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sábado, 7 de febrero de 2015

Santiago Bustamante / La lengua húngara

Tranvía
Budapest
LA LENGUA HÚNGARA
Por Santiago Bustamante

Con respecto al idioma: nunca aprendí más allá de las cordialidades, y a comprar tiquetes de tren. No porque fuera uno de los idiomas más difíciles (después del chino, aunque usa el mismo alfabeto latino), sino por la vanidad de aislamiento que produce el arte. Viví los primeros meses en la última ciudad antes de Ucrania, la próspera capital de la región de Szabolcs-Szatmár-Bereg. Se llama Nyíregyháza. Demoré semanas en aprender a escribir el nombre de memoria. La pronunciación me enseñó para siempre que la "gy" húngara es nuestra "y" (y su hermana la "ny" es nuestra "ñ"), y que un hispanoparlante con nociones de alemán puede vocalizarlo perfectamente. Y durante muchos meses escuché la lengua y la desentrañé gramatical e históricamente, a cada uno de mis estudiantes lo inquirí sobre su procedencia y estructura. En general, el temperamento del húngaro, quizá por su misma lengua, es difícil, orgulloso y aislado. Tanto que mi hermano aprendió muy buen húngaro, y lo celebraban como un caso único. De hecho, conversando con László, aquel caballero húngaro (que sí llevaba el bigote a la húngara y además de altura y de estupendo humor), mi maestro en Eger, donde viví y trabajé siete meses, hablábamos en una ocasión sobre la identidad húngara, le pregunté si él consideraba que existía una identidad magiar, una cultura única y diferenciable e irrepetible y que además debería buscarse su defensa y su protección, y aquel americanista y excelente profesor me dijo, "¿Entonces tú quieres saber si soy un Nazi?", y ambos nos reímos a carcajadas.
Bien es cierto que las culturas, al menos las que perviven en la actualidad, que poseen constituciones legales e infraestructuras, gramáticas y literatura y una historia que mostrar, y una economía y un buen ejército, a esas culturas hay que valorarles el simple hecho de que existen. Así como la naturaleza extingue sus propias creaciones, el mundo humano cambia, mezcla y constituye sus civilizaciones. Y no es fácil hacerlas perdurar a través de los siglos. En Latinoamérica aún existen tribus milenarias con sus lenguas y sus cosmogonías, sus cantos y su pintura corporal y sus rituales y su comprensión del mundo, su propia estructura cognitiva, varias de ellas con no más de veinte habitantes, que están condenadas a desaparecer. No es fácil sobrevivir, porque esto exige esfuerzos individuales y colectivos, durante mucho tiempo y en contra de adversidades de toda naturaleza (la geografía y los imperios vecinos), y sería interesante observar la capacidad de supervivencia de las culturas según la flexibilidad y adaptabilidad de sus lenguas. En algún momento durante mis clases, hice la relación del idioma húngaro con el castellano, desde el punto de vista de los hablantes vulgares o analfabetas, porque la mayoría es siempre malhablada y vive sin pretensiones intelectuales de ninguna clase. La filología distingue dos clases de Latín, el culto (utilizado en ceremonias religiosas y legales, y para las obras de belleza) y el latín vulgar utilizado por la inmensa mayoría. Y es precisamente esta última lengua la que en mayor medida dio origen a las hijas romances. Una lengua hermosa como el castellano, fue la evolución del latín "mal hablado". En Hungría existe una minoría que amenaza convertirse en poco tiempo en totalidad: una pareja húngara no tiene más de dos hijos, mientras que una familia gitana se reproduce sin miramientos. Y este asunto racial constituye otra nación, porque en Hungría el setenta por ciento de los nacimientos son gitanos. La lengua húngara cambiará inevitablemente dadas las nuevas circunstancias, y a pesar del "pésimo húngaro que hablan los gitanos."
Al final de la guerra en el 46, los rusos implementaron la enseñanza de su lengua a nivel nacional, y su plan duró hasta la caída del Muro de Berlín, cuando occidente tomó posesión del mercado del este de Europa. Muchas personas adultas hablan aún el ruso, y las opiniones, aunque divididas, reafirman la importancia social de aquella lengua.
