánimemente como uno de los grandes de la narrativa contemporánea y quizá, hoy, el mejor cuentista en activo del mundo junto a Alice Munro y Cynthia Ozick, en español contamos apenas con cinco títulos suyos en circulación.  Se trata de cuatro novelas: La historia de Juliet y El viaje de Felicia (publicadas, la primera por Alianza Editorial y la segunda por Siruela), La historia de Lucy Gault y Verano y amor (publicadas ambas por Salamandra); y un libro de cuentos: Una relación perfecta (publicado también por Salamandra), que comentaré a continuación.

Trevor se hizo de fama con el lanzamiento de su primer novela, A standard of behaviour y más tarde sería nominado en cinco ocasiones al Booker Prize; no obstante, el título de “Maestro del relato breve” es el que mejor ha sabido conservar vigente.  Una relación perfecta da sobrada prueba de ello.
Dice un comentario del New York Times que estos cuentos perduran en la memoria mucho tiempo después de concluida su lectura; me atrevería a decir que, en realidad, su lectura no se completa si no hasta mucho después de cerrado el libro.  Cada una de las piezas consiste en una irresistible invitación a revisar nuestras propias convicciones con respecto a lo que podríamos denominar, sin problemas, conflictos que marcan nuevos rumbos en la vida de la gente.
Respecto de Alice Munro, Jonathan Franzen, aludiendo por oposición, y con toda intención, a Philip Roth, decía de ella que no busca crear ninguna teoría sobre algún way of life, ni manifestar su indignación ante el modo en que las circunstancias oprimen a sus –también indignados– héroes involuntarios; ella habla de seres humanos, con los que podemos arriesgar un “como tú o como yo”.  También dijo que ella no tiene libros titulados Pastoral canadienseLa gran novela canadiense o La conjura contra Canadá…, pero eso da para otro artículo… En fin, aquello mismo podría decirse de William Trevor, agregando que la lupa con que trabaja tiene un aumento quizá mayor, y que manifiesta esa capacidad en menos páginas que la “Dama de Ontario”.  Desde luego se trata de narradores distintos, no obstante sea casi imposible evitar la comparación entre el modo de ambos para abordar sus historias y el de Chéjov (al punto que a una y al otro se les conoce como la Chéjov canadiense y el irlandés, respectivamente).  Mientras la Munro –tal cual se ha dicho hasta el cansancio– es capaz de resumir vidas enteras en tan solo unas cuantas páginas, desarrollando situaciones de conflictos sin perder el pulso de la cotidianidad, sembrando la tensión de lo inminente en cada línea, Trevor es capaz de evocar en un par de párrafos el jugo de una experiencia diversa en cada lector, pero que sin duda debió desembocar en alguna decisión que definió su vida al presente.
Los doce cuentos de esta colección tratan, de uno u otro modo, sobre oportunidades, momentos claves que en ocasiones construyen para sí, sin saberlo, los mismos protagonistas y que luego también ellos deben definir, esto, a menudo, contra su voluntad.
Trevor lleva al lector, como por un efecto de refracción, de los hechos y reflexiones expresas, a las causas no explicitadas de cada decisión de sus personajes, pero, además, a lo que estos mismos no saben de sí mismos y que, casi por magia de empatía, se revela luminoso, vivo.  Hablaríamos de la creación de una complicidad, pero eso sería simplificar en extremo las cosas.  Trevor no hace anatomía de circunstancias, reproduce a su modo vidas complejas, desde lo que es capaz de comprender cualquiera: el dolor, la esperanza, el miedo, la fe, con los colores vivos del asombro renovado.
Es cierto que no todos los cuentos alcanzan el mismo nivel.  Algunos, sobre todo los primeros, son nada más muy buenos.  Fe y Folie a deux, podrían ser calificados de destacables.  Pero Una tardeEn OlivehillUna relación perfecta, o Viejo amor son –y que bien se siente poder emplear tan justamente estos términos –obras maestras.
Por otra parte, Trevor resulta vigente no solo debido a lo firme de su pulso, si no a que sus historias nutren su universalidad, sin problemas, con elementos contemporáneos como mensajes de correo electrónicos o modernas edificaciones en viejas campiñas; no mucho, es verdad, pero lo suficiente para renovar aires en una obra que, de este modo, y sin dejar de satisfacer a sus más exigentes seguidores de hace años, permite una fácil conexión con quienes recién la abordan, casi en un alarde de versatilidad.
Una relación perfecta… Gracias señores de Salamandra.  Pero como disfrutaríamos de Cuentos completos



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