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viernes, 17 de octubre de 2014

Hjalmar Söderberg / La carne y el espíritu




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Hjalmar Söderberg
La carne y el espíritu

Hjalmar Söderberg dijo adiós a la literatura con una fascinante novela sobre el amor y el destino

 
Por José María Guelbenzu
20 de febrero de 2013

Descanso de la competición de los Juegos Olímpicos de 1912 en Estocolmo. / Popperfoto / Getty


Señores: ¿les agradaría escuchar una bella historia de amor y fatalidad? Así, parafraseando el comienzo de Tristán e Iseo, me gustaría animar al lector a la lectura de esta novela fascinante. De Hjalmar Söderberg, autor sueco nacido en 1869 y fallecido en 1941, solo conocíamos otra novela excepcional: Doctor Glas, editada primero por Carlos Barral en traducción del gran poeta Gabriel Ferrater y hace dos años por Alfabia con la misma traducción. En ambas ocasiones, Doctor Glas tuvo una salida tímida, pero tras la segunda mereció entrar en el cuadro de honor de los diez libros del año 2011 en Babelia.

Estamos ante una escritura nada retórica, propia de un escritor realista que hace de la concisión su mejor arma y que pasea por las vivencias y el tiempo que toca vivir a sus protagonistas con una mirada tan transparente como queda el aire después de una tormenta; una mirada que selecciona y se detiene en todo lo que es significativo porque aquí la transparencia no es sino precisión. Söderberg nos cuenta la historia del dilema moral y vital de Arvid Stjärnblom y de su amor por Lydia Stille. Arvid es un joven de condición modesta que se instala en Estocolmo con la intención de buscar su lugar en la sociedad. Está enamorado de la joven Lydia, hija de un pintor, pero no se decide a llegar a un compromiso con ella, por no comprometer su libertad, y aduce su escasez de medios para evitar el matrimonio. En la duda, un día se entera de que Lydia se ha casado con un hombre mayor; el golpe que recibe es bien duro, pero lo soporta como puede y su vida toma otro rumbo. Trabaja como redactor de un periódico y entabla relación con una muchacha, Dagmar, quien le acabará convenciendo para que se case con ella. Arvid lo hace sin amor, pero lleva una existencia relativamente feliz y tiene dos hijas. Unos años después, Lydia vuelve.

El dilema moral de Arvid es la imposibilidad de elegir frente al destino. “Tú no eliges tu destino, del mismo modo que tampoco eliges a tus padres o a ti mismo: tu fuerza física, tu carácter, el color de tus ojos o las circunvoluciones de tu cerebro. Todo el mundo lo sabe. Tampoco eliges a tu esposa ni a tu amante ni a tus hijos. Los consigues, los tienes y posiblemente los pierdes. ¡Pero no los eliges!”. Pero Arvid está atado: por su amor a Lydia, a la que pierde, a la que recupera, a la que se entrega, a la que pierde otra vez. Su problema es que el destino no lo trata como él hubiera deseado, pero también es cierto que no eligió cuando Lydia y él se amaban como dos jóvenes libres y enamorados. El destino es, para él, la incomprensión: la boda de Lydia con un hombre mayor y rico, su alejamiento, los sucesos que sacuden su amor recuperado, la negativa de Dagmar a concederle el divorcio, la traición… Un día confiesa que lo que le gustaría es ser “el alma del mundo”, entenderlo todo, comprenderlo todo. Es un anhelo imposible: de ahí que se estrelle contra el muro de la vida.

El positivismo, el determinismo, están presentes en esta novela que incorpora elementos de la realidad histórica como referente en la vida de Arvid (el caso Dreyfus, la guerra ruso-japonesa, la guerra hispano-estadounidense…). Söderberg prescinde casi por completo de hacer elaboradas imágenes expresivas en favor de una descripción escueta, pero certera, de situaciones. También está presente como telón de fondo la ciudad de Estocolmo, un escenario muy bien recreado. 

 



Tú no eliges tu destino. Tampoco a tu esposa ni a tu amante ni a tus hijos. Los consigues, los tienes y posiblemente los pierdes
 



El propio autor está presente en sus novelas, que tienen bastante de autobiográficas porque expresa por medio de sus personajes no solo los problemas morales que lo afectaron directamente sino también los personales, pues sus mejores obras se anudan en torno a los años más duros de su vida. Cuando, destrozado por dos relaciones contrapuestas y desgraciadas, huye a Copenhague, allí escribe, primero, su obra teatral Gertrud, que da lugar a la obra maestra de Carl T. Dreyer del mismo título. Luego, El juego serio. Después, como si hubiera exorcizado todos sus fantasmas, abandona la literatura.

La novela abunda en escenas extraordinarias. Es memorable la del reencuentro con Lydia en el Hotel Continental, de una sencillez y delicadeza difícilmente superables. Söderberg escribe siempre con distancia, una distancia que lo aleja de las efusiones líricas y le permite guiar los sentimientos de sus personajes en un alarde de sutileza ejemplar. Lo mismo puede decirse del encuentro de ambos en Estocolmo, en el piso nuevo de Lydia. Es también admirable la gradación con que muestra el fatalismo que va deshaciendo la relación. “Creo en el deseo de la carne y en la irremediable soledad del espíritu”. Esta frase impresionante formula el nudo de la existencia de Arvid, es el meollo de su pensamiento y a ella responde esta historia de serena intensidad y luminosa belleza.


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