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domingo, 14 de noviembre de 2010

José Miguel Oviedo / Vilariño y Benedetti / Coincidencias y contrastes


Vilariño y Benedetti
COINCIDENCIAS Y CONTRASTES
Por José Miguel Oviedo
Perú 21, 26 de mayo de 2009
La poeta uruguaya Idea Vilariño (1920) murió el 28 de abril de este año, y su compatriota y coetáneo Mario Benedetti dejó de existir el 17 de mayo. Estas son dos grandes pérdidas para la literatura de su país y para las letras de toda Hispanoamérica. Aunque no es fácil encontrar dos escritores más distintos que ellos dos –y la primera mucho menos conocida que el segundo–, se trata de dos de los más importantes miembros de la llamada 'generación del 45’, una brillante promoción de escritores uruguayos a la que pertenecían también los críticos Emir Rodríguez Monegal y Ángel Rama, el narrador Carlos Martínez Moreno, entre otros. Este grupo, llamado también la 'generación crítica’, trajo a las letras uruguayas un gran rigor conceptual y formal, una inteligente asimilación de modelos europeos y una profunda preocupación por la realidad y el destino histórico de América Latina. Estos rasgos se reflejaron en las paginas del célebre semanario Marcha, que, lamentablemente, desapareció durante la dictadura uruguaya, que por varias décadas reunió a un gran conjunto de escritores, periodistas, artistas y comentaristas culturales, quienes dieron un valioso testimonio de la actualidad nacional e internacional. Conocí a ambos en La Habana, en 1967, y poco después de haber comenzado a leer sus respectivas obras. Ese contacto me permitió ampliar y continuar frecuentando sus obras y, sobre todo, me permitió disfrutar con ellos horas de un diálogo enriquecedor. Idea era callada, discreta y tímida, una mujer encerrada en su oscuro mundo interior; Mario era sencillo, efusivo, afectuoso y fácilmente accesible, un hombre muy querible que amaba el directo contacto humano. A Idea no la volví a ver más, pero con él tuve encuentros fugaces en Madrid, México y otros lugares donde su largo exilio lo llevó. Idea Vilariño creó una rara poesía de la desolación y exigüidad verbal, en la que cada palabra omitida vale casi tanto como la emitida. Es un gesto radicalmente antirretórico que se basa en una condición escéptica de la condición humana o femenina –aunque no solamente femenina–, donde no hay una presencia divina que consuela ni salidas posibles sino una terca y agria realidad de días parecidos sin sentido, y parecidos unos a otros. El amor es el gran tema de Vilariño, pero como una pasión fría y cruel a la que se le ha arrancado toda su belleza y exaltación, aunque no su intensidad trágica: el deseo conduce a una certeza del desamparo y de la fragilidad irrisoria de todo. La autora publicó más de una decena de libros de poesías. Su producción puede dividirse en dos etapas: la primera, de menor interés, que se inicia con La suplicante (1945), y la segunda –que comienza con Nocturnos (1955)–, que es la que verdaderamente importa, ya que en ella alcanza una máxima concentración verbal gracias a un lenguaje al que se le ha quitado todo lo que no sea imprescindible: un esqueleto o un esquema mínimo para decir lo indecible usando metros breves, versos escuetos y, frecuentemente, una frase larga y acezante . Es difícil encontrar paralelos a la extrañeza y hondura de la obra poética de esta autora. La versatilidad y fecundidad de Benedetti son tales que no es exagerado llamarlo un polígrafo, pues escribió en todos los géneros posibles: desde los habituales (poesía, narrativa, teatro, ensayo) hasta los marginales (humor, traducción, letras para canciones), en muchas décadas de infatigable producción literaria y periodística que desborda sus numerosos libros y anda dispersa por periódicos y revistas de todo el mundo. Benedetti se define, pues, como un escritor que reacciona de manera inmediata a los acontecimientos que ha vivido, a veces con la riesgosa facilidad de un cronista. Su punto de vista es el de un observador lúcido de la clase media urbana, a la vez como parte de ella y como un crítico acerbadamente distanciado de sus mitos, cegueras y conformismos. En su primera etapa –destaca La tregua ( 1960 )– quiso ser un escritor latinoamericano que responde a las cuestiones urgentes de su historia, no importa dónde ocurran. Eso se aprecia en su novela Gracias por el fuego (1965), en la que utiliza su breve experiencia estadounidense para hacer la crítica de los modelos asumidos por la burguesía nacional. El asunto político cobró progresivamente más fuerza en su obra, adoptando muchas veces un corte militante y esquemático. Su activismo continental hizo que seguir viviendo bajo la dictadura de su país le resultase muy riesgoso y tuvo que exiliarse y buscar refugio en otros países, pasaje que él llama “desexilio” y del que ha dado testimonio en su novela Andamios, publicada en 1998. Al lado de sus indudables méritos, sus mayores defectos fueron su tendencia a prodigarse demasiado, a escribir y publicar con excesiva facilidad, y a caer en el mismo simplismo ideológico que celebran algunos pero que ha nublado la visión critica de tantos escritores latinoamericanos. Sea esto dicho sin dejar de reconocer, simultáneamente, que fue un hombre de letras cuya ausencia será lamentada por una gran multitud de lectores.




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