 Hungría sufrió la ocupación soviética, de la misma manera impuesta y desgarradora como ha sucedido siempre en periodos de postguerra, y en la actualidad su geografía, sus mecanismos sociales y el espíritu nacional no se despoja de su pasado oprimido. Para algunos la llegada de los rusos significó el fin de la presencia alemana, poco querida inexplicablemente, siendo los alemanes una excelente comunidad y líderes en toda actividad. Para otros, los rusos fueron el gran enemigo, los que destruyeron su gloria y les redujeron la aristocracia al nivel de los trabajadores de fábrica. Lo cierto del caso es que durante aquella era soviética, el país produjo de su propia cosecha, de sus frutos jugosos y sus nutridos minerales. En cambio ahora se quejan de que las manzanas parecen corozos y su propia carne sabe a plástico y cartón. Todo esto influye en la constitución de una lengua. Si observamos la influencia de lengua rusa en el húngaro, encontramos muy pocas palabras, tal vez porque para aquel entonces ya muchas denominaciones existían o porque el desagrado general los encerraba en su propia lengua, en sus hábitos, aislando cualquier influencia lingüística que proviniera de afuera. (No es para menos: los cosacos no son como los pinta Tolstói en los capítulos de Guerra y Paz, y los húngaros sí saben que los campos de concentración y los gulags los inventaron los rusos.) No ocurre igual con el inglés actual y la influencia de la tecnología informática y los medios de comunicación, que en dos décadas han dejado cientos de palabras nuevas. Si esculcamos un poco más el pasado, durante el imperio austrohúngaro, la lengua alemana permeó muchas industrias y dejó un vocabulario extenso en las áreas técnicas, y palabras como "príncipe", "armadura", "castillo", "objetivo", "cuñado", "cárcel". Y algunos siglos atrás, con la presencia turca, los húngaros mezclaron su lengua y la enriquecieron con términos de la religión, la agricultura, la ganadería, la pesca y el comercio, algunos animales (león, búfalo), nombres de plantas, nombres familiares (chico, gemelos) y de la vestimenta. Un ocho por ciento del vocabulario húngaro proviene del turco. Pero esto pasa en todas las lenguas debido a las interacciones entre culturas, y de hecho la flexibilidad adaptativa es fundamental para la supervivencia de todo organismo vivo.
Algo muy interesante, que no sucede en las lenguas romances ni en la rama germánica, es que un nativo húngaro, con un grado de educación media, puede leer textos de hace quinientos o mil años, como aquel "Sermón funerario y oración" (Halotti beszéd és könyörgés), y que dice "¡Ved, hermanos míos, con vuestros ojos, lo que somos! Contemplad que somos polvo y cenizas." Es como si durante mil años la lengua no hubiera tenido una evolución dramática, como sí la tuvieron el inglés y el alemán y el español (que de hecho hace mil años no existía o se constituía apenas). Históricamente, la lengua húngara proviene de la familia de lenguas urálicas. La lengua magyar proviene de los Urales, de donde en el siglo IX d. C. las tribus magiares emigraron hacia lo que es hoy Hungría. Esta teoría se debe a János Sajnovics de 1770, y es la más aceptada. Durante aquellos años, el auge de las teorías nacionalistas hacía bullir los espíritus patriotas, porque todos querían hallar el pasado glorioso del país. Hoy día aún hay teorías que desvirtúan su relación con el finlandés y la conectan con tribus de Mongolia y China, pero rara vez el idioma resuena de tal manera.

El idioma húngaro ha producido una literatura riquísima, y su estructura gramatical aglutinante (en la que prefijos y sufijos se le añaden a una raíz), su armonización vocálica y el orden libre de sus piezas en la oración, ofrecen una flexibilidad musical para la poesía. Sin embargo, la literatura húngara es un tema extenso y deberá ser dejado para otra ocasión.


